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Miércoles 29 Diciembre 2021


En estos días de Navidad son muchos los personajes que aparecen en los relatos alrededor del nacimiento de Jesús en Belén. Los más tradicionales están representados entre las figuras con las que acompañamos al niño Jesús en nuestros Belenes domésticos y públicos: sus padres, los pastores, los magos de Oriente, etc.

El evangelista Mateo nos presenta a dos de ellos en el pasaje que acompaña la fiesta de los Santos Inocentes, insertada en la octava de Navidad. De forma contrapuesta, nos describe en primer lugar la reacción de Herodes, el rey de Judea, ante la noticia del nacimiento de un futuro rey en Belén. Su obsesión por eliminar a cualquier rival potencial, aun de sus descendientes, lo aboca a un acto de violencia feroz, ordenando la muerte de todos los niños menores de dos años en la zona de Belén.

Herodes representa a un individuo cuyo proyecto de vida es él mismo. Le aterra la idea de que, un día, él dejará de ejercer dominio sobre su pequeño reino. Como tantos líderes, antiguos y modernos, en cualquier ámbito social, empresarial o político, está empecinado en lograrse perpetuar a través de sí mismo, o de sus descendientes. Y no duda en recurrir a la violencia destructiva para garantizar su proyecto personal.

Cuanto mayor el Ego, mayor es la violencia que ejerce sobre los demás, y mayor es la frustración y la ansiedad en las que vive encadenada una persona que se dedica obsesivamente a eliminar posibles amenazas presentes o futuras a su alrededor, aun tan absurdas como lo pueda ser un recién nacido de padres humildes, frágil y en todo vulnerable.

El personaje opuesto a Herodes en este relato es el padre de Jesús, José. Dócil ante las indicaciones que recibe en sueños (señalando su abandono confiado en Dios), no tiene un proyecto personal que defender ante nadie, pues su centro son la madre y el hijo que le han sido confiados. Lejos de cualquier sentido de competición, se deja guiar para ir generando un entorno propicio en el que se pueda desarrollar el niño, quien trae dentro de sí la promesa de un futuro mejor.

Desanclado de sí mismo, José transmite paz y alegría en el desempeño de su misión, no exenta de riesgos ni de dificultades, que contrastan vivamente con la angustia y enojo de los que hace gala Herodes, quien aparentemente disfruta de una vida en la que lo tiene todo a su favor. Mientras Herodes vive totalmente centrado en sí mismo, José ha descubierto que el proyecto de su vida son el niño Jesús y su madre.

De forma similar, las personas que han puesto en el centro de sus vidas a los más vulnerables y necesitados, a aquellos que buscan refugio, a los rechazados y amenazados de nuestro mundo, se liberan a su vez de sus miedos y fatigas, pues descubren la paz en medio de su camino y de sus luchas.


 

Viernes 24 Diciembre 2021
 


Hoy celebramos la gran fiesta del nacimiento de Jesús, la fiesta que, en cierto modo, lo cambia todo: la llegada de aquel niño, y la buena noticia que él anunció, marcaron un antes y un después en la historia de la familia humana. Para las personas creyentes, la fiesta de la encarnación significa una profunda transformación de la idea misma de Dios: el Dios altivo y alejado en el que habíamos creído, a veces indiferente, otras vengativo, siempre juez, se nos presenta ahora en este bebé pobre y tembloroso, custodiado únicamente por sus padres, gente humilde y sencilla, y un buey, y una vaca. Y esa nueva identidad de Dios, hecho uno entre nosotros, es, en verdad, un inmenso motivo de alegría.
 
Uno de los textos navideños más entrañables es el que leíamos, en preparación para la fiesta de hoy, en el cuarto domingo de Adviento: la visitación de María, embarazada de Jesús, a Isabel, embarazada de Juan el Bautista. Y ese texto, Lucas subraya precisamente la alegría que provoca la presencia del niño Jesús (en el vientre de su madre) a su alrededor: tanto Isabel como la propia María se llenan de júbilo, y el niño Juan «salta de alegría» en el vientre de Isabel.
 
