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Martes 23 Febrero 2021

¿Cuáles son las tentaciones propias de la Cuaresma que acabamos de iniciar?

 
 
 

Todos los años, en el primer domingo de Cuaresma leemos el relato de las tentaciones de Jesús en el desierto. Este pasado domingo leímos la versión que nos da Marcos, mucho más sucinta que las más elaboradas de Mateo y Lucas: «Inmediatamente el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Estuvo en el desierto cuarenta días, tentado por Satanás; estaba entre las fieras y los ángeles lo servían» (Mc 1, 12-13).  Se trata, sin duda, de un relato simbólico que nos anticipa toda la vida de Jesús. Lo podríamos comparar a un tráiler cinematográfico, cuando en uno o dos minutos se nos ofrece una visión general de la película entera que pronto se estrenará: en un instante vemos el rostro de los principales personajes y captamos el “sabor” de la historia que luego se nos explicará en detalle. En el “tráiler” del evangelio que nos da Marcos descubrimos que toda la vida de Jesús (los cuarenta días) vivió impulsado por la fuerza del Espíritu que había descendido sobre él el día de su bautismo; que toda su vida fue una travesía por el desierto (el desierto de tanta incomprensión que tuvo que padecer); que estuvo tentado constantemente (¿cuántas veces se planteó Jesús tirar la toalla y abandonar su misión?); y que vivió siempre rodeado por fieras (sus múltiples adversarios, desde los fariseos a los sumos sacerdotes de Jerusalén) y servido por ángeles (aquellos que le ayudaron en su misión, desde sus discípulos, que le ofrecieron su seguimiento hasta los amigos que lo acogieron en sus casas, como Marta, María y Lázaro). 
 
Lo particular de este relato es que Marcos no especifica cuáles fueron las tentaciones. A diferencia de lo que harán Mateo y Lucas, que nos hablarán de convertir piedras en pan, del poder y la gloria, o de poner a prueba a Dios con el gesto de Jesús de tirarse desde el alero del templo, aquí simplemente se nos dice que Jesús “fue tentado”. Y eso nos ayuda a comprender que las tentaciones son muchas y muy variadas, que cada cual tiene las suyas, y que siempre haríamos bien de preguntarnos cuáles son las nuestras.
 
En este sentido, tal vez haya para muchos de nosotros unas tentaciones específicas de esta Cuaresma del año 2021.
 
Hace ahora justamente un año del inicio de la pandemia de la Covid-19, en la que doce meses más tarde todavía estamos inmersos. ¿Acaso no creará, este contexto, las condiciones para unas tentaciones particulares? Nos parece que sí, y que vale la pena examinarlas.
 
En primer lugar, la tentación de rendirnos. Cansados, fatigados por las malas noticias, por tanto dolor vivido y compartido, por tanta ansiedad e incertidumbre, quizá la primera tentación a la que debemos enfrentarnos, hoy más que nunca, es a la del desánimo, la que nos invita a dejar de luchar por el futuro de nuestras familias y dejar de suspirar por un mañana que nos resulte atractivo e ilusionante.
 
La segunda puede ser la tentación de pensar, ante tanto dolor, que los demás existen solamente para servirnos porque, de algún modo, mi sufrimiento es más serio, más grave o profundo que el tuyo. Y, entonces, olvidar que estamos llamados, todos y en cualquier circunstancia, con pandemia y sin pandemia, a ser estos ángeles de los que nos hablaba el evangelio, dispuestos a servir a los demás. Es la tentación de olvidarnos del servicio. De renunciar a ser ángeles.
 
Y, relacionada con esta, estaría entonces la tentación de convertirnos en fieras. Apremiados por el contexto difícil y complicado de la pandemia, podríamos sentirnos justificados para perder la decencia, el respeto, la bondad, y comportarnos de modos que, antes de la pandemia, nos parecerían inaceptables. Como si, en estos tiempos inciertos, todo valiera. De hecho, en muchos lugares ya se está experimentando desde hace meses un augmento de la delincuencia. Es un efecto de la crisis que estamos viviendo, provocado por aquellos que, en medio de tanta necesidad, asumen que es lógico abandonar el respeto hacia el otro, los mínimos de convivencia que antes respetaban, y lanzarse a vivir según la ley de la jungla.
 
La última tentación propia del tiempo presente que mencionaremos (habría más, sin duda) es de que convirtamos el distanciamiento social en distancia emocional y afectiva, y el encierro domiciliario en un encierro mental. Es obvio que debemos seguir practicando los protocolos de bioseguridad y seguirnos cuidando… pero vigilando que este distanciamiento social no nos lleve a distanciarnos emocionalmente de los demás, y que el obligado encierro no nos conduzca a enclaustrarnos en nuestro pequeño mundo de preocupaciones, olvidándonos de que, más allá de nuestros hogares, hay un mundo de gente necesitada.
 
