Una de estas dimensiones sería ver la Navidad como signo de comunicación: comunicación de un Dios que se hizo uno más en medio de nosotros para transmitirnos su mensaje de salvación y de amor. En una sociedad como la nuestra, en la que las comunicaciones avanzan cada vez más rápido y en la que pareciera que todos estamos siempre conectados, es bueno reflexionar sobre cómo nos puede ayudar la fiesta de hoy.
Dios se comunica con ternura: no hay nada más tierno y frágil que un niño. Dios no se comunica con violencia, ni con grandes pancartas: se comunica a través de la dulzura de un niño que lleva grabado en su rostro los rasgos de la bondad, de la misericordia y del amor de Dios Padre.
Dios se comunica con sencillez: “Lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre”. El lugar del nacimiento de Jesús es humilde. En una sociedad frecuentemente ebria de consumo, de abundancia, la fiesta de la Navidad es un llamado a vivir lo que es importante, a descubrir que el mejor regalo que podemos recibir es la compañía de nuestros familiares y amigos.
Dios se comunica con esperanza: “No teman. Les traigo una buena noticia, que causará gran alegría a todo el pueblo”, dicen los ángeles a los pastores. Por muy preocupados que estemos por los problemas de la vida, y por oscuro que veamos el panorama social o eclesial, es bueno que nos dejemos contagiar de la alegría y la esperanza de la celebración de hoy. Vale la pena que los cristianos proclamemos, para nosotros mismos, y para todos los que nos quieran escuchar, un mensaje de alegría, subrayando las bendiciones que nos vienen de Dios a través de esta fiesta del nacimiento de su Hijo.
Dejemos que la fiesta de hoy nos interpele y nos ayude a mejorar nuestra comunicación. Que la ternura, la sencillez, y la esperanza nos lleven a comunicar la alegría de la Navidad.