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Martes 4 Octubre 2016
Esteban Redolad
 
En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Ésta tenía una hermana llamada Maria, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se paró y dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano.» Pero el Señor le contestó: «Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán.»
 
La Historia de Marta y María ha sido asociada, a través de la historia, a la dicotomía entre oración y acción, así como a la distinción del mundo religioso entre vida contemplativa y vida activa. Una interpretación distinta sería que Marta es el prototipo de mujer y María el prototipo de discípulo, al menos según los prototipos de hace 2.000 años.
 
Marta se dedicaba a todo aquello que, aún en muchas culturas, es el rol femenino: cocinar, limpiar y atender todo lo referente al hogar. María hizo lo que nadie esperaba de una mujer: sentarse a los pies del maestro, es decir, ser discípula. Y Jesús hizo lo que ningún maestro hacía: tener mujeres discípulas. “Marta, Marta”, exclama Jesús, “María ha elegido la mejor parte”.
 
Marta no ha sido capaz de salir de las ataduras de una sociedad patriarcal en el que su rol era secundario. Se conforma, aunque sea quejándose, con su papel de servidora. Marta se empequeñece por el peso de una cultura machista mientras que María se atreve a asumir una misión.
 
Ojalá que las Martas que todos llevamos dentro, quejosas, empequeñecidas, den paso a Marías valientes, desafiantes, conscientes de su valía, de su potencial y de su misión.
 

Martes 27 Septiembre 2016
Dolores Puértolas

Hace unos años era común encontrar en algunos lugares un cartel con las palabras que dan título a esta reflexión. Con el tiempo y la modernización de los nombres (que no de las realidades), existen hoy nuevos apelativos, como “sala VIP” o “priority”, que de alguna manera vienen a significar lo mismo: señalan lugares exclusivos, es decir, que excluyen. Y excluyendo quizá hagan sentir más importante o privilegiado al que puede entrar, ¡quién sabe!

Recuerdo una escena de la película “La vida es bella”, que relata de manera curiosamente amable las desgracias y atrocidades del nazismo. El padre y el hijo protagonistas ven en el escaparate de una tienda el cartel “prohibida la entrada a judíos y perros”, y el padre, para que el hijo no se dé cuenta del racismo creciente (que acabará en uno de los mayores horrores de la historia de la humanidad), le dice, con el humor tragicómico que caracteriza el filme, que él pondrá en su librería un cartel prohibiendo la entrada a algo que les caiga mal a los dos; convienen con el pequeño que pondrá “prohibida la entrada a las arañas y a los visigodos”.

Recientemente estábamos en la misa dominical en la parroquia de Sabana Yegua, aquí en República Dominicana, y todo esto me vino a la mente al asombrarme una vez más de la capacidad de la Iglesia por ser inclusiva, por ser justamente lo contrario de una elitista sala VIP o del racismo de estado: sentados en un mismo banco estaban, uno al lado de otro, “Diosbendiga” —un joven del pueblo con discapacidad, que vaga por las calles vestido con harapos—, un anciano, una joven y una señora que ahora tienen un alto cargo político en el país.

Y es que la Iglesia es un lugar de reunión para el que no hace falta carnet de socio ni puntos acumulados, para el que no son imprescindibles recomendaciones ni amigos influyentes, ni a ella acuden personas con una misma ideología o un mismo nivel profesional. ¡Cuántas personas vulnerables encuentran en nuestras comunidades parroquiales una mano amiga y un abrazo que acoge!

Aun así, no hemos llegado a la meta: seguimos en camino para acercarnos más y más al evangelio de Jesús y para escuchar el soplo del espíritu en este siglo XXI. Arrastramos todavía situaciones en las que se pone a prueba este carácter inclusivo, en que la participación como hijos e hijas de Dios con igual dignidad pasa por trabas, limitaciones y quizás también por anacronismos. Es por eso que como comunidad viva queremos leer constantemente los signos de los tiempos a la luz del evangelio actualizando el mensaje de Jesús de Nazaret. De lo que no nos cabe ninguna duda es de que el carácter inclusivo es intrínseco e irrenunciable en nuestra Iglesia. Ojalá que del cartel de “reservado el derecho de admisión” no quede pronto ni rastro.

