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TOMÁS: LA VALIENTE NECESIDAD DE LA EXPERIENCIA (I)

Martes 8 Mayo 2018


Cada año, al llegar el tiempo pascual nos encontramos en los pasajes bíblicos que se nos presentan con personajes que prácticamente pasan desapercibidos durante el resto del año litúrgico. Uno de ellos es Tomás.
 
Poco sabemos de este discípulo que en los Sinópticos únicamente aparece mencionado en las listas de los Doce, sin información adicional alguna. Es Juan quien nos proporciona datos valiosos: aparece en cuatro escenas -Jn 11,7-16; 14,1-31; 20,24-29; 21,1-14-, y en todas ellas se nos recuerda que se le llamaba “Dídimo” (Mellizo)[1]. Aparece pues como un discípulo sin nombre propio aparente: el vocablo “tomás” –que no parece ser un nombre de persona al uso ni en griego ni hebreo ni latín- sonaría en la lengua helena como “mellizo” en arameo. Sin duda debe encerrar algún significado, al que pensamos dedicar un próximo comentario; contentémonos hoy con empezar por aquello que ha pasado a nuestra memoria colectiva: este apóstol es considerado alguien sin fe, que duda (doubting Thomas, le llaman en inglés). ¿Es eso todo lo que podemos saber de él?
 
Veamos qué podemos sacar en claro acudiendo hoy únicamente al pasaje del II Domingo de Pascua (Jn 20,19-31). En primer lugar, Tomás no es tan distinto de los demás apóstoles que se hallaban reunidos, que sólo se han alegrado al “ver” las manos y el costado de Jesús (v. 20). ¿Qué es lo que objetivamente le diferencia? Dos cosas: que Tomás no está reunido con los demás, y que quiere tocar el cuerpo del Resucitado.
 
Del primer aspecto podemos inducir que se trataba de un personaje valiente y abierto: recordemos que en Jn 11,16 es Tomás quien ha movilizado al grupo para subir a Jerusalén “a morir con” Jesús (si bien, con la cortedad de miras de ver en ese sacrificio el final de todo). Y en el momento que nos ocupa, los otros diez están encerrados por miedo a los judíos. Están “encerrados” en sus miedos, y paralizados para la acción –no ofrecen precisamente un ideal a imitar. En cambio, el valeroso Tomás se halla fuera. Es más, en la segunda ocasión, cuando ya está reunido con los demás (v. 26), éstos siguen con la puerta cerrada, pero el evangelista omite que ello fuera “por miedo a los judíos”. Con Tomás el miedo desaparece del grupo.
 
Su falta de miedo se materializa asimismo en tratarse de un personaje que no se corta a la hora de expresar sus opiniones, aunque sean contrarias al sentir del grupo, ¡o del propio Jesús! Tomás tiene opiniones propias (equivocadas e imprudentes o no).
 
El profesor norteamericano Dennis Sylva –de quien hemos tomado alguna de las consideraciones previas-[2] nos lo presenta como un hombre-frontera u hombre-umbral, es decir, alguien que no se sitúa fuera de la comunidad, pero tampoco en su centro; vive justo en el margen (umbral, linde). Eso es lo que precisamente lo convierte en alguien más abierto con el exterior, que contribuye a que el grupo no caiga en tentaciones sectarias (recordemos la gran tentación del gnosticismo[3] en las primeras generaciones cristianas), para lo cual es necesario poner en práctica, sin duda, una crítica saludable, incluso del punto de vista del líder.
 
Es más, como última nota, el camino para reconocer la Resurrección pasa por tocar a Jesús (el segundo rasgo “tomasino” que hemos señalado hoy): Tomás necesita tener la experiencia del Resucitado, no le basta con el testimonio de los demás (Jesús, por cierto, no le desautoriza por ello, sólo señala otro posible camino mejor; v. 29). En esto Tomás se manifiesta como un personaje muy moderno: en el momento histórico que nos ha tocado vivir, ¿quién de nosotros no quiere pruebas científicas de todo? Tomás representa una determinada tendencia dentro de los discípulos, que, nos atrevemos a decir, nos representa a todos nosotros hoy, y nos da esperanza –especialmente a los necesitados de “pruebas”-, nos indica el camino para conocer a Jesús: la experiencia del Resucitado pasa por la experiencia de su humanidad, y de su humanidad sufriente, hace falta tocar las llagas (de importante significado también en los inicios del cristianismo ante el peligro del docetismo[4]). Se revela en ese momento la gran importancia que el evangelista concede a este discípulo: hecha la experiencia, Tomás es el único que proclama a Jesús “mi Señor y mi Dios” (v. 28).
 
Tomás nos muestra el camino para llegar a tener la experiencia del Resucitado: expresando con valentía las propias convicciones, desde una crítica saludable, al tiempo que necesitando el contacto físico con la humanidad sufriente. Ambas cosas -personalidad crítica y valiente, y contacto profundo con el sufrimiento de la humanidad, la injusticia del mundo- van de la mano, y son una buena receta de madurez cristiana… y humana.
 
Tomás no es, pues, un personaje “plano” (flat) en el evangelio de Juan, sino que tiene mucho relieve. Espero que estas breves pinceladas enciendan en el lector las ganas de hurgar más en este -a veces minusvalorado o poco comprendido- discípulo de Jesús. En próximas ocasiones esperamos poder analizar otras dimensiones del personaje, que sin duda las tiene.


 
[1] Las cuatro veces únicamente en el Códice Beza; en los demás manuscritos, en tres.
[2] SYLVA, Dennis, Thomas – Love as strong as death. Faith and commitment in the Fourth Gospel. Bloomsbury T&T Clark, Library of New Testament Studies 434, London/New York, 2013.
[3] Los gnósticos, en breve, y para lo que nos interesa aquí, debido a creerse poseedores de revelaciones especiales, acababan encerrándose en grupos que se creían superiores (tentación sectaria que no empieza con el cristianismo: siempre ha existido).
[4] Fundamentalmente, se trata de poner énfasis en la divinidad de Jesús, que, en realidad, sólo habría sufrido en la cruz “en apariencia” (podemos imaginar la deriva espiritualista que ello genera).


 

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