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15/07/2020 - DAR DE COMER AL HAMBRIENTO


En cada uno de los países en los que estamos presentes, de distintas maneras, estamos siendo testigos de las consecuencias económicas y sociales de la pandemia por el nuevo coronavirus, como el hambre, el desempleo, o el incremento de los conflictos familiares y domésticos. En la Ciudad de México, en la que estamos trabajando tanto con el proyecto comunitario del centro de desarrollo infantil “San José” como en la parroquia Nuestra Señora del Rosario, de la que Pablo Cirujeda es el rector, hemos impulsado y coordinado diferentes iniciativas para paliar los efectos de esta crisis, mediante el reparto de despensas a familias vulnerables, y el apoyo con ropa, enseres, libros, medicamentos, etc., a numerosas personas que se están quedando sin recursos para cubrir sus necesidades básicas.

Entre todas estas iniciativas, en la mencionada parroquia, unos laicos señalaron una necesidad concreta que habían identificado alrededor del Metro Observatorio: en la terminal de autobuses cercana se suelen congregar jornaleros de la construcción, ya que sirve como punto de contratación para el empleo temporal. Debido al parón económico, decenas de personas malviven ahora en la terminal, esperando un trabajo que no llega, mientras no tienen ingresos para cubrir siquiera su comida diaria, ni mucho menos una vivienda, pues se trata de trabajadores foráneos que acuden a la Ciudad de México de otros estados en búsqueda de un sustento para sus familias.

A principios de junio empezamos a preparar comida para esta población, y ofrecerla al mediodía en la terminal de autobuses: cien comidas guisadas, acompañadas de agua y tortillas, eran entregadas en apenas veinte minutos y consumidas por personas hambrientas y agradecidas por la oportunidad de llenar su estómago en medio de la crisis. Desde entonces hemos repetido la iniciativa dos veces por semana, los martes y los jueves, y hemos aumentado a 130 comidas, habiendo alcanzado ya las 1.500. Varias parroquias de la zona se han sumado a esta iniciativa, colaborando con comida o voluntarios para darle continuidad a este proyecto. Tampoco han faltado las donaciones de alimentos por parte de personas e instituciones que han querido apoyar al equipo parroquial que sigue preparando, con ilusión y cariño, cada martes y jueves la comida para los jornaleros desempleados de la Central Camionera Poniente de Observatorio en la Ciudad de México.

Mientras siga la necesidad, el equipo se ha comprometido a continuar con este proyecto y ofrecerle de comer al hambriento, mientras experimentamos la enorme satisfacción del agradecimiento de aquellos que se han quedado completamente desamparados en el contexto de la crisis que estamos viviendo.


 

04/07/2020 - LAS BIENAVENTURANZAS: HOJA DE RUTA PARA LA RESURRECCIÓN
 

 

En un artículo publicado en abril de Vida Nueva (una revista católica de España), el Papa Francisco escribió sobre la necesidad y la urgencia de crear un “Plan para la Resurrección”. Haciendo referencia a María Magdalena y a la otra María que encuentran la tumba vacía, con la gran piedra apartada a un lado, el Papa dice que nos encontramos en una situación en la que nos podemos hacer la misma pregunta que las mujeres se hicieron cuando estaban en camino a la tumba: “¿Quién nos correrá la piedra del sepulcro?” (Mc 16, 3).  Francisco comenta que "es la pesantez de la piedra del sepulcro lo que se impone ante le futuro y que amenaza, con su realismo, sepultar toda esperanza”. Pero las mujeres “frente a las dudas, el sufrimiento, la perplejidad antes la situación, e incluso el miedo… fueron capaces de ponerse en movimiento y no dejarse paralizar por lo que estaba aconteciendo”.
 
Así llegan al sepulcro, “en medio se sus ocupaciones y preocupaciones”, y no se dan cuenta que “la piedra ya había sido apartada”, y “solo una noticia desbordante era capaz de romper el círculo que les impedía ver que la piedra ya había sido corrida”. No está aquí. Ha resucitado.
 
