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Domingo 12 Abril 2020

El título de este escrito es una pregunta que no solo María Magdalena, que fue a ungir el cuerpo de Jesús el domingo por la mañana, se hizo a sí misma (Jn 20,1-9), sino que también muchos tenemos en mente en este momento. Cuando en las parroquias en muchas diócesis de todo el mundo se suspendió la celebración pública de la misa, muchas personas se preguntaron qué haremos ahora si no podemos recibir la comunión. Y después de celebrar la misa con una iglesia vacía, algunos de mis amigos sacerdotes explicaron cómo fue, realmente, una experiencia indescriptible. La situación actual de la Iglesia en tiempos del COVID-19 está afectando a todos en nuestras parroquias. Sin misas abiertas al público, tanto los sacerdotes como los laicos están batallando por encontrar formas alternativas para continuar alimentando la fe. Sin duda, las medidas tomadas han afectado seriamente las necesidades espirituales de numerosas personas. Pero si durante la pandemia solo te preocupa cómo lidiar con la cuarentena sin la Eucaristía y con las iglesias vacías, considérate afortunado. La cuarentena está haciendo que muchas personas se pregunten no solo cómo satisfacer sus necesidades sacramentales, sino también qué van a hacer sin pan y con el estómago vacío. Familias enteras que dependían de su trabajo diario para sobrevivir ahora viven en gran necesidad porque no pueden salir a trabajar. Mi intención no es crear una dicotomía entre las necesidades sacramentales y físicas. Ambas son esenciales para las personas de fe. Pero la situación actual y las lecturas del domingo de Pascua me han hecho reflexionar sobre cómo la ausencia del cuerpo descrito en la narración de la resurrección puede tener un significado especial, particularmente para aquellos que ahora sufren hambre debido a la pandemia.
 
Cuando todo comenzó, vi muchas formas creativas en las que los sacerdotes y el personal de las parroquias se comunicaban con los feligreses. Las redes sociales y los servicios “streaming” se volvieron útiles para garantizar que los feligreses se sintieran conectados con las celebraciones y que se estaba cuidando su vida espiritual. También he visto muchos esfuerzos de grupos religiosos y no religiosos para asegurar que las personas no pasen hambre durante la pandemia. Algunos feligreses y sacerdotes que yo conozco personalmente se han organizado para entregar bolsas de comida para aquellos cuyos ingresos diarios se han visto afectados por la pandemia. Pero incluso después de COVID-19 habrá personas que se hacen esta pregunta todos los días: ¿qué voy a hacer sin pan y con el estómago vacío? Creo que esta situación presente ha demostrado que podemos estar listos para actuar y ayudar a proveer. La Iglesia ha demostrado que durante la pandemia puede encontrar nuevas formas de satisfacer tanto las necesidades espirituales como físicas de los desprovistos.
 
Después de la crucifixión, cuando ella vio que no había cuerpo sino una tumba vacía, María Magdalena corrió hacia Pedro y el otro discípulo pensando lo peor: el cuerpo se ha ido para siempre y nunca lo encontrarán. Una deducción razonable cuando se ha visto la muerte de aquel que tanto amaba y toda la esperanza se ha ido. Se nos invita, durante este tiempo, a mantener la esperanza y seguir creyendo que después de la pandemia recibiremos otra vez el Cuerpo de Cristo. La reacción de María Magdalena es la reacción de alguien que anhela ver a Jesús nuevamente; una reacción que muchos de nosotros también podemos tener ahora, en un momento de hambre espiritual. Mientras algunos de nosotros compartimos con ella nuestra hambre por el Señor, no olvidemos mientras lo esperamos con esperanza, satisfacer el hambre de aquellos que carecen de pan ahora debido a COVID-19. No olvidemos nunca que “las alegrías y las esperanzas, las penas y las ansiedades de las personas de esta edad, especialmente aquellos que son pobres o de alguna manera afligidos, son las alegrías y las esperanzas, las penas y ansiedades de los seguidores de Cristo" (GS1).


