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Miércoles 9 Septiembre 2020
 
De izquierda a derecha: Javier Guativa, Mike Wolfe, Mons. José Grullón y Thomas Naidu

 
El pasado 5 de septiembre tuvo lugar en Sabana Yegua la toma de posesión del nuevo párroco de La Sagrada Familia, P. Javier Guativa, y del nuevo vicario, P. Thomas Naidu, con la presencia de Mons. José Grullón, obispo de San Juan de la Maguana. Al mismo tiempo, se despidió de la comunidad parroquial el P. Michael Wolfe, que ha estado al cargo de esta parroquia desde junio de 2019.
 
Javier y Mike pertenecen a la Comunidad de San Pablo, y en breve Mike viajará a Colombia, donde formará equipo con Martí Colom en la Parroquia La Resurrección, ubicada en el sur de Bogotá. Javier, por su parte, ha trabajado nueve años como sacerdote en distintas parroquias de Milwaukee, y ahora estrena nueva etapa al frente de La Sagrada Familia. Asimismo, el Padre Thomas Naidu, originario de la India y con 16 años de sacerdocio, ha desempeñado su ministerio pastoral en la Archidiócesis de Milwaukee en los últimos cuatro años. Javier y Thomas trabajarán en equipo con el grupo de seglares miembros de la Comunidad de San Pablo que desde hace años desarrolla su labor en Sabana Yegua y comunidades aledañas.
 
Este pasado fin de semana la comunidad parroquial dio una cálida bienvenida a los dos nuevos sacerdotes y despidió con agradecimiento al P. Mike, deseándole muchas bendiciones en su nueva etapa.


 

Miércoles 26 Agosto 2020

Nazaret, hoy en día

El lunes de esta semana, 24 de agosto, en la Iglesia celebramos la fiesta de San Bartolomé, apóstol, también llamado Natanael. El evangelio que leíamos ese día, que narra el modo en que Natanael conoció a Jesús (Jn 1, 43-51), nos deja alguna lección interesante.
 
Felipe, que ya ha tratado con Jesús y ha quedado fascinado por lo que ha visto en él, se acerca a Natanael y le asegura que ha encontrado al Mesías. «Es Jesús, hijo de José, de Nazaret», afirma. La reacción de Natanael rebosa desconfianza: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?»
 
Dicen los historiadores que en el siglo I Nazaret era una aldea de pastores y campesinos que tal vez no superaba los doscientos habitantes, un anodino villorrio galileo donde, además, nunca había pasado nada relevante: no es mencionado ni una sola vez en todo el Antiguo Testamento. Natanael, muy consciente de la insignificancia de Nazaret, reacciona ante el anuncio de Felipe mostrando su prejuicio en toda su desnudez: es imposible que el Mesías venga de semejante lugar, vine a decir.
 
Felipe no se da por vencido, e invita a su amigo: «Ven a verlo». Y entonces ocurre lo que queríamos subrayar: Natanael, a pesar de su prejuicio, se levanta y va con Felipe a conocer a Jesús. Tal vez camina lleno de escepticismo, tal vez va pensando que está perdiendo el tiempo, sí… pero va. En él, la fuerza del prejuicio no ha sido lo bastante dominante como para disuadirlo de ir a ver, por sí mismo, lo que Felipe le comunica. Natanael, que demuestra tener prejuicios, también demuestra que es capaz de cuestionarlos. Del hecho que vaya con Felipe a conocer a aquel nazareno se desprende que está dispuesto a dejarse sorprender por la realidad. Para él, el prejuicio no es una verdad absoluta.
 
Seguramente es casi imposible deshacernos por completo de nuestros prejuicios. Y es casi imposible, en primer lugar, porque los prejuicios suelen ser inconscientes. Los absorbemos desde niños, los respiramos en casa, en la escuela, en el barrio. Lo explica muy bien Mario Levrero en un momento de su obra póstuma, la original y sugerente Novela luminosa: «Es difícil descubrir los propios prejuicios», escribe el novelista uruguayo: «Se instalan en la mente como absurdos dictadores, y uno los acepta como verdades reveladas. Muy de tanto en tanto y por algún accidente o azar uno se siente obligado a revisar un prejuicio, discutirlo consigo mismo. En esos casos es posible desarraigarlo. Pero quedan en pie todos los demás, disimulados, llevándonos desatinadamente por caminos erróneos»[1]. Todo esto no significa, por supuesto, que no debamos luchar para extirpar los prejuicios de nuestras mentes y corazones. Simplemente significa que se trata de una empresa peliaguda. Natanael, en este pasaje evangélico del primer capítulo de Juan, nos muestra un modo de llevarla a cabo, cuando se atrevió a ir a verificar sobre el terreno si su prejuicio era cierto. Mientras avanzaba hacia Jesús seguía pensando, sin duda, aquello de que «de Nazaret no puede salir nada bueno». Y, no obstante, fue a comprobarlo. Y, yendo, estaba admitiendo la posibilidad de que su opinión sobre aquella aldea fuera uno de estos absurdos dictadores descritos por Levrero, empeñados en construir para nosotros una realidad plagada de mentiras.
 
