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Miércoles 3 Abril 2019


Durante la Cuaresma, católicos alrededor del mundo practican de forma más intensa la oración, el ayuno y la limosna. El P. Ricardo Martín, de la Comunidad de San Pablo, es rector de la parroquia del Sagrado Corazón en la ciudad de Racine, en Wisconsin. Los dos últimos años, la parroquia ha dedicado su campaña de Cuaresma a la construcción de sendas capillas en la parroquia de la Sagrada Familia, en la República Dominicana, donde la CSP ha trabajado desde 2003. Estas capillas no son sólo espacios de oración, sino que también se utilizan como lugares donde se reúne la comunidad y desde donde se pueden llevar a cabo diversos programas educativos. Estos dos últimos años, dos grupos de la parroquia han viajado a la República Dominicana para conocer de primera mano el trabajo que se realiza allí y para estar presentes en la inauguración y bendición de cada capilla.

Este año, la parroquia está dedicando su campaña cuaresmal a la construcción de una nueva capilla/centro comunitario, pero esta vez en la zona de Independencia, en la provincia de Cochabamba, en Bolivia. Independencia está a unas cuatro horas en coche de la ciudad de Cochabamba, atravesando una increíblemente bella sección de Los Andes. La capilla será construida en un terreno donado por la comunidad local, y situado en un lugar central a ocho distintas comunidades rurales, y desde ahí se llevarán a cabo programas médicos, de educación y agricultura. Para informarse del proyecto y de la gente a la que servirá, Ricardo visitó Independencia en febrero. Este es el video que se ha producido para explicar el proyecto a los feligreses de la parroquia del Sagrado Corazón de Racine, Wisconsin: http://www.youtube.com/watch?v=ZMKc4vAvZyc


 

Martes 26 Marzo 2019


Tal vez no sea exagerado afirmar que uno de los principales problemas a los que se enfrentan nuestras sociedades actuales es la presencia, en su esfera pública, de un número inusualmente elevado de pirómanos: es decir, de políticos, líderes sociales, intelectuales, periodistas y figuras conocidas de todo tipo y de ideologías muy variopintas que, sin embargo, tienen en común la tendencia a provocar fuegos, a  incendiar el debate con planteamientos maniqueos que polarizan la sociedad, con exabruptos, con insultos, o apelando a las emociones más que a la razón.

No es ningún secreto que estamos inmersos en una época de cambios muy profundos: se tambalean equilibrios geopolíticos que hace apenas unos años parecían estables, y en verdad no sabemos cómo será el mundo dentro de un lustro o una década. Es legítimo preguntarnos, por ejemplo, si la ola autoritaria y populista que hoy sacude Occidente (y que es en sí misma, sin duda alguna, el resultado de las incertidumbres que países enteros experimentan en cuanto a su futuro, sus economías, su seguridad, la permanencia de sus valores más tradicionales) es una pesadilla pasajera, que la cultura democrática occidental sabrá frenar, o bien la aurora de una nueva era en la que valores democráticos que hoy damos por sentados quedarán en entredicho. La posverdad, ¿es una fiebre transitoria que sabremos sacudirnos, o ha venido para quedarse? La nueva xenofobia de la que hacen gala (sin ningún pudor) políticos destacados a ambas orillas del Atlántico, ¿es efímera o echará raíces en la sensibilidad de las poblaciones del futuro?

No lo sabemos. Sí es evidente que, ante la volatilidad del presente, lo último que necesitamos es el exceso de pirómanos que parecen poblar nuestros gobiernos, medios de comunicación y redes sociales. Un mundo en profunda transformación requiere sosiego, no más incendios.

La piromanía de tantos líderes actuales no hace sino incrementar la sensación de zozobra de mucha gente, provocada por los tiempos inciertos en que vivimos (aunque mucho menos inciertos, seguramente, de lo que asegura el discurso incendiario de estos líderes).

Tampoco es la primera vez que sucede algo similar. La historia enseña que toda época convulsa ha visto surgir su colección particular de pirómanos, oportunistas que, sencillamente, ven en el río revuelto la posibilidad de pescar… fama y poder. Esta búsqueda es, a fin de cuentas, lo que los mueve, y la estrategia para lograr sus objetivos no podría ser más simple: describen un mundo en llamas, contribuyen a que el fuego se propague, y acto seguido se presentan como aquellos que pueden sofocar el incendio: como los únicos que pueden hacerlo. Lo asombroso, por supuesto, es que siendo tan obvia y antigua la estratagema, siga dando resultado.