Asumir que estas pueden ser algunas de las tentaciones que nos asechen durante esta Cuaresma que ya hemos iniciado puede ser el mejor modo de vencerlas.


 

Sábado 20 Febrero 2021
 


En la Iglesia Católica es tradición animar a las personas a realizar algún sacrificio especial durante el tiempo de Cuaresma, este tiempo que iniciamos esta semana con la celebración del Miércoles de Ceniza. Hay quien decide que mientras dure la Cuaresma no comerá cosas dulces, o no fumará, o no tomar alcohol… A mí me recuerda a los sacrificios que hacía mi madre cuando era pequeña: se ponía piedras en los zapatos y se ataba una cuerda apretada en la cintura. No sé cuánto tiempo duraría, seguro que no mucho, y que eran cosas de chiquilla, pero yo, cuando me lo contaba, no entendía muy bien la noción de sacrificio que estas prácticas entrañaban. Yo, como adolescente creyente, decidía que eso no iba conmigo, que Dios no me pedía esos sacrificios.
 
El sacrificio es un ritual, y como tal tiene su contenido y su espiritualidad, y aunque en mi rebeldía adolescente no lo viera, los rituales son parte de la vida, más útiles y valiosos para unos que para otros; pero como decía un amigo, hacer un esfuerzo cuaresmal de autodisciplina, aunque sea en el comer o beber, no es malo, sino que demuestra que puedes ejercitar tu voluntad sobre tu cuerpo.
 
Otro amigo compartía la reflexión de que los ciclos litúrgicos de la Iglesia no siempre se viven en el año, sino que nuestras vidas tienen etapas de cada ciclo: etapas de sacrificio, de reflexión, de contención, como la Cuaresma, etapas de tristeza y duelo, como el Viernes Santo, y etapas de nueva vida y alegría como el Domingo de Resurrección. Cierto también que, con la pandemia, estamos viviendo una larga etapa de moderación en muchos sentidos, de contención, de tristeza y de dolor. Así que hay sacrificio, ¡queramos o no!
 
Este año, en los días previos a la Cuaresma, me planteaba llevar a cabo un doble propósito, mi “sacrificio” personal, y se lo comparto.
 
Por un lado me he propuesto que cuando inicie un diálogo sobre política, o religión, o economía, estar desde el principio dispuesta a aprender lo que otra persona me pueda enseñar; estar dispuesta a que pueda modificar levemente mi opinión, o pueda incluso cambiarla. Eso sería un diálogo verdadero. Porque si llego al diálogo con todas mis ideas firmes e inamovibles, ¿qué diálogo será ese? Recientemente el obispo de Madison (en los EE. UU.), Donald J. Hying, ha enviado una carta a todos los sacerdotes de su diócesis alertando de la desunión y polarización que existe hoy en la Iglesia Católica de su país debido al momento político convulso que allá se está viviendo. Parecería que hay “Católicos de Trump” y “Católicos de Biden”, dice Hying. En su carta constata que cualquier opinión moderada y cualquier intento de llegar a una posición intermedia es visto como traición a la verdad. “La dolorosa experiencia de estos últimos meses me muestra que las personas, pecadoras al fin, podemos ser muy tribales, y crear así mucha división en nuestro entorno. Nos asociamos instintivamente con aquellos que piensan, actúan y viven como yo vivo.” En esa línea, repito el primer propósito: iniciar cualquier diálogo con una actitud sincera de apertura al otro, estando dispuesta a cambiar de opinión, a comprender, a empatizar con otros puntos de vista.
 
Por otro lado, tengo un propósito parecido, pero más en la línea del juicio de las personas que de las opiniones. En las interacciones diarias con los otros encontramos mil motivos para juzgar negativamente no solo una idea o una postura política, sino una actuación, un sentimiento, una emoción. Mi propuesta para esta Cuaresma es generar empatía buscando una virtud, algo positivo, en todos aquellos con quienes interactúe. Cada vez que me asalte un juicio negativo sobre alguien, buscar (y rebuscar si hace falta) hasta encontrar una virtud, un don, una cualidad, una habilidad que esa persona tenga y sea digna de alabanza o incluso de imitación. Así, mis juicios (aunque sé que, de hecho, no debería juzgar) serán más equilibrados y empáticos con la otra persona.
 
En conclusión, mi propósito doble para esta Cuaresma consiste en tender puentes de unión con los demás: puentes entre mis opiniones y las del otro, y puentes de empatía con los sentimientos y las actuaciones del otro, equilibrando así los posibles juicios negativos con los positivos. ¡Casi nada! ¡Buena Cuaresma!


 

Lunes 1 Febrero 2021
 

La casualidad me ha llevado a leer, en el mismo día, dos escritos que hablaban de “defender la alegría”, y me han removido algo que llevaba tiempo barruntando.
 
