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Sábado 16 Abril 2022
 


En el día de hoy la Iglesia se centra en el relato impactante y poderoso de la Pasión según San Juan. Escuchando la narración de los sucesos que llevaron a la muerte en cruz de Jesús, es inevitable que en este día nuestra mirada se centre en el sufrimiento humano, al que él mismo se sometió.

El sufrimiento y el dolor son parte intrínseca de la experiencia humana, aunque todos quisiéramos que nuestros seres queridos y nosotros mismos estuviéramos exentos de ellos. La enfermedad, la injusticia, la envidia o las rivalidades tarde o temprano acaban engendrando padecimientos en nuestra persona o en quienes nos rodean, y frente a ellos, una y otra vez, se pone a prueba nuestra confianza en Dios.

Es por eso por lo que el relato de la pasión de Jesús que leemos hoy nos alcanza de manera muy personal, porque lo contiene todo: encontramos escenas de bondad, ternura, amistad, solidaridad, a la vez que otras marcadas por la traición, mentira, violencia y muerte. Todo el abanico de la experiencia humana está representado en el relato de la Pasión, desde lo más positivo hasta lo más oscuro: podemos afirmar que Jesús transitó por la condición humana al completo.

A su vez, Jesús es capaz de integrar esa gran variedad de experiencias y vivencias en un solo proyecto, y de ofrecérselo todo al Padre, tanto lo agradable como lo indeseable. No acumula rencores, y acepta las disyuntivas y contradicciones de su vida con confianza en la voluntad del Padre. Hace suyas las palabras del salmo 30, que conocía de memoria: “A ti, Señor, me acojo, que no quede yo nunca defraudado. En tus manos encomiendo mi espíritu y tú, mi Dios leal, me librarás. (…) Yo, Señor, en ti confío. Tú eres mi Dios, y en tus manos está mi destino.”

Las preguntas que persiguen a Jesús, en la víspera de su pasión, y a cada uno de nosotros, ante situaciones similares, son las mismas: ¿quién tendrá la última palabra frente al sufrimiento, la injusticia, la enfermedad, y la muerte? ¿El amor de Dios realmente es capaz de vencer al mal, al dolor, la humillación? Hoy vemos que la respuesta de Jesús es la respuesta de la fe, es decir, de la confianza inquebrantable en Dios más allá de la comprensión de lo que está sucediendo. “Yo, Señor, en ti confío…” Cuando me quedo solo, en ti confío. Cuando soy víctima de la injusticia, en ti confío. Cuando mi cuerpo llegó a su límite, en ti confío…

El abandono, el silencio, y la confianza con la que Jesús se entrega hoy a su Padre hoy nos hacen vibrar, porque nuestra propia condición humana se identifica necesariamente con alguna de las vivencias que experimentó Jesús en su pasión. Hoy somos llamados a renovar con él nuestra fe, que se define con estas sencillas palabras: Yo, Señor, en ti confío.

Jueves 14 Abril 2022
 


El martes pasado dirigí una reflexión sobre el papel de Judas, María Magdalena y Pedro en la narrativa de la pasión para la Comunidad Católica en Racine Central. Hablamos del significado del lavatorio de pies que hemos ritualizado para la liturgia del Jueves Santo. Utilizando Lectio Divina y con la ayuda de algunos datos de antropología bíblica, reflexionamos primero sobre la persona de Judas. Empezamos la discusión preguntándonos, ¿has pensado alguna vez en Jesús lavando los pies de Judas? Cada Jueves Santo leemos el relato del lavatorio de pies del evangelio de Juan 13:1-15. Al comienzo de la narración, leemos que Judas está presente, decidido a entregar a Jesús a las autoridades religiosas. Es después del lavatorio de los pies y después de recibir el pan de Jesús que Judas sale de la habitación (Juan 13:30). Esto significa que Jesús lavó los pies de Judas y compartió pan con él. Según el evangelio de Juan, Jesús sabía que Judas lo traicionaría. Esto hace que la imagen de Jesús lavando los pies de Judas sea aún más llamativa.
 
