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Martes 12 Junio 2018

Un grupo de Milwaukee visita los proyectos de la CSP en Cochabamba, Bolivia

 
 
Del 22 al 30 del pasado mes de mayo un grupo de feligreses de la Arquidiócesis de Milwaukee visitó los proyectos que la Comunidad de San Pablo lleva a cabo en Bolivia. Coordinaron la vistita la directora de la oficina de misiones de Milwaukee, la Sra. Antoinette Mensah, y el P. Juan Manuel Camacho, de la CSP.
 
Los visitantes pudieron conocer de cerca la realidad de los niños de la calle de Cochabamba y escuchar por boca de los mismos niños sus historias personales. El programa que la CSP tiene en Cochabamba (del que este blog se ha hecho eco en repetidas ocasiones) quiere prevenir que niños que están en situación de calle terminen por ser consumidores de drogas. Desde la Casa San José (centro de acogida de los niños) se busca reintegrar a los menores y adolescentes con sus familias, llevando a cabo un proceso de acercamiento y conocimiento de cada situación particular.  
 
El grupo de los EE. UU. también pudo hacerse una idea de las dificultades de la vida de los campesinos de los Andes, en la zona rural de Cochabamba, situada a 4.000 metros de altura sobre el nivel del mar: estos campesinos se enfrentan a los rigores de la naturaleza produciendo llamas, ovejas, patatas y habas, así como pinos para reforestar sus montañas. La CSP trabaja por el desarrollo humano integral de las comunidades indígenas del municipio de Vacas e Independencia.
 
El objetivo del viaje era ayudar a sus participantes (en su mayoría jóvenes) a reflexionar sobre la realidad misionera de la Iglesia y sobre las diferentes expresiones de fe que viven los pueblos entre los que la Comunidad de San Pablo trabaja. Con ello se busca profundizar la conexión de la Iglesia local de Milwaukee con la realidad universal de la Iglesia. Fue, sin duda, un viaje muy fructífero.



 

Martes 5 Junio 2018

Nos referimos en un anterior escrito a la valentía de Tomás en el evangelio de Juan (“Tomás: La valiente necesidad de la experiencia”), así como a su modernidad en tanto que se muestra necesitado de tener “experiencia” del Resucitado (de hecho, hay quien le ha considerado por ello “patrono de la Ilustración”[1]). Intentaremos ahora centrarnos en el significado de su nombre. ¿Por qué el autor de este evangelio insiste cada vez que aparece nuestro personaje en aclarar que “Tomás” significa “mellizo” (en griego, “dídimo”)?. ¡Lo hace hasta en cuatro ocasiones!
 
Una primera aproximación nos llevaría a considerar la ambivalencia del personaje –en el mundo romano, el dios Janus Geminus (“gemelo”) era representado con dos caras. Tomás se mueve en dicha ambivalencia, con un polo positivo y otro negativo, en todos los pasajes en que aparece:
 
- Jn 11,7-16: En el contexto de la muerte de Lázaro, cuando Jesús propone subir a Judea, por un lado a Tomás le puede la fuerza del compañerismo, y no duda en proponer subir a Jerusalén -como un “doble” del propio Señor- para acompañarle hasta la muerte: “vamos también nosotros a morir con Él” (v. 16). Pero por otro lado no ve que haya nada más allá: la muerte es el final. 

-Jn 14,1-6: En el contexto de la última cena, cuando Jesús dice a sus discípulos que ya saben el camino a donde va, Tomás manifiesta no saber dónde se dirige (v. 5): “Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?” (de hecho está siguiendo lo afirmado por Pedro - de quien ahora parece ser un “doble”- poco antes, en 13,36: “Señor ¿adónde vas?”). Tomás sigue con su falta de fe en la resurrección. Pero, aunque es cierto que no entiende qué quiere decir Jesús -en eso no se diferencia de los demás-, a diferencia de ellos, se atreve a preguntar, y con esa pregunta posibilita una de las intervenciones de Jesús en términos –divinos- de “yo soy”: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (v. 6). 

-Jn 20,24-29: En el contexto de la aparición del Resucitado a sus discípulos, Tomás, en su pasaje más conocido, sigue con su falta de fe en la resurrección -no falta de fe en el Señor, precisemos; en todo caso falta de fe en el testimonio de sus compañeros-, pero de manera inmediata, sin titubear, manifiesta la divinidad de Jesús: es el único personaje que lo afirma en todo el evangelio de Juan, al decir “Señor mío y Dios mío” (v. 28). 

