
Chloe estaba un poco nerviosa, pues era el día de su Primer Lavatorio de Pies. La pequeña iglesia de Esmirna había resistido las vicisitudes de la historia y, tras dos mil años de historia, era ahora la única iglesia inspirada solo en el Evangelio de Juan de toda la cristiandad.
El día del Primer Lavatorio de Pies era el día en que Chloe participaría plenamente con el resto de la comunidad, en la Eucaristía. No fue un camino fácil. Chloe tuvo que pasar por una preparación muy práctica, con sesiones especiales sobre empatía, respeto, aceptación…
Tuvo que unirse a varios grupos que distribuían comida a personas sin hogar en la gran ciudad, ayudar en un dispensario en una zona marginal, participar y preparar un programa para el empoderamiento de las mujeres y, además, contribuir como voluntaria en un proyecto de concienciación ambiental.
Sentía lo importante que era este momento, la gran acción de gracias, la Eucaristía. Quería hacer presente a Jesús en el servicio, como le recordaban las palabras de consagración, leídas cada domingo. La última acción e instrucción de Jesús durante la Última Cena: Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Saben lo que les he hecho? Ustedes me llaman Maestro, y Señor; y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado sus pies, ustedes también deben lavarse los pies los unos a los otros. Porque ejemplo les he dado, para que como yo les he hecho, ustedes también hagan (Juan 13,12-15).
Le gustaba esa lectura. En el servicio y a través del servicio se sentía conectada con Jesús. No se trataba tanto de credos y dogmas. Se trataba de un compromiso con el servicio. ¡Qué hermosa manera de hacer presente a Jesús en el mundo!
Por supuesto, Chloe conocía las otras tradiciones eucarísticas originadas en los Evangelios Sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas). Sabía que para ellos el pan y el vino eran el centro del Sacramento. Pero Chloe siempre pensó que la visión de la Eucaristía del Evangelio de Juan, mediante el Lavatorio de los Pies, era tan significativa como la otra, al menos para ella.
Ese domingo, cuando la gente se acercó para el Lavatorio de los Pies, Chloe se emocionó: siete ancianos, al fondo de la iglesia, evitando estar en el centro, empezaron lavando los pies de los siete candidatos, quienes a su vez lavaron los pies de otras siete personas, y estas a otras siete personas más, de modo que todos se lavaron los pies unos a otros, como lo ordenó Jesús en el Evangelio. La Eucaristía tomó su tiempo, como cada domingo en realidad. Para Chloe, sin embargo, fue un momento de compromiso y un momento de alegría. Desde ese día, el servicio se convertiría en una parte central de su vida, ya fuera en la comunidad, en la iglesia o en su familia. Sabía que el servicio era la esencia de su fe. El servicio, reflexionaba Chloe, era la manera de llevar a Jesús a los demás y se sentía preparada para ello.