Uno de los mayores mitos modernos es el del hombre que se hace a sí mismo. Desde el día en que nacemos, se nos dice que podemos hacer cualquier cosa y convertirnos en quien queramos por nuestro propio esfuerzo. Si vas a una librería (o en línea) hay toda una sección de libros dedicada a la superación personal. Títulos como “Siete Hábitos de Personas Exitosas” o “Domina tu Mente” están en todas partes hoy en día. Sin embargo, aunque quizás tengan buenas intenciones, estos conceptos son engañosos, ya que nadie puede crecer por sí mismo. La madurez y el desarrollo personal se consiguen mediante nuestra interacción con los demás, aunque sea de forma pasiva. La influencia de otras personas en nuestras vidas siempre es un factor que determina quiénes somos ahora y quiénes seremos en el futuro. Esto no socava el poder de la determinación y la autonomía que podemos tener para tomar nuestras propias decisiones, pero es arrogante pensar que nos "hacemos" nosotros mismos sólo por nuestras propias elecciones y que la interacción con los demás no cuenta.
Esto me hizo pensar en Pedro y Pablo, cuya fiesta celebramos hoy. Si alguna vez has estado en Roma en la Basílica de San Pedro, o si has visto una imagen de la fachada, verás las estatuas de Pedro y Pablo justo en la entrada. Son imágenes muy majestuosas, que aíslan a estos personajes de una rica historia de conversión que involucró a otras personas. Por mucho que Pedro y Pablo sean los pilares de nuestra Iglesia, ellos también pasaron por un proceso de cambio en el que otras personas influyeron directamente en su vocación. Dos claros ejemplos son Cornelio y Ananías. Su influencia sobre Pedro y Pablo nos recuerda que incluso para aquellos que se convierten en el fundamento de la Iglesia, se necesitaba la ayuda de otros.
Ambas historias, sobre la conversión de Pedro y Pablo, se encuentran en los capítulos nueve y diez de Hechos, y son notablemente paralelas. En el capítulo nueve encontramos la historia de la conversión de Pablo, con la que la mayoría de nosotros estamos familiarizados. Pablo, todavía llamado Saulo, se dirige a Damasco cuando tiene su encuentro con Jesús. Después de esto, pierde la vista y durante tres días espera en Damasco en la casa de un hombre llamado Judas. Mientras tanto, Ananías, a quien llaman discípulo, tiene una visión en la que el Señor le pide que vaya a buscar a Saulo. Ananías se muestra reacio porque sabe quién es Saulo. Pero el Señor insiste diciendo que Saulo ha sido destinado a convertirse en un instrumento para llevar el nombre de Jesús a los gentiles (Hechos 9, 10-16). Ananías va, impone las manos en Saulo y éste recupera la vista. Después, Pablo predicará que Jesús es el hijo de Dios.
Al final del capítulo nueve, que está dedicado principalmente a la conversión de Pablo, hay una introducción a Pedro, que lo ubica en Jafa en la casa de un hombre llamado Simón que es curtidor. (Hechos 9, 43). Este es un lugar curioso para que Pedro se quede, ya que un curtidor debería haber sido visto como una persona impura con respecto a las leyes de pureza judías. Un curtidor manipulaba constantemente cadáveres y pieles de animales muertos. Pero Lucas, el autor de Hechos, quiere que nos preparemos para lo que viene, poniendo a Pedro en relación con alguien que comparte su nombre judío pero que es visto como impuro. El siguiente capítulo nos presenta a Cornelio como un centurión romano devoto y que temía a Dios con toda su casa y que vivía en Cesarea. Un día, a las tres de la tarde, Cornelio tiene una visión en la que el Señor reafirma la devoción de Cornelio y le pide que busque a Simón Pedro que se aloja en la casa de Simón. Esto suena muy parecido a lo que le sucedió a Ananías en el capítulo nueve.
A continuación, Pedro tiene una visión en el techo de la casa donde se aloja. En la visión, Pedro ve los cielos abiertos y una gran sábana bajando al suelo por sus cuatro esquinas (Hechos 10, 11). La sábana contenía todo tipo de criaturas cuadrúpedas, reptiles y pájaros. Pedro ve tres veces bajar la sábana y una voz que le dice: "Levántate, Pedro, mata y come". Pero tres veces Pedro niega la oferta porque no debe comer nada impuro; pero la voz también responde tres veces: "Lo que Dios declara limpio, no lo llames profano". Pedro no sabe qué hacer con su visión, hasta el día siguiente, cuando llega a la casa de Cornelio y se da cuenta de que aunque era ilegal que judíos y gentiles se asociaran, no debería llamar profano o impuro a nadie. Después de esto, Pedro predica en la casa de Cornelio que Dios no muestra preferencia entre personas. Mientras hace esto, el Espíritu Santo desciende sobre todos los que están allí, en lo que parece un segundo Pentecostés, ya que los gentiles también comienzan a hablar en lenguas tal como lo hicieron los discípulos al comienzo del libro de los Hechos (uno puede commparar Hechos 2, 1- 4 y 10, 44-46ª, y ver las semejanzas).
Podemos ver elementos similares y sorprendentes en estas historias. Tanto Pedro como Pablo tienen visiones y se quedan como invitados en la casa de una persona cuyo nombre / profesión es importante para su experiencia de conversión. Además, para ambos hombres la misión a los gentiles está ligada a su experiencia de conversión. Pero el paralelo más interesante es la intervención de Cornelio y Ananías. Cuando Dios llama a Cornelio y Ananías, se les llama por su propio nombre y tienen una instrucción específica. Ambos son cruciales para ayudar a Pedro y Pablo a comprender que Dios no muestra parcialidad. Podemos considerar a Pedro y Pablo como los discípulos que están en la base de nuestra Iglesia, pero tenemos que reconocer que no llegaron a ese punto por sí mismos. Cornelio y Ananías, a través de la intervención de Dios, fueron fundamentales para que tanto Pedro como Pablo pudieran entender la misión que Dios les dio.
La experiencia de la conversión y crecimiento personal no es un asunto meramente personal; todos necesitamos personas como Cornelio y Ananías que nos ayuden a ver y crecer. Estos dos hombres son enviados por Dios para ayudar a cumplir la misión que desde el principio les fue encomendada a los apóstoles de anunciar el Evangelio a todos. Incluso Pedro y Pablo, los dos pilares de la Iglesia que celebramos hoy, requirieron la ayuda de otros para convertirse en mejores discípulos.