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Jueves 9 Abril 2020
 


La Semana Santa de 2020 es mi primera Semana Santa como párroco. Tuve experiencias maravillosas en la parroquia en el sur de Milwaukee donde serví como vicario parroquial durante tres años, pero me parecía algo especial celebrar la Semana Santa como “pastor” de una comunidad parroquial. Por un lado, estando en la República Dominicana, consideraba la posibilidad de montar un burro el Domingo de Ramos. Sin embargo, lo que más tenía en mente y en mi oración era el lavatorio de pies del Jueves Santo. Incluso me emocionaba cuando pensaba en ofrecer ese potente signo de liderazgo de servicio para las comunidades de La Sagrada Familia y también para los hombres del programa de catequesis que se están preparando para el bautismo en la cárcel local.
 
Pero no, no hubo burro el domingo y hoy no lavaré los pies. Lo primero, por supuesto, es un poco tonto. No obstante, en términos de un Jueves Santo sin lavar los pies, me he visto obligado a reflexionar sobre el significado más profundo y el "por qué" de este signo. Como tal, esta oportunidad única puede servir para captar una experiencia más profunda del significado de este signo particular de Jesús en el Evangelio de Juan, que repetimos todos los Jueves Santos, menos el de este año.
 
Para empezar, creo que todos estamos de acuerdo en que el servicio es importante no solo en términos del discipulado, sino también para llegar a ser una persona decente. En muchos círculos usamos el lenguaje de "devolver" lo recibido. Hacer unas horas de servicio es importante para ingresar a la universidad, para obtener becas, para trabajos e incluso como un medio de restitución en delitos menores. Los padres hablan de querer que sus hijos hagan algún tipo de servicio para "apreciar lo que tienen". Sin embargo, este Jueves Santo debemos hacernos la siguiente pregunta: ¿A qué se refiere Jesús cuando les dice a sus discípulos después de lavarse los pies, “... os dejo un ejemplo para que, igual que yo he hecho con vosotros, hagáis también vosotros"? (Jn 13, 15) ¿En qué se diferencia esto de un sentido más general de que el servicio es algo bueno?
 
Primero, Jesús quiere demostrar en el lavado de pies que un verdadero maestro siempre sirve. Está dispuesto a "rebajarse" para servir a los que le siguen. Esta idea es un reflejo del ministerio de Jesús en la Tierra en el Evangelio de Juan, como la Palabra o el Hijo que fue enviado para unir a los que "creen" en él en el amor del Padre (cf. Jn 15,9-10; 17,21). Por lo tanto, aquellos que creen en Jesús y realmente lo siguen están llamados a servir, como resultado y expresión del amor. El mandamiento que Jesús da poco después de lavarse los pies no es de servir por el servir, sino "igual que yo os he amado, también amaos unos a otros" (Jn 13,34).
 
El fundamento de este signo es el amor que se comparten el Padre y el Hijo, y que Jesús fue enviado para compartir con el mundo (cf. Jn 3,16). Según lo descrito por Jesús en el Evangelio de Juan, este es un amor fiel, leal y de servicio "hasta el extremo" (Jn 13,1). Tal sentido de fidelidad por amor refleja el amor del Padre hacia el mundo. "Porque así demostró Dios su amor al mundo, llegando a dar a su Hijo único… no envió Dios el Hijo al mundo para que dé sentencia contra el mundo, sino para que el mundo por él se salve" (Jn 3,16-17). Jesús, que está en el Padre, ama como el Padre, y su mandamiento es que aquellos que lo siguen ("los suyos") amen de esta manera (cf. Jn 15,9).[1]
 
