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Martes 8 Septiembre 2015


ESPACIO DE REFLEXIÓN

LA MIRADA DE JESÚS


Pablo Cirujeda


El evangelista Marcos nos describe el encuentro de Jesús con un hombre rico, quien le pregunta por el camino hacia la vida definitiva, con estas palabras: “Jesús se le quedó mirando y le mostró su amor diciéndole: Una cosa de falta: ve a vender todo lo que tienes y dáselo a los pobres, que tendrás en Dios tu riqueza; y anda, ven y sígueme.” (Marcos 10, 21). Jesús mira al hombre con amor, con una mirada transformadora, y es entonces capaz de ver, no tanto lo que tiene, sino lo que falta; no tanto quién es en ese momento, sino quién pudiera llegar a ser.


La mirada de Jesús es una mirada optimista, que revela el potencial de la persona, viendo más allá de sus circunstancias presentes. Esa misma mirada se repite varias veces en el evangelio de Marcos: Jesús mira a un leproso, pero ve a un hombre que puede sanar; mira a una niña aparentemente muerta, pero ve a una muchacha que puede recobrar la salud; mira a un paralítico, y ve a un hombre que puede volver a caminar. Finalmente, Jesús “paseando la mirada por los que estaban sentados en corro en torno a él” es capaz de ver a una nueva familia en un grupo de personas donde de entrada no hay relaciones de parentesco, ni de clase social, ni otros elementos de afinidad (Marcos 3, 34-35).


 La mirada de Jesús nos recuerda, en cierta manera, a la mirada de Dios mismo al principio de la creación, cuando hubo creado al ser humano el sexto día, dando por finalizada su obra creadora: “Y vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno” (Génesis 1, 31). Es una mirada bondadosa, que otorga esperanza y posibilidades donde otros solo ven las limitaciones del presente.

Jesús revela a lo largo de su vida esta mirada de Dios, que ve el mundo y a las personas soñando con lo que pudieran llegar a ser. Dios “ve”, además, con categorías muchas veces opuestas a las nuestras, incluso de forma distorsionada: lo pequeño lo ve grande, y lo grande, pequeño. Lo humilde lo ve poderoso, y el poder y la riqueza, pequeños y efímeros.


La realidad de nuestro mundo es que somos testigos de muchas realidades inacabadas o deficientes, que desearíamos ver cambiar, y es fácil caer en el desánimo cuando las situaciones no se transforman. También las personas con las que convivimos se nos presentan, frecuentemente, como incompletas, motivo por el cual podríamos acabar alejándonos de aquellos que no nos satisfacen.


Con la mirada de Dios que nos muestra Jesús, sin embargo, aunque veamos a una persona como el ser inacabado e incompleto que es, estamos llamados a contemplar también sus posibilidades de desarrollarse más allá de lo que es ahora y de lo que nos muestra en el momento presente. Jesús no renuncia al cambio, ni se rinde ante las realidades: pasea su mirada con amor, buscando y promoviendo el cambio deseado.



Mirar con amor es ver el presente, a la vez que soñar con el futuro; es reconocer que, a pesar de estar incompletos y de presentar a veces graves carencias, toda persona y toda realidad encierra dentro de sí el potencial necesario para el cambio y la transformación en mucho más de lo que vemos hoy.


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