¿Saltamos de alegría, nosotros, cuando sentimos cercana la presencia de Dios?
 
Vale la pena preguntárnoslo. Porque es curioso observar que, a menudo, la reacción que provoca en nosotros la cercanía con lo sagrado no es la reacción de Juan el Bautista, no es de alegría… sino de temor. O de culpabilidad. O ambas cosas a la vez. ¿Nos podemos imaginar a Isabel diciéndole a María «Cuando tu saludo llegó a mis oídos, la criatura se puso a temblar de miedo en mi vientre»? ¿O bien «Cuando tu saludo llegó a mis oídos, la criatura se puso a golpearse el pecho, diciendo “por mi culpa, por mi culpa”…?» Pues esa parece ser, a veces, nuestra respuesta, cuando sentimos la proximidad de Dios.
 
Se trata, tal vez, de reacciones comprensibles. Lo divino es inabarcable: confrontados con ello nos sentimos pequeños, y, como desde niños nos han enseñado que Dios es un juez severo, entonces su cercanía nos aterra. Y nos parecen, ante su presencia, más obvias nuestras culpas: es lo que le pasó a Pedro, que cuando comprendió quien era Jesús le espetó aquello de «apártate de mí, que soy un pecador» (Lc 5, 8).
 
Y, sin embargo, son reacciones que obedecen a una idea pre-cristiana de Dios, que no tienen en cuenta el Evangelio. El temor y temblor que nos provoca lo sagrado hunde sus raíces en la experiencia de culturas que asociaban a Dios con los fenómenos terribles de la naturaleza, y que desarrollaron la idea de un Dios al que, en todo caso, había que aplacar con nuestros sacrificios. Y todo eso no tiene nada que ver con Jesús y su mensaje; es más, justamente eso es lo que Jesús vino a desmantelar, con su buena noticia de que Dios es un padre misericordioso, enamorado de nosotros.
 
Comprender a fondo la Navidad es comprender que el Dios en el que creemos los cristianos siempre debería ser, para nosotros, motivo de alegría. Porque la Navidad significa que Dios no es juez, sino hermano, que no viene a condenarnos, sino a caminar con nosotros, que no nos mira con desdén, sino con ternura, que no debemos aplacarlo, sino agradecerle su bondad.
 
La cuestión que deberíamos entonces plantearnos los cristianos es si con nuestra conducta y actitudes ayudamos a comunicar que la cercanía de Dios es consuelo, y razón para la dicha… o no. Porque es indudable que a veces, con nuestra severidad, con nuestras actitudes rigoristas, incluso con nuestra amargura, lo que hacemos es perpetuar la idea (pre-cristiana i antievangélica) de que, ante Dios, lo más lógico es asustarnos. Cuando, en realidad, lo más natural sería reaccionar como Juan el Bautista: saltando de alegría.
 
¡Una feliz y alegre Navidad para todas y todos!

 

Viernes 17 Diciembre 2021
 


No hay Navidad sin Adviento.
Pero puede haber Adviento sin Navidad.
El Adviento es necesario, pero no suficiente.
 
Necesitamos la Navidad
 
Juan el Bautista es necesario, pero no suficiente.
            Necesitamos a Jesús.
María es necesaria, pero no suficiente.
            Necesitamos a su hijo.
El arrepentimiento es necesario, pero no suficiente.
            Necesitamos esperanza.
Las oraciones son necesarias, pero no son suficientes.
            Necesitamos compromiso.
El Amor de Dios es necesario, pero no suficiente.
            Necesitamos al prójimo.
El amor es necesario, pero no suficiente.
            Necesitamos obras.
La vida es necesaria pero no suficiente.
            Necesitamos dignidad.
La unidad es necesaria, pero no suficiente.
            Necesitamos solidaridad.
La paz es necesaria, pero no suficiente.
            Necesitamos justicia.
La tolerancia es necesaria pero no suficiente.
            Necesitamos la integración.
La ley es necesaria pero no suficiente.
            Necesitamos misericordia.
Las palabras son necesarias, pero no suficientes.
            Necesitamos acción.
El respeto es necesario, pero no suficiente.
            Necesitamos delicadeza.
La familia es necesaria pero no es suficiente.
            Necesitamos la comunidad.
 