Para muchos de nosotros, Judas es solo el traidor. Si nos quedamos con la narrativa de la pasión, especialmente del evangelio de Juan, Judas es un ladrón (Juan 12:6) y alguien inducido por el diablo e incluso poseído por Satanás (Juan 13:2; 13:27). Igualmente famosos son el beso de Judas que se encuentra en los tres evangelios sinópticos (Marcos 14:45; Mateo 26:49; Lucas 22:47), y las treinta monedas de plata que aceptó para traicionar a Jesús (Mateo 26:15). Mateo y Lucas difieren en cómo murió, pero la versión de Mateo (27:5) de Judas quitándose la vida es la más popular. Les sugiero que lea también la versión de Lucas (Hechos 1:18).
 
Solo podemos imaginar cómo se sintió Jesús lavando los pies de alguien que lo traicionaría. Pero Judas ciertamente fue más que eso. Sus pies no eran sólo los pies de un traidor, sino los pies de alguien que traía buenas noticias. Judas fue comisionado por Jesús con los demás discípulos para proclamar el evangelio (Mc 6, 7-11; Cf Mt 10, 1; Lc 9, 1-5). ¡Judas incluso recibió poder para curar enfermedades y él con los otros discípulos informaron cuán exitosos fueron! (Marcos 6:12-13, 30-31). Para algunas personas él no era el traidor, sino Judas el Sanador, o Judas el Apóstol, Judas el instrumento de la gracia y el amor de Dios. Sus pies no solo recorrieron el camino de la traición sino el camino de la misión exitosa de cuidar a los pobres y enfermos. Los pies de Judas trajeron buenas noticias y salud a la vida de otros, y creo que eso es algo que Jesús no olvidó mientras los lavaba. Soy consciente de que esta es un área de especulación, pero vale la pena orar y pensar en la imagen de Jesús lavando los pies de sus discípulos.
 
Bruce Malina en su Social-Science Commentary on the Gospel of John (1998, 223) dice que la antropología mediterránea tradicional entiende la experiencia humana dentro de tres zonas de interacción: ojos-corazón, boca-oídos, manos-pies. El último par representa nuestras acciones, desempeño y quehacer. Malina dice que cuando Jesús lava los pies de los discípulos, está limpiando, es decir, perdonando, sus malas acciones, incluso las futuras. Esta idea tiene sentido, ya que el comienzo de la escena del lavatorio de los pies en Juan comienza afirmando que Jesús amó a los suyos hasta el extremo, hasta el fin (Juan 13:1). Me gusta pensar que los pies de Judas le recuerdan a Jesús cómo llevaron buenas noticias y caminaron por caminos polvorientos para traer esperanza a la vida de los demás. Me gustaría terminar con una cita del libro de Isaías mientras pensamos en los pies de Judas: “qué hermosos sobre los montes son los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas noticias, que anuncia salvación” (Isaías 52:7).


 

Domingo 10 Abril 2022
 


En la ya clásica película Gladiator, en una escena, uno de los personajes aconseja al gladiador, acostumbrado a ganar sangrientas luchas con suma rapidez y facilidad: “No basta con ganar: el público quiere espectáculo. Gánate al público y obtendrás la libertad.” 

Esto es lo que, en buena medida, recordamos de forma trágica y dramática hoy, en la fiesta del Domingo de Ramos. Quien controla las masas (en este caso las jerarquías religiosas) tiene el poder.

Qué diferencia entre las multitudes que cantan ¡Hosana, hosana! y las masas que gritan ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!

El domingo pasado leíamos la historia de la mujer adúltera, y en ella se refleja cuál es en realidad la voluntad de Jesús: no perderse dentro de una masa sin asumir nuestra responsabilidad, ser capaces de pensar como individuos para discernir nuestras acciones con humildad compasión y tolerancia. Los peores abusos y pecados suelen cometerse en nombre de colectivos o grupos: desigualdad, pobreza, injusticia, racismo, exclusión, intolerancia, corrupción… son, la mayoría de las veces, llevados a cabo por masas inmersas en estructuras de pecado. ¡Qué fácil es caer en dinámicas de abuso e intimidación casi sin darnos cuenta, cuando somos parte de una multitud no pensante y a menudo injusta!  