El Papa Francisco propone que la crisis internacional presentada por el nuevo coronavirus es un “momento favorable” para imaginar con creatividad las posibilidades de renovar nuestras estructuras y organizaciones sociales. Iluminados por el evangelio e inspirados por el Espíritu Santo, podemos ver en este momento histórico la importancia de “unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral” (citando su Laudato Sí, n. 13). Algo que hemos aprendido en esta pandemia es que “nadie se salva solo”. Si bien esto se refleja en las Escrituras y en las enseñanzas de la Iglesia, hoy lo estamos viviendo de manera directa, con la necesidad de esfuerzos al nivel global para frenar la propagación de la COVID-19.
 
Es precisamente en este momento de organizar una “nueva normalidad” que Francisco ve la oportunidad para que seamos intencionales con respecto a cómo nos relacionamos unos con otros y cómo construir una economía y sociedad mundial que supere lo que él considera la “globalización de la indiferencia”. Es decir, podemos ser intencionales acerca de lo que es la “nueva normalidad” y, en lugar de simplemente volver a lo que era, preferir tener una red socioeconómica basada en valores sociales y religiosos que protejan la dignidad de la persona humana, en lugar de ver a una persona como “algo” que puede ser explotado como trabajador, o hasta como consumidor.
 
Jesús nos da una guía clara de cómo construir tal sociedad en los valores presentados en las Bienaventuranzas. En mayo, Pablo Cirujeda, sacerdote del CSP que trabaja en la parroquia de Nuestra Señora del Rosario en la Ciudad de México, reflexionó en este mismo blog sobre las bienaventuranzas como “una hoja de ruta en tiempos de la pandemia”. Decía Pablo que “las bienaventuranzas no contienen una promesa vacía de un consuelo futuro, ni una invitación a la resignación ante el sufrimiento presente. Antes bien, son una invitación activa a trabajar por remediar las causas del sufrimiento humano, ahora y aquí”.
 
Las noticias internacionales han explicado cómo la pandemia está afectando con mucha fuerza a México, especialmente su capital. Los miembros del CSP presentes allí (Pablo, Sarah y Àngels) han estado ocupados ayudando a las familias en la parroquia y en nuestro Centro de San José.
 
Un complemento edificante y hermoso a estos esfuerzos ha sido el mural basado en las bienaventuranzas que la parroquia ha pintado en una de sus paredes. “En realidad había estado planeando el proyecto mural desde septiembre”, dijo Pablo, “pero el artista con el que estaba trabajando no pudo continuar entonces. Ahora pude encontrar a alguien más para el proyecto, y creo que fue el momento perfecto para hacerlo, justo en medio de la crisis”.
 
Tenemos una oportunidad única, quizás la única en muchísimo tiempo, para reconstruir, resucitar como sociedad, resucitando como un mundo más fuerte y más justo después de la pandemia. La hoja de ruta son, como siempre lo han sido, los valores de esperanza y justicia presentados en las bienaventuranzas. “Espero”, dijo el Papa Francisco sobre nuestro momento actual, “que descubramos que tenemos en nosotros los anticuerpos necesarios de justicia, caridad y solidaridad”.
 
Aquí puedes ver un vídeo de la pintura del mural en México: https://youtu.be/-aarTHImiLM. Si quieres apoyar los esfuerzos de la CSP en sus esfuerzos relacionados con el COVID-19, ver nuestra página http://www.csp-covid19.com.


 

18/03/2020 - EL CORONAVIRUS, DESDE LA FE
La pandemia del Covid-19 ya es el principal motivo de preocupación del mundo entero. En el momento de escribir estas líneas se ha extendido ya por 162 países, en muchos de los cuales la cadena de contagios apenas está empezando. Es difícil aventurar, por lo tanto, cuándo remitirá y perderá fuerza, pero todo parece indicar que va a ser un proceso largo, de meses. Hoy no podemos calibrar, todavía, la dimensión de las secuelas que dejará, que serán de orden económico, social y político, aparte, por supuesto, de las secuelas emocionales que imprimirá en todos nosotros y en especial en aquellos que ya han perdido o perderán personas queridas.
 
