En jueves santo tradicionalmente celebramos la cena pascual del Señor, la institución de la Eucaristía, y la institución del sacerdocio. Las Sagradas Escrituras que leemos nos invitan a reflexionar en dichos misterios revelados. El libro del éxodo nos narra esa pascua en la que el pueblo de Israel se prepara para su liberación de la esclavitud. Ese momento cúspide en el que el pueblo debe prepararse para ponerse en camino a la tierra prometida. Un sueño hecho realidad: la libertad. Una tierra de libertad y de abundancia. Dios escuchó el clamor del sufrimiento de su pueblo y en su profundo amor hizo algo inesperado, encontró un aliado, Moisés, y se enfrentó al poder del faraón para liberar a su pueblo. Un gesto de amor y compromiso. Para nosotros los cristianos del siglo XXI esta noche santa debería empujarnos a reflexionar sobre el uso de nuestra libertad y la abundancia que algunos de nosotros gozamos y millones de personas no tienen. Cómo puedo yo desde mi rinconcito del mundo empujar para que se haga realidad el sueño y la promesa del Señor de una tierra de libertad y abundancia para todos. Cómo desde mi amor por mi prójimo puedo aliarme con Dios para luchar contra las injusticias del mundo.
La carta de San Pablo a los Corintios nos narra las palabras de la Última Cena que Jesús compartió con sus seguidores. En ese momento íntimo de compartir, Jesús se entrega como alimento de vida eterna. En ese gesto de amor Jesús nos deja a sus discípulos un gesto de entrega total para que lo recordemos cada vez que compartamos la Eucaristía. En un mundo donde los miedos y las medias informaciones infestan las redes sociales. Este gesto inesperado de amor de entrega total de Jesús, el Maestro, nos recuerda lo importante que es darse todo sin miedos y con total sinceridad.
Pero lo más inesperado de la celebración del jueves santo es el evangelio que siempre se lee en dicha eucaristía. Cada jueves santo se nos recuerda que el Señor estando a la mesa con sus discípulos se ceñó el mandril y empezó a lavar los pies de cada uno de sus comensales. Esto fue lo más inesperado para un grupo de seguidores que han experimentado la entrada triunfal en Jerusalén y los gritos de vítores por todos aquellos que esperaban al mesías. De pronto, en un momento no planeado, Jesús comienza a lavar los pies de cada uno de los que lo acompañaba. De Judas, que lo traicionó y lo vendió por 30 monedas. De Pedro que lo negó cuando las cosas se tornaron difíciles y dolorosas. De Tomás que es incapaz de creer en su promesa de la Resurrección. De Juan y Santiago que quieren estar a su lado por un puesto de honor en su reino. De todos ellos uno a uno Jesús lavó los pies y mostró que el amor lo puede todo. Que el amor que él tiene por ellos va más allá de las expectativas mezquinas que cada uno de ellos tienen para con él. El amor nos lleva al servicio.
El giro inesperado del amor de Jesús para con sus discípulos nos urge a soñar con un mundo nuevo donde la libertad y la abundancia sea la norma de todos y no un privilegio de pocos. La entrega inesperada de Jesús nos invita a que nuestras vidas de cristianos sea para darnos al prójimo sin miedo y con sinceridad. El gesto humilde y sencillo del maestro nos invita que todo ministerio de liderazgo es para servir. Para los seguidores de Jesús, la eucaristía y el sacerdocio encuentran su sentido más profundo cuando gastamos la vida soñando sin miedo a servir a los demás.