El Adviento es necesario, pero necesitamos la Navidad.


 

Miércoles 8 Diciembre 2021

 


Hace unos días, 68 jóvenes bolivianos de 17 y 18 años participaron en una charla sobre el cambio climático y la importancia de la plantación de árboles, así como el cuidado del medio ambiente. El colegio «Amor de Dios» en Cochabamba, dirigido por las Hermanas del Amor de Dios, invitó a Aniceto Arroyo (miembro asociado de la Comunidad de San Pablo, y técnico agrónomo) para que explicara la relevancia que tiene el mantener el equilibrio del medioambiente para mantener la vida en la tierra tal como la conocemos. Se aprovechó también para hacer hincapié a las palabras del papa Francisco sobre el tema: nunca deberíamos olvidar que el medio ambiente es responsabilidad de todos y que es un bien colectivo.

Después de la conferencia todos los participantes se desplazaron al convento franciscano de San José de Tarata (situado a una hora de la ciudad de Cochabamba), donde los jóvenes, junto con siete profesores, dos hermanas y el técnico agrónomo, plantaron 200 pinos producidos en el vivero que la Comunidad de San Pablo tiene en Totora Pampa (Municipio de Vacas) para la reforestación de la zona.

Fue una bonita experiencia poder trabajar con las Hermanas del Amor de Dios y así unir esfuerzos para compartir logros e inquietudes. Esperemos que en el futuro podamos seguir fomentando la consciencia de la importancia que tiene la crisis climática que estamos viviendo entre jóvenes de Bolivia.


 

Martes 30 Noviembre 2021
 


«P. Mike, ¿puedes venir a la oficina? Hay una madre aquí con su hija, que dice que no sabe a dónde más ir. Está bastante desesperada», decía el mensaje que recibí del secretario parroquial.
 
Fui a la oficina parroquial y me encontré con una mujer sentada, claramente alterada. «Lo siento padre, no sabía a dónde más ir. ¡Por favor ayúdela! ¡Dígale que Dios la ama!» Le pedí que tomara aliento y que me explicara la situación.
 
Su hija de 20 años, “Isabel”, había sido dada de alta el día antes del hospital psiquiátrico, después de estar allí un mes. La habían admitido después de haber hecho varios intentos de quitarse la vida. Le recetaron una larga lista de medicamentos fuertes. Esa misma mañana, habían ido a una clínica para hacer citas de seguimiento. Pudo concertar una cita breve con un psicólogo, pero le dijeron que no podría ver a un psiquiatra hasta al cabo tres meses.
 
Isabel ya no quería salir del hospital, y ahora se habían confirmado sus temores: pensó que sería demasiado difícil sobrevivir fuera de la seguridad del hospital. No sé qué les dijo a su madre y su padre (él estaba esperando con Isabel en el coche), pero tuvo el efecto de que vinieran a la parroquia desesperados, por sugerencia de una vecina.
 
«Por supuesto, hablaré con ella, si quiere hablar conmigo», respondí. Y le expliqué a la madre que, de hecho, nosotros como parroquia (a través de la CSP) ofrecemos servicios gratuitos de acompañamiento psicológico. «Sharoll, una de las psicólogas, está hoy aquí. Creo que sería bueno que Isabel hablara también con ella».
 
Resultó que la madre no tenía ni idea de que ofrecíamos servicios psicológicos. Y cuando dije que, considerando las circunstancias, Isabel podría ver a Sharoll tan pronto como Sharoll terminara su sesión con un paciente, el tono de la madre cambió, convirtiéndose en una mezcla de sorpresa y alivio. «No me lo puedo creer. Esta debe ser la voluntad de Dios. ¡Nunca me imaginé que Isabel pudiera hablar con un sacerdote y una psicóloga!»
 