Insistamos, para concluir, en algo que ya hemos subrayado en este blog en otras ocasiones: aunque las voces incendiarias puedan ser sugerentes, hechiceras y atractivas, lo que necesitamos son voces que en vez de polarizar creen consensos, que en vez de tensar la cuerda apacigüen los ánimos, que en vez de alarmar tranquilicen, que en vez de pintar las cosas de un solo color sepan matizar, que en vez de mentir (asegurándonos que poseen soluciones simples a los retos que nos rodean) tengan la honradez de reconocer la complejidad de la realidad, y la inteligencia para moldearla de modo que beneficie al bien común, y no únicamente a algunos. Solo estas voces (también las hay) nos ayudarán a enfrentar con sensatez el futuro incierto que se avecina.


 

Martes 12 Marzo 2019

Con el comienzo del curso escolar han arrancado los diversos programas educativos de la Comunidad de San Pablo en el centro de desarrollo comunitario Casa Garavito de Bogotá




 
En Colombia el calendario escolar va de febrero a noviembre, de modo que las vacaciones más largas de los estudiantes, que en otros países son en julio y agosto, aquí tienen lugar en diciembre y enero. Con el inicio del curso académico en los colegios y universidades de todo el país, también hemos dado inicio a los diversos programas educativos que funcionan en el Centro de Desarrollo Comunitario Casa Garavito, que la Comunidad de San Pablo tiene en el barrio El Pesebre del sur de Bogotá.
 
Este año hemos abierto dos grupos de estudiantes nuevos en el taller de Corte y Confección. Sumando las personas que se han inscrito para empezar de cero y las que siguen su formación del año anterior, ya son 50 (en su gran mayoría mujeres, aunque también las acompañan algunos hombres) las que participan de estos cursos.
 
El primer sábado de febrero ya dio inicio, también, la educación para el grupo de adultos mayores del barrio que han venido recibiendo clases de cultura general desde el 2017. Nos alegra mucho poder informar que este año se han añadido varios estudiantes nuevos a este programa, siendo hoy casi veinte los abuelos y abuelas que se reúnen, bolígrafo y papel en mano, todos los sábados en casa Garavito.
 
También las clases de guitarra para niños y jóvenes han comenzado a buen ritmo (nunca mejor dicho). Por otro lado, estamos inscribiendo niños de 6 a 15 años para un nuevo programa, en este caso de clases de Inglés Básico, que empezará en abril. Este será, sin duda, un buen complemento al resto de programas, y mucha gente ha mostrado interés en él.
 
Desde Casa Garavito (que también acoge programas pastorales de la parroquia La Resurrección, como un taller bíblico semanal y un grupo juvenil) seguimos coordinando nuestro programa de becas universitarias. En 2019 estaremos colaborando a 22 estudiantes del barrio, para que con nuestra asistencia puedan continuar sus estudios universitarios.  
 
Finalmente, una iniciativa nueva de la Comunidad de San Pablo en Bogotá para este 2019 es que hemos dado inicio a una colaboración con una fundación local (“Solidaridad, Fuerza de lo Pequeño”) que desde hace años atiende a personas con discapacidad del barrio La Resurrección. La ayuda de la Comunidad de San Pablo permite que estos jóvenes y adultos discapacitados cuenten con actividades organizadas para ellos tres días por semana. Nos alegra sobremanera poder poner nuestro granito de arena también para su bienestar y desarrollo personal.

 


 

Miércoles 6 Marzo 2019

 
 
El domingo pasado, el último del Tiempo Ordinario antes del Miércoles de Ceniza, escuchamos un mensaje con tres enfoques de Jesús con respecto a la integridad de aquellos que se esfuerzan por ser sus discípulos. Dicha integridad se basa en la humildad y la introspección: reconocer la propia ceguera, quitar la viga del propio ojo antes de ocuparse de la astilla en el ojo del hermano. Y así como las raíces de un frutal necesitan ser curadas para que el árbol dé buen fruto, así también nuestros corazones deben limpiarse a menudo para que lo que emane de ellos sea sano y constructivo.

Seremos conocidos por el fruto que demos, que saldrá de nuestros corazones. Cualquiera que haya sido padre de un adolescente sabe que la pedagogía del “haz lo que digo, no lo que hago”, tiene poco peso, y no inspira. Y, desde luego, no se trata solo de que no funciona con los adolescentes. En ese sentido, si nos tomamos en serio que estamos llamados a ser discípulos de Jesús, a ser aquellos que aprenden del maestro y luego son enviados a compartir el Evangelio, primero debemos comenzar por trabajarnos a nosotros mismos. Debemos comenzar por nuestra interioridad, y allí cultivar la humildad.

