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Jueves 26 Septiembre 2019
Desde hace varias semanas, medios de todo el mundo han informado ampliamente de los grandes incendios que están asolando el Amazonas. El equipo de la Comunidad de San Pablo en Cochabamba nos cuenta cómo esta desgracia está afectando particularmente a Bolivia.
 
Desde hace dos meses, varios incendios invaden uno de los pulmones más verdes de Bolivia. Los noticieros hablan de más de dos millones de hectáreas quemadas en la zona de la Amazonía, la Chiquitanía y el Chaco boliviano. Se trata de un verdadero desastre ambiental para la fauna y la flora, así como humanitario, para los indígenas que habitan esas tierras, que lo están perdiendo todo.
 
Cada año, en esta época del año, se realizan los “chaqueos”, o quemas controladas, para preparar el terreno para la siembra o para la crianza de ganado. Normalmente no escapan del control humano, pero este año el gobierno boliviano ha aprobado un polémico decreto que promueve la ampliación de la frontera agrícola en zonas de bosques permitiendo la “quema controlada” y el asentamiento de nuevos colonos de otras zonas del país. Esto ha provocado que las quemas tradicionales se hayan descontrolado, causando la presente situación.
 
Varias instancias del país, entre ellas la Conferencia Episcopal Boliviana, están pidiendo a gritos que el gobierno declare una emergencia nacional en las zonas afectadas, y que se abra a la ayuda internacional de expertos para controlar los incendios. Además, para poner freno a esta catástrofe medioambiental muchas voces también solicitan la prohibición inmediata de los chaqueos así como de la instalación descontrolada de los nuevos campesinos en tierras de la zona no aptas para la agricultura. Esperamos que de manera inmediata y urgente se tomen las medidas para frenar esta tragedia que está afectando al país.


 

Martes 17 Septiembre 2019
 

La CSP está presente en la Ciudad de México mediante dos proyectos pastorales distintos: por un lado, en el sur de la ciudad coordinamos el Centro Comunitario de Desarrollo Infantil “San José”, en el que 122 niños y niñas menores de 6 años de un asentamiento irregular reciben a diario una atención integral en la etapa crucial de la primera infancia, y, por otro lado, en el poniente de la gran urbe apoyamos el trabajo pastoral y social en un barrio popular de población trabajadora.
 
Después de haber trabajado durante cinco años como vicario parroquial en esta segunda zona pastoral de la arquidiócesis, Pablo Cirujeda fue recientemente nombrado rector de la Rectoría Nuestra Señora del Rosario. Como responsable de esta parroquia atenderá una población de unas seis mil personas, en su mayoría familias humildes y de escasos recursos. Junto con la coordinación de los diferentes programas pastorales (catequesis infantil, pastoral de los enfermos, pastoral sacramental, etc.) también está abriendo espacios para el desarrollo comunitario, como talleres de artesanías para niños y jóvenes, activación física para adultos mayores, y un centro de escucha terapéutica, y se está integrando con otras instituciones y agentes sociales de la zona para iniciar un programa de capacitación laboral para jóvenes.
 
Este nuevo reto pastoral se suma a los esfuerzos que la CSP realiza para que sus compromisos aborden una evangelización integral de la persona, entendiendo la pastoral como un camino que abarca todas las dimensiones personales, familiares, y sociales del ser humano.


 

Miércoles 11 Septiembre 2019
 

Escucho esta canción: "La amistad con los pobres nos hace amigos de Dios, la amistad con los rotos, con los solos…con Dios". De los últimos años de mi intensa vida de misión en República Dominicana, con muchos proyectos y actividades interesantes, con muchos logros y muchos aprendizajes, recuerdo hoy en especial a Tomás.
 
Tomás falleció hace unos meses. Tenía entre 60 y 70 años, ni él mismo lo sabía. Un hombre solo, a quien el azar de la vida llevó a Sabana Yegua. Sus hermanos y familiares se afincaron en otros pueblos y lo visitaban cuando sus ocupaciones se lo permitían. Tomás era un miembro activo de la Parroquia, acudía a las misas dominicales y también a las asambleas parroquiales. Es curioso cómo conocemos a mucha gente, pero hasta que no tenemos una relación más personal no conectamos con su chispa. Y eso me sucedió a mí. Él era uno más, un hombre mayor que salía adelante en la vida a pesar de una importante limitación intelectual que no le dejaba trabajar.
 