Este sentido de fidelidad por amor se aclara en Juan 15, donde Jesús conecta la palabra permanecer (o “mantenerse”, del griego μένω) con amor. “Manteneos en ese amor mío. Si cumplís mis mandamientos, os mantendréis en mi amor” (Jn 15,9-10). Y la verdadera dedicación (mantenerse) en el amor que no tiene fin se demuestra en el darse completo de uno mismo sin límite. "Nadie tiene mayor amor por los amigos que quien entrega su vida por ellos " (Jn 15,13). Como veremos mañana, el Viernes Santo, Jesús cumple su propio mensaje y es fiel al Padre y a su promesa.[2]
 
Jesús deja en claro que los discípulos mostrarán que han aprendido de él y creerán en él al ser fieles a su mandamiento de "amarse unos a otros" (cf. Jn 14,15). Deben seguir el ejemplo de Jesús, no solo de servir humildemente como se demuestra en el lavado de pies, sino también como la Palabra que se hizo carne y vivió en el "mundo" (Jn 1,14) y amó hasta el extremo. Y al hacerlo, los discípulos se unen en la relación de Jesús con el Padre, quienes a su vez son fieles en su amor a los discípulos, enviando al Abogado a estar con ellos para siempre (Jn 15-17). De esta manera, los que creen y se sienten conmovidos a seguir a Jesús son "salvos" (cf. Jn 1,12-13; 20,31).
 
A veces es necesario ir hasta los cimientos para construir algo nuevo, o para reforzar lo que hay. Esta es una oportunidad que se nos ha brindado durante esta Semana Santa única, y puede dar mucho fruto si la aprovechamos. Si bien la mayoría de nosotros no podemos celebrar el hermoso signo del lavado de pies este Jueves Santo, la situación actual brinda la oportunidad de encontrar nuevas formas de aplicar el mensaje que contiene: el de un amor que es fiel hasta el final, hasta su plena realización, y basado en un servicio humilde y un darse completo de sí mismo, para que otros sean levantados. Es un servicio que permite a otros ver la importancia que tienen para Dios, y sentirse tan conmovidos por ello que respondan a ese amor.
 
Entonces, la pregunta para nosotros es: ¿Cómo puedo servir del modo en que Jesús enseñó? No pretendo tener una respuesta, sin embargo, me gustaría proponer alguna orientación. Me parece que lo más importante en el servicio cristiano, fundado en el amor de auto-entrega, es su autenticidad. Por supuesto, podemos usar las diferentes ciencias sociales y modelos para ser eficientes y efectivos. Sin embargo, si estamos calculando hasta el punto de ser fríos, lo que podemos hacer es seguir sirviendo, pero ya no es el servicio cristiano. El servicio cristiano se basa en las relaciones, y no tanto en el tamaño de la obra o en el número de personas a las que se llega.
 
En este día santo especial, en esta Semana Santa única, sin burro y sin lavado de pies, reflexionemos sobre las pequeñas formas en que podemos vivir el mensaje central del Triduo Pascual. La entrega auténtica de uno mismo es cómo nos unimos en el amor de Jesús, y al hacerlo, estamos unidos en el amor del Padre. Me parece que la importancia de las relaciones personales es algo que estamos llegando a apreciar cada vez más en estos días; cuánto más cuando lo hagamos a la luz del cirio Pascual.
 
 

[1] Igual que el Padre me demostró su amor, os he demostrado yo el mío.  Manteneos en ese amor mío. (Jn 15, 9)
[2] De hecho, hay una conexión más profunda entre la narración de Jesús, "amando hasta el fin" (Jn 13, 1), con sus últimas palabras en la cruz de lo que reflejan las traducciones al español. Antes de perecer, Jesús dice en muchas traducciones algo por estilo de "está terminado". La raíz de "fin" en 13, 1 y "queda terminado" en 19,30 es la misma, τἐλος (de donde viene el prefijo "tele" en telescopio o teléfono). Simplemente lo señalo aquí porque Juan deja muy claro lo que significa este amar hasta el final, hasta el extremo.
 

Jueves 2 Abril 2020
Es bonito ver como a las 8:00 de la tarde en varios rincones del mundo la gente sale al balcón o a la puerta de sus casas para aplaudir a las personas que en estos días están al pie del cañón para que la vida pueda ser, si no normal, como mínimo llevadera.