Es fundamental recordar las palabras de Jesús al grupo de hombres que querían apedrear a la mujer adúltera: “Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra.” Ojalá que en las multitudes de Jerusalén, cada persona hubiera asumido su propia responsabilidad, y se hubieran dado cuenta de que lo que estaba sucediendo no era tanto un juicio, o una acción legal, contra Jesús… sino un linchamiento hacia una persona que molestaba porque era un líder que ni los poderes políticos ni los religiosos podían controlar.

No nos convirtamos en multitudes que abusan de los vulnerables (ya sean inmigrantes, pobres, refugiados, minorías), culpándolos de nuestras desgracias para poder tranquilizar nuestras conciencias. En su linchamiento y pasión, Jesús, en manos de una masa enardecida, fue un chivo expiatorio, para aquellos que querían ganarse a las multitudes. Irónicamente, también se convirtió en la víctima inocente que expía el pecado del mundo.


(Foto: El autor, celebrando Domingo de Ramos en Sabana Yegua, República Dominicana).




 

Jueves 24 Marzo 2022

Nuestra relación con el tiempo puede ser opresiva o liberadora: todo depende de los ojos y las expectativas con que miremos el pasado, el presente y el futuro.


 
Vivimos insertos en el tiempo: ser persona es existir en la historia y desarrollarse a través de las etapas que nos marcan los años. Y es saludable plantearnos qué relación tenemos con el tiempo: con el pasado, con el presente y con el futuro. Estas tres dimensiones de la existencia pueden convertirse en dictaduras opresivas o en hermosos regalos, según el modo que cada uno tenga de relacionarse con ellas.
 
El pasado puede ser una dictadura, una losa pesada que nos aplasta e impide crecer, cuando está repleto de sufrimiento y somos incapaces de soltar amarras y desvincular nuestro hoy y nuestro mañana de ese ayer sembrado de momentos dolorosos. Es frecuente que personas con una historia sombría y penosa vivan sometidas por el recuerdo de las heridas que sufrieron, y se sientan definidas, maniatadas y subyugadas por este pasado que quisieran olvidar, pero no pueden borrar de su memoria.
 
En otros casos, el pasado puede ser una dictadura cuando ocurre lo contrario y, en vez de ser fuente de malos recuerdos, está lleno de alegrías. Haciendo memoria del gozo y de la dicha saboreados, algunas personas pueden encadenarse a ellas, y caer en una nostalgia enfermiza que les impide disfrutar del presente o tener sueños ilusionantes de futuro, pues viven intentando repetir obsesivamente, una y otra vez, lo que ya pasó: puesto que mis mejores años son los que ya quedaron atrás, se dicen, debo hacer todo lo posible para reproducirlos. Esta preocupación nostálgica y fútil nos frena, nos frustra y nos impide ver las posibilidades que nos brindan el presente y el futuro.
 
Otras personas viven inmersas en la dictadura del presente, cuando se empecinan en conseguir que hoy sea el mejor día de sus vidas. Hoy es cuando debo experimentarlo todo, se dicen: el ayer no cuenta, porque ya se fue… y el mañana es incierto; por lo tanto, lo único real es este momento, es ahora, y ahora es cuando debo realizarme al máximo. En vez de concebir el presente como un momento más entre lo ya vivido y lo que está por venir, algunos pueden concebirlo como el escenario urgente de una plenitud impostergable. Y es verdad que el ayer ya se ha ido y que el mañana es incierto, pero vivir sin tenerlos en cuenta, magnificando y exaltando el presente como lo único que importa, empobrece nuestra perspectiva. La dictadura del presente (la auto imposición de pensar que hoy debo lograr todos mis sueños) nos convierte en personas sujetas a la inmediatez de este preciso instante, desprovistas tanto de la sabiduría que ofrece la meditación acerca de todo lo vivido como de la esperanza que nos invita a cultivar lo que aún está por venir. La obligación de conseguir que el presente sea perfecto, maravilloso y estimulante es una quimera (y, como tal, una fuente de frustración). Habrá ratos en que el ahora será bello, hermoso y placentero, y habrá “ahoras” decepcionantes, incómodos o dolorosos. “Hoy” no puede ser constantemente mi mejor día.
 