 

Viernes 10 Abril 2020

La cuestión de la identidad de Jesús es clave en todos los Evangelios. La misma clave nos puede ayudar a interpretar la Semana Santa. En el evangelio que hubiésemos leído en la procesión del Domingo de Ramos, la gente de Jerusalén se pregunta, “¿quién es este?” (Mateo 21:11). La celebración del misterio pascual nos ayuda a discernir la identidad de Jesús, y nos genera una pregunta profunda: si este es Jesús, ¿quién voy a ser yo?
 
Jesús es el nuevo cordero pascual. Su crucifixión empieza a la misma hora en la que se encendían los fuegos para cocinar el cordero de la cena de la Pascua judía. En el día de hoy, Viernes Santo, leemos la versión de la Pasión según Juan. En Juan, las últimas palabras de Jesús en la cruz, “se ha acabado” son un eco de las palabras con las que termina el seder, la cena ritual judía. Cualquier judío reconocería la conexión, tanto en el primer siglo, cuando se escribieron, como hoy.
 
Entender la crucifixión desde el simbolismo de la cena de la pascua judía nos habla del significado más profundo de la Cruz. Una forma de entender el misterio pascual que se celebra en Semana Santa es la invitación a vivir la vida como la vivió Jesús, aprendiendo a dar la vida por la salvación de los demás. Es morir a nosotros mismos, que es como murió Jesús. Y ahí yace la promesa de la salvación que celebramos estos días: viviendo y muriendo como Jesús, resucitaremos también como Él a una nueva vida—tal y como Jesús le prometió a sus discípulos tantas veces.
 
En el Jueves Santo podemos reflexionar en cómo vivió Jesús: cómo vivió amando a los que Dios le habían confiado, y como los amó hasta el extremo; viendo en el lavado de los pies que Jesús nos invita a encontrar en el servicio al prójimo la clave de una vida con propósito y significado. En un año normal, hubiésemos terminado en adoración acompañando a Jesús en su agonía en Getsemaní, pronunciando la misma oración, nacida de su amor profundo por la vida.
 
El Viernes Santo constituye una invitación a morir como murió Jesús: morir a nosotros mismos, el nuevo sacrificio. Morir a la tendencia original que todos tenemos de situar nuestras necesidades por encima de las de las demás. 
 
¿Quién es éste? Es Jesús, que hoy, Viernes Santo, muere por amor a los que le eran suyos, que entiende que Dios le ha prestado. Es Jesús, que no sólo muere por los suyos en este mundo, sino que muere también por amor a la condición humana también—Jesús, Hijo del Hombre. ¿Quién es este? 
 
Es el Jesús, servidor sufriente de Isaías (primera lectura de hoy, Viernes Santo) que agoniza y le suplica al Padre que le aparte el cáliz que le toca beber—el Jesús cuyo corazón estaba roto mucho antes de que una lanza le traspasara el corazón—traicionado, negado y abandonado por los suyos, insultado y repudiado por los demás. El Jesús que muere perdonando a los propios y a los demás. Es Jesús el que muere prometiendo el paraíso al ladrón crucificado, que en medio del terrible sufrimiento, sigue enseñando y curando. Jesús es el que muere de la misma manera de la que vivió.
 
Si este es el Jesús del Viernes Santo—que sirve, cura y ama hasta el extremo—¿quiénes vamos a ser nosotros?


 

Jueves 9 Abril 2020
 


La Semana Santa de 2020 es mi primera Semana Santa como párroco. Tuve experiencias maravillosas en la parroquia en el sur de Milwaukee donde serví como vicario parroquial durante tres años, pero me parecía algo especial celebrar la Semana Santa como “pastor” de una comunidad parroquial. Por un lado, estando en la República Dominicana, consideraba la posibilidad de montar un burro el Domingo de Ramos. Sin embargo, lo que más tenía en mente y en mi oración era el lavatorio de pies del Jueves Santo. Incluso me emocionaba cuando pensaba en ofrecer ese potente signo de liderazgo de servicio para las comunidades de La Sagrada Familia y también para los hombres del programa de catequesis que se están preparando para el bautismo en la cárcel local.
 
