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Martes 13 Marzo 2018

En medio de un episodio de violencia racista, una capilla se convierte temporalmente en refugio para una familia haitiana

 
 
Hace tres semanas un nacional haitiano mató a un parcelero de Sabana Yegua (Azua, República Dominicana) para robarle. Un hecho atroz; el culpable fue capturado inmediatamente y se encuentra en manos de la justicia. Se desató entonces una reacción desproporcionada e irracional contra todos los haitianos que viven en el pueblo, sede de la Parroquia La Sagrada Familia. Esa misma noche un grupo de personas (algunas con antecedentes criminales) tomaron las calles del pueblo y apalearon y atacaron con machetes a varios haitianos. Incendiaron tres casas, robaron y saquearon propiedades de haitianos, todo con la excusa de vengar la muerte del parcelero.
 
Desde ese momento, los haitianos del pueblo temieron por sus vidas; muchos regresaron a Haití y otros se escondieron fuera de la población, por los sembradíos. Nosotros, como iglesia, apelamos a las autoridades locales y movilizamos las diferentes organizaciones para frenar la barbarie que se estaba produciendo, haciendo un llamado al cumplimiento de la ley, al civismo y la paz.
 
La intolerancia y xenofobia contras los haitianos está presente desde hace mucho tiempo en República Dominicana, y tiene profundas raíces históricas, económicas y sociales. Se producen cíclicamente altercados y episodios de intolerancia. Cuando esto sucede, nunca falta el periodista que lanza la ridícula acusación de que el país vecino realiza una “invasión pacífica”; mezclando así episodios históricos del pasado con una situación actual de inmigración, totalmente distinta. Por otra parte, los haitianos son una pieza clave de la economía dominicana, en tanto que mano de obra para la agricultura, y a nadie le cabe duda de que las exportaciones de República Dominicana a Haití son muy importantes para el comercio de la nación.
 
Joselito, un hombre de 45 años que llegó al país para buscar una vida mejor cuando tenía 12, huérfano de padre y madre, me confesó que estaba muy atemorizado y que necesitaba protección. Él y su esposa, Milady, tienen diez hijos. Como familia numerosa tienen dificultades para poder dar a sus hijos todo lo que necesitan, pero nunca han cometido ningún delito, son residentes en el país, sus hijos han nacido aquí y los mayores ya están terminando la secundaria.
 
Decidimos trasladar a Joselito y familia a la nueva capilla de Tábara. Inaugurada el mes de diciembre, esta pequeña iglesia tuvo el honor de acoger al extranjero y al necesitado de refugio. La familia se instaló allí durante una semana, de una manera simple, sin camas ni mobiliario. Algunos vecinos recelaron, pero se impuso el sentido común: un vecino nos decía que muchísimos dominicanos tienen familia en EE. UU., en España, en Italia, en Suiza, y que a ninguno de los que se fueron a trabajar a otro lugar para ganarse la vida les gustaría que los juzgaran a ellos por el delito de otra persona.
 
Los que desataron la furia quisieron continuar y hablaban de echar a todos los haitianos del pueblo, pero no fueron secundados y las aguas volvieron a su cauce. Sin embargo, no hay que bajar la guardia: los hechos fueron muy graves, es obvio que la justicia tiene que actuar contra todo aquel que cometa delito, sea cual sea su nacionalidad, y hay que seguir promoviendo la convivencia, el respeto y la dignidad de todas las personas.  En todo caso, la Iglesia-comunidad (todos nosotros) y la iglesia-templo (los edificios) deben ser siempre una casa acogedora, la casa de todos: en esta ocasión, nuestra capilla de Tábara lo fue de una forma bien concreta y tangible.


 

Miércoles 14 Febrero 2018
Hoy, Miércoles de Ceniza, empezamos la Cuaresma, y empezamos escuchando una llamada que describe de forma clara y contundente el ideal de Jesús en lo referente a la solidaridad con los necesitados: “cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.” (Mateo 6,4)
 
La cercanía a los pobres y el compromiso ante el sufrimiento humano para poderlo aliviar forma parte de la esencia del pensamiento cristiano, como el papa Francisco está volviendo a subrayar con sus palabras y con sus gestos de cercanía a los últimos, los descartados por la sociedad del éxito en la que vivimos. Este compromiso necesita concretarse en acciones tangibles y reales en favor de nuestro prójimo, de las personas que sufren de carencias materiales o espirituales en nuestro entorno y en el mundo entero, para ir más allá de un discurso teórico de buenas intenciones.
 