El futuro también puede ser una dictadura, cuando van pasando los años, vamos acumulando vivencias de todo tipo y, sin embargo, nos obstinamos en creer que lo mejor todavía está por venir. Desdeñamos pasado y presente apostando toda nuestra felicidad a un mañana que anticipamos indudablemente luminoso. ¿Y si no lo es? ¿Y si lo más bello o estimulante o profundo de tu vida no yace en el futuro, sino en el pasado? No se trata de dejar de soñar o de renunciar a tener proyectos; sí se trata de agradecer lo ya vivido y rechazar esa dictadura del futuro, esa obligación de vivir siempre proyectándonos hacia lo que vendrá. Se trata de rechazar el sutil engaño de creer a pies juntillas que lo importante, significativo y relevante de nuestro periplo todavía está por suceder. Puede que sí, o puede que no: tal vez aquel viaje de hace unos años, o aquella lectura apasionante que terminé ayer, o aquella conversación, o esa amistad, o este momento de profunda intimidad con alguien o este abrazo ya vividos serán lo más hermoso que te deparará tu biografía. La eterna expectativa respecto a lo que vendrá puede impedir que disfrutemos con sosiego de las riquezas del presente y que valoremos en su justa medida las alegrías del pasado.
 
Nuestra relación con el tiempo, en definitiva, puede ser dolorosa: es muy posible caer bajo la dictadura del pasado, del presente o del futuro cuando convertimos a una de estas dimensiones en la única que importa (olvidándonos de las demás), y, a sobre, le pedimos algo que no puede darnos.
 
Pasado, presente y futuro, por el contrario, pueden ser una inagotable fuente de alegría, un don estupendo y un regalo maravilloso cuando los concebimos como un todo interconectado (el pasado es una dimensión del presente, decía William Faulkner) y cuando le pedimos a cada uno aquello que realmente nos ofrece.
 
El pasado es un regalo cuando logramos asumir que todo lo vivido (desde lo más hermoso a lo más triste) es escuela de aprendizajes, incluidos los conflictos y sinsabores que un día nos hicieron sufrir. Y los años que dejamos atrás son un don cuando conseguimos aceptar estos sufrimientos de ayer como parte de nuestra biografía… una parte de nuestra biografía que, si bien preferiríamos no haber experimentado, ahora podemos integrar en nuestra comprensión de la vida, conscientes de que todo (desde lo más alegre a lo más funesto) contiene aprendizajes válidos. El pasado también es un regalo cuando entendemos que, si bien lo hermoso y estimulante que un día vivimos no debe convertirse en motivo de nostalgia, sí puede ser motivo de satisfacción, y es saludable conservar como auténticos tesoros los recuerdos de tantas personas que en su día nos acompañaron, de tantos momentos gratificantes que hoy miramos con hondo agradecimiento. El pasado es un regalo cuando lo entendemos como la tierra donde ha madurado nuestra identidad, el taller donde se ha forjado lo mejor de nosotros, la historia llena de enseñanzas que nos equipa para vivir el presente y el futuro con más sabiduría, sin repetir errores, con serenidad. En vez de mirar al pasado como aquello a lo que siempre estamos obligados a volver (ya sea porque en él sufrimos heridas que aún nos duelen, o porque deseamos recuperar lo bueno que nos dio), es posible vivir agradeciendo las experiencias acumuladas: sin negarles su importancia, ni atribuirles un papel exagerado. El pasado sí es el artífice de nuestra identidad, pero nada nos impide soltar amarras de sus aspectos más tóxicos o liberarnos de una nostalgia que nos frena y nos priva de entregarnos con entusiasmo al presente y al futuro.
 
