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Viernes 17 Diciembre 2021
 


No hay Navidad sin Adviento.
Pero puede haber Adviento sin Navidad.
El Adviento es necesario, pero no suficiente.
 
Necesitamos la Navidad
 
Juan el Bautista es necesario, pero no suficiente.
            Necesitamos a Jesús.
María es necesaria, pero no suficiente.
            Necesitamos a su hijo.
El arrepentimiento es necesario, pero no suficiente.
            Necesitamos esperanza.
Las oraciones son necesarias, pero no son suficientes.
            Necesitamos compromiso.
El Amor de Dios es necesario, pero no suficiente.
            Necesitamos al prójimo.
El amor es necesario, pero no suficiente.
            Necesitamos obras.
La vida es necesaria pero no suficiente.
            Necesitamos dignidad.
La unidad es necesaria, pero no suficiente.
            Necesitamos solidaridad.
La paz es necesaria, pero no suficiente.
            Necesitamos justicia.
La tolerancia es necesaria pero no suficiente.
            Necesitamos la integración.
La ley es necesaria pero no suficiente.
            Necesitamos misericordia.
Las palabras son necesarias, pero no suficientes.
            Necesitamos acción.
El respeto es necesario, pero no suficiente.
            Necesitamos delicadeza.
La familia es necesaria pero no es suficiente.
            Necesitamos la comunidad.
 
El Adviento es necesario, pero necesitamos la Navidad.


 

Miércoles 8 Diciembre 2021

 


Hace unos días, 68 jóvenes bolivianos de 17 y 18 años participaron en una charla sobre el cambio climático y la importancia de la plantación de árboles, así como el cuidado del medio ambiente. El colegio «Amor de Dios» en Cochabamba, dirigido por las Hermanas del Amor de Dios, invitó a Aniceto Arroyo (miembro asociado de la Comunidad de San Pablo, y técnico agrónomo) para que explicara la relevancia que tiene el mantener el equilibrio del medioambiente para mantener la vida en la tierra tal como la conocemos. Se aprovechó también para hacer hincapié a las palabras del papa Francisco sobre el tema: nunca deberíamos olvidar que el medio ambiente es responsabilidad de todos y que es un bien colectivo.

Después de la conferencia todos los participantes se desplazaron al convento franciscano de San José de Tarata (situado a una hora de la ciudad de Cochabamba), donde los jóvenes, junto con siete profesores, dos hermanas y el técnico agrónomo, plantaron 200 pinos producidos en el vivero que la Comunidad de San Pablo tiene en Totora Pampa (Municipio de Vacas) para la reforestación de la zona.

Fue una bonita experiencia poder trabajar con las Hermanas del Amor de Dios y así unir esfuerzos para compartir logros e inquietudes. Esperemos que en el futuro podamos seguir fomentando la consciencia de la importancia que tiene la crisis climática que estamos viviendo entre jóvenes de Bolivia.


 

Martes 30 Noviembre 2021
 


«P. Mike, ¿puedes venir a la oficina? Hay una madre aquí con su hija, que dice que no sabe a dónde más ir. Está bastante desesperada», decía el mensaje que recibí del secretario parroquial.
 
Fui a la oficina parroquial y me encontré con una mujer sentada, claramente alterada. «Lo siento padre, no sabía a dónde más ir. ¡Por favor ayúdela! ¡Dígale que Dios la ama!» Le pedí que tomara aliento y que me explicara la situación.
 
Su hija de 20 años, “Isabel”, había sido dada de alta el día antes del hospital psiquiátrico, después de estar allí un mes. La habían admitido después de haber hecho varios intentos de quitarse la vida. Le recetaron una larga lista de medicamentos fuertes. Esa misma mañana, habían ido a una clínica para hacer citas de seguimiento. Pudo concertar una cita breve con un psicólogo, pero le dijeron que no podría ver a un psiquiatra hasta al cabo tres meses.
 
Isabel ya no quería salir del hospital, y ahora se habían confirmado sus temores: pensó que sería demasiado difícil sobrevivir fuera de la seguridad del hospital. No sé qué les dijo a su madre y su padre (él estaba esperando con Isabel en el coche), pero tuvo el efecto de que vinieran a la parroquia desesperados, por sugerencia de una vecina.
 
«Por supuesto, hablaré con ella, si quiere hablar conmigo», respondí. Y le expliqué a la madre que, de hecho, nosotros como parroquia (a través de la CSP) ofrecemos servicios gratuitos de acompañamiento psicológico. «Sharoll, una de las psicólogas, está hoy aquí. Creo que sería bueno que Isabel hablara también con ella».
 
Resultó que la madre no tenía ni idea de que ofrecíamos servicios psicológicos. Y cuando dije que, considerando las circunstancias, Isabel podría ver a Sharoll tan pronto como Sharoll terminara su sesión con un paciente, el tono de la madre cambió, convirtiéndose en una mezcla de sorpresa y alivio. «No me lo puedo creer. Esta debe ser la voluntad de Dios. ¡Nunca me imaginé que Isabel pudiera hablar con un sacerdote y una psicóloga!»
 
Acordamos que Isabel entraría a hablar conmigo hasta que Sharoll estuviera disponible. Su madre la trajo, y era obvio que la joven no estaba bien. Iba más abrigada de lo necesario para el frío de la tarde. Entre su sudadera con capucha y la mascarilla, pude distinguir sus ojos agobiados mientras se negaban a mirar hacia arriba. Solo hablaría conmigo, dijo, si su madre también estaba presente.
 
