Reflexión sobre Viernes Santo
Cada Viernes Santo nos encontramos con la Pasión de Jesús según el evangelio de Juan. En el relato, cuando Jesús está a punto de ser condenado, Pilato pregunta a la multitud: «¿Acaso quieren que crucifique a su rey?» Es sorprendente leer que la respuesta no viene de la multitud, sino de los sumos sacerdotes: «No tenemos más rey que el César» (Juan 19, 15). Esta respuesta es, según mi opinión, una de las ironías más grandes que nos ofrece el evangelio de Juan. El motivo de mi conjetura está en la manera en que Israel concebía la idea de reino, especialmente en el tiempo de Jesús.
Aunque estamos acostumbrados a escuchar títulos como Mesías e Hijo de David conectados con Jesús de manera positiva, la institución de la monarquía no fue siempre bien recibida en el judaísmo ni en las Escrituras hebreas. Israel no estaba destinado a tener un rey, como las demás naciones a su alrededor. Dios mismo advierte sobre el peligro de la institución monárquica a través de su profeta Samuel (1 Samuel 8, 10-22). Pero el pueblo de Israel quiso parecerse a las demás naciones, e insistieron en que querían un rey. Dios les concede la petición y con Saúl empieza una cadena de reyes poco exitosos. Tuvieron problemas con David y Salomón, quienes según los libros de los Reyes violaron la única ley que los reyes de Israel tenían que cumplir (Deuteronomio 17:14-20; 1 Reyes 10-11). La institución de la monarquía fue tal fracaso que Israel terminó dividida y en el exilio.
Después del exilio de Babilonia, cuando al pueblo de Israel se le permitió regresar a Palestina, por intervención divina, la monarquía se empezó a ver de otra manera. Solo Dios podía ser el rey verdadero de Israel. El pueblo no debió poner nunca su confianza en príncipes humanos, sino solo en Dios (Salmo 146, 3). Esta reflexión se ve muy clara en el libro de los salmos. Si nos damos cuenta de cómo están organizados los salmos, veremos que los primeros tres libros (Salmos 1-89) cuentan la elección y el fracaso de la monarquía, que termina con el rechazo de Dios hacia David (Salmo 89, 39-46). En el resto de la colección, especialmente en los salmos 90-96, encontramos la confesión de que Dios es rey, dejando atrás cualquier deseo por un rey humano. Esta idea se consolidó como resultado de una reflexión sobre la monarquía fallida. El deseo de reestablecer el linaje Davídico quedó vivo en algunos pequeños círculos judíos, lo vemos en los evangelios, por ejemplo cuando a Jesús se le llama hijo de David. Pero incluso Jesús ve el peligro de alimentar la idea de una nueva monarquía terrenal (Juan 6, 15).
Volviendo al diálogo entre Pilato y la multitud, nos damos cuenta de la ironía cuando los sumos sacerdotes, que supuestamente rezaban día y noche con los salmos, proclaman rey único al César. ¿Por qué lo hacen? Porque con tal de deshacerse de Jesús están dispuestos a traicionar su propia fe en Dios como el único rey de Israel. “No tenemos más rey que el César” es la culminación de su plan para que los romanos crucifiquen a Jesús. Han escogido ir en contra de su propia fe, e incluso aliarse con su opresor, para condenar a Jesús, quien había desafiado su posición social y autoridad religiosa (Juan 11, 48). Tenían miedo, y tanto era su temor de perder el templo, que traicionaron su propia religión para poder mantener el status quo. Esta ironía no es nueva en la Biblia, también la encontramos en la historia del Éxodo. El pueblo de Israel, después de ser liberado de la esclavitud de Egipto, añora la comida que allá tenía, aun siendo esclavo, y en el desierto rechaza la libertad a la cual Moisés les había conducido (Éxodo 16, 3).
Este Viernes Santo es un buen momento para reflexionar sobre cómo nuestros miedos nos pueden apartar de Dios mientras nos aferramos a falsos reyes para sentirnos seguros y protegidos. Para los sumos sacerdotes, en la narrativa de la pasión de Juan, el César se convirtió en una falsa seguridad, ya que ellos rechazaron el mensaje de libertad de Jesús y se aferraron a un templo y un sistema que ya conocían, aun siendo oprimidos. Para el pueblo de Israel en el desierto, Egipto se convirtió en una falsa seguridad que ofrecía comida a cambio de esclavitud. De igual manera nosotros nos sentimos seguros dentro de nuestros sistemas políticos y económicos, dentro de instituciones e ideologías. El miedo a cambiarlos nos puede hacer perder de vista nuestra misión de proclamar el evangelio, y terminar llamando rey a un líder político o a una institución terrenal. Que el miedo nunca nos coarte la capacidad de ser generosos, y que nunca nos lleve a traicionar el evangelio de Jesús. La cruz que celebramos hoy es lo opuesto a una vida plagada de miedos.