Compartimos esta reflexión de Pablo Cirujeda sobre el evangelio del pasado domingo (Mateo 20, 1-16).
Esta sorprendente parábola de Jesús presenta una escena a todas luces inesperada, por no decir absurda: el propietario de una viña decide pagar con el mismo jornal a aquellos trabajadores que apenas se incorporaron al trabajo en la última hora, como a los que trabajaron media jornada, y a los que se emplearon a fondo de sol a sol. La indignación es previsible y lógica, pues el actuar del propietario de la viña es manifiestamente injusto.
Esta parábola, como pocas, manifiesta la naturaleza amorosa y misericordiosa de Dios, que solamente nos ha sido revelada en toda su radicalidad por el mismo Jesús, por sus enseñanzas, y por su obrar. ¡Dios no es justo! Sino misericordioso…es decir, ante su presencia, no hay méritos ni logros que valgan, y nadie puede exigir ni arrogarse derechos adquiridos frente al Dios que es Amor.
Lo único que valora Dios de sus hijos e hijas es que, tarde o temprano, con prontitud o a deshora, hayan querido sumarse a la obra de su Reinado, y se hayan incorporado al trabajo de la viña, es decir, al cuidado de su creación, en especial de los seres humanos, que son sus criaturas preferidas.
Como menciona Isaías en la primera lectura, los pensamientos de Dios no son los nuestros. Con frecuencia, nuestra tendencia es acomodar a Dios a nuestra medida, en vez de configurar nuestra vida a la medida de Dios. Pero Jesús presenta el pensamiento de Dios nítidamente: los últimos serán los primeros.
¿Está mi vida dedicada al cuidado de la obra divina? ¿Siento que ya es tarde, o que yo no merezco formar parte de este proyecto? ¿He pensado que podría no ser bien recibido entre aquellos que reconoce como hijos suyos?
Para Dios, nunca es tarde, y nada es poco. Dios nos espera, hasta el último suspiro. A cada uno de nosotros.