 


 

Martes 26 Julio 2016
Pablo Cirujeda
 
Es de sobras conocido y estudiado el proceso de mestizaje que se inició hace más de 500 años en el continente americano a raíz de su descubrimiento, y que está en el origen de las actuales sociedades americanas. Por un lado, se llevó a cabo un mestizaje cultural, una mezcla o síntesis de valores y tradiciones que abarcan desde la cultura política hasta la gastronomía, pasando por otros ámbitos de la vida como el trabajo o los modelos familiares. Es también notorio el mestizaje racial que se generó a partir de la convivencia entre los tres principales grupos étnicos presentes a lo largo del proceso de colonización: los indígenas, los europeos y los africanos.

Tres siglos más tarde, las sociedades americanas, especialmente en la Nueva España y en el Perú, donde este mestizaje fue de mayor intensidad, hicieron un intento de sistematizar lo que se vino a denominar como las castas coloniales, en consonancia con el fervor científico característico de la época, en la que se empezaba a describir los fenómenos naturales y biológicos con metodología científica. Según los distintos autores, en las sociedades virreinales se llegaron a catalogar hasta 16 castas diferentes según el tipo y grado de mestizaje, o incluso más. Los nombres no parecían agotarse en una lista interminable de categorías raciales: español, mulato, mestizo, morisco, castizo, lobo, cambujo, coyote, albarazado… No se puede ignorar que este intento de clasificación tenía como objetivo principal reivindicar la superioridad por parte de los descendientes directos de los españoles respecto a las demás castas presentes en los virreinatos.

Varios artistas de la época incluso desarrollaron un género pictórico con las pinturas de castas, que alcanzó su máxima expresión en el pintor novohispano Miguel Cabrera en el siglo XVIII. En uno de estos cuadros, hoy expuesto en el Museo Nacional del Virreinato en Tepotzotlan, México, podemos observar esas 16 castas diferentes, dibujadas en forma de viñetas. Llama la atención la penúltima categoría (número 15), que dice: Tente en el Aire con Mulata: Notentiendo.

Es difícil dejar de esbozar una sonrisa estando frente al cuadro, al ver esta categoría que pareciera estar llevando el intento de clasificación sistemática del mestizaje al absurdo: ¡Notentiendo! Solo podemos imaginarnos las entrevistas que realizaría el pintor con los modelos dibujados en sus cuadros, intentando conocer con precisión matemática todos los antecedentes del mestizaje de los mismos, y cómo, habiendo avanzado hasta esta penúltima categoría, quizás plasmara, con cierta frustración, lo imposible de su proyecto con la elección del término “notentiendo”.

Dos siglos más tarde, sin embargo, el debate sobre la identidad racial y cultural de los pueblos y de las personas no parece haber sido superado todavía. Persisten las tensiones en muchas de nuestras sociedades alrededor de los hechos que distinguen a los diferentes representantes de nuestro género humano, y desgraciadamente no hemos sabido renunciar todavía al proyecto de clasificar, muchas veces en orden jerárquico, a las personas en función de sus orígenes. En ocasiones incluso se sigue postulando la existencia de razas originarias, propias del lugar, y con pretendidos derechos adquiridos que los distinguen de los demás. Nuestra miopía histórica nos hace olvidar los siglos y milenios de mestizaje vividos en todos los grupos humanos. Un claro ejemplo son las sociedades mediterráneas, crisol de civilizaciones y razas desde antes que existiera memoria histórica, en las que se integraron civilizaciones tan diversas como los romanos, fenicios, griegos, árabes, íberos, germánicos, egipcios, etc.

La ciencia moderna, además, ha verificado recientemente lo que hasta hace poco era tan solo una teoría: nuestra especie, el Homo sapiens (en Asia y en Europa), contiene en sus cromosomas hasta un 3% de ADN que provienen de un mestizaje llevado a cabo con el Hombre de Neandertal… ¡hace 100.000 años!

Vamos descubriendo, poco a poco, que el origen de “Notentiendo” es seguramente todavía mucho más remoto y complejo de lo que pensábamos y sabemos. Ante lo absurdo de las clasificaciones, distinciones e intentos ilusorios de catalogar a los seres humanos solamente cabe una posible respuesta: reivindicar con fuerza que los seres humanos somos miembros de la única familia de los Notentiendo, una familia ricamente diversa, de la que todos tenemos derecho a formar parte en condiciones de igualdad.

 
 

Martes 19 Julio 2016
Martí Colom
 
A menudo el tono de un mensaje  dice más acerca de su emisor que el mismo contenido que el mensaje comunica. Es más: a menudo, el tono es el mensaje, casi por encima de su substancia.

