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Viernes 7 Abril 2023
 

 
Cuando leemos la pasión en los cuatro evangelios, podemos ver que hay ligeras variaciones sobre las personas presentes en la crucifixión y sepultura de Jesús. Curiosamente, de todos los seguidores de Jesús que se mencionan en los evangelios, hay dos personas que siempre están presentes en los cuatro relatos: María Magdalena y José de Arimatea (quizás tres con María la madre de Santiago y José, ver Mateo 27,55-28,1; Marcos 15,40-16,8; Lucas 23,49-24,12; Juan 19:25-20:1). Este año el Domingo de Ramos y el Viernes Santo leemos según Mateo y Juan que José de Arimatea, fue a Pilato, y pidió el cuerpo de Jesús, de quien José era discípulo. Luego enterró a Jesús en una tumba excavada en la roca (Mateo 27,57-61; Juan 19,38-42). Al asegurarse de que el cuerpo de Jesús fuera debidamente enterrado después de la crucifixión, José de Arimatea se convierte en un personaje clave en la narración de la pasión. Marcos y Lucas agregan más información sobre José, señalando que era miembro del Sanedrín (Marcos 15,42-47), que era un hombre justo y que José mismo bajó a Jesús de la cruz (Lucas 23,50-56).
 
La petición de José de enterrar a un hombre crucificado y el consecuente visto bueno de Pilato son, si no problemáticos, elementos sorprendentes tanto desde el punto de vista narrativo como histórico. En cuanto a la historicidad, se ha señalado que la vergüenza de la crucifixión romana incluía la negación de un entierro digno. Los romanos preferían que los cadáveres se descompusieran en las cruces (Esta información se puede encontrar en cualquier comentario moderno sobre los Evangelios, siendo mi favorito el escrito por Craig S. Keener sobre el Evangelio de Juan en 2003). Desde un punto de vista judío, la petición de enterrar a Jesús es razonable, dado el mandato de Deuteronomio 21,22-23 de que ningún cadáver debe pasar la noche sin ser enterrado por el riesgo de profanar la nación.
 
Además, la repentina intervención de José de Arimatea y su rápida desaparición de la narración, hace notable este personaje. Un hombre que no ha sido mencionado antes en absoluto toma el lugar central para enterrar a Jesús y asegurar que la profecía de la resurrección pueda tener lugar. No es Pedro, ni Juan, ni ningún otro discípulo quien asume esta parte esencial de la pasión de Jesús. Los cuatro evangelios mencionan a José y en los cuatro aparece inesperadamente para cumplir con este importante deber. Y después del entierro, nunca se vuelve a mencionar a José de Arimatea.
 
Las acciones de José de Arimatea me hicieron pensar en otro José que después de cumplir una parte importante en la vida de Jesús desaparece y nunca más es mencionado en los evangelios: José de Nazaret. Al igual que el hombre de Arimatea, José de Nazaret está allí para ayudar a realizar las profecías de que Jesús será llamado Hijo de David (Lucas 1,32), que el Mesías nacerá en Belén (Lucas 2,4-5; Mateo 2,5-6), y que de Egipto fue llamado (Mateo 2,14-15). José de Nazaret se casó con una mujer embarazada antes de vivir juntos, pero ya legalmente comprometidos y así desafió una ley que exige denunciar públicamente a María (ver Lev 20,10; Deut 24,1). Sin embargo, después de jugar este papel fundamental en la vida de Jesús, no leemos más sobre él en los evangelios.
 
Tanto José de Nazaret como el hombre de Arimatea van y vienen en un momento crucial de la vida de Jesús; justo cuando Jesús más los necesitaba. Había un José para colocar a Jesús en el pesebre y un José para colocarlo en la tumba. Ambos, el carpintero y el miembro del Sanedrín actúan contra viento y marea para asegurar episodios críticos en la vida de Jesús. Esta idea se vuelve aún más atractiva resaltando la etimología y la raíz hebrea del nombre José: Que Dios añada, o que Dios dé/aumente. No puedo dejar de ver el nombre de José operando en relación con lo que ambos hombres de Nazaret y Arimatea hicieron por Jesús. En los momentos en que Jesús era más vulnerable, el nacimiento y la muerte, Dios añadió y proveyó a estos dos hombres para que fueran apoyo de Jesús. Estos detalles crean un "patrón literario José" en los evangelios canónicos donde ambos son llamados justos y realizan actos verdaderamente virtuosos para el más vulnerable en ese momento.
 
Las preguntas para reflexionar son ¿cómo podemos ser como estos Josés para otras personas? ¿Estamos dispuestos a estar ahí para los más vulnerables para ayudarlos, nutrirlos y proveer para ellos? ¿Estamos dispuestos a ser Josés que no necesitan estar todo el tiempo en el centro de las historias de las personas para ayudarlas en silencio?


 

Jueves 6 Abril 2023
 


En el corazón de la Semana Santa se encuentra el Jueves Santo, un día marcado por la celebración de la cena pascual de Jesús con sus discípulos, y la promulgación del Mandamiento del Amor. Es, sin duda, un día entrañable y conmovedor, a pesar de que anticipa el drama de los días venideros.