Mientras nos sentábamos, Isabel dejó en claro que hablar conmigo había sido idea de su madre. Ella pensaba que era demasiado tarde. Quizás fue esta sensación de no tener nada que perder lo que hizo que entonces se abriera tanto: explicó que no se sentía cómoda estando sola con un hombre porque a los cuatro años había sido abusada (sus padres se enteraron años después). Aseguró que un tiempo atrás ella era «muy normal», y que tenía amigos, era feliz e incluso empezó los estudios universitarios. Pero la pandemia la llevó a estar demasiado sola, y comenzó a recordar cosas de su pasado y sintió que la oscuridad que la envolvía era insoportable. «He intentado huir de esta oscuridad, pero no sirve de nada. He terminado. Me siento mal por herir a mis padres, y lo tristes que se pondrán...» Con una fuerza increíble, la madre de Isabel dejó que su hija hablase, sin interrumpirla.
 
Sharoll terminó con su cita y vino a buscar a Isabel. Pasé un rato más hablando con la madre, que luego salió a esperar a su hija al lado de su esposo.
 
Cuando pienso en la madre de Isabel acercándose desde la desesperación en busca de ayuda y de un poco de esperanza, me viene a la memoria la mujer con pérdidas de sangre de los evangelios sinópticos. Había estado enferma y sufriendo durante doce años: Lucas asegura que “nadie” podía curarla (Lc 8, 43). Marcos es aún más negativo, al afirmar que la pobre “había sufrido mucho a manos de muchos médicos”, dejándola arruinada y peor que antes (Mc 5, 26). A menudo se la representa en el suelo, extendiendo la mano desesperadamente para tocar el manto de Jesús. Del mismo modo, la madre de Isabel pudo haber pensado: si la llevo a la iglesia, tal vez se sanará.
 
A raíz de haber empezado a ofrecer servicios de acompañamiento psicológico hemos comprendido mejor la desesperación que enfrentan, en nuestro contexto, muchas personas con respecto a su salud mental o la de un ser querido. Como en tantas partes del mundo, el acceso a la atención de salud mental es en Bogotá muy limitado, especialmente para familias y personas de bajos recursos. Esteban, un joven que visita regularmente a Sharoll, me explicó que tenía que esperar varios meses entre sus citas, que estas eran de apenas quince minutos, y no con el mismo psicólogo. La espera de tres meses para que alguien como Isabel vea al psiquiatra es típica, incluso cuando se trata de un paciente recién dado de alta del hospital psiquiátrico.
 
Es precisamente por eso que nosotros, como Comunidad de San Pablo, comenzamos a ofrecer estos servicios en 2020, y los ampliamos a principios de 2021. Para la mayoría de los que vienen, es la primera vez que pueden buscar y recibir apoyo para su salud mental. Como la mujer de los Evangelios e Isabel y su madre, se acercan y encuentran esperanza.
 
Quizás se pregunten acerca de Isabel. Me alegra poder decir que no se parece en nada a aquella chica que conocí en la oficina. Como dice Sharoll, «ha cambiado como de la noche al día». Sus sesiones la ayudaron a salir adelante, hasta que finalmente pudo ver al psiquiatra y a un psicólogo a través del sistema público. Ahora está tan bien que Isabel solo ve a Sharoll cuando pasa a saludarla, para charlar de su amor por los animales… y ha vuelto a estudiar.
 
Si desean conocer más detalles acerca de nuestro programa de acompañamiento psicológico, puede ver nuestro video en:
https://www.youtube.com/watch?v=3m2t1-M-28s


 

Miércoles 20 Octubre 2021
 

El día 12 de octubre, después de varios meses de preparativos, abrimos al público un consultorio odontológico en el barrio El Pesebre de Bogotá. Se trata de una nueva iniciativa de la Comunidad de San Pablo en Colombia, que pretende ofrecer servicios de odontología a bajo coste para las personas de los barrios La Resurrección, Granjas de San Pablo y El Pesebre, donde trabajamos en el marco de la parroquia La Resurrección.
 
El nuevo consultorio dental se suma a otras iniciativas que ya veníamos llevando a cabo en el campo de la salud: la labor de una enfermera que realiza visitas a domicilio y la de dos psicólogas que ofrecen acompañamiento psicológico varios días por semana.
 
Por ahora, el consultorio abrirá los martes y los jueves. La odontóloga que hemos contratado es una persona con muchos años de experiencia en el campo, que además comprende la vocación de servicio de este consultorio en particular.
 
La población de nuestros barrios (en los que hasta ahora solo había una pequeña clínica dental, privada) ha acogido con mucha alegría y agradecimiento esta nueva iniciativa. Esperemos que el consultorio sea un signo más de la labor de la Iglesia en estos sectores vulnerables de Bogotá, dirigida a dignificar la vida de sus habitantes.

 


 

Jueves 30 Septiembre 2021



 
Desde Casa San José, en Cochabamba, nos llega una historia de algunos de los muchachos en situación de calle que están acogidos allí.
 
«Me llamo Andrés, tengo 13 años y vivo en la ciudad de Cochabamba. Hoy he pensado que sería un buen día para contarles algo que me pasó:
 
En una de mis múltiples escapadas del colegio conocí a dos niños como yo, que eran hermanos: Lionel de 11 años y Daniel de 6. Me los encontré allá por las calles del olvido y la nostalgia, unas calles concurridas y ruidosas. Pedían dinero a los transeúntes y a los vehículos, sin importar el peligro que corrían, aunque creo que para ellos era divertido y nada peligroso. Yo traía un poco de comida, así que me detuve a descansar y a comer mi escasa merienda. En ese momento intercambiamos unas palabras y entablamos una amistad. Nos contamos muchas cosas, entre ellas que su mamá los abandonó y su papá no los cuidaba; tenían siempre hambre y el cariño siempre faltaba. Esto me lo contaron con mucha nostalgia y pesadumbre. Así que habían decidido salir