Desde hace años, en la Comunidad de San Pablo promovemos tanto obras de voluntariado como las necesarias donaciones en dinero y en especie, para poder llevar a cabo los proyectos de ayuda al desarrollo con los que estamos comprometidos, en países como Bolivia, Colombia, México, República Dominicana y Etiopía. Recibimos constantemente donativos y donaciones, así como a grupos de voluntarios que vienen a colaborar con nosotros de diversas formas: unos, con sus capacidades profesionales, como médicos, oftalmólogos y educadores; otros, aportando bienes materiales que comparten con quienes menos tienen en este mundo en el que la brecha social entre pobres y ricos sigue ensanchándose año tras año.
 
Sin embargo, es necesario recordarnos a todos una y otra vez la máxima de Jesús: “que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha”. En un mundo tan mediático, tan pendiente de las redes de comunicación social, y de la medición de resultados, tanto personas como instituciones benefactoras caen con frecuencia bajo la presión de poder exhibir los logros alcanzados mediante su colaboración o su donativo. La exhibición de fotos, testimonios y datos relacionados con una acción solidaria genera la satisfacción de haber podido contribuir al cambio, a veces de forma irreal, y logra calmar las conciencias heridas ante las flagrantes injusticias sociales de las que somos testigos.
 
Empezando la Cuaresma, Jesús nos reta a hacer el bien –pero en silencio, de forma discreta, incluso anónima, sin la necesidad de mostrarle a nadie los resultados obtenidos–. La ayuda gratuita, desinteresada, no solo beneficia a las personas a quienes asistimos en la medida de nuestras posibilidades. También nos enseña a vivir los valores de la humildad y de la discreción, y a alejarnos de todo protagonismo frente a un mundo acostumbrado a mostrar y a reconocer cada acción emprendida, incluyendo las iniciativas solidarias. Pensemos en el desafío que Jesús nos plantea hoy: ¿es capaz de vivir mi mano derecha sin saber lo que hace la izquierda?


 

Viernes 2 Febrero 2018

Reflexión en torno a la Fiesta de la Candelaria


Mis padres, que llevan 59 años casados, iban cada año, el 2 de febrero, a la celebración de La Candelaria al colegio Marista de Badalona, como miembros de la asociación de padres de alumnos. Ese día se conmemoraba la presentación de Jesús en el templo, un día especial porque los esposos renovaban sus promesas matrimoniales.
 
Es una bonita fiesta, que me llevó a escribir esta reflexión. La renovación de las promesas del matrimonio, por supuesto, se puede realizar en cualquier momento del año. Eso sí, el 2 de febrero se celebra la Jornada Mundial de la Vida Consagrada.

La presentación de Jesús en el templo por sus padres obedece al mandato de la Ley de Moisés, por el que a los 40 días de nacido un niño tenía que ser presentado en el templo. El 2 de febrero se cumplen los 40 días, contando desde el 25 de diciembre. La Ley de Moisés mandaba que el hijo primogénito de cada hogar le pertenecía a Nuestro Señor, y que los padres tenían que rescatarlo pagando por él una limosna en el templo.
 
La presentación de los esposos en el templo para renovar las promesas matrimoniales −la unión en el Señor−, es muy adecuada para este día. También lo es la celebración y la renovación de las promesas de los que han entregado la vida a Dios. Al igual que el primogénito de cada familia judía, le pertenecen a Nuestro Señor. Esta pertenencia, que es de hecho de todos los creyentes, se traduce también en fidelidad.
 
Pero se nos antoja que la fidelidad, la opción de algo “para siempre” −a excepción del tatuaje−, no está de moda. En un siglo de sobreabundancia de ofertas, ante tan gran abanico de oportunidades y tantas puertas abiertas durante el trayecto de una vida, se hace difícil optar definitivamente por un camino. El P. Isaac Riera, MSC, escribía hace un tiempo sobre “la voluntad debilitada”[1] y apuntaba que “el hombre postmoderno es un hombre atiborrado de estímulos, de sensaciones, de deseos, pero carece de fuerza de voluntad.” Quizás sea esta una de las causas de la poca perseverancia de algunos matrimonios o núcleos familiares, o incluso del descenso en vocaciones a la vida consagrada.
 
Aunque actualmente se hace una lectura negativa de la fidelidad, como si fuera un valor de tiempos pasados, relacionado con la resignación y con una ética de prohibiciones, se trata de un ejercicio libre, hermoso y creativo. La fidelidad es una elección, un compromiso, una opción fundamental, −sea con la pareja, los hijos, los principios, la profesión−, que implica coherencia con uno mismo, pero que encuentra un buen número de obstáculos y requiere perseverancia.
 