Pero no, no hubo burro el domingo y hoy no lavaré los pies. Lo primero, por supuesto, es un poco tonto. No obstante, en términos de un Jueves Santo sin lavar los pies, me he visto obligado a reflexionar sobre el significado más profundo y el "por qué" de este signo. Como tal, esta oportunidad única puede servir para captar una experiencia más profunda del significado de este signo particular de Jesús en el Evangelio de Juan, que repetimos todos los Jueves Santos, menos el de este año.
 
Para empezar, creo que todos estamos de acuerdo en que el servicio es importante no solo en términos del discipulado, sino también para llegar a ser una persona decente. En muchos círculos usamos el lenguaje de "devolver" lo recibido. Hacer unas horas de servicio es importante para ingresar a la universidad, para obtener becas, para trabajos e incluso como un medio de restitución en delitos menores. Los padres hablan de querer que sus hijos hagan algún tipo de servicio para "apreciar lo que tienen". Sin embargo, este Jueves Santo debemos hacernos la siguiente pregunta: ¿A qué se refiere Jesús cuando les dice a sus discípulos después de lavarse los pies, “... os dejo un ejemplo para que, igual que yo he hecho con vosotros, hagáis también vosotros"? (Jn 13, 15) ¿En qué se diferencia esto de un sentido más general de que el servicio es algo bueno?
 
Primero, Jesús quiere demostrar en el lavado de pies que un verdadero maestro siempre sirve. Está dispuesto a "rebajarse" para servir a los que le siguen. Esta idea es un reflejo del ministerio de Jesús en la Tierra en el Evangelio de Juan, como la Palabra o el Hijo que fue enviado para unir a los que "creen" en él en el amor del Padre (cf. Jn 15,9-10; 17,21). Por lo tanto, aquellos que creen en Jesús y realmente lo siguen están llamados a servir, como resultado y expresión del amor. El mandamiento que Jesús da poco después de lavarse los pies no es de servir por el servir, sino "igual que yo os he amado, también amaos unos a otros" (Jn 13,34).
 
El fundamento de este signo es el amor que se comparten el Padre y el Hijo, y que Jesús fue enviado para compartir con el mundo (cf. Jn 3,16). Según lo descrito por Jesús en el Evangelio de Juan, este es un amor fiel, leal y de servicio "hasta el extremo" (Jn 13,1). Tal sentido de fidelidad por amor refleja el amor del Padre hacia el mundo. "Porque así demostró Dios su amor al mundo, llegando a dar a su Hijo único… no envió Dios el Hijo al mundo para que dé sentencia contra el mundo, sino para que el mundo por él se salve" (Jn 3,16-17). Jesús, que está en el Padre, ama como el Padre, y su mandamiento es que aquellos que lo siguen ("los suyos") amen de esta manera (cf. Jn 15,9).[1]
 
Este sentido de fidelidad por amor se aclara en Juan 15, donde Jesús conecta la palabra permanecer (o “mantenerse”, del griego μένω) con amor. “Manteneos en ese amor mío. Si cumplís mis mandamientos, os mantendréis en mi amor” (Jn 15,9-10). Y la verdadera dedicación (mantenerse) en el amor que no tiene fin se demuestra en el darse completo de uno mismo sin límite. "Nadie tiene mayor amor por los amigos que quien entrega su vida por ellos " (Jn 15,13). Como veremos mañana, el Viernes Santo, Jesús cumple su propio mensaje y es fiel al Padre y a su promesa.[2]
 
Jesús deja en claro que los discípulos mostrarán que han aprendido de él y creerán en él al ser fieles a su mandamiento de "amarse unos a otros" (cf. Jn 14,15). Deben seguir el ejemplo de Jesús, no solo de servir humildemente como se demuestra en el lavado de pies, sino también como la Palabra que se hizo carne y vivió en el "mundo" (Jn 1,14) y amó hasta el extremo. Y al hacerlo, los discípulos se unen en la relación de Jesús con el Padre, quienes a su vez son fieles en su amor a los discípulos, enviando al Abogado a estar con ellos para siempre (Jn 15-17). De esta manera, los que creen y se sienten conmovidos a seguir a Jesús son "salvos" (cf. Jn 1,12-13; 20,31).
 