La liturgia de hoy gira alrededor de la Memoria: la lectura del Éxodo recuerda la acción salvífica de Dios en Egipto; San Pablo en su carta recuerda la última cena de Jesús; y San Juan en el Evangelio rememora el lavatorio de los pies y el ejemplo de servicio que estableció Jesús con sus discípulos. La Eucaristía es así instituida como un recuerdo, marcada por las siguientes palabras: “Hagan esto en memoria mía”.

Quienes participamos hoy y en cualquier otra ocasión de la celebración eucarística recibimos la invitación a replicar “esto”, que no es otra cosa que la vida entregada al servicio del prójimo, la de servir y no ser servidos, la de aquel que “los amó hasta el extremo”, como dice el Evangelio de hoy.

La última cena define pues el Amor como Servicio, no como Sacrificio, pues el sacrificio de Jesús en la Cruz es irrepetible y no necesita réplicas. El verdadero culto cristiano no es, como se podría pensar, la celebración de ritos y sacramentos, sino el cuidado amoroso del prójimo que se lleva a cabo desde la gratitud por el Amor recibido. “Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.”

La homilía más potente de Jesús son sus acciones, más que sus palabras, ya que él predica con sus gestos: el lavatorio de pies nos muestra el camino para la evangelización, que es vivir en el servicio y predicar con el ejemplo, con los gestos proféticos, marcados por la ternura y la humildad que desprende este pasaje del Evangelio de Juan.

Este Jueves Santo estamos invitados a comprometernos con el verdadero culto cristiano: el servicio al prójimo, que no se lleva a cabo en el templo, ni en el altar, sino de rodillas frente a aquellos que nos acompañan en el camino de la vida.


 

Domingo 2 Abril 2023



La celebración de hoy, Domingo de Ramos, tiene un carácter paradójico. Para dar inicio a la Semana Santa nos reunimos en un espacio abierto, fuera de la iglesia, y bendecimos palmas y ramos recordando la muchedumbre que recibió a Jesús cuando él decidió entrar en Jerusalén montado en un burrito. Es un momento festivo. Y, sin embargo, hay algo turbio y oscuro en estas palmas, en estos ramos: identifican a la multitud que, si bien aquel día acogió al profeta de Nazaret con entusiasmo, pocos días después contribuyó a su perdición, al dejarse manipular por las autoridades para que pidiera a gritos la condena de Jesús (como nos recuerda hoy mismo, durante la Eucaristía, la lectura de la Pasión).
 
El Domingo de Ramos pone sobre la mesa, por lo tanto, una cuestión muy seria: que la adhesión al proyecto y a la persona de Jesús siempre serán, al final, opciones profundamente personales. No se puede ser cristiano por ósmosis, porque lo es la persona que tengo al lado, o porque nací en una sociedad donde lo habitual era serlo. Formar parte de una muchedumbre que aclama al Señor no garantiza en absoluto que yo haya asimilado, realmente, lo que significa el evangelio. Cantar cantos de alabanza a Jesús en un estadio repleto de gente donde se está celebrando una misa multitudinaria tampoco. Pueden ser experiencias estimulantes y hermosas, pero no pueden reemplazar, jamás, una vivencia mucho más personal y comprometida de la fe.
 
De hecho, algo que subraya precisamente la fiesta del Domingo de Ramos es el peligro que implican las muchedumbres, que es el peligro de dejar de pensar por uno mismo y de dejarse arrastrar por el sentir de una mayoría enfervorecida, ya sea a favor o en contra de algo, o de alguien. Aldous Huxley, el famoso autor de Un mundo feliz, meditó a lo largo de toda su obra sobre estos asuntos. En Los demonios de Loudun (un libro suyo menos conocido, pero no menos extraordinario) afirma: «Formar parte de una multitud es el mejor antídoto que existe en contra del pensamiento independiente».
 
Hoy bendecimos palmas y las agitamos al aire aclamando a Jesús. Pero es bueno recordar que en ellas no todo es fiesta y jolgorio. En ellas también hay preguntas. De haber estado yo en Jerusalén aquellos días, ¿qué hubiese hecho cuando, después de aclamar al Mesías, lo viera preso en manos de las autoridades? ¿Hubiese sumado mi voz a los que pedían su muerte? ¿O hubiese intercedido por él, como la mujer de Pilato, o le habría ayudado a llevar la cruz, como Simón de Cirene? ¿Sigo a Jesús como parte de una muchedumbre (volátil, de opinión cambiante) o como resultado de un convencimiento propio, madurado y meditado en mi interior?


 

Miércoles 15 Marzo 2023
 
Una persona sin hogar durmiendo en la Avenida Décima de Bogotá


Las lecturas de los evangelios de los tres primeros domingos de Cuaresma, siendo tan diversas, tienen algo en común: todas reflejan la vulnerabilidad de Jesús.