Fijar nuestra atención en el tono—el estilo—con el que nos comunicamos nunca es un ejercicio superfluo, ni significa que estemos evitando debatir o enfrentar las cuestiones de fondo, porque el tono es un aspecto importantísimo del proceso comunicativo. Escoger el tono equivocado puede arruinar un intercambio de información o de pareceres, del mismo modo que acertar en el tono adecuado para exponer una opinión puede posibilitar la articulación de los mensajes más difíciles y que más oposición podrían generar por parte de sus destinatarios.

De hecho, como receptores captamos primero el tono, antes que la substancia de lo que se nos dice, y al terminar el intercambio comunicativo recordamos el tono tanto o más que dicha substancia, porque el tono es el que ha alcanzado nuestras emociones (y en gran medida ha determinado nuestra reacción, ya sea positiva o negativa, de adhesión o rechazo a lo expuesto). Las emociones experimentadas mientras escuchamos o leemos el mensaje, en efecto, suelen impactarnos más que el estímulo puramente intelectual provocado por las ideas planteadas, y suelen permanecer en nosotros más tiempo. Al final, pues, la substancia comunicada puede incluso perderse o quedar diluida, olvidada e ineficiente, entre esta captación del tono previa a la asimilación del mensaje y el recuerdo del tono posterior a su recepción.

El tono, además, es fundamentalmente inseparable del contenido que expresa, pues hay tonos que imposibilitan ciertos contenidos: un tono nervioso no servirá para acompañar una llamada a la serenidad, un tono agresivo y altanero difícilmente podrá vehicular un mensaje empático, un tono angustiado no sabrá transmitir un contenido esperanzado, y una exhortación a la paz no puede entregarse en un tono crispado… del mismo modo que será muy difícil usar un tono jovial para transmitir un reproche o un tono conciliador para destacar antagonismos, un tono disgustado para hablar de la alegría o un tono jocoso para conversar sobre la violencia. Hay tonos que, simple y llanamente, obstaculizan el proceso de transmisión de los contenidos que se quiere comunicar.

El tono que usemos será especialmente importante cuando queramos compartir ideas y consideraciones sobre la fe y sobre nuestra espiritualidad, por tratarse de realidades donde la subjetividad y la experiencia personal de quien habla tienen mucha relevancia, a la vez que son temas que tocan una dimensión muy íntima de los que escuchan el mensaje.

Hemos hecho este largo preámbulo para hablar del pontificado de Francisco. Algunos críticos, hablando desde su deseo de que haya reformas significativas en la Iglesia y movidos por la frustración ante la ausencia de tales reformas, reprochan al papa que únicamente esté cambiando el tono del discurso eclesiástico: con eso quieren decir que reconocen una novedad en el estilo de Francisco, admiten que su discurso ha perdido el acento severo, moralizante, altivo, incluso prepotente que a menudo había caracterizado al magisterio, hasta hace poco tiempo… pero aseguran que este cambio no cambia nada, pues no perciben transformación alguna en la sustancia de lo que el papa anuncia. Es la misma letra con otra música, algunos han dicho: la melodía es más moderna, pero las palabras son “las de siempre”.

Si consideramos lo planteado en los párrafos precedentes nos daremos cuenta de que estas críticas olvidan que, en realidad, un cambio de tono ya es, en gran medida, un cambio de sustancia. Nos parece que Francisco sabe muy bien lo que hace: si logra que la afabilidad, la humildad y la sencillez se impongan como el nuevo tono con el que la Iglesia se expresa y hace oír su voz, ciertos contenidos ya no se podrán transmitir o tendrán que ser necesaria y profundamente repensados. Su tono dialogante y no autoritario no solamente dibuja un nuevo perfil de la Iglesia, con un énfasis—decisivo—en la misericordia, la comprensión y la alegría: también frena y desautoriza una interpretación rigorista, tajante, cerrada e inflexible de las verdades de la fe.

Si es cierto que el tono ya es parte del mensaje, la conclusión es que Francisco sí está diciendo cosas nuevas. Usando un tono nuevo abre las puertas a nuevos contenidos, muy consciente, nos atreveríamos a sugerir, de que la consecuencia inevitable de cambiar de tono es el descubrimiento de una nueva luz que impacta necesariamente la vivencia de la fe.