El personal sanitario, personal de limpieza, reponedores de supermercado, vendedores, conductores, cargadores, carteros… El coronavirus ha puesto en primer plano a muchos de los trabajos y trabajadores/as que normalmente damos por asumidos pero que hoy son considerados curiosamente los trabajos indispensables.

Esta pandemia, en toda su brutalidad y dolor, ha puesto de manifiesto el grado de interdependencia de nuestra sociedad. La sociedad es orgánica, es un organismo en el que todas las partes son igualmente necesarias. De nada me valen todos los ejecutivos ni los banqueros, ni accionistas del mundo, sino tengo una persona que se encargue de llevar la comida al super, o alguien limpiando los baños de las oficinas de Wall Street.

De la misma forma que la epidemia es total (pan-demia), ojalá podamos reconocer que la sociedad no está basada en ideas como “la ley del más fuerte”, o el “sálvese quien pueda”, ni el mito de la persona hecha a sí misma. Vivimos en una pan-dependencia (la interdependencia total). Reconocer y aceptar esto nos va a ayudar a construir una sociedad que sea cada vez más igualitaria.

 

Domingo 29 Marzo 2020

Hoy, quinto domingo de Cuaresma, leeremos el conocido relato de la resurrección de Lázaro. Es un pasaje en el que ocurre algo curioso: en él aparecen dos rostros, dos dimensiones, de Jesús. Me parece que ambos nos pueden ayudar a vivir con fe y esperanza la situación presente de pandemia.
 
Por un lado, vemos al Jesús que confía plenamente en su Padre, que no se inmuta, que no se derrumba ante la adversidad, ante la pérdida del amigo querido: es el Jesús que dice a sus discípulos: «Esta enfermedad servirá para la Gloria de Dios», y el que más tarde dice a Marta: «Si crees, verás la Gloria de Dios». Este Jesús nos asegura que las situaciones de máximo dolor, de muerte, pueden ser también ocasiones para que en ellas se manifieste la ternura de Dios.
 
Por otro lado, vemos a Jesús conmovido, llorando por la muerte del amigo, una imagen a la que no estamos nada acostumbrados. Una imagen más impactante aún, si cabe, por hallarse en el evangelio de Juan, el que suele presentarnos un Jesús más impasible, más en control de todo, más divino (y, a veces, menos humano) que el que nos retratan los evangelios sinópticos.
 
El primer rostro de Jesús es hoy muy necesario, tal vez más necesario que nunca: nos asegura que toda situación dolorosa, también la actual pandemia, es ocasión para que se manifieste la ternura de Dios. Es una dimensión de Jesús que nos invita a preguntarnos: ¿y cómo puedo yo ayudar a que esta crisis global que estamos viviendo sea también ocasión para que se manifieste la ternura de Dios? Lo sabemos: practicando un “extra” de solidaridad, mostrando nuestra cercanía a los que peor lo están pasando, con llamadas, con mensajes, orando por ellos y por los que los cuidan, colaborando desde casa en todo lo que se pueda (tejiendo mascarillas, donando para que no falte material sanitario, ni alimento, a los sectores y países más vulnerables).
 
¿Y el segundo “rostro” de Jesús? Este Jesús que llora, humanísimo, por la muerte del amigo, es una imagen que hoy nos puede resultar -paradójicamente- consoladora: nos muestra que tenemos un Dios que comparte con nosotros el dolor, que no nos da la espalda, que entiende lo que es llorar por la pérdida de un ser querido, que ha experimentado exactamente lo mismo que hoy están experimentando miles de personas en todo el mundo. Es, por supuesto, una invitación a unirnos -ni que sea en la oración- con todos aquellos que sufren, como Marta y María, la pérdida de personas amadas.
 
