Hace unos años era común encontrar en algunos lugares un cartel con las palabras que dan título a esta reflexión. Con el tiempo y la modernización de los nombres (que no de las realidades), existen hoy nuevos apelativos, como “sala VIP” o “priority”, que de alguna manera vienen a significar lo mismo: señalan lugares exclusivos, es decir, que excluyen. Y excluyendo quizá hagan sentir más importante o privilegiado al que puede entrar, ¡quién sabe!
Recuerdo una escena de la película “La vida es bella”, que relata de manera curiosamente amable las desgracias y atrocidades del nazismo. El padre y el hijo protagonistas ven en el escaparate de una tienda el cartel “prohibida la entrada a judíos y perros”, y el padre, para que el hijo no se dé cuenta del racismo creciente (que acabará en uno de los mayores horrores de la historia de la humanidad), le dice, con el humor tragicómico que caracteriza el filme, que él pondrá en su librería un cartel prohibiendo la entrada a algo que les caiga mal a los dos; convienen con el pequeño que pondrá “prohibida la entrada a las arañas y a los visigodos”.
Recientemente estábamos en la misa dominical en la parroquia de Sabana Yegua, aquí en República Dominicana, y todo esto me vino a la mente al asombrarme una vez más de la capacidad de la Iglesia por ser inclusiva, por ser justamente lo contrario de una elitista sala VIP o del racismo de estado: sentados en un mismo banco estaban, uno al lado de otro, “Diosbendiga” —un joven del pueblo con discapacidad, que vaga por las calles vestido con harapos—, un anciano, una joven y una señora que ahora tienen un alto cargo político en el país.
Y es que la Iglesia es un lugar de reunión para el que no hace falta carnet de socio ni puntos acumulados, para el que no son imprescindibles recomendaciones ni amigos influyentes, ni a ella acuden personas con una misma ideología o un mismo nivel profesional. ¡Cuántas personas vulnerables encuentran en nuestras comunidades parroquiales una mano amiga y un abrazo que acoge!
Aun así, no hemos llegado a la meta: seguimos en camino para acercarnos más y más al evangelio de Jesús y para escuchar el soplo del espíritu en este siglo XXI. Arrastramos todavía situaciones en las que se pone a prueba este carácter inclusivo, en que la participación como hijos e hijas de Dios con igual dignidad pasa por trabas, limitaciones y quizás también por anacronismos. Es por eso que como comunidad viva queremos leer constantemente los signos de los tiempos a la luz del evangelio actualizando el mensaje de Jesús de Nazaret. De lo que no nos cabe ninguna duda es de que el carácter inclusivo es intrínseco e irrenunciable en nuestra Iglesia. Ojalá que del cartel de “reservado el derecho de admisión” no quede pronto ni rastro.