En la ya clásica película Gladiator, en una escena, uno de los personajes aconseja al gladiador, acostumbrado a ganar sangrientas luchas con suma rapidez y facilidad: “No basta con ganar: el público quiere espectáculo. Gánate al público y obtendrás la libertad.”
Esto es lo que, en buena medida, recordamos de forma trágica y dramática hoy, en la fiesta del Domingo de Ramos. Quien controla las masas (en este caso las jerarquías religiosas) tiene el poder.
Qué diferencia entre las multitudes que cantan ¡Hosana, hosana! y las masas que gritan ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!
El domingo pasado leíamos la historia de la mujer adúltera, y en ella se refleja cuál es en realidad la voluntad de Jesús: no perderse dentro de una masa sin asumir nuestra responsabilidad, ser capaces de pensar como individuos para discernir nuestras acciones con humildad compasión y tolerancia. Los peores abusos y pecados suelen cometerse en nombre de colectivos o grupos: desigualdad, pobreza, injusticia, racismo, exclusión, intolerancia, corrupción… son, la mayoría de las veces, llevados a cabo por masas inmersas en estructuras de pecado. ¡Qué fácil es caer en dinámicas de abuso e intimidación casi sin darnos cuenta, cuando somos parte de una multitud no pensante y a menudo injusta!
Es fundamental recordar las palabras de Jesús al grupo de hombres que querían apedrear a la mujer adúltera: “Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra.” Ojalá que en las multitudes de Jerusalén, cada persona hubiera asumido su propia responsabilidad, y se hubieran dado cuenta de que lo que estaba sucediendo no era tanto un juicio, o una acción legal, contra Jesús… sino un linchamiento hacia una persona que molestaba porque era un líder que ni los poderes políticos ni los religiosos podían controlar.
No nos convirtamos en multitudes que abusan de los vulnerables (ya sean inmigrantes, pobres, refugiados, minorías), culpándolos de nuestras desgracias para poder tranquilizar nuestras conciencias. En su linchamiento y pasión, Jesús, en manos de una masa enardecida, fue un chivo expiatorio, para aquellos que querían ganarse a las multitudes. Irónicamente, también se convirtió en la víctima inocente que expía el pecado del mundo.
(Foto: El autor, celebrando Domingo de Ramos en Sabana Yegua, República Dominicana).