-Jn 21, 2-14: En el último capítulo del evangelio, y última aparición del Resucitado –capítulo que sin duda no figuraba en una primera redacción del mismo-, Tomás se encuentra entre el grupo de los siete discípulos que tras la resurrección de Jesús ponen de manifiesto no haber acabado de comprender el mensaje: se vuelven atrás a su antiguo oficio de pescar (una vez más sigue a Pedro en su cerrazón, como hemos dicho al referirnos a Jn 14,5). Pero por otra parte, en positivo, ese grupito es el que manifiesta iniciativa, y además con una incipiente visión universal del mensaje del Señor, reflejada en el número siete, símbolo de universalidad (aunque de Tomás se nos recuerda que es también “uno de los Doce”, algo que en Juan sólo se afirma asimismo de Judas, en Jn 6,71, con una connotación más que probablemente negativa en ambos casos). Recordemos finalmente, también en positivo, que uno de esos siete es el “discípulo amado” de Jesús, ese personaje tan sugestivo y enigmático a un tiempo. 
 
Como vemos, Tomás es el personaje que se mueve siempre en la ambivalencia, con valores positivos –valentía, adhesión a la persona de Jesús, capacidad de decir lo que piensa y tomar iniciativas- a la vez que se muestra su falta de comprensión, específicamente su falta de creencia en la resurrección: cree en el Jesús terreno, en el hombre; hasta que no le vea Resucitado no creerá (de hecho, al final, a pesar de haber manifestado que le hacía falta tocar para creer, le bastará con verle).
 
Una vez más, qué cercano se nos hace este discípulo: ¿No estamos nosotros siempre, los que queremos seguir a Jesús, en esa tensión entre nuestra adhesión a Él, y nuestra falta de comprensión en la práctica –debido a nuestros miedos, inseguridades, y tantas otras cosas- de todo aquello que ser amigo de Jesús implica? ¿No nos aferramos a lo material como si no hubiera otra vida –al mejor estilo de Tomás?
 
Incluso para toda persona, creyente o no, ¿no nos sentiríamos identificados con este Tomás, vital, animoso, que a veces habla sin haberlo pensado demasiado, pero que duda, en su individualidad diferenciada de los demás? En el mundo de hoy si algo se valora es la manifestación de la propia personalidad, característica que unida a la amistad configuran dos valores con los que se identificarían la mayoría de nuestros contemporáneos en el mundo occidental. La existencia de un personaje como Tomás en el evangelio, nos anima en los momentos en que la tensión interior propia de la ambivalencia que llevamos siempre con nosotros -en mayor o menor medida-, tiende a hacerse insoportable.
 
Esperamos haber señalado nuevos matices de este rico personaje evangélico (ya decíamos en nuestra anterior entrega que no se trata para nada de un personaje “plano”). Pero, ¿podemos entresacar algo más de su ser “mellizo”? A ello pensamos dedicar una tercera y última entrega.

 
 
[1] Cf. Jaroslav Pelikan, Jesús a través de los siglos. Su lugar en la historia de la cultura. Herder, Barcelona, 1989, p. 248.

 

Martes 29 Mayo 2018

Conmemoración del aniversario de la Casa San José en Bolivia

 
 
El 1 de mayo, día de San José Obrero, es una fiesta muy señalada para Casa San José en Cochabamba, Bolivia: marca nuestro aniversario. Hace catorce años que abrimos las puertas para acoger a niños y adolescentes en situación de vulnerabilidad, especialmente en riesgo de calle y en calle, para que vivan dignamente mientras se trabaja con la familia de origen para que la reintegración familiar del joven sea exitosa, y no se repita la desprotección.
 
En Bolivia hay cerca de 2.200 niños y adolescentes que viven en la calle, más de 1.000 viven en cárceles acompañando a sus padres, que cumplen algún tipo de sentencia penal, y otros cientos son víctimas de la violencia sexual comercial, la trata y el tráfico.
 
Para conmemorar el 14º aniversario de la Casa, el pasado día 1 de mayo Monseñor Tito Solari (arzobispo emérito de Cochabamba) nos acompañó y celebramos la eucaristía con los 24 niños y adolescentes que están actualmente en Casa San José. Fue una celebración muy hermosa, cálida y alegre. Monseñor repitió varias veces a los niños acogidos que a Dios lo que más le gusta es que los niños siempre sonrían y estén alegres. «Sean niños sonrientes, transmisores de luz, para que iluminen siempre el mundo, pues Dios los tiene en su corazón y los ama mucho», les dijo.


 

Domingo 20 Mayo 2018

En el relato de Pentecostés que nos ofrece Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 2, 1-11) llama la atención la absoluta liberalidad con que el Espíritu Santo se desparrama sobre los discípulos. Sobre todos los discípulos. El Espíritu es, en efecto, abundante y espléndido. El texto afirma que las lenguas de fuego «se repartían posándose encima de cada uno» (es decir, sin evitar ni esquivar a nadie), y acto seguido insiste: «Todos se llenaron del Espíritu Santo».
 