Obviamente, queda por decir lo más importante: que Francisco, al usar el estilo de la ternura y la cercanía, al preferir el tono y el lenguaje de la misericordia, no está haciendo otra cosa que recuperar el tono del mismísimo Jesús. El “nuevo” estilo de este papa no es sino un regreso a lo más propio del evangelio; a la voz que una y otra vez animaba a las personas a levantarse, a descubrir que su propia fe les había salvado, la voz que le dijo a la mujer “tampoco yo te condeno” y a los discípulos “os llamo amigos”. El “nuevo” estilo de Francisco es, sencillamente, un retorno y una puerta abierta de par en par hacia lo más auténtico y verdadero del mensaje cristiano... que quizá, el magisterio había ido olvidando a base de favorecer un tono grandilocuente, abstracto, grave, defensivo y enfadado para hablar de las cosas de Dios.


 

Martes 5 Julio 2016
Dolores Puértolas

Las carencias educativas, afectivas, sociales y económicas que se experimentan en muchos núcleos familiares son como uno de esos ovillos tan enredados que no hay quien sepa por dónde empezar a estirar del hilo para, entonces, poderlos deshacer. A  veces se empieza a estirar y encontramos un gran nudo imposible de desenredar, y hay que buscar la otra punta del hilo e intentar por ahí.

Ricardo es un muchacho de sonrisa agradable y actitud tranquila a quien conocemos desde hace muchos años. Cuando era pequeñito acudía a la parroquia de La Sagrada Familia, en Sabana Yegua, que está a cargo de la Comunidad de San Pablo desde el 2003. Allí, con sus amigos, ayudaba en lo que hiciera falta: participando de grupos juveniles, colaborando en el huerto, barriendo, lavando el coche, cualquier cosa con tal de estar con los amigos haciendo algo, y, por qué no, si había algún plato de comida sobrante, aceptarlo de buena gana.

De una familia numerosa, en la que falta el trabajo y abundan los problemas, él se alejaba cada día de su barrio y de posibles amistades conflictivas, ocupando su tiempo sobrante después de la escuela en actividades variadas, también acompañando los curas a sus celebraciones por todo el territorio parroquial. Los sacerdotes, viendo su inteligencia, obtuvieron los recursos para que iniciara la secundaria en un buen colegio de Azua, la capital de provincia. Pero no funcionó. Quizás la distancia vital entre los demás compañeros, procedentes de familias acomodadas, y él era demasiado grande para lograr un buen encaje. Se desanimó y dejó el colegio. Sintió que le había fallado a “los padres”, por lo que se alejó durante un tiempo.

Tras reencontrarlo, lo animamos a proseguir los estudios en la escuela secundaria del pueblo. Todos sabíamos que el nivel no era el mismo, pero no había que insistir en algo que no había funcionado una vez.

Hace casi dos años nos visitó una voluntaria de España durante unas semanas, y quedó “tocada” por las muchas necesidades, decidiendo colaborar con varias becas educativas. En su estancia dio clases de inglés a los muchachos, y allí conoció a Ricardo. Era un estudiante sobresaliente y nos dijo que le gustaría continuar con el inglés, por lo que, junto a nuestra amiga, que pagaría la beca, propusimos que los fines de semana fuera a una academia a seguir un curso de inglés.

Actualmente está en el último nivel del curso intensivo de inglés y le va muy bien. En el mes de enero pasó una semana traduciendo durante la campaña oftalmológica que realiza un equipo de médicos que viene cada año de los EE.UU. Posteriormente tuvimos a una voluntaria de ese mismo país dando clases de inglés durante un par de meses y Ricardo estuvo de asistente. Cuando la voluntaria se marchó los estudiantes le pidieron a Ricardo continuar las clases y nosotros lo animamos a que lo hiciera. Duró unos meses impartiendo el curso de inglés a niños y adultos de la comunidad, que no dejaban de sorprenderse del cambio de este muchacho que no hace tanto rondaba por la parroquia ayudando en el huerto y jugando con sus amigos. Sus conocimientos de inglés y su seguridad dando clases son un aliciente para cualquiera que quiera superarse.

Y más recientemente, Ricardo ha dado el paso siguiente: el salto a la universidad. Es siempre un paso tremendamente difícil, pues incluye cambiar de ciudad, irse lejos, buscar alojamiento, estudios, y sobre todo el reto económico que supone. Muchos jóvenes sueñan con la universidad y cuando acaban la secundaria se topan con la realidad de lo prácticamente imposible que es ese paso. En el caso de Ricardo, nuestra amiga le está apoyando. Ojalá sigamos encontrando a muchas personas que nos ayuden en el programa de becas, pues de alguna manera es como ir desenredando ovillos y el hilo que estiramos es el estudiante becado: cuando mejore su vida, mejorará la de su familia.  ¡Muchos jóvenes esperan esta oportunidad!

 


 

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