Defender la alegría es el título de un precioso poema de Mario Benedetti que les invito a releer. Un texto sin desperdicio, pero déjenme mencionar dos frases. La primera dice: “defender la alegría de las endemias y las academias”. Aquí, casi podría haber dicho de las pandemias y estaría dando en diana, y nos invitaría (de hecho, nos invita) a seguir defendiendo la alegría a pesar de todo lo que estamos viviendo mundialmente. A pesar de todos los pronósticos de científicos y estudiosos (las academias) que nos alertan de que los tiempos difíciles seguirán. Es defender la alegría como una convicción profunda de que la humanidad entera lucha y sale adelante a pesar de todo el dolor y muerte que nos rodea. Es defender la alegría como algo con lo que uno nace y que cultiva a lo largo de su vida y le ayuda a sobrellevar los peores vendavales. Es defender la alegría de la pasividad, de la queja enquistada, de la acritud, de la pose pesimista en la vida que solo ve problemas y desgracias alrededor y no ve todo lo que uno mismo causa o no evita.
 
El primer texto que ahora he leído es un artículo de María de la Válgoma en la revistra Vida Nueva titulado así también, “Defender la alegría”[1] Cita a San Isidoro de Sevilla, quien dice que la alegría dilata el corazón. En el primer diccionario de la lengua castellana alegría es apertura de ánimo para dejar entrar al objeto amado. O sea, que la alegría es expansiva, ¡qué alivio! ¡Ojalá la tristeza no lo sea!
 
Y el mismo artículo cita a Rosa Montero, quien en una entrevista en televisión decía que la alegría es un hábito. Pero ahí yo digo: ¡cuidado! Recuerdo a una amiga que tenía una consigna familiar: ¡hay que estar alegres! Como que no estar alegre era maleducado. Como que, sí o sí, siempre había que encontrarle los aspectos positivos a todo. Tanto, tanto… que era superficial. Aquí es cuando me resuena el otro verso de Mario Benedetti: “defender la alegría de la obligación de estar alegres”. Si, como dice Rosa Montero, la alegría es un hábito, esto es una buena noticia. Qué duda cabe que tener una mirada esperanzada de la vida, una mirada agradecida, una mirada de optimismo no necesariamente ingenuo, unida quizás a una paz y una serenidad interior, nos puede llevar a una alegría verdadera, profunda. Ahora bien, si no tenemos todos esos elementos, quizás podemos “crear” el hábito, imponernos hablar antes de las virtudes de nuestros amigos que de sus defectos, valorar primero los acontecimientos que se dieron gracias a decisiones acertadas que las tragedias producidas por decisiones erradas. Eso, al contrario de hacer callo para protegernos de todo lo malo a nuestro alrededor, dilata nuestro corazón, lo abre, y lo que es mejor, expande esa maravillosa virtud.
 
El segundo escrito que menciona “Defender la alegría” es un poema de José María R. Olaizola llamado “Danza vital”[2]: “que dancen las manos, y defiendan la alegría, convertida en saludo y movimiento.” La alegría se muestra en el saludo, en el movimiento de las manos, en la sonrisa. Todo el ser rebosa de ella y se expande, es movimiento, es acción. Ojalá, aun en tiempos de tapabocas que cubren nuestras hermosas sonrisas y de distancias que coartan nuestra comunicación, sigamos cultivando este hábito con autenticidad, esta virtud profunda y expansiva que es la alegría.
 

[1] María de la Válgoma, Vida Nueva no. 3.195, año 2020.
[2] José M. R. Olaizola, Danza Vital (Redes sociales)


 

Jueves 10 Diciembre 2020
 


Mientras dejamos atrás las fiesta de Acción de Gracias, tan popular aquí en los EE. UU. (que se celebró hace unas pocas semanas), me gustaría ofrecer una breve reflexión sobre los posibles peligros de no entender bien la gratitud. Es bien sabido que ser agradecidos es una virtud que nos aporta una saludable dosis de realismo y de humildad, que nos hace mejores ciudadanos, más propensos a la generosidad y la solidaridad. En el caso de que alguien no esté interesado en las virtudes sociales y la civilidad, tendría que intentar ser agradecido de todas formas, aunque sea por los beneficios de carácter puramente egocéntricos, que no son nada despreciables: contribuye a nuestra tranquilidad emocional y psicológica, modera nuestra frustración y rencor y regula nuestros niveles de envidias y recelos.
 
Pero no debemos confundirnos. Por algún tipo de mecanismo de deformación cultural, quizás debido a nuestra persistente mentalidad mercantil, hemos confundido estar agradecidos con estar en deuda.
 
