Cuando llegan los tiempos de Navidad, quizás porque me pongo reflexiva o sentimental, me gusta escribir. Hace unos días colgué en mi muro de Facebook (¡y algunos se atrevieron a leerlo, aunque no tuviera foto!), un escrito llamado “Navidad, dinero y sentimientos”, en el que básicamente me recordaba a mí misma, y a aquellos que me leyeran, que lejos de “estresarnos” en el frenético consumismo de los regalos y los gastos, sería mejor valorar lo que queda, que a menudo son los sentimientos del encuentro familiar, de una vivencia especial, de los pequeños gestos.
En esta misma línea, una de las cosas más maravillosas del tiempo navideño tiene que ver con los regalos, pero no son los objetos en sí, sino toda la magia que los acompaña. Los niños lo saben bien: en las distintas culturas cristianas se celebra, con la llegada del niño Dios, el “caga tió” (curiosísima tradición catalana), los Reyes Magos, y cómo no, Santa Claus o Papá Noel (que proviene de San Nicolás). Es una época en la que se diría que alguien tira unos polvos mágicos para que estas tradiciones nos emocionen y nos saquen una sonrisa.
También los adultos necesitamos de esa magia, de esa capacidad de sorprender y de dejarnos sorprender. ¡Qué padre o madre no ha disfrutado dejando agua para los camellos de Melchor, Gaspar o Baltasar o los renos de Papá Noel! Hace mucho tiempo un amigo me dijo: “Yo ya no me sorprendo de nada”. No recuerdo de qué estábamos hablando, pero no se me ha quitado la frase de la cabeza; no se lo dije, pero pensé: “¡Qué mal! Ojalá siempre seamos capaces de sorprendernos”. La magia, la imaginación, la creatividad y el juego son una parte sabrosa de la vida, como la sazón de las comidas. Es cierto que, en nuestras vidas ajetreadas y llenas de obligaciones, responsabilidades, asuntos importantes y urgentes, nos cuesta hacer un hueco a todos estos ingredientes. El tiempo navideño es una hermosa época para ese hueco, para esa pausa, para no tener prisa, para relajarnos, comer, beber, reír, cantar, bailar, jugar, sorprender y dejarnos sorprender. Quizás es volver a ser niños, quizás es rescatar un poco de inocencia, la de no saberlo todo, la de esperar aún en las situaciones más difíciles, la de poner una sonrisa allí donde solo queda ese recurso. Dios nos sorprendió con el nacimiento de Jesús, que ni sabios ni humildes podían haberlo imaginado. Que con la ayuda del Niño en el pesebre nos dejemos sorprender por el Amor y la Magia de la Navidad… y de la Vida.