Esta también es, por supuesto, la historia de una muerte y una resurrección. Me parece que ahí hay otro mensaje para nosotros, en la situación actual. Más allá de la muerte física de personas por causa del Covid19, que es, claro está, el mayor drama de esta crisis, en estas semanas muchas personas están experimentando otro tipo de “muertes”: han muerto nuestras rutinas, nuestras costumbres, nuestros hábitos, nuestros ritmos normales. Todo ha sido radicalmente cambiado por la pandemia. ¿Cómo queremos resucitar? Incluso ahora, cuando en muchos países todavía no se vislumbra el fin de la crisis, cuando en muchos otros está apenas empezando, es bueno que ya comencemos a pensar en cómo queremos salir de ella. ¿Cómo queremos “salir del sepulcro” en el que ahora, por decirlo así, estamos enterrados? Qué cosas queremos que se queden allí, y cómo queremos -sí- que la pandemia nos haga mejores.
 
¿Tal vez deberíamos pensar en “resucitar”, al final de esta crisis, más pendientes de las personas y menos de las cosas? ¿O más centrados en Dios y en los demás, menos en nosotros mismos? ¿O más preocupados por lo esencial de la vida (la amistad, la salud, el cariño), y menos preocupados por infinidad de asuntos que ahora, de pronto, hemos visto que no eran tan fundamentales ni importantes cómo creíamos hace apenas unas semanas?


 

Lunes 23 Marzo 2020

Estamos en tiempos de crisis. Tiempos difíciles para todos. Pero quizas precisamente por eso se nos presenta una oportunidad única para practicar el valor que hace de los seres humanos una especie única: la solidaridad.
 
Hay veces en que no sabemos muy bien como ser solidarios, no es tan fácil en sociedades tan estructuradas y legalistas como las nuestras. Pero en estos momentos ser solidario es bien simple.
En estos momentos, además, ser solidarios es lo que más nos conviene. Sugiero pues tres sencillas formas de mostrarnos solidarios:
 
Actuemos como si fuéramos nosotros los enfermos: No tratemos a los demás como si fueran una amenaza que nos pueden infectar. Asumamos que somos nosotros (cada uno de nosotros) los que estamos infectados (podemos estarlo, pero sin síntomas), y tenemos que prevenir infectar a los demás.  Quedarnos en casa sin salir, aunque nos sintamos bien, es hoy, un gran acto de solidaridad.
 
No acumulemos ilógicamente: El pánico no nos va a ayudar. Acumular sin medida siempre va a ser en perjuicio de alguna otra persona. Cuando los productos básicos se terminan, los más necesitados siempre serán los más afectados. Además, acumular cosas no es necesariamente lo mejor para nosotros. No deja de ser irónico que la gente quiera acumular mascarillas y productos desinfectantes para salvarse a ellos mismos, cuando en realidad lo que más nos convendría, casi por puro egoísmo, es que los demás puedan estar desinfectados y no nos contagien a nosotros.
 
Usemos el teléfono: En este tiempo de distanciamiento social, que sea nuestra misión solidaria estar bien pendientes de aquellos que son mas vulnerables. Vigilemos a nuestros abuelos y abuelas, nuestros padres, nuestros vecinos que viven solos, la gente que está enferma. Llamémoslos, enviémosles mensajes de ánimo, o chistes (el buen humor es una buena medicina). Preguntémosles si necesitan algo, que sepan que pensamos en ellos, y que rezamos por ellos.
 
Aceptemos estos momentos difíciles como una oportunidad de mostrar nuestra cara más solidaria.


 

Miércoles 18 Marzo 2020
La pandemia del Covid-19 ya es el principal motivo de preocupación del mundo entero. En el momento de escribir estas líneas se ha extendido ya por 162 países, en muchos de los cuales la cadena de contagios apenas está empezando. Es difícil aventurar, por lo tanto, cuándo remitirá y perderá fuerza, pero todo parece indicar que va a ser un proceso largo, de meses. Hoy no podemos calibrar, todavía, la dimensión de las secuelas que dejará, que serán de orden económico, social y político, aparte, por supuesto, de las secuelas emocionales que imprimirá en todos nosotros y en especial en aquellos que ya han perdido o perderán personas queridas.
 