Estar agradecido no implica ni supone estar en deuda moral, emocional o de cualquier otro tipo. Podemos estar agradecidos a todos aquellos que nos han ayudado de forma especial en nuestro caminar y haremos bien en mostrarles nuestro aprecio y agradecimiento. Pero para nada estamos en deuda con ellos por lo que nos han dado y para nada pueden ellos reclamar nada por aquello que en su día nos ayudó de forma excepcional, aun marcando para bien, y por siempre, nuestra vida.
 
Cuando confundimos agradecimiento con deuda, abrirmos una suerte de cuenta emocional donde los gestos solidarios y generosos tanto ajenos como propios se cuentan como ingresos o egresos. Dar o recibir las gracias pueden convertirse entonces en un peligroso juego de chantaje emocional donde listamos todo lo que yo he hecho por ti, todo lo que me debes, o todo lo que debo a los demás.
 
La ausencia de agradecimiento es signo de egocentrismo y narcisismo, pero el derroche excesivo de agradecimiento puede convertirse en servilismo y baja autoestima. Tenemos que ser gente agradecida, por supuesto, pero por ello no debemos sentirnos en deuda con nadie, ni nadie en deuda con nosotros.
 
¡Gracias!


 

Miércoles 2 Diciembre 2020
 

Pablo Cirujeda, desde la Ciudad de México, nos ofrece un pequeño resumen de las lecturas de los cuatro domingos del tiempo de Adviento, que acabamos de iniciar. Profundicemos en el mensaje de los próximos domingos, para irnos preparando para celebrar el nacimiento de Jesús.
 

Con el primero domingo de Adviento iniciamos el tiempo propio de la Esperanza en la venida definitiva de Dios, quien tiene la última palabra en la Historia. Una virtud, la Esperanza, que no es estar o vivir “a la espera”, de quien espera a ver qué ocurre, sino de una espera vigilante y activa de quien construye el futuro deseado por Dios.
 
El Adviento es también un tiempo de búsqueda: la búsqueda del Dios pequeño, humano, sencillo, quien está entre nosotros, pero a quien a duras penas reconocemos. Y una búsqueda para llegar a entender el lenguaje de Dios, tan diferente del nuestro.
 
En el primer domingo de Adviento (ciclo B) se anuncia la razón de nuestra Esperanza: Dios es Fiel (1Cor.). La confianza en que Dios cumple su promesa y “rasga los cielos” para hacerse presente en la historia del ser humano (Isaías) es la razón de nuestra vigilancia, pues él es “nuestro padre, nosotros el barro y tú el alfarero, somos hechura de sus manos” (Isaías). Esta convicción nos mantiene alertas y esperanzados, en vigilancia permanente para descubrir al Dios-con-nosotros en nuestros hermanos y en nuestro entorno, seguros de que va a cumplir sus promesas.
 
En el segundo domingo de Adviento se desarrolla el contenido de la Esperanza: los cristianos esperan en modo activo, con “santidad y entrega” (2ª Carta de Pedro), preparando el camino del Señor, construyéndole una calzada (Isaías) para salvar los obstáculos que nos separan de su presencia (valles y colinas). El reto es saber esperar sin descanso, creando las condiciones necesarias para el encuentro que está por suceder. La convicción de que Dios llegará a su debido tiempo obliga a una vida de compromiso y de trabajo apostólico, poniendo las bases ahora para el reinado de Dios que está por cumplirse.
 
Pasando al tercer domingo de Adviento, el foco se centra ahora en el fruto de la Esperanza: la Alegría. No se trata de una emoción primaria, ni de un sentimiento, sino de una Virtud de vida cristiana. “Vivan siempre alegres, den gracias en toda ocasión” (Carta a los Tesalonicenses), es una llamada a practicar la alegría en medio de las adversidades de la vida, y de las circunstancias cambiantes que hay que afrontar. La alegría es contagiosa y da testimonio de la esperanza cristiana, y se adquiere solamente a base a practicarla.
 
Finalmente, el cuarto domingo de Adviento del ciclo B se centra en la frase “El Señor está contigo”, mencionada por el profeta Natán, y de nuevo por Gabriel a María. Dios-con-nosotros es el contenido de la Navidad, pero también de cualquier camino de vida cristiana: llegar a la realización plena de la presencia de Dios en cada ser humano (“Te buscaba fuera de mí, y estabas dentro de mí”, de San Agustín; “Quien a Dios tiene, nada le falta”, de Santa Teresa). El anuncio del ángel está dirigido a toda la comunidad creyente, y a cada bautizado: “Alégrate, el Señor está contigo”. Dios puede realizar su voluntad en cada uno de nosotros si le damos oportunidad, poniendo nuestra voluntad en un segundo lugar. “Soy la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” es la respuesta de la Iglesia creyente, a partir de la cual Dios se puede volver a encarnar, una y mil veces, a lo largo de la historia.
 
¡Feliz tiempo de Adviento!


 

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