Es lo único que hace falta: tener la valentía de levantarnos, salir del pequeño mundo donde reinan nuestros prejuicios y atrevernos a confrontarlos con la realidad. Si lo hiciéramos más a menudo desenmascararíamos, seguramente, un buen número de cegueras que, sin saberlo, llevamos con nosotros a todas partes.

[1] Mario Levrero, La novela luminosa (Bogotá, Penguin Random House, 2016), p. 74

 

Miércoles 19 Agosto 2020
 

 

El pasado domingo, 16 de agosto, el Arzobispo de Milwaukee presidió la Eucaristía en la que diez seminaristas, que empezarán este curso su primer año de teología en el Seminario Arquidiocesano de Saint Frances de Sales, fueron aceptados como candidatos oficiales al presbiterado. Dos de ellos, Dennis Beltré y Denny Jacob, son miembros de la Comunidad de San Pablo. Si Dios quiere, serán ordenados sacerdotes dentro de cuatro años, cuando terminen sus estudios teológicos. ¡Pidamos por todos ellos!

 

Martes 28 Julio 2020
 

Ignacio Ellacuría, asesinado en El Salvador en 1989

En estos días, en medio de la avalancha de informaciones sobre el desarrollo de la pandemia de la Covid19, varios medios, tanto seculares como eclesiales, se han hecho eco de otra noticia de actualidad: el inicio, en España, del juicio al excoronel del ejército salvadoreño Inocente Orlando Montano, acusado del asesinato de los jesuitas de la Universidad Centroamericana en El Salvador (la UCA). Como es bien sabido, el 16 de noviembre de 1989, durante la guerra civil que entonces padecía aquel país, un pelotón de las fuerzas armadas gubernamentales entró en la residencia de la universidad y asesinó a sangre fría a los padres jesuitas Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín Baró, Segundo Montes, Amando López, Juan Ramón Moreno y Joaquín López, junto con Elba Julia Ramos, la persona que estaba al servicio de la residencia, y su hija Celina, de 15 años. Los jesuitas se habían destacado por sus posiciones intelectuales cercanas a la teología de la liberación, lo que a ojos de los sectores más conservadores del país los hacía sospechosos de ser simpatizantes del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), la guerrilla de izquierdas que combatía al gobierno. El objetivo principal de los asesinos fue Ellacuría, que entonces era rector de la UCA. El coronel René Emilio Ponce, comandante del batallón que perpetró el crimen, había declarado, tajante y siniestro: “Ellacuría debe ser eliminado, y no quiero testigos”.
 
Este juicio nos brinda la oportunidad de recordar una de las frases más conocidas de Ellacuría, que tal vez se repita tanto porque, con el paso de los años, ha ido cobrando vigencia. Hablamos de su dictamen según el cual, en vistas de las desigualdades que existen en el mundo, el único camino que le queda a la humanidad es lo que él llamó el camino de la austeridad compartida.
 
Treinta años después del asesinato de Ellacuría y sus compañeros, las desigualdades entre ricos y pobres en el mundo no han hecho sino crecer [1], y la crisis ambiental se ha convertido en la principal amenaza para el futuro de la humanidad. Hoy sería sencillamente inviable que todos viviéramos con el mismo tren de vida con el que los más pudientes desarrollan su existencia: los recursos disponibles en nuestro maltrecho planeta no lo permitirían. Es decir, que la miseria que padecen los desheredados del mundo es la factura exacta que paga la humanidad por el lujo del que otros disfrutan, o disfrutamos. Si cada ser humano (nos acercamos a los 8.000 millones) quisiera disponer del mismo espacio habitacional y de los mismos recursos energéticos de los que goza un ciudadano norteamericano medio, por ejemplo, necesitaríamos cinco planetas Tierra. ¿Problema? Que solo tenemos uno. Si todos queremos sobrevivir, solo nos queda un camino: la civilización de la pobreza, o de la austeridad compartida, propuesta por Ellacuría.
 
Nada de esto es nuevo. Aquí solo quisiéramos apuntar algo, muy simple, sobre la dimensión espiritual del asunto, y es lo siguiente: que la aceptación de una mayor sobriedad por parte de quienes hoy viven y vivimos consumiendo más recursos de los que nos corresponden no sería solo una buena noticia para quienes, así, podrían salir de la miseria. También sería una gran noticia para nosotros, los que hoy deberíamos aprender a vivir con menos. Porque el aprendizaje de la sobriedad es, tal vez, lo único que podrá liberarnos de la esclavitud a la que nos somete la civilización del gasto enloquecido.
 
¿Esclavitud? ¿No será una palabra demasiado fuerte? En absoluto.
 
Es esclavitud vivir pendiente a todas horas del último modelo de teléfono inteligente que ha aparecido en el mercado. Es esclavitud que uno se obligue a vestir exclusivamente con ropa de ciertas marcas populares (y costosas). Es esclavitud la urgencia por disfrutar de la última tecnología que las tiendas han colgado en sus escaparates. Es esclavitud tener que cambiar de vehículo cada pocos años, cuando el que tenía aún me llevaba adonde quería ir sin mayores problemas. Es esclavitud vivir mirando de reojo al vecino, con temor a que su éxito económico empequeñezca el mío. Es esclavitud la obsesión por medrar. Es esclavitud la pesadilla de haber convertido la vida en una competición permanente. Es esclavitud haber hecho del dinero nuestro Dios.
 