Lo que sí es importante empezar a hacer, incluso ahora, cuando todavía hay tantos interrogantes en el aire, es tratar de leer esta situación desde la fe, en clave cristiana. La fe debería iluminar todo tipo de circunstancia, las más alegres y las más tristes, las de siempre y las inesperadas, las que nos confortan y las que nos angustian.
 
Y, en clave de fe, podemos, seguramente, apuntar por lo menos a dos lecturas de la crisis actual (habría, sin duda, muchas más, que ya habrá tiempo de ir desmenuzando).
 
Primera: la pandemia nos recuerda, con toda crudeza, que la condición humana es frágil, esté donde esté, hable el idioma que hable y tenga el color de piel que tenga. Eso no es banal. En una época marcada por la polarización entre extremos ideológicos, por el resurgir de un cierto espíritu tribal en el mundo, por propuestas políticas que nos invitan a levantar muros y resucitar el fantasma de la xenofobia, la pandemia actual nos llama a vernos, a todos, como la gran familia que somos: unidos, podríamos decir, en la fragilidad. El coronavirus no ve razas, ni estratos sociales, ni posiciones ideológicas: solo ve personas. Tal vez una consecuencia positiva de todo lo que estamos viviendo podría ser que aprendiéramos a relativizar nuestras pequeñas guerras ideológicas para recuperar un sentido más realista de quien somos, como gran colectivo humano, como la gran familia de las hijas e hijos de Dios.
 
Este pasado fin de semana, celebrando el tercer domingo de Cuaresma, leíamos la historia del encuentro entre Jesús y la mujer samaritana. Es el relato del encuentro entre dos necesitados, pues ambos tienen sed: Jesús, sed de agua; ella, de agua y de un sentido para su vida; y al compartir sin reparos su condición frágil, necesitada, Jesús y la samaritana son capaces de pasar por encima de las divisiones que la cultura y los conflictos políticos y religiosos de su tiempo habían creado para ellos, y terminan ignorándolas. No importa que él sea un judío y ella una samaritana. Lo esencial es que son dos personas necesitadas que pueden hacerse un bien mutuo. En este sentido, una pandemia que no respeta fronteras ni sabe de banderas puede servirnos a todos de sana advertencia: lo que tenemos es hermoso y muy frágil. No lo malogremos inventándonos divisiones artificiales entre nosotros.
 
La segunda lectura es que el coronavirus nos empuja a ser solidarios con los más vulnerables, los ancianos y los enfermos, al estilo de Jesús. Hay, indudablemente, una suerte de dimensión moral en esta pandemia: si soy un joven sano de veinte años, el Covid-19 no me amenaza mucho más que una gripe ordinaria. ¿Significa eso que puedo prescindir de toda prudencia y seguir con mi vida normal? No: porque si me contagio, yo podré a continuación contagiar a alguien (un adulto mayor o un enfermo), para quien el contagio sí será letal.
 
Con la respuesta decidida que la gran mayoría de países están dando, afortunadamente, a la crisis presente, estamos diciendo algo importantísimo: que no aceptamos la famosa cultura del descarte que tanto ha denunciado el papa Francisco. El hecho que las más afectadas sean personas “no productivas”, ancianos y enfermos, no ha llevado a nadie a minimizar el problema. He ahí un motivo para el orgullo y la esperanza: tal vez la fibra moral de la humanidad no estaba tan minada como podíamos haber pensado. Nos preocupan nuestros ancianos y nuestros enfermos, y por esto estamos, todos, tomando medidas inéditas en medio de esta situación sin precedentes.
 
Tal vez saldremos de esta tormenta un poco mejores: un poco más fraternos y un poco más solidarios. Desde la fe, eso sería, sin duda, una buena noticia.

 

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