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Domingo 31 Marzo 2024
 


¡Feliz Pascua de Resurrección! Inicia hoy el tiempo litúrgico más dilatado del año, 50 días para darnos la oportunidad de saborear e ir asumiendo lo que acabamos de celebrar. Jesús, vivo y presente entre nosotros, es el motivo de nuestra alegría; de lo contrario, vana sería nuestra fe.

En este tiempo de Pascua celebramos la gran fiesta del Amor de Dios, que nos ha sido regalado sin mérito alguno, como describe con claridad el Evangelio de Juan: “Porque tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único” (Juan 3, 16). Reconocemos, como nos indica la liturgia, lo que Dios ha hecho por nosotros, por puro amor, al ofrecernos en su Hijo la salvación frente a la misma muerte. La Pascua es una fiesta porque celebramos el regalo de la vida que ha partido de la iniciativa de Dios, y que ninguno de nosotros hemos merecido ni ganado.

Nuestra actitud principal del tiempo de Pascua y, por ende, de la vida cristiana, tiene que ser la gratitud: ser y vivir agradecidos es la virtud que tiene que definir las vidas señaladas por la fe cristiana, pues, a partir de la experiencia de la Pascua, reconocemos que toda vida es un don. Esa es la esencia de nuestra fe, como indica el pregón pascual: “¿De qué nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido rescatados? ¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros! ¡Qué incomparable ternura y caridad!”

En este tiempo, de forma singular, celebramos el amor de Dios en nuestras vidas. Es pertinente preguntarnos si la vivencia de nuestra fe refleja esta gratitud por el don recibido, o más bien, en ocasiones, cae de nuevo en una práctica religiosa que busca agradar a Dios mediante el culto, el ejercicio de obras de piedad o de disciplina para demostrarle nuestro amor. No es propio de una fe anclada de la Pascua querer “ganar” el amor de Dios, pues la redención solamente se puede entender desde la donación gratuita del amor divino, y la única forma de corresponder a ese don es la gratitud, la verdadera virtud pascual de la vida cristiana.


 

Viernes 29 Marzo 2024
 


En la narración de la Pasión, Jesús muestra su radical vulnerabilidad. Es crucificado como un criminal abandonado por sus discípulos, en dolor y agonía, ridiculizado por los romanos, rechazado por los judíos.

Jesús se muestra tan vulnerable e impotente que llega a exasperar. Tenemos la sensación de que Jesús podría haber hecho más para evitar tal dolor. Se burlan de él, lo ridiculizan, lo traicionan, lo niegan, lo humillan, lo torturan y lo criminalizan y, sin embargo, no hace nada para evitarlo. Incluso en sus últimos momentos, cuando la tortura es insoportable, no muestra ningún indicio de que vaya a utilizar un as escondido bajo la manga (o un superpoder) para pulverizar a sus enemigos (tal vez hayamos visto demasiadas películas de Hollywood). De hecho, incluso durante su resurrección, Jesús no parece preocuparse por remediar la injusticia de la cruz, ni por vengarse de aquellos que le hicieron daño. En la Cruz, Jesús queda herido física, social y psicológicamente, de todas las formas posibles, pero allí está, mostrando su debilidad como si hubiera elegido el camino de la vulnerabilidad.

Hay una paradoja en la Cruz. Por un lado, cuanto más vulnerables somos, o queremos ser, más fácil es que nos hagan daño. La vulnerabilidad nos expone como Jesús fue expuesto públicamente en la Cruz. Podemos convertirnos en blanco fácil de chismes, injurias, prejuicios y castigado al ostracismo. Pero al mismo tiempo la vulnerabilidad nos hace libres. Jesús era un hombre libre porque no tenía intención de negociar acuerdos de poder con judíos o romanos. Jesús no tuvo que fingir, literalmente no tenía nada que perder. Eligió no llevar la carga (ni las cadenas) de tener que desempeñar el papel de tipo duro, o de líder fuerte, ni siquiera de creyente confiado (recordamos sus abrumadoras palabras “Padre, ¿por qué me has abandonado?”).

La iglesia no es una comunidad de convencidos o de los que se creen con superioridad moral; es la iglesia de los vulnerables.

La iglesia es la comunidad de los que son libres de mostrar sus miserias, carencias e insuficiencias; Aquellos que pueden revelar a otros sus escasas habilidades como padres, su mediocre profesionalismo o su egoísmo como pareja; Los que reconocen sus defectos y miserias y sus malas decisiones. Es una propuesta arriesgada, podemos salir lastimados, pero cuanto más mostremos nuestra cruz, y reconozcamos nuestras vulnerabilidades, y cuanto más las aceptemos, más fácil será sanarlas.

