En medio de un episodio de violencia racista, una capilla se convierte temporalmente en refugio para una familia haitiana
Desde ese momento, los haitianos del pueblo temieron por sus vidas; muchos regresaron a Haití y otros se escondieron fuera de la población, por los sembradíos. Nosotros, como iglesia, apelamos a las autoridades locales y movilizamos las diferentes organizaciones para frenar la barbarie que se estaba produciendo, haciendo un llamado al cumplimiento de la ley, al civismo y la paz.
La intolerancia y xenofobia contras los haitianos está presente desde hace mucho tiempo en República Dominicana, y tiene profundas raíces históricas, económicas y sociales. Se producen cíclicamente altercados y episodios de intolerancia. Cuando esto sucede, nunca falta el periodista que lanza la ridícula acusación de que el país vecino realiza una “invasión pacífica”; mezclando así episodios históricos del pasado con una situación actual de inmigración, totalmente distinta. Por otra parte, los haitianos son una pieza clave de la economía dominicana, en tanto que mano de obra para la agricultura, y a nadie le cabe duda de que las exportaciones de República Dominicana a Haití son muy importantes para el comercio de la nación.
Joselito, un hombre de 45 años que llegó al país para buscar una vida mejor cuando tenía 12, huérfano de padre y madre, me confesó que estaba muy atemorizado y que necesitaba protección. Él y su esposa, Milady, tienen diez hijos. Como familia numerosa tienen dificultades para poder dar a sus hijos todo lo que necesitan, pero nunca han cometido ningún delito, son residentes en el país, sus hijos han nacido aquí y los mayores ya están terminando la secundaria.
Decidimos trasladar a Joselito y familia a la nueva capilla de Tábara. Inaugurada el mes de diciembre, esta pequeña iglesia tuvo el honor de acoger al extranjero y al necesitado de refugio. La familia se instaló allí durante una semana, de una manera simple, sin camas ni mobiliario. Algunos vecinos recelaron, pero se impuso el sentido común: un vecino nos decía que muchísimos dominicanos tienen familia en EE. UU., en España, en Italia, en Suiza, y que a ninguno de los que se fueron a trabajar a otro lugar para ganarse la vida les gustaría que los juzgaran a ellos por el delito de otra persona.
Los que desataron la furia quisieron continuar y hablaban de echar a todos los haitianos del pueblo, pero no fueron secundados y las aguas volvieron a su cauce. Sin embargo, no hay que bajar la guardia: los hechos fueron muy graves, es obvio que la justicia tiene que actuar contra todo aquel que cometa delito, sea cual sea su nacionalidad, y hay que seguir promoviendo la convivencia, el respeto y la dignidad de todas las personas. En todo caso, la Iglesia-comunidad (todos nosotros) y la iglesia-templo (los edificios) deben ser siempre una casa acogedora, la casa de todos: en esta ocasión, nuestra capilla de Tábara lo fue de una forma bien concreta y tangible.