Más de uno leerá el párrafo precedente y dirá, con cierta suficiencia y una sonrisa desdeñosa en los labios: «Uf, vaya retrato más tópico, gastado y simplista del “consumista”; en realidad nadie vive así». Cierto, tal vez nadie sea así todos los días. Tal vez nadie seamos la imagen exacta de esta caricatura algo tosca del “homo consumericus” o del “homo despilfarrassensis” (si se nos permite la broma lingüística). Sin embargo, muchos tenemos algún rasgo suyo, o varios… y eso basta para que debamos plantearnos qué hacemos con la advertencia de Ellacuría. ¿La ignoramos, en un acto de irresponsabilidad insolidario que, además de perjudicar a los más pobres, nos esclavizará? ¿O empezamos a pensar que eso de la austeridad compartida es algo muy serio que sí, también va con nosotros?


 
[1] Nos lo recordó Noah Yuval Harari en su ya famoso 21 lecciones para el siglo XXI (de 2018), cuando nos advertía de que nos acercamos a la sociedad más desigual que jamás haya existido.

 

Jueves 23 Julio 2020

Reflexión del Padre Mike Ignaszak en su visita a Sabana Yegua

 


Hace unos meses el P. Mike Ignaszak, párroco de San Juan Pablo II en Milwaukee, visitó la Parroquia Sagrada Familia en Sabana Yegua, República Dominicana y aquí compartimos una reflexión basada en la homilía que dio en la pequeña capilla de Km. 8 un día antes de partir, sobre la lectura del evangelio del día.
 
La historia de Lázaro y el hombre rico siempre me obliga a reflexionar sobre mi vida. Me hace reconocer algo que me incomoda: a saber, que, en muchos sentidos, soy rico. Cuando era niño pensaba que mi familia no era pobre, pero que en modo alguno era rica. Mi padre trabajaba duro para mantenernos y, a veces, mi madre también lo hacía. Yo sabía que había personas que tenían mucho más que nosotros. Ahora me doy cuenta de que siempre he sido una de las personas más ricas del mundo. Por supuesto, hay quienes tienen muchas más cosas materiales y muchísimo más dinero que yo, pero nunca he conocido el hambre y nunca me han faltado las cosas básicas. Incluso después de que mi padre muriera cuando yo tenía once años, mi madre se fue a trabajar y pudo mantenernos, a sus hijos. En comparación con muchas personas del mundo que tienen mucho menos que yo, soy rico. Y resulta difícil estar en esa posición, de rico, y leer este Evangelio.
 
Cuando rezo con las lecturas tengo que redefinir la riqueza. Y ahora que tengo la oportunidad de predicar, mientras visito su hermosa parroquia, he aprendido a ver las riquezas de una manera nueva. Su comunidad ha sido muy bendecida, son una bendición para mí y para todos los que los visitan. Durante esta semana y media he conocido verdaderas riquezas en situaciones difíciles. Personas que viven día a día de la tierra han compartido generosamente conmigo; algunos que viven de una forma humilde me han mostrado una gran alegría. Con demasiada frecuencia, cuando tenemos más, queremos más. A menudo, cuando tenemos suerte, queremos más suerte. Cuando damos las cosas por sentadas, podemos sentirnos con derecho a gozar de privilegios que a otros les son negados. Ustedes me han enseñado que las verdaderas riquezas provienen de ser bendecidos por Dios. Su comunidad es bendecida y es una bendición para los demás. Doy gracias al Señor por el tiempo que he pasado con ustedes, y porque esto me ha cambiado.
 
Ahora estoy orgulloso de ser rico, pero no de lo material. Estoy orgulloso de ser rico en las bendiciones que Dios me ha dado a través de ustedes. Me han enseñado que el corazón de la verdadera riqueza está en reconocer que has sido bendecido. La riqueza material no tiene nada que ver con eso. Lo que nos hace a todos verdaderamente ricos es simplemente esa alegría de vivir, de saber que Dios está con nosotros. Les agradezco este ejemplo que me han dado, su hospitalidad, su calidez y su generosidad. Les agradezco su paciencia con mi español en las conversaciones y los cálidos saludos que me han dado en las calles.
 
Al contrario del evangelio de Lázaro y el rico y el gran abismo que los separa, en mi caso he podido cruzar la gran distancia que separa Sabana Yegua y Milwaukee. Ahora regreso a mi parroquia, a San Juan Pablo II, y les diré a mis hermanos y hermanas lo hermosos y bendecidos que son nuestros hermanos y hermanas en La Sagrada Familia.
 
Esta peregrinación cuaresmal me ha ayudado a conocerlos a ustedes y a aprender mucho acerca de su maravilloso país y la fuerza de su fe. Estas riquezas no están en una cuenta bancaria, pero valen mucho más que el oro. En este sentido, han hecho que este pobre hombre sea ahora rico, al ser bendecido por ustedes.

 

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