Hacernos vulnerables crea un espacio sagrado donde podemos mostrar nuestras dudas, nuestras incertidumbres, nuestros errores, nuestros remordimientos, nuestras frustraciones. Todos fallamos y tendemos a fallar con frecuencia. Podemos ocultar nuestros fracasos, o podemos mostrarlos y quedar desnudos en nuestra vergonzosa cruz personal. Puede que quedemos heridos, pero también podremos abrir un espacio para la empatía

…un espacio para la compasión

…un espacio donde no seamos juzgados

…un espacio para la aceptación

donde la vulnerabilidad engendra empatía, después confianza y después amor.

 

Jueves 28 Marzo 2024
 



En jueves santo tradicionalmente celebramos la cena pascual del Señor, la institución de la Eucaristía, y la institución del sacerdocio. Las Sagradas Escrituras que leemos nos invitan a reflexionar en dichos misterios revelados. El libro del éxodo nos narra esa pascua en la que el pueblo de Israel se prepara para su liberación de la esclavitud. Ese momento cúspide en el que el pueblo debe prepararse para ponerse en camino a la tierra prometida. Un sueño hecho realidad: la libertad. Una tierra de libertad y de abundancia. Dios escuchó el clamor del sufrimiento de su pueblo y en su profundo amor hizo algo inesperado, encontró un aliado, Moisés, y se enfrentó al poder del faraón para liberar a su pueblo. Un gesto de amor y compromiso. Para nosotros los cristianos del siglo XXI esta noche santa debería empujarnos a reflexionar sobre el uso de nuestra libertad y la abundancia que algunos de nosotros gozamos y millones de personas no tienen. Cómo puedo yo desde mi rinconcito del mundo empujar para que se haga realidad el sueño y la promesa del Señor de una tierra de libertad y abundancia para todos. Cómo desde mi amor por mi prójimo puedo aliarme con Dios para luchar contra las injusticias del mundo.
 
La carta de San Pablo a los Corintios nos narra las palabras de la Última Cena que Jesús compartió con sus seguidores. En ese momento íntimo de compartir, Jesús se entrega como alimento de vida eterna. En ese gesto de amor Jesús nos deja a sus discípulos un gesto de entrega total para que lo recordemos cada vez que compartamos la Eucaristía. En un mundo donde los miedos y las medias informaciones infestan las redes sociales. Este gesto inesperado de amor de entrega total de Jesús, el Maestro, nos recuerda lo importante que es darse todo sin miedos y con total sinceridad.
 
Pero lo más inesperado de la celebración del jueves santo es el evangelio que siempre se lee en dicha eucaristía. Cada jueves santo se nos recuerda que el Señor estando a la mesa con sus discípulos se ceñó el mandril y empezó a lavar los pies de cada uno de sus comensales. Esto fue lo más inesperado para un grupo de seguidores que han experimentado la entrada triunfal en Jerusalén y los gritos de vítores por todos aquellos que esperaban al mesías. De pronto, en un momento no planeado, Jesús comienza a lavar los pies de cada uno de los que lo acompañaba. De Judas, que lo traicionó y lo vendió por 30 monedas. De Pedro que lo negó cuando las cosas se tornaron difíciles y dolorosas. De Tomás que es incapaz de creer en su promesa de la Resurrección. De Juan y Santiago que quieren estar a su lado por un puesto de honor en su reino. De todos ellos uno a uno Jesús lavó los pies y mostró que el amor lo puede todo. Que el amor que él tiene por ellos va más allá de las expectativas mezquinas que cada uno de ellos tienen para con él. El amor nos lleva al servicio.
 
El giro inesperado del amor de Jesús para con sus discípulos nos urge a soñar con un mundo nuevo donde la libertad y la abundancia sea la norma de todos y no un privilegio de pocos. La entrega inesperada de Jesús nos invita a que nuestras vidas de cristianos sea para darnos al prójimo sin miedo y con sinceridad. El gesto humilde y sencillo del maestro nos invita que todo ministerio de liderazgo es para servir. Para los seguidores de Jesús, la eucaristía y el sacerdocio encuentran su sentido más profundo cuando gastamos la vida soñando sin miedo a servir a los demás.


 

Sábado 23 Marzo 2024
 


Mañana iniciaremos la Semana Santa y, siguiendo el ciclo litúrgico B de las lecturas, este Domingo de Ramos leeremos la Pasión según san Marcos.
 
Es un relato que empieza con la curiosa escena de Jesús en Betania, en casa de un tal Simón, apodado el leproso. Llega una mujer a la casa y unge la cabeza de Jesús con un costoso perfume de nardo, provocando la indignación de los que lo contemplan, que se escandalizan y no entienden el significado de su gesto.
 