La Cuaresma es un tiempo especial que se nos da cada año para reordenar nuestras prioridades y centrarnos de nuevo en el Evangelio de Jesús. Lo comenzamos por un acto aleccionador, de recibir cenizas. El Misal Romano ofrece dos opciones de frases que pueden decirse mientras que el ministro coloca las cenizas en la frente de los fieles. La primera es muy directa: “Recuerda que eres polvo y al polvo volverás”. Esta opción conecta directamente el gesto que hacemos con el origen de las palabras humildad y humilde, que vienen del latín humus, que significa “tierra”. Ser humilde significa, literalmente, bajarse al suelo. La segunda opción también invita a los fieles a la humildad, a reconocer sus propias limitaciones y faltas, y establece una conexión con el discipulado: “Arrepiéntanse y crean en el Evangelio”.

Esta llamada a la humildad no equivale a que nos creamos unos inútiles. Esto no tendría sentido, puesto que desde hoy nuestros ojos miran hacia la Salvación y la Resurrección. ¡Jesús no vino a salvar basura! La austeridad y la humildad de la Cuaresma no pueden separarse de la Pasión ni, sobre todo, de la Resurrección de Jesús. Este último es, por supuesto, el centro del Evangelio de Jesús, que nos muestra el poder del amor humilde.

En última instancia, la humildad es fundamental para el discipulado porque siendo humildes podemos aprender del Maestro y llegar a ser como él (algo que también se mencionó en el Evangelio del domingo pasado). Nos arrepentimos y rebajamos, no para quedarnos en el suelo, sino para ser levantados por el Maestro, aprender de él y darnos cuenta de nuestro verdadero valor ante los ojos de Dios. Al creer en el Evangelio adquirimos la fortaleza para salir y anunciar la Buena Noticia de Jesús, y entonces nuestras palabras tendrán el peso de las palabras de los que practican lo que predican. Hay algo especial, singular, en aquellos que viven el Evangelio creyéndolo profundamente.

Por lo tanto, la humildad es el comienzo del verdadero cambio en nuestros corazones y en el mundo que nos rodea. La humildad requiere mucha fortaleza (¡esa viga de madera suena bastante pesada!). Y si ella impregna nuestro centro (nuestro corazón) podemos ser mucho más fuertes, apartar nuestro ego y dejar que entre en nosotros la gracia de Dios, de modo que él pueda usarnos como sus instrumentos, a menudo de maneras que nunca hubiéramos imaginado.

Que la recepción de las cenizas de hoy sea un impulso para hacernos humildes, y para que nuestros corazones se llenen de la esperanza del Evangelio. Si profundizamos y aceptamos los desafíos de este tiempo cuaresmal, la oración, el ayuno y la limosna darán buenos frutos, no solo en nuestras vidas, sino también en las de quienes nos rodean.


 

Miércoles 27 Febrero 2019



A las personas no creyentes que, a pesar de declararse agnósticas o ateas, observan con interés el fenómeno religioso y las vidas y comportamientos de los creyentes, les puede resultar sorprendente, y hasta incomprensible, la diversidad de actitudes que descubren entre los que nos llamamos practicantes. Puede resultarles extraño, para ser más precisos, el hecho de que las mismas creencias produzcan frutos tan dispares: no es raro que vean con cierto asombro cómo hay creyentes con una visión altamente negativa de la sociedad contemporánea (los que subrayan que el reino de Dios “no es de este mundo”), y otros que, al contrario, viven su fe como una llamada al optimismo sobre el presente y futuro de la humanidad (los que enfatizan que “el reino de Dios ya está entre vosotros”); los que a resultas de su religiosidad adoptan posturas intransigentes, y los que como consecuencia de su fe parecen crecer cada día en el ejercicio de la tolerancia; a unos, su confesión los vuelve rígidos, escrupulosos e inquisitoriales, muy pendientes de sus pecados y de los pecados de los demás, mientras que a otros la misma confesión les empuja a ser comprensivos con las miserias propias y ajenas; unos, empapados de su Dios, se sienten llamados a dialogar con todo el mundo; otros, dicen que inspirados por el mismo evangelio, devienen huraños centinelas de la moral y la ortodoxia. Incluso se diría que, a unos, lo que creen les ayuda a saber reír con más soltura mientras que otros se olvidan de sonreír debido a su religión.
 
¿Cómo explicar estas diferencias?
 