El presente es un regalo cuando (sin exigirle que cada instante sea el más bello, el más feliz o el más rico que hayamos vivido) lo entendemos como el ámbito en el que podemos tomar plena consciencia de estar vivos, y tomar consciencia asimismo del mundo que palpita a nuestro alrededor. El presente es también el espacio de creatividad donde podemos llevar a cabo algo nuevo; el territorio donde, sin olvidar el pasado, nos podemos superar y tal vez alcanzar alguna cota de madurez hasta hoy desconocida. El presente es el ámbito donde podemos ser plenamente libres, el ahora en el que es posible poner todo lo vivido al servicio de un esfuerzo renovado por sintonizar plenamente con nuestro entorno, con los demás, con nuestra interioridad… y con Dios. Porque, mirado desde la fe, el presente es el momento en que se manifiesta el “hoy” de Dios, ese hoy que nos invita a entender lo que estamos viviendo ahora mismo como el escenario en el que el Padre nos muestra su cercanía y su amor, el “hoy” que anunció Jesús en la sinagoga de Nazaret después de leer el rollo de Isaías: «Hoy se ha cumplido este pasaje que habéis oído» (Lc 4, 21).
 
Y el futuro es un regalo cuando, sin dejar de ser conscientes de su fragilidad y de las incertidumbres que lo rodean, lo vislumbramos como el horizonte donde tal vez aún nos será entregada la posibilidad de crecer, de seguir buscando el sentido de nuestro paso por el mundo, de descubrir nuevas lecciones sobre la vida, sobre los demás o sobre uno mismo. El futuro es el territorio de la esperanza, es el ámbito del que podemos esperar nuevos inicios, nuevos encuentros y nuevos proyectos. El futuro es el lugar donde podemos intuirnos mejores, libres de las miserias que ayer nos limitaron, que tal vez hoy todavía nos empequeñecen. El futuro nos invita a soñar.
 
Nuestra relación con el tiempo puede ser opresiva o liberadora: todo depende de los ojos y las expectativas con que miremos el pasado, el presente y el futuro.


 

Sábado 19 Marzo 2022
Hoy se celebra la fiesta de San José, y aquí, en Ágora XXI, hemos querido recordar el día con este poema.

 

 

CUANDO NO SUEÑAS TUS SUEÑOS
 
 
¿Tú qué harías si supieras
que tus sueños no son tuyos?
¿Serían más ciertos,
aunque borraran los tuyos?
 
La noticia me parte el alma,
pero sé qué debo hacer:
mi sueño, abrasado por la rabia y el dolor.
Y, aunque duele el corazón,
sé que no se ha endurecido.  
 
De repente, un sueño raro…
y me dejo ir.
Y acá estoy… con ella.
Con ellos, al lado de mi lecho,
la mano del hombre en la mía.
 
Recordamos aquel tiempo, en el taller:
me miraba trabajar
(mi oficio elemental, que nos dio la dignidad
y el pan de cada día).
Y él, tan lleno de preguntas,
que yo me interrogaba
si en verdad él era Él.
Preguntaba sobre la vida…
¿Qué podía responderle?
 
Yo hubiese querido una vida más sencilla;
ese era mi sueño.
O eso pensaba entonces.
Y ahora, aquí estoy,
tan, tan lejos de aquel sueño.
Mi sueño interrumpido
por sueños que no eran míos.
 
Ahora acá acostado, sabiendo que llegó el final.
Me recordarán, dice,
por mi fe y mi humildad.
 
Y vuelvo al día en que huimos,
cuando se me dijo que dejase al lado el miedo.

Aunque no entienda, Señor,
haré todo lo que pueda.
Confiaré en ti, Señor.
Sé que siempre es lo mejor.
Porque estos sueños no son míos…
por la fe, confiaré
hasta el día en que muera…

Así te lo dije entonces,
que así sería hasta el fin.
 
Y ahora aquí estoy, Señor.
 
Mi hombrecito,
su mano en la mía,
y apenas ahora entiendo:
 
Que se han cumplido mis sueños.




Imagen: "St. Joseph and Baby Jesus", de Jason Jenicke. jasonjenicke.com

 

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