La mujer ha ungido a Jesús como el Mesías. Y lo ha ungido sabiendo perfectamente quién es, porque lo ha ido a buscar a casa de Simón. Tiene muy claro qué clase de Mesías es el profeta de Nazaret: un Mesías que se hospeda en casa de un hombre conocido como el leproso: es decir, el impuro, el marginado, el olvidado, el rechazado. El representante de todos los excluidos de entonces, de hoy y de siempre.
 
Esta escena, y la disputa entre la mujer y los que no comprenden su gesto (son los propios discípulos de Jesús: ¿quién, sino ellos, estaría en Betania con él?) nos prepara para la celebración del Domingo de Ramos. Cuando mañana celebremos a Jesús entrando en Jerusalén, y lo recibamos con nuestras palmas, nos tendríamos que preguntar a qué Jesús estamos recibiendo. Cuando le demos la bienvenida, y le digamos que queremos acogerlo en nuestra ciudad, en nuestras casas, en nuestro mundo, en nuestras vidas… ¿a qué Jesús se lo diremos?
 
Porque podríamos estar acogiendo al mismo Jesús que vitorearon las multitudes, que proyectaron en él sus deseos de poder y de protagonismo. Entonces estaríamos participando del gran malentendido del Domingo de Ramos: las multitudes aplaudieron a un Mesías triunfador, destinado a conquistar el poder mediante el uso de la fuerza, que no tenía nada que ver con lo que Jesús representaba. O podríamos estar recibiendo al Jesús que se hospedó en casa de Simón el leproso, el Mesías del servicio que se puso al lado de los marginados, proclamando que eran los preferidos de Dios y que, por ello, terminó en la cruz: el Mesías de los pobres, ungido como tal por aquella mujer, en Betania.
 
Si el Domingo de Ramos no acogemos a este Jesús sencillo, tomando distancia respecto al frenesí de las multitudes (que raramente captan las sutilezas del amor de Dios), no entenderemos nada de lo que viene a continuación: ni el lavatorio de los pies del Jueves, ni la entrega amorosa del Viernes en la cruz, ni en qué consiste la Nueva Vida del Domingo.


 

Lunes 25 Diciembre 2023
 


¡Feliz Navidad! Celebramos hoy un nacimiento singular: el de un niño, vulnerable e indefenso, que llegó a este mundo en total anonimato, desconocido por los poderosos e importantes de la sociedad de su tiempo, y que, sin embargo, nació también marcado por la promesa de que cambiaría el curso de la historia, como anunció el ángel a los pastores: «No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lucas 2, 10-12).

Fueron ellos, los irrelevantes y pobres pastores, los primeros en visitarlo en el establo en el que había nacido. Si pensamos por un momento en ese lugar humilde y sencillo, que cobijó a unos peregrinos involuntarios desplazados por el poder romano, podemos afirmar, sin duda, que olía a ovejas, pues tanto el lugar como aquellos quienes fueron a visitarlo, estarían impregnados de su olor. De hecho, ese fue el primer olor que rodeó al recién nacido, y que quedaría grabado en su memoria. La ciencia moderna afirma que la memoria olfativa es la más primitiva y también la más emotiva de las experiencias que llegamos a acumular como recuerdos. Un olor, y un sabor, nos trasladan inevitablemente a una vivencia remota, grabada en nuestra memoria, y nos vinculan con ella.

¿A qué huelen las ovejas? Quien conoce el campo, y la vida de los pastores, sabe que las ovejas huelen a sudor y a estiércol, es decir, a pobreza, y a humanidad. Su olor no es perfumado, ni transmite la solemnidad del incienso o de lo sagrado. Es más, quien mucho se acerca a las ovejas, y asume la responsabilidad de su pastoreo, no solo acaba oliendo como ellas, sino que se llena de garrapatas, sus parásitos inevitables. En la fiesta de hoy vemos cómo Jesús nació en un pesebre, en un corral, y así vino a impregnarse del olor que desprenden tanto los animales, como la humanidad que los acompaña, significada en los pastores. Un olor penetrante, que genera rechazo, a la vez que define un compromiso con los pobres y marginados.

Hoy en día, podemos añadir, las ovejas huelen a drogas, a migrantes, y a exclusión. Es el olor de quienes luchan por sobrevivir en la periferia de las sociedades, y han sido desprovistos de su dignidad, como lo fueron los pastores en el relato de la Navidad. Ese es el primer olor que conoció Jesús. Y es el olor propio de la Navidad. Al Papa Francisco le gusta pedir que los pastores huelan a oveja. La Navidad nos enseña que ese olor fue asumido desde su nacimiento por el niño que adoramos, un olor que obliga a la cercanía y solidaridad con los sufrientes que se multiplican a nuestro alrededor. Es solamente en este intercambio con las ovejas y sus pastores en el que podemos llegar a comprender al Salvador inesperado que vino a asumir plenamente toda nuestra humanidad para así compartir con nosotros su divinidad.


 

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