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DE LA EXPERIENCIA A LA ESTADÍSTICA

Miércoles 21 Agosto 2019



Las ciencias estadísticas no suelen tener muy buena reputación. A menudo es ofensivo saber que, para administraciones y gobiernos, solo somos un número más. Para nada parecen contar nuestras experiencias, sufrimientos y alegrías. Solo somos números que forman porcentajes demográficos, cifras para pagar impuestos y calcular pensiones, o determinar e influenciar votos. No es de extrañar, pues, que nos sintamos poco atraídos por las estadísticas y en cambio nos mueva (el corazón y/o el bolsillo) el ser testigos de experiencias humanas con las que podemos empatizar. El periodismo así lo entiende, y es por eso que nos vende, cada vez más, historias, especialmente historias personales de tragedias o de superación, historias de animales, de tortugas, de gatos… Hoy en día, cualquiera también puede exponer al mundo su experiencia sabiendo que tendrá muchos más “likes” y “vistos” que si compartiera fríos estudios y cálculos estadísticos.
 
El problema con todo esto es que hay un cierto riesgo en el hecho de querer entender la realidad solo en base a la experiencia, ya que, lógicamente, nuestra experiencia es parcial, sesgada y extremadamente limitada.
 
Además, quizás por algún tipo de mecanismo de defensa, nos afectan (y nos interesan) más las historias trágicas que las historias positivas, por lo que se venden más las primeras que las segundas.
 
Por eso es peligroso extrapolar las experiencias negativas propias, o de las que somos testimonios a través de otras personas o de los medios de comunicación, y pensar que el mundo va de mal en peor. Así es como poco a poco vamos creando una visión un tanto pesimista del mundo que no se corresponden con la realidad, en la que cada día, millones y millones de personas viven una vida sufrida, con sacrificios, pero razonablemente normal.
 
Nos extrañaría saber, por ejemplo, que, tal y como explica Steven Pinker en su libro The Better Angels of our Nature, el siglo XX, que fue testigo de las dos únicas guerras mundiales, también fue el siglo más pacífico en la historia. Para entenderlo, hay que ir a la estadística y pensar en las víctimas, pero en proporción al número total de habitantes.
 
Es bueno y lógico pensar siempre en la cara humana de la noticia y de la realidad, pero también tenemos que echar mano a las estadísticas para tener una visión global y algo más objetiva sobre la situación en el mundo. Por supuesto hay muchas injusticias, pero vigilemos que un exceso de estímulos emocionales nos haga creer que la sociedad está ya irremediablemente condenada y que la condición humana ha llegado al punto más bajo de su degradación moral. En el fondo, esta visión excesivamente pesimista de la sociedad es la mayor razón para dejar de luchar por un mundo mejor.


 

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