Un dato tristemente significativo nos sirve para contribuir a este debate. El pasado 29 de julio de 2015 en el periódico dominicano Hoy aparecía la noticia: el país se encuentra en la posición 146 de 148 países en la calidad de educación primaria. El artículo no precisa cuáles son los 148 países, pero imaginamos que no estamos hablando de América Latina (46 países), sino de los casi 200 países en el mundo, donde 148 serán los que ofrecen datos estadísticos en referencia a este tema.
Pero aparte del problema de infraestructura tendremos que mirar también la situación del personal docente. Es un secreto a voces que uno de los principales problemas en la educación es la falta de preparación y motivación del profesorado. Es imposible poner en un mismo saco a un colectivo de 65.000 personas (entre docentes de primaria y secundaria) sin cometer algún tipo de injusticia. Pero, de hecho, en 2011 las carreras educativas sumaban el 42% de todos los graduados universitarios del país en ese año. No es casualidad: ni tampoco, y ahí radica el problema, un interés generalizado por enseñar a los más jóvenes. Lo cierto es que con el título de magisterio es relativamente fácil conseguir un trabajo bien remunerado y asegurado prácticamente de por vida, puesto que los maestros pasan a ser funcionarios del sector público del país y cuentan con el apoyo del sindicato ADP (Asociación Dominicana de Profesores), una de las organizaciones sociales más potentes e influyentes en el país.
La docencia es una profesión exigente y de un carácter netamente vocacional. Cuando se burocratiza y se convierte en una bolsa de trabajo de fácil acceso, donde los nombramientos (es decir, conseguir plaza fija) se usan a menudo para, y mediante, favoritismos políticos, el resultado es de dramáticas consecuencias: falta de motivación y preparación pedagógica, falta de seguimiento de estudiantes y sus familias, apatía, o estrés, entre el profesorado, altos índices de absentismo escolar y claro está, bajo rendimiento académico.
La solución a este círculo funesto de la educación (un bajo nivel profesional de los maestros produce un bajo nivel académico de los alumnos), pasa por aumentar el nivel de exigencia de los centros universitarios, demandar un buen nivel académico y profesional al personal docente, mejorar los incentivos y reconocer el rendimiento profesional, consolidar los procesos evaluativos del personal y de los centros, y sobre todo desvincular la docencia de injerencia políticas, creando órganos independientes que auditen en el sistema educativo, tanto en lo administrativo como en lo académico y pedagógico. Son cambios quizás utópicos y quiméricos, pero saber que estamos a la cola en la educación básica y no empezar a plantearse cambios profundos en el sistema educativo se nos antoja una irresponsabilidad.
Nos unimos a las palabras del ministro de Economía, Planificación y Desarrollo, Juan Temístocles Montás, al afirmar que si en República Dominicana no se propicia “un profundo cambio en el sistema educativo, no es verdad que vamos a estar preparados para competir con naciones que están dedicando esfuerzos, recursos y tiempo a investigación, desarrollo e innovación”.