Nuestra amistad, o al menos el cariño mutuo, empezó cuando se le presentó una psoriasis tremenda en todo el cuerpo. Sin tapujos ni vergüenzas levantaba la camiseta y me mostraba el torso, como lo mostraba a otras personas, y nos explicaba el dolor que le producía y los múltiples ungüentos que se había aplicado. Muchos preguntaban si lo que tenía era contagioso pues hacía de mal mirar. Me negué a darle una ayuda económica para ir a una curandera supuestamente milagrosa de la capital y eso me comprometía con él. Conseguimos una dermatóloga especializada y fuimos juntos a Santo Domingo, ¡qué viaje! Ese hombretón de 1,90 tuvo que apoyarse en mí al subir por primera vez las escaleras mecánicas del metro. ¡Reímos mucho!
 
Al cabo de unos meses ya no quedaba rastro de la psoriasis, y me lo mostraba orgulloso levantándose la camiseta ¡cada vez que me veía! Pero ni Tomás ni yo somos los protagonistas de esta historia. ¿Quién le ayudó a no olvidar ponerse las cremas por la mañana, al mediodía, por la noche? ¿Quién le mantuvo la pobre casita limpia? ¿Quién le hacía la colada? Las vecinas. ¿Quién le daba de comer y le regalaba ropa? Las vecinas.
 
En estos últimos meses Tomás enfermó de nuevo, era diabético y se le iban acumulando otros dolores. Tuvimos que correr al hospital con él totalmente alterado y descompensado por el azúcar. Finalmente murió. ¿Quién limpió su cuerpo y lo vistió para que quedara digno? ¿Quién barrió y adecentó la casa y sirvió refresco para todos los que se acercaban a dar el pésame? Las vecinas. ¿Quién le acompañó hasta su sepultura en el cementerio? Las vecinas. Las valerosas y cariñosas vecinas lo hicieron siempre, desde que lo conocieron, con una naturalidad deslumbrante: atender al vecino que no puede valerse era para ellas algo normal. Quizás ellas intuyen desde el fondo de su corazón esta bonita frase de la canción: La amistad con los pobres nos hace amigos de Dios.


 

Miércoles 4 Septiembre 2019
A veces el arte, por muy hermoso que sea, ha fomentado la idea del Dios severo, que nos prueba, olvidándose del Padre Misercordioso de Jesús


Entre muchos creyentes está viva, por lo menos en ciertos ambientes culturales y eclesiales, la idea de que las dificultades que nos salen al paso a lo largo de la vida son pruebas que Dios nos envía. Pruebas, grandes o pequeñas, con las que, supuestamente, el Señor quiere examinar la solidez de nuestra fe. De acuerdo con esa creencia, una enfermedad, un accidente, una relación afectiva truncada, la pérdida de un ser amado y cualquier otra desdicha que nos sobrevenga son exámenes a los que Dios nos somete para calibrar la fortaleza de nuestra fe. Si las tribulaciones nos roban la paz y nos hacen dudar de su amor por nosotros (“Señor, si me quieres, ¿por qué permites que me suceda esto? ¡Tal vez es que no me quieres!”), entonces es señal de que nuestra fe es débil y quebradiza. Si, por el contrario, los contratiempos, las amarguras e incluso las tragedias no logran hacer tambalear nuestra confianza en su amor, entonces podemos respirar tranquilos: aprobamos el examen.
 
Esta convicción, por muy arraigada que esté, no se sostiene teológicamente, no ayuda a que tengamos una vida espiritual saludable y es muy dudoso que jamás haya producido buenos frutos. De hecho, haríamos bien abandonándola.
 