Parece bastante obvio que parte de la respuesta habría que buscarla en la psicología de cada cual, en unas disposiciones psíquicas previas a la opción religiosa, que determinan cómo ella será vivida. En la fe de alguien que tienda a la melancolía y a una visión pesimista de la realidad, por ejemplo, es probable que el pecado tenga un peso muy importante. Alguien que, al contrario, tienda “por naturaleza” (es decir, por las disposiciones psíquicas previas a la opción religiosa de las que estamos hablando) al entusiasmo y al optimismo, seguramente se centrará más en la gracia y la misericordia de Dios.
 
Ahora bien, más allá de la influencia de nuestras tendencias psicológicas profundas, que poco o nada podemos hacer para modificar (y de las que no siempre somos conscientes), tal vez habría un aspecto más racional del asunto que nos ocupa, en el que sí podríamos incidir: la comprensión que cada uno tiene de la fe en sí misma. Nos referimos a las expectativas que todos tenemos acerca del papel que ella jugará en nuestra vida. Estas expectativas son independientes del contenido de la fe que profesamos, y las tiene todo creyente (no solo el cristiano, o la persona religiosa, sino cualquiera que se adhiera a un credo determinado). Independientemente del contenido doctrinal de aquello en lo que creemos (para unos será el evangelio de Jesús, para otros las revelaciones de Alá a Mahoma, para otros puede ser la fe en una doctrina política o económica), todos albergamos esperanzas sobre lo que nuestra fe pueda reportarnos: en estas esperanzas está implícito siempre un modelo de qué es (y de para qué sirve) la fe.
 
Pues bien, entre la variedad de modelos que existen nos parece que hay dos que en gran medida pueden explicar los frutos dispares que la fe (cualquier fe) produce en sus fieles: entenderla como castillo o entenderla como camino.
 
Los que siguen el primer modelo entienden sus creencias como una fortaleza cuyo cometido es proporcionarles seguridad. Se sienten protegidos dentro de las paredes de su credo. A estos les importará, por encima de todo, la solidez y estabilidad de los muros (de las verdades) en que se amparan; les interesará subrayar la firmeza e inmutabilidad de los cimientos en los que se sostiene su visión del mundo. Una consecuencia de este modelo será una clara delimitación de quién está dentro y quién queda afuera del círculo creyente. La expectativa fundamental de los creyentes que ven la fe como un castillo es sentirse amparados, a resguardo de las incertidumbres que la vida comporta.
 
Los que entienden su fe como un camino, en cambio, subrayan el carácter evolutivo de su vida espiritual, porque se sienten “en marcha”, siempre de viaje. A estos les importará saber de dónde vienen (reflexionar sobre la historia y el pasado de su confesión) y hacia dónde van (qué horizontes tienen enfrente). Una consecuencia del modelo “fe como camino” será que sus seguidores se abrirán de forma natural al encuentro con nuevos compañeros de viaje, con personas que tal vez vengan de puntos de partida muy distintos a los suyos, pero que, al menos durante un tramo, avanzan codo con codo con ellos. Puede que la expectativa fundamental de estas personas no sea tanto el punto final hacia el que se encaminan como la esperanza de ir encontrando a Dios en el mismo hecho de estar en continuo desplazamiento, en una senda de crecimiento permanente.
 
Obviamente, como se puede deducir de la breve descripción que hemos ofrecido en los dos párrafos anteriores, no pensamos que ambos modelos sean igualmente válidos, por mucho que ambos puedan tener virtudes y defectos. Nos parece que la fe estática, vivida como castillo, suele impedir el crecimiento de sus partidarios. Tiende, además, a producir frutos de intolerancia y división, y por sus mismas dinámicas promueve que se recele del diálogo con el otro, con los que habitan en otros castillos.
 
La fe como camino es, a nuestro modo de ver, más saludable, y también más realista. Fomenta en quienes la practican la toma de conciencia de su identidad narrativa: esos entienden que el viaje los transforma, que los paisajes y las etapas que han recorrido en la vida van cambiando su mirada y su misma identidad. Es un modelo que tiende al respeto hacia los demás, sea cual sea su credo, pues los ve igualmente “en marcha”. Finalmente, este modelo suele ser más propenso a buscar el diálogo con extraños: en la mentalidad de sus seguidores hay implícita la convicción de no poseer todavía la plenitud de la verdad (es precisamente para irla descubriendo que siguen en camino), de modo que acogen con agrado la posibilidad de contrastar sus luces con las de otros, mediante una conversación entre iguales.
 
Sería recomendable, probablemente, que los creyentes meditáramos más a menudo sobre el modelo que subyace en nuestra vivencia de la fe, preguntándonos cómo la vemos: ¿Como un castillo o como un camino?

 


 

 

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