A veces es necesario ir hasta los cimientos para construir algo nuevo, o para reforzar lo que hay. Esta es una oportunidad que se nos ha brindado durante esta Semana Santa única, y puede dar mucho fruto si la aprovechamos. Si bien la mayoría de nosotros no podemos celebrar el hermoso signo del lavado de pies este Jueves Santo, la situación actual brinda la oportunidad de encontrar nuevas formas de aplicar el mensaje que contiene: el de un amor que es fiel hasta el final, hasta su plena realización, y basado en un servicio humilde y un darse completo de sí mismo, para que otros sean levantados. Es un servicio que permite a otros ver la importancia que tienen para Dios, y sentirse tan conmovidos por ello que respondan a ese amor.
 
Entonces, la pregunta para nosotros es: ¿Cómo puedo servir del modo en que Jesús enseñó? No pretendo tener una respuesta, sin embargo, me gustaría proponer alguna orientación. Me parece que lo más importante en el servicio cristiano, fundado en el amor de auto-entrega, es su autenticidad. Por supuesto, podemos usar las diferentes ciencias sociales y modelos para ser eficientes y efectivos. Sin embargo, si estamos calculando hasta el punto de ser fríos, lo que podemos hacer es seguir sirviendo, pero ya no es el servicio cristiano. El servicio cristiano se basa en las relaciones, y no tanto en el tamaño de la obra o en el número de personas a las que se llega.
 
En este día santo especial, en esta Semana Santa única, sin burro y sin lavado de pies, reflexionemos sobre las pequeñas formas en que podemos vivir el mensaje central del Triduo Pascual. La entrega auténtica de uno mismo es cómo nos unimos en el amor de Jesús, y al hacerlo, estamos unidos en el amor del Padre. Me parece que la importancia de las relaciones personales es algo que estamos llegando a apreciar cada vez más en estos días; cuánto más cuando lo hagamos a la luz del cirio Pascual.
 
 

[1] Igual que el Padre me demostró su amor, os he demostrado yo el mío.  Manteneos en ese amor mío. (Jn 15, 9)
[2] De hecho, hay una conexión más profunda entre la narración de Jesús, "amando hasta el fin" (Jn 13, 1), con sus últimas palabras en la cruz de lo que reflejan las traducciones al español. Antes de perecer, Jesús dice en muchas traducciones algo por estilo de "está terminado". La raíz de "fin" en 13, 1 y "queda terminado" en 19,30 es la misma, τἐλος (de donde viene el prefijo "tele" en telescopio o teléfono). Simplemente lo señalo aquí porque Juan deja muy claro lo que significa este amar hasta el final, hasta el extremo.
 

Jueves 2 Abril 2020
Es bonito ver como a las 8:00 de la tarde en varios rincones del mundo la gente sale al balcón o a la puerta de sus casas para aplaudir a las personas que en estos días están al pie del cañón para que la vida pueda ser, si no normal, como mínimo llevadera.

El personal sanitario, personal de limpieza, reponedores de supermercado, vendedores, conductores, cargadores, carteros… El coronavirus ha puesto en primer plano a muchos de los trabajos y trabajadores/as que normalmente damos por asumidos pero que hoy son considerados curiosamente los trabajos indispensables.

Esta pandemia, en toda su brutalidad y dolor, ha puesto de manifiesto el grado de interdependencia de nuestra sociedad. La sociedad es orgánica, es un organismo en el que todas las partes son igualmente necesarias. De nada me valen todos los ejecutivos ni los banqueros, ni accionistas del mundo, sino tengo una persona que se encargue de llevar la comida al super, o alguien limpiando los baños de las oficinas de Wall Street.

De la misma forma que la epidemia es total (pan-demia), ojalá podamos reconocer que la sociedad no está basada en ideas como “la ley del más fuerte”, o el “sálvese quien pueda”, ni el mito de la persona hecha a sí misma. Vivimos en una pan-dependencia (la interdependencia total). Reconocer y aceptar esto nos va a ayudar a construir una sociedad que sea cada vez más igualitaria.

