La vida en el mundo contemporáneo, sin duda, es una vida marcada por eventos y experiencias que se suceden en una secuencia imparable desde el inicio y hasta el final de la misma. Como si se tratara de una carrera de obstáculos, o de un carrusel, vamos saltando de una etapa a la siguiente, viviendo intensamente cada una de ellas: el anuncio de una nueva vida en camino, su nacimiento, su desarrollo inicial, la consecución de sus logros personales o académicos, la participación en eventos sociales significativos, etc. Lo inmediato de nuestros medios de comunicación convierten además la vida en una colección de momentos que podemos compartir en directo frente a nuestro círculo social, construyendo así un itinerario de vida jalonado de sucesos que queremos recordar.
Sin embargo, estas etapas, o sucesos vitales, esconden los valles o vacíos que se encuentran entre un evento y el siguiente, y en los que aparentemente no sucede gran cosa: los días que se parecen al día anterior o siguiente, los encuentros y las conversaciones previsibles y ordinarios, el empeño diario en sacar adelante un compromiso o un proyecto personal, familiar o comunitario. La enorme mayoría de nuestros días, esa es la realidad, no están señalados por un suceso, sino por formar parte de un proceso. Poco o nada hay de destacable en un día cualquiera dentro de un proceso de maduración personal, de sanación, de aprendizaje, o de superación. Forman parte de un camino, de un itinerario que tiene como meta un destino más o menos lejano, y al que una persona se podrá ir acercando solamente a través de múltiples jornadas muy parecidas entre sí.
Los peregrinos de antaño se sabían en camino, viviendo los innumerables pasos de su itinerario sin la prisa ni la ansiedad de quien necesita poder anunciar que ya ha logrado conquistar un nuevo logro en su vida. Como si se tratara de una peregrinación, las etapas de un proceso de desarrollo humano solamente son significativas en su conjunto, pero vistas una a una no alcanzan a transmitir la satisfacción inmediata a la que aspira la vida moderna, ávida de sucesos que pretenden colmar los sueños y las necesidades vitales. Aprender a vivir en camino implica entender la vida como un lento proceso, con paciencia, y renunciar a los resultados y las experiencias inmediatas.
La gran pérdida de ser humano moderno es, seguramente, este sentido del tiempo y de los ritmos de los que la misma naturaleza lo impregna a diario en un entorno natural. Los pueblos originarios que todavía viven sujetos a la naturaleza conocen bien la paciencia del labrador o del pastor, cuyos días son prácticamente iguales entre sí, pero que poco a poco van alcanzando frutos y resultados. Jesús de Nazareth, un hombre que creció y se formó en el mundo rural, mencionó en muchas ocasiones esa sabiduría de quien sabe que la vida es camino, más que una secuencia de eventos: “El Reino de los cielos es semejante a la semilla de mostaza que un hombre siembra en su huerto. Ciertamente es la más pequeña de todas las semillas, pero cuando crece, llega a ser más grande que las hortalizas y se convierte en un arbusto, de manera que los pájaros vienen y hacen su nido en las ramas”. Les dijo también otra parábola: “El Reino de los cielos se parece a un poco de levadura que tomó una mujer y la mezcló con tres medidas de harina, y toda la masa acabó por fermentar”. (Mateo 13, 31-33)
En contraste con esta sabiduría milenaria del mundo rural, nuestra época se caracteriza por lo inmediato de los sucesos, de la información, y de las comunicaciones. Pero la vida no es una cadena de sucesos, sino un proceso, lento y tranquilo, en el que el camino es muchas veces más significativo que el destino. Para poder hacer este camino de vida en paz, es necesario vivir cada etapa con su sabor propio, sin querer acelerar o adelantar los acontecimientos.
Una vida que está abierta a los frutos que maduran a su tiempo, y a la levadura que va fermentando poco a poco la masa de forma invisible, será una vida que no ansía resultados inmediatos, sino que confía en el itinerario elegido, y saborea cada una de sus etapas.