El Espíritu no es tacaño, no es selectivo, no es elitista. El Espíritu desconoce las jerarquías, enseñándonos, de paso, que estas siempre son una construcción humana.
 
Imaginemos, por un momento, un texto alternativo:
 
«El día de Pentecostés estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que empezaron a revolotear por encima de los discípulos buscando a los más capaces, a los que llevaban la batuta del grupo, a los más listos, a los mejores, y se posaron sobre ellos. Los tres o cuatro agraciados se llenaron del Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, mientras los demás les felicitaban, un poco contrariados y secretamente envidiosos, porque a ellos no les había tocado lengua de fuego».
 
Este texto ficticio, que Lucas no escribió, nos hablaría de un Espíritu que reconfirmaría las jerarquías humanas, que solo se donaría, con mucha cautela, a unos pocos; tal vez a los que habrían dado muestras de que sabrían aprovechar el don recibido.
 
Pero no, no es este el texto que nos dejó Lucas. En el suyo, el auténtico, las lenguas se posan sobre todos y cada uno de los presentes y el Espíritu los inspira a todos sin excepción. Podemos suponer que habría en aquella sala discípulos valientes y discípulos temerosos, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, discípulos avispados y otros menos brillantes, habladores y taciturnos, audaces y dubitativos, vigorosos y cansados… como en cualquier grupo humano. Y a todos se acercó el Espíritu, y todos se llenaron de él.
 
Nuestras categorías humanas (aquellas con las que nos miramos unos a otros, valorando los aciertos de algunos y subrayando los errores de los demás, aplaudiendo éxitos y señalando fracasos, buscando aptitudes y marginando a quienes sospechamos plagados de defectos) nunca deberían opacar el hecho de que, en Pentecostés, el Espíritu no se dejó engañar por ningún elitismo de este tipo, ni por jerarquización alguna, y se dio, con confianza y libertad, a todos los que estaban reunidos.
 
Es asombroso, en verdad, que una Iglesia que nació de esta manera terminase tan preocupada, en su historia posterior, por consolidar un modelo fuertemente jerárquico, imitando así a la inmensa mayoría de las instituciones humanas. Es este un hecho que habla más de nuestras resistencias al soplo del Espíritu que de nuestra dócil adhesión a su impulso. Parecería que, a veces, la Iglesia se ha esforzado más por reflejar algo parecido al texto ficticio que hemos imaginado que por vivir la realidad del texto auténtico.
 
La comunidad querida por el Espíritu, en definitiva, no es aquella en la que unos pocos se otorgan el derecho de hablar en nombre de Dios, y en la que a los demás les toca callar, escuchar y asentir. La Iglesia que nace en Pentecostés es la que celebra que el Espíritu de Dios se ha posado encima de cada uno de sus miembros, sin discriminar a nadie, inspirándolos a todos. Es la comunidad en la que «todos empezaron a hablar, cada uno en la lengua que el Espíritu les sugería». Es la Iglesia que celebra con alegría la audaz generosidad de Dios.


 

Martes 8 Mayo 2018
Cada año, al llegar el tiempo pascual nos encontramos en los pasajes bíblicos que se nos presentan con personajes que prácticamente pasan desapercibidos durante el resto del año litúrgico. Uno de ellos es Tomás.
 
Poco sabemos de este discípulo que en los Sinópticos únicamente aparece mencionado en las listas de los Doce, sin información adicional alguna. Es Juan quien nos proporciona datos valiosos: aparece en cuatro escenas -Jn 11,7-16; 14,1-31; 20,24-29; 21,1-14-, y en todas ellas se nos recuerda que se le llamaba “Dídimo” (Mellizo)[1]. Aparece pues como un discípulo sin nombre propio aparente: el vocablo “tomás” –que no parece ser un nombre de persona al uso ni en griego ni hebreo ni latín- sonaría en la lengua helena como “mellizo” en arameo. Sin duda debe encerrar algún significado, al que pensamos dedicar un próximo comentario; contentémonos hoy con empezar por aquello que ha pasado a nuestra memoria colectiva: este apóstol es considerado alguien sin fe, que duda (doubting Thomas, le llaman en inglés). ¿Es eso todo lo que podemos saber de él?
 
Veamos qué podemos sacar en claro acudiendo hoy únicamente al pasaje del II Domingo de Pascua (Jn 20,19-31). En primer lugar, Tomás no es tan distinto de los demás apóstoles que se hallaban reunidos, que sólo se han alegrado al “ver” las manos y el costado de Jesús (v. 20). ¿Qué es lo que objetivamente le diferencia? Dos cosas: que Tomás no está reunido con los demás, y que quiere tocar el cuerpo del Resucitado.
 