Para alcanzar esta perseverancia, Monseñor Grullón, Obispo de San Juan de la Maguana, en la República Dominicana, ponía esta simpática cuestión a los feligreses acerca del matrimonio: “¿Qué es mejor, conquistar o conservar?” A la respuesta de muchos que conservar era mejor, les explicaba que eso era dejar algo congelado, tal como estaba, con el peligro de que fuera deteriorándose. Por el contrario, conquistar era una labor del día a día. Así mismo lo expresa poéticamente el cantautor Víctor Manuel: “Día a día me creces dentro, día a día, porque te quiero, siempre estoy atizando el fuego.”
 
Aprovechemos hoy, día de la Candelaria para recordar nuestra opción fundamental y nuestra fidelidad, una fidelidad creativa y renovada. Una fidelidad en la que seguimos, día a día, atizando el fuego para reavivar la llama. Solo así nuestras elecciones, nuestras opciones fundamentales −y no solo el tatuaje−, pueden ser para siempre.


 
 
[1] https://clubjaimeprimero.wordpress.com/2017/03/13/la-voluntad-debilitada/
 

Martes 16 Enero 2018
Pablo Cirujeda, sacerdote de la Comunidad de San Pablo reflexiona en este artículo publicado en El País sobre la lacra de la violencia en México y el reto de no resignarse y contrarrestarla en el trabajo educativo con padres e hijos.

https://elpais.com/elpais/2017/12/01/planeta_futuro/1512129634_844944.html

 


 

Sábado 6 Enero 2018
En los Estados Unidos celebramos la Epifanía este domingo, en otras partes lo festejan el propio 6 de enero, día de Reyes. Es una celebración muy hermosa, no sólo porque en muchas culturas es un día para dar y recibir regalos, sino, además, porque tiene un profundo mensaje teológico. Los Reyes Magos, viniendo desde lejos, de naciones gentiles, buscan y encuentran a Jesús, el Mesías. La relación del encuentro entre personas y su encuentro con Dios está en el centro de nuestra identidad católica.
 
Yo comencé a descubrir la importancia de la Iglesia como lugar de encuentro, en mis años de formación con la Comunidad de San Pablo en la República Dominicana. Y fue a través de involucrarme en el trabajo con las comunidades de inmigrantes haitianos que viven en el territorio de la parroquia de La Sagrada Familia. Muchos de los que leen estas líneas saben que la relación entre los dos países no es nada cordial. Nosotros, con el tiempo, desarrollamos una acción de Pastoral Haitiana, siendo una de las pocas parroquias de la región con un programa de esta naturaleza. Después empezamos a realizar más actividades para unir a los dos grupos (dominicanos y haitianos) en momentos de oración común, en la construcción de una sola comunidad. Y estoy muy orgulloso de que la Comunidad de San Pablo continúe hoy con esta labor.
 
Ahora, en mi primer nombramiento como sacerdote, trabajo en la Parroquia de San Juan Pablo II, en el sur de Milwaukee, en los EE. UU. Allí tenemos una nutrida comunidad de angloparlantes, así como una creciente comunidad de hispanohablantes. La diversidad va más allá del idioma, pues la población hispana proviene de varios países de América Latina; además, nuestra parroquia es una mezcla de lo que antes fueron tres parroquias distintas, en una zona de la ciudad donde la diversidad cultural de cada vecindario era muy marcada. Inspirado, en parte por mis experiencias en la República Dominicana, ahora participo en un grupo que se dedica a construir unidad en la parroquia, en medio de esta amplia diversidad de culturas.
 
La parroquia (¡cualquier parroquia!) debería ser siempre un lugar de encuentro y unidad, entre todos y con Dios. Esto es esencial para lograr ser quien queremos ser, y lo profesamos cada domingo en misa. La unidad es el primer rasgo de la Iglesia de los cuatro que comprende el credo: una, santa, católica y apostólica. Y hay, por supuesto, una relación directa entre “una” y “católica”, que significa “universal”. Es en este sentido que el Concilio Vaticano II enseñó que la iglesia existe en Cristo como “luz de la humanidad”, como una “señal e instrumento” de comunión con Dios y de unidad entre toda la humanidad[1]​.
 
La conexión entre la unidad de personas y la unidad de la humanidad con Dios no es algo nuevo sino que está profundamente enraizada en la teología judeo-cristiana. Por ejemplo, una de las principales tradiciones orales del judaísmo antiguo con respecto a la culminación de la Historia de la Salvación usa la imagen de todas las naciones reunidas en la montaña de Dios y reconociéndolo como Dios. Podemos ver esto, por ejemplo en Isaías[2]. De esta manera, la unidad de las personas toma una importancia escatológica, apuntando hacia el final de los tiempos.
 