 

Domingo 29 Marzo 2020

Hoy, quinto domingo de Cuaresma, leeremos el conocido relato de la resurrección de Lázaro. Es un pasaje en el que ocurre algo curioso: en él aparecen dos rostros, dos dimensiones, de Jesús. Me parece que ambos nos pueden ayudar a vivir con fe y esperanza la situación presente de pandemia.
 
Por un lado, vemos al Jesús que confía plenamente en su Padre, que no se inmuta, que no se derrumba ante la adversidad, ante la pérdida del amigo querido: es el Jesús que dice a sus discípulos: «Esta enfermedad servirá para la Gloria de Dios», y el que más tarde dice a Marta: «Si crees, verás la Gloria de Dios». Este Jesús nos asegura que las situaciones de máximo dolor, de muerte, pueden ser también ocasiones para que en ellas se manifieste la ternura de Dios.
 
Por otro lado, vemos a Jesús conmovido, llorando por la muerte del amigo, una imagen a la que no estamos nada acostumbrados. Una imagen más impactante aún, si cabe, por hallarse en el evangelio de Juan, el que suele presentarnos un Jesús más impasible, más en control de todo, más divino (y, a veces, menos humano) que el que nos retratan los evangelios sinópticos.
 
El primer rostro de Jesús es hoy muy necesario, tal vez más necesario que nunca: nos asegura que toda situación dolorosa, también la actual pandemia, es ocasión para que se manifieste la ternura de Dios. Es una dimensión de Jesús que nos invita a preguntarnos: ¿y cómo puedo yo ayudar a que esta crisis global que estamos viviendo sea también ocasión para que se manifieste la ternura de Dios? Lo sabemos: practicando un “extra” de solidaridad, mostrando nuestra cercanía a los que peor lo están pasando, con llamadas, con mensajes, orando por ellos y por los que los cuidan, colaborando desde casa en todo lo que se pueda (tejiendo mascarillas, donando para que no falte material sanitario, ni alimento, a los sectores y países más vulnerables).
 
¿Y el segundo “rostro” de Jesús? Este Jesús que llora, humanísimo, por la muerte del amigo, es una imagen que hoy nos puede resultar -paradójicamente- consoladora: nos muestra que tenemos un Dios que comparte con nosotros el dolor, que no nos da la espalda, que entiende lo que es llorar por la pérdida de un ser querido, que ha experimentado exactamente lo mismo que hoy están experimentando miles de personas en todo el mundo. Es, por supuesto, una invitación a unirnos -ni que sea en la oración- con todos aquellos que sufren, como Marta y María, la pérdida de personas amadas.
 
Esta también es, por supuesto, la historia de una muerte y una resurrección. Me parece que ahí hay otro mensaje para nosotros, en la situación actual. Más allá de la muerte física de personas por causa del Covid19, que es, claro está, el mayor drama de esta crisis, en estas semanas muchas personas están experimentando otro tipo de “muertes”: han muerto nuestras rutinas, nuestras costumbres, nuestros hábitos, nuestros ritmos normales. Todo ha sido radicalmente cambiado por la pandemia. ¿Cómo queremos resucitar? Incluso ahora, cuando en muchos países todavía no se vislumbra el fin de la crisis, cuando en muchos otros está apenas empezando, es bueno que ya comencemos a pensar en cómo queremos salir de ella. ¿Cómo queremos “salir del sepulcro” en el que ahora, por decirlo así, estamos enterrados? Qué cosas queremos que se queden allí, y cómo queremos -sí- que la pandemia nos haga mejores.
 
¿Tal vez deberíamos pensar en “resucitar”, al final de esta crisis, más pendientes de las personas y menos de las cosas? ¿O más centrados en Dios y en los demás, menos en nosotros mismos? ¿O más preocupados por lo esencial de la vida (la amistad, la salud, el cariño), y menos preocupados por infinidad de asuntos que ahora, de pronto, hemos visto que no eran tan fundamentales ni importantes cómo creíamos hace apenas unas semanas?


 

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