Del primer aspecto podemos inducir que se trataba de un personaje valiente y abierto: recordemos que en Jn 11,16 es Tomás quien ha movilizado al grupo para subir a Jerusalén “a morir con” Jesús (si bien, con la cortedad de miras de ver en ese sacrificio el final de todo). Y en el momento que nos ocupa, los otros diez están encerrados por miedo a los judíos. Están “encerrados” en sus miedos, y paralizados para la acción –no ofrecen precisamente un ideal a imitar. En cambio, el valeroso Tomás se halla fuera. Es más, en la segunda ocasión, cuando ya está reunido con los demás (v. 26), éstos siguen con la puerta cerrada, pero el evangelista omite que ello fuera “por miedo a los judíos”. Con Tomás el miedo desaparece del grupo.
 
Su falta de miedo se materializa asimismo en tratarse de un personaje que no se corta a la hora de expresar sus opiniones, aunque sean contrarias al sentir del grupo, ¡o del propio Jesús! Tomás tiene opiniones propias (equivocadas e imprudentes o no).
 
El profesor norteamericano Dennis Sylva –de quien hemos tomado alguna de las consideraciones previas-[2] nos lo presenta como un hombre-frontera u hombre-umbral, es decir, alguien que no se sitúa fuera de la comunidad, pero tampoco en su centro; vive justo en el margen (umbral, linde). Eso es lo que precisamente lo convierte en alguien más abierto con el exterior, que contribuye a que el grupo no caiga en tentaciones sectarias (recordemos la gran tentación del gnosticismo[3] en las primeras generaciones cristianas), para lo cual es necesario poner en práctica, sin duda, una crítica saludable, incluso del punto de vista del líder.
 
Es más, como última nota, el camino para reconocer la Resurrección pasa por tocar a Jesús (el segundo rasgo “tomasino” que hemos señalado hoy): Tomás necesita tener la experiencia del Resucitado, no le basta con el testimonio de los demás (Jesús, por cierto, no le desautoriza por ello, sólo señala otro posible camino mejor; v. 29). En esto Tomás se manifiesta como un personaje muy moderno: en el momento histórico que nos ha tocado vivir, ¿quién de nosotros no quiere pruebas científicas de todo? Tomás representa una determinada tendencia dentro de los discípulos, que, nos atrevemos a decir, nos representa a todos nosotros hoy, y nos da esperanza –especialmente a los necesitados de “pruebas”-, nos indica el camino para conocer a Jesús: la experiencia del Resucitado pasa por la experiencia de su humanidad, y de su humanidad sufriente, hace falta tocar las llagas (de importante significado también en los inicios del cristianismo ante el peligro del docetismo[4]). Se revela en ese momento la gran importancia que el evangelista concede a este discípulo: hecha la experiencia, Tomás es el único que proclama a Jesús “mi Señor y mi Dios” (v. 28).
 
Tomás nos muestra el camino para llegar a tener la experiencia del Resucitado: expresando con valentía las propias convicciones, desde una crítica saludable, al tiempo que necesitando el contacto físico con la humanidad sufriente. Ambas cosas -personalidad crítica y valiente, y contacto profundo con el sufrimiento de la humanidad, la injusticia del mundo- van de la mano, y son una buena receta de madurez cristiana… y humana.
 
Tomás no es, pues, un personaje “plano” (flat) en el evangelio de Juan, sino que tiene mucho relieve. Espero que estas breves pinceladas enciendan en el lector las ganas de hurgar más en este -a veces minusvalorado o poco comprendido- discípulo de Jesús. En próximas ocasiones esperamos poder analizar otras dimensiones del personaje, que sin duda las tiene.


 
[1] Las cuatro veces únicamente en el Códice Beza; en los demás manuscritos, en tres.
[2] SYLVA, Dennis, Thomas – Love as strong as death. Faith and commitment in the Fourth Gospel. Bloomsbury T&T Clark, Library of New Testament Studies 434, London/New York, 2013.
[3] Los gnósticos, en breve, y para lo que nos interesa aquí, debido a creerse poseedores de revelaciones especiales, acababan encerrándose en grupos que se creían superiores (tentación sectaria que no empieza con el cristianismo: siempre ha existido).
[4] Fundamentalmente, se trata de poner énfasis en la divinidad de Jesús, que, en realidad, sólo habría sufrido en la cruz “en apariencia” (podemos imaginar la deriva espiritualista que ello genera).


 

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