¿Qué imagen de Dios presupone la idea de que los sinsabores de la vida son pruebas que Él nos envía para comprobar la salud de nuestra fe? Pensémoslo por un momento: en primer lugar, la de un Dios ignorante, que no nos conoce, que no sabe lo que hay en nuestros corazones, y tiene que probarnos para descubrirlo. En segundo lugar, la de un Dios inseguro y vanidoso, que necesita asegurarse constantemente de nuestra lealtad hacia Él. Y, en tercer lugar, la de un Dios cruel y retorcido, pues la forma que usa para confirmar una y otra vez que no le hemos dado la espalda es, paradójicamente, haciéndonos sufrir. Ante esta idea de Dios, tal vez lo más grave no sería que las desdichas nos hicieran perder la fe sino conservarla, pues, en caso de mantenerla, se trataría de una fe malsana y servil, fe en este Dios infantil, dubitativo, engreído y sin amor, más parecido a un tirano enloquecido (al Calígula de Camus, pongamos por caso) que al abbá que experimentó Jesús, representado por el padre del hijo pródigo, el buen pastor que salió en busca de la oveja perdida o el padre compasivo que «hace salir el sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos» (Mt 5,45).
 
El Dios que nos prueba, en resumen, contradice al Padre Misericordioso que anunció Jesús. Por eso, sea cual sea la respuesta que en cada momento de la vida vayamos dando al espinoso problema del mal y del sufrimiento en el mundo, lo seguro es que, con el evangelio en la mano, no podemos atribuírselos a Dios.
 
Hay una perspectiva que encaja mucho más con lo que nos narran los evangelios: la del Dios que nos sostiene y acompaña en medio de las tribulaciones y sufrimientos que la vida misma (esa vida frágil y accidentada, la única posible en este mundo) conlleva. En vez de suponer que Dios es el autor del sufrimiento, asumamos que la condición humana es frágil y está expuesta al dolor y a las decepciones, pero que, en medio de todas las tormentas, absolutamente de todas, Dios camina a nuestro lado, ofreciéndonos su apoyo y amor incondicional.
 
Es posible que, a más de uno, el Dios que surge de esta segunda perspectiva le parezca débil, menos majestuoso y omnipotente que el soberano absoluto que nos ponía a prueba enviándonos males. Y, sin embargo, si nos detenemos a meditar en ello, pronto nos daremos cuenta de que el Dios que escogió mostrar su grandeza mediante su ternura, su dulzura y su amor por nosotros, haciéndose solidario de nuestro dolor y acompañándonos en él hasta el final, es el que nos anunció Jesús de Nazaret. También es el único en el que vale la pena creer.


 

Martes 27 Agosto 2019
 

El pasado sábado, día 24 de agosto, tuvo lugar en Totorani (Independencia, Bolivia) la inauguración y bendición de una nueva capilla, que también servirá como centro comunal para la comunidad local. La construcción de este nuevo espacio de oración y reuniones comunitarias fue financiada en su totalidad por donaciones de feligreses de la parroquia de Sacred Heart de Racine, Wisconsin (EE.UU.), de la que Ricardo Martín, miembro de la Comunidad de San Pablo, es párroco.
 
La inauguración se desarrolló en un ambiente festivo y celebrativo, con presencia de unas cincuenta familias procedentes de Totorani y de varias aldeas vecinas (Chulpani, Rodeo, Buenavista, Tiquirpaya). El P. Teófilo, párroco de Independencia, y dos compañeros sacerdotes más (todos ellos salesianos) también estuvieron presentes, así como los miembros de la CSP que viven en Bolivia y Ricardo Martín, quien viajó desde los EE.UU. acompañado por varios feligreses de Wisconsin.
 
El terreno donde se alza la nueva edificación es comunitario, y la gente de la zona lo donó para que en él se construyera la capilla-centro comunal, que tiene unas dimensiones de 23 m de largo por 8 de ancho.
 
Felicitamos a todos aquellos involucrados en esta iniciativa, llevada felizmente a buen término: las comunidades locales, los miembros de la CSP que coordinaron el proyecto y los feligreses de Sacred Heart en Racine que con su generosidad también lo hicieron posible.

 


 

 

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