Acordamos que Isabel entraría a hablar conmigo hasta que Sharoll estuviera disponible. Su madre la trajo, y era obvio que la joven no estaba bien. Iba más abrigada de lo necesario para el frío de la tarde. Entre su sudadera con capucha y la mascarilla, pude distinguir sus ojos agobiados mientras se negaban a mirar hacia arriba. Solo hablaría conmigo, dijo, si su madre también estaba presente.
 
Mientras nos sentábamos, Isabel dejó en claro que hablar conmigo había sido idea de su madre. Ella pensaba que era demasiado tarde. Quizás fue esta sensación de no tener nada que perder lo que hizo que entonces se abriera tanto: explicó que no se sentía cómoda estando sola con un hombre porque a los cuatro años había sido abusada (sus padres se enteraron años después). Aseguró que un tiempo atrás ella era «muy normal», y que tenía amigos, era feliz e incluso empezó los estudios universitarios. Pero la pandemia la llevó a estar demasiado sola, y comenzó a recordar cosas de su pasado y sintió que la oscuridad que la envolvía era insoportable. «He intentado huir de esta oscuridad, pero no sirve de nada. He terminado. Me siento mal por herir a mis padres, y lo tristes que se pondrán...» Con una fuerza increíble, la madre de Isabel dejó que su hija hablase, sin interrumpirla.
 
Sharoll terminó con su cita y vino a buscar a Isabel. Pasé un rato más hablando con la madre, que luego salió a esperar a su hija al lado de su esposo.
 
Cuando pienso en la madre de Isabel acercándose desde la desesperación en busca de ayuda y de un poco de esperanza, me viene a la memoria la mujer con pérdidas de sangre de los evangelios sinópticos. Había estado enferma y sufriendo durante doce años: Lucas asegura que “nadie” podía curarla (Lc 8, 43). Marcos es aún más negativo, al afirmar que la pobre “había sufrido mucho a manos de muchos médicos”, dejándola arruinada y peor que antes (Mc 5, 26). A menudo se la representa en el suelo, extendiendo la mano desesperadamente para tocar el manto de Jesús. Del mismo modo, la madre de Isabel pudo haber pensado: si la llevo a la iglesia, tal vez se sanará.
 
A raíz de haber empezado a ofrecer servicios de acompañamiento psicológico hemos comprendido mejor la desesperación que enfrentan, en nuestro contexto, muchas personas con respecto a su salud mental o la de un ser querido. Como en tantas partes del mundo, el acceso a la atención de salud mental es en Bogotá muy limitado, especialmente para familias y personas de bajos recursos. Esteban, un joven que visita regularmente a Sharoll, me explicó que tenía que esperar varios meses entre sus citas, que estas eran de apenas quince minutos, y no con el mismo psicólogo. La espera de tres meses para que alguien como Isabel vea al psiquiatra es típica, incluso cuando se trata de un paciente recién dado de alta del hospital psiquiátrico.
 
Es precisamente por eso que nosotros, como Comunidad de San Pablo, comenzamos a ofrecer estos servicios en 2020, y los ampliamos a principios de 2021. Para la mayoría de los que vienen, es la primera vez que pueden buscar y recibir apoyo para su salud mental. Como la mujer de los Evangelios e Isabel y su madre, se acercan y encuentran esperanza.
 
Quizás se pregunten acerca de Isabel. Me alegra poder decir que no se parece en nada a aquella chica que conocí en la oficina. Como dice Sharoll, «ha cambiado como de la noche al día». Sus sesiones la ayudaron a salir adelante, hasta que finalmente pudo ver al psiquiatra y a un psicólogo a través del sistema público. Ahora está tan bien que Isabel solo ve a Sharoll cuando pasa a saludarla, para charlar de su amor por los animales… y ha vuelto a estudiar.
 
Si desean conocer más detalles acerca de nuestro programa de acompañamiento psicológico, puede ver nuestro video en:
https://www.youtube.com/watch?v=3m2t1-M-28s


 

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