El primer domingo, en el relato de las tentaciones del evangelio de Mateo, vimos a Jesús en el desierto, solo, y se nos dijo que (como le hubiese sucedido a cualquiera) tuvo hambre. Es este Jesús humano y necesitado al que tienta el demonio, y este mismo Jesús necesitado al que, finalmente, sirven los ángeles (imagen de todos aquellos que, a lo largo de su vida, ayudaron de un modo u otro a Jesús).

La Transfiguración, que leímos en el segundo domingo de Cuaresma, expresa la voluntad de Jesús de mostrarse con absoluta claridad ante sus discípulos, sin esconder nada, sin engaños, es decir, sin aparentar una fortaleza, una seguridad y una apuesta por el triunfo que él reconocía como destinada al fracaso. No, lo que quiere revelar en el monte es que en Jerusalén él no será aplaudido y coronado, sino abucheado y crucificado. Y es a ese Jesús que fracasará, vulnerable, a quien ellos deben escuchar.

El diálogo de Jesús con la mujer samaritana, que leímos este pasado domingo (el tercero de Cuaresma), arranca con un Jesús sentado bajo el sol abrasador del mediodía, cansado, y con sed. La conversación comienza con algo tan básico y humano como es su petición de que la mujer, que tiene un cubo, le dé un vaso de agua. Jesús no intenta impresionar a la samaritana con una exhibición de fortaleza, o con su sabiduría, no quiere deslumbrarla nombrando sus logros. Al contrario, se presenta frágil: «Tengo sed, ¿puedes darme de beber?».

Para algunos, un Jesús vulnerable puede resultar incómodo, incluso inaceptable. Si lo que buscamos en la fe son seguridades, certezas absolutas y verdades sólidas, un Jesús frágil no nos sirve. Lo preferiríamos seguro de sí mismo e invulnerable, autosuficiente, incluso prepotente…

Y, sin embargo, si lo pensamos bien, enseguida nos daremos cuenta de que el Jesús vulnerable de los evangelios es, en realidad, la mejor noticia que podríamos recibir.

¿Por qué?

Porque la vulnerabilidad de Jesús nos invita a no avergonzarnos de la nuestra. Más aun, a aceptar la nuestra con alegría, porque en la vulnerabilidad de Jesús descubrimos la llamada a la fraternidad: a caer en la cuenta de que sin los demás (sin su ayuda, apoyo, consejo, cariño…) no iremos muy lejos en la vida. Quienes deciden imitar al Jesús vulnerable acogen con alegría su condición de personas necesitadas porque descubren que esta condición los salva del peor de los infiernos: el infierno de la autosuficiencia, que nos aísla, empobrece y envenena. El Jesús vulnerable es buena noticia porque constituye la afirmación más clara que podamos imaginar de que, en definitiva, nadie puede vivir instalado en la autosuficiencia y ser feliz.

En la necesidad que Jesús experimenta de los demás descubrimos que nos necesitamos unos a otros, y que esta necesidad, lejos de ser un problema, allana el camino de la fraternidad y de la comunión, que es el único lugar donde las personas podemos alcanzar la dicha.


 

Lunes 2 Enero 2023

Iniciando este nuevo año 2023, nos unimos a los buenos deseos que todos expresamos al empezar esta nueva etapa, que queremos que sea positiva y feliz en nuestras vidas y en el mundo. Nada más humano que desear, de corazón, un feliz año nuevo a nuestros seres queridos.

Sin embargo, en vista de tantas situaciones personales y sociales de las que somos testigos al despedir un año que ha estado marcado por un aumento preocupante de los conflictos a nivel mundial, una polarización creciente en las relaciones humanas y entre los pueblos, y un deterioro significativo del entorno medioambiental que nos sostiene, no podemos simplemente desearnos un feliz año nuevo, como si estuviéramos invocando una especie de suerte para que todo se vaya a dar según nuestros deseos.

Quizás sea importante recordar que, para empezar una etapa nueva, siempre es necesario cerrar adecuadamente la etapa anterior. La mirada hacia lo pasado tiene que sanar para que se pueda dar un futuro mejor, y no vayamos simplemente a repetir lo vivido anteriormente, o, peor todavía, vayamos a agravar las situaciones negativas en las que nos podamos encontrar.

En el inicio del año nuevo, que empieza con la Jornada Mundial por la Paz, mencionemos una vez más las claves para construir la paz, con las que estamos invitados a despedir el año pasado, y el pasado en general: perdonar y agradecer. Perdonar el pasado, en especial a las personas con las que hemos tenido dificultades, como nos enseña Jesús en múltiples ocasiones, es esencial para liberarnos del rencor que eterniza los conflictos. Agradecer el presente, a su vez, es la condición necesaria para poder construir un futuro mejor, cuando valoramos lo que ya somos y tenemos, y nos vemos libres de la ansiedad de alcanzar o querer obtener lo que no es nuestro, pues solamente es libre quien reconoce que su vida, y todo cuando contiene, es un don gratuito.

Conscientes de que necesitamos perdonar el 2022 para poder realmente recibir con gratitud el 2023, ahora sí, ¡feliz año nuevo!


 

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