Así, no es de sorprender que las primeras comunidades cristianas, enraizadas en esta tradición, vieran a Jesús como el comienzo de la unidad entre todas las naciones, la plenitud de la salvación de Dios. Tenemos un ejemplo de esto en la lectura del domingo pasado, del Evangelio de Lucas en la Fiesta de la Sagrada Familia. El anciano Simeón descubre en el niño Jesús que “sus ojos han visto la salvación de Dios, que Él ha preparado a la vista de toda la gente, una revelación para los gentiles.”[3] Parte del cumplimiento de la promesa de Dios es la conexión mencionada entre la unidad de todas las naciones y el cumplimiento de la salvación.
 
En el Evangelio de hoy, en la Fiesta de la Epifanía, vemos algo parecido. Mateo tiene un “fuerte conocimiento y una conexión singular con las Escrituras, la tradición y las creencias judías.”[4] La mayoría de los teólogos afirman que Mateo escribía para una comunidad Judeo-cristiana, que afrontaba el reto de su creciente diversidad, a medida que más cristianos no hebreos se unían a ellas. Aceptando esta tesis, tiene sentido que Mateo se esfuerce especialmente por mostrar cómo Jesús es el cumplimiento de lo que prometió Dios en “las escrituras”, en la Torá y en los profetas.[5] Esta es la “Epifanía” que celebramos hoy. Viniendo del oriente, los Reyes Magos representan a las naciones gentiles que vienen a Jesús a rendir homenaje al Rey de los Judíos.
 
Esta idea se refleja a lo largo del Evangelio de Mateo, desde el principio, con la visita de los Reyes Magos, hasta el fin, cuando Jesús, resucitado, encomienda a sus discípulos que vayan por todo el mundo a “bautizar a todas las naciones.”[6] Para Mateo, la conexión entre la unidad de las personas y el cumplimiento del plan de Dios no es un discurso teórico, sino que apunta la importancia de la realidad por la que su comunidad estaba pasando. Los Reyes Magos “prefiguran a esos gentiles que son parte de la comunidad.”[7] Mateo, que escribe con fines catequéticos, recuerda a su comunidad, y a nosotros, que luchar por la unidad es de suma importancia, también por su significado escatológico: la unidad de los pueblos está vinculada a la plenitud del Reino de los Cielos.[8]

Puede haber ocasiones en que hayamos dado por sentada la importancia de la unidad en de la diversidad, ya que el concepto mismo se ha convertido en una frase común en nuestras escuelas, universidades, lugares de trabajo y programas de alcance social. Es quizás en parte por esa razón que parece que hoy varias sociedades se están alejando, tristemente de ella. Esto no debería suceder jamás en la Iglesia. No podemos perder de vista este mensaje de profundidad espiritual como principio de la unidad entre las naciones unido a la promesa del Reino de Dios. Crear unidad no es solo algo “bonito” sino que es parte de nuestra identidad como gente de fe, como discípulos de Jesús.
 
Al celebrar los Reyes Magos, renovemos nuestro fervor evangélico para alcanzar la unidad entre todas las personas. Tiempos de compartir con “el otro”, como pueden ser comidas festivas, liturgias bilingües o clases de cocina, no siempre son fáciles. Sin embargo, son esenciales para fortalecer nuestra identidad como Iglesia, llamada a ser una, santa, universal y apostólica.

 
 
 
[1] Lumen Gentium 1
[2] Ver por ejemplo Is 28:6, 43:9, 56:6
[3] Lc 2:30-32.
[4] Gale, Aaron M. 2011. “Introduction to the Gospel According to Matthew” en Jewish Annotated New Testament. Oxford University Press. p. 1.
[5] Ibid
[6] Mt 28,19.
[7] Harrington, Daniel J. 1991. The Gospel of Matthew.  En comentarios Sacra Pagina. Liturgical Press. p.49.
[8] John Nolland argumenta que el Evangelio puede haber sido escrito como un manual de catequesis para el discipulado, y que la autocomprensión del autor se refleja en Mt 13,53, en ser “hecho discípulo para ser un escriba para el reino de los cielos”. Mateo vio que su papel era preparar a la comunidad para el Reino de los Cielos a través de este manual catequético que enfatiza la unidad de la comunidad en conexión con el Reino. Nolland, John. 2005. The Gospel of Matthew en The New International Greek Testament Commentary. Wm. B. Eerdmans Publishing Co. p. 20.


 

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