Lo que sí es importante empezar a hacer, incluso ahora, cuando todavía hay tantos interrogantes en el aire, es tratar de leer esta situación desde la fe, en clave cristiana. La fe debería iluminar todo tipo de circunstancia, las más alegres y las más tristes, las de siempre y las inesperadas, las que nos confortan y las que nos angustian.
 
Y, en clave de fe, podemos, seguramente, apuntar por lo menos a dos lecturas de la crisis actual (habría, sin duda, muchas más, que ya habrá tiempo de ir desmenuzando).
 
Primera: la pandemia nos recuerda, con toda crudeza, que la condición humana es frágil, esté donde esté, hable el idioma que hable y tenga el color de piel que tenga. Eso no es banal. En una época marcada por la polarización entre extremos ideológicos, por el resurgir de un cierto espíritu tribal en el mundo, por propuestas políticas que nos invitan a levantar muros y resucitar el fantasma de la xenofobia, la pandemia actual nos llama a vernos, a todos, como la gran familia que somos: unidos, podríamos decir, en la fragilidad. El coronavirus no ve razas, ni estratos sociales, ni posiciones ideológicas: solo ve personas. Tal vez una consecuencia positiva de todo lo que estamos viviendo podría ser que aprendiéramos a relativizar nuestras pequeñas guerras ideológicas para recuperar un sentido más realista de quien somos, como gran colectivo humano, como la gran familia de las hijas e hijos de Dios.
 
Este pasado fin de semana, celebrando el tercer domingo de Cuaresma, leíamos la historia del encuentro entre Jesús y la mujer samaritana. Es el relato del encuentro entre dos necesitados, pues ambos tienen sed: Jesús, sed de agua; ella, de agua y de un sentido para su vida; y al compartir sin reparos su condición frágil, necesitada, Jesús y la samaritana son capaces de pasar por encima de las divisiones que la cultura y los conflictos políticos y religiosos de su tiempo habían creado para ellos, y terminan ignorándolas. No importa que él sea un judío y ella una samaritana. Lo esencial es que son dos personas necesitadas que pueden hacerse un bien mutuo. En este sentido, una pandemia que no respeta fronteras ni sabe de banderas puede servirnos a todos de sana advertencia: lo que tenemos es hermoso y muy frágil. No lo malogremos inventándonos divisiones artificiales entre nosotros.
 
La segunda lectura es que el coronavirus nos empuja a ser solidarios con los más vulnerables, los ancianos y los enfermos, al estilo de Jesús. Hay, indudablemente, una suerte de dimensión moral en esta pandemia: si soy un joven sano de veinte años, el Covid-19 no me amenaza mucho más que una gripe ordinaria. ¿Significa eso que puedo prescindir de toda prudencia y seguir con mi vida normal? No: porque si me contagio, yo podré a continuación contagiar a alguien (un adulto mayor o un enfermo), para quien el contagio sí será letal.
 
Con la respuesta decidida que la gran mayoría de países están dando, afortunadamente, a la crisis presente, estamos diciendo algo importantísimo: que no aceptamos la famosa cultura del descarte que tanto ha denunciado el papa Francisco. El hecho que las más afectadas sean personas “no productivas”, ancianos y enfermos, no ha llevado a nadie a minimizar el problema. He ahí un motivo para el orgullo y la esperanza: tal vez la fibra moral de la humanidad no estaba tan minada como podíamos haber pensado. Nos preocupan nuestros ancianos y nuestros enfermos, y por esto estamos, todos, tomando medidas inéditas en medio de esta situación sin precedentes.
 
Tal vez saldremos de esta tormenta un poco mejores: un poco más fraternos y un poco más solidarios. Desde la fe, eso sería, sin duda, una buena noticia.

 

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