Puede ser fácil crear expectativas en la vida. Nos ayudan a prepararnos y a completar las tareas que enfrentamos. Si bien las expectativas son en su mayoría útiles, a menudo nos impiden disfrutar de nuevas experiencias, esas que solo se obtienen al ser flexibles y espontáneos. La importancia de ser flexibles y abiertos también tiene una dimensión espiritual. A menudo Dios se nos revela fuera de las expectativas que creamos en nuestras mentes y corazones. Esta importante lección estuvo en el centro de mi experiencia (y la de mi compañero seminarista, Brady Gagne) durante las semanas que pasamos en República Dominicana.
Al comenzar nuestro programa de verano en Sabana Yegua, mi expectativa era que estaríamos trabajando en muchos proyectos. Imaginaba que la mayor parte de nuestra actividad sería trabajo físico, como pintar y construir espacios en distintas partes de la parroquia. En cambio, lo que Brady y yo descubrimos fue que nuestro trabajo diario se centraba, sobre todo, en encontrar a las personas que Dios había puesto en nuestras vidas. Ya fuera hablando con los feligreses o con los lugareños en la calle, el ministerio de estar presente para los demás nos permitió ver lo que Dios estaba haciendo en la vida de tanta gente. A medida que pudimos reflexionar sobre estas experiencias, pudimos preguntarle a Dios qué estaba haciendo en nuestras vidas. En mi experiencia, Dios me invitó a encontrar paz dentro de mí y a escuchar a los demás, en lugar de tratar de decir algo inteligente o profundo a cada rato (algo especialmente acertado cuando estás aprendiendo un nuevo idioma). Dios también me invitó a vivir con un sentido más profundo de la gratitud y la generosidad, al estar abierto a recibir tanto de la gente, ya sea porque nos invitaban a cenar o simplemente nos saludaran en la calle. Aprender a ser flexibles para recibir cualquier encuentro que pudiera traer el día fue una verdadera gracia del tiempo que pasamos en la República Dominicana.
Y ser flexibles, este verano, también nos enseñó a Brady y a mí la importancia de tener un espíritu aventurero. Cuando estábamos abiertos a probar cosas nuevas, nos abrimos a encontrarnos con Dios. Pienso, por ejemplo, en el día que fuimos a un pueblo de la montaña, Guayabal, a celebrar la Solemnidad del Sagrado Corazón, después de que la noche anterior el párroco nos invitara. También pienso en la vez que fuimos hasta el pequeño pueblo haitiano de Los Cacaos para celebrar misa con los lugareños. Estas aventuras propiciaron encuentros con muchas personas amables y generosas. Fueron momentos hermosos, que nos revelaron el amor de Dios. Jesús dice: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os amáis los unos a los otros” (Jn 13,35). En el corazón mismo de la vida cristiana está el amor. Si bien puede parecer diferente según las culturas y los lugares, estar abierto a la aventura en esas nuevas culturas y lugares nos abre al amor de Dios.