El hijo menor, o a los jóvenes. Joven, intenso, quiere vivir el ahora y aquí. Insensato, padre, dame la parte de los bienes que me corresponde. No quiere esperar a que fallezca su padre. Es idealista, dispuesto a la aventura, ver mundo, se fue lejos a una provincia apartada sin darse cuenta de los riesgos. Quiere resultados inmediatos, una vida feliz, sin responsabilidades. Muy animado y animoso, optimista, como si nada pudiera torcerse en la vida y desperdició sus bienes viviendo perdidamente. Solo después, cuando las cosas no van como pensaba, es capaz de reflexionar, volver en sí, y de forma humilde pero aun desde el egoísmo piensa en los jornaleros en casa de mi padre que tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre. Con su padre lo tendría todo. Se traga el orgullo, y reconoce sus límites, y se hace mayor, no le tiembla la voz porque sí padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Pero resulta que sí, digno sí lo es.
El hijo mayor o a los adultos y los de mediana edad. Personas maduras, que con el tiempo les toca ser responsables y comprometidos, y eso no es fácil. Los que supuestamente han sentado cabeza. Muchos han luchado por conseguir lo que tienen, más que los jóvenes. La vida, en muchas ocasiones les ha dado buenas lecciones. Pero son los que aún se ofenden porque después de tantos años que te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Para ellos la verdadera prueba de fuego es ver a otros arriesgar o pasarla bien mientras ellos se desviven trabajando. Entonces para qué tanto esfuerzo si al fin y al cabo ese ha consumido tus bienes con prostitutas, y tú has hecho matar para él el becerro gordo. Para pasar el trago se emborrachan de vanidad por todo lo que han vivido y lo mucho que les ha tocado luchar y sacrificar en la vida. Y sienten, secretamente, el aguijón del rencor, y la irritación celosa y melancólica por el atrevimiento y la alocada inconciencia de los que son como su hermano menor.
El padre o a los mayores, abuelos, jubilosos. Maduro, gente curtida por la experiencia. Pocas sorpresas por esperar. Ya saben que no todo es una lucha por el poder, por eso les repartió los bienes. Interesados, pero no necesariamente envidioso de aventuras ajenas. Saben sus propias historias y a través de ellas han ganado perspectiva en la vida. No queda sitio para juzgar. No necesitan de explicaciones ni de disculpas, por eso que cuando aún estaba lejos, corrió, y se echó sobre el cuello de su hijo, y le besó. Ya han aprendido que un abrazo y un beso, son más importantes que ganar una discusión. Son comprensivos, compasivos, no se sienten superiores a nadie, saben que todas mis cosas son tuyas. El mérito, para ellos, hace años que ha pasado de ser virtud a puro espejismo. Por eso perdonar tiene que ser lo lógico, para que haya sitio para todos, para el menor y para el mayor y por eso salió su padre, y le rogaba que entrase. Son ellos los que mejor saben lo único y especial que es cada momento y lo importante del reencuentro. Por eso hay que sacar el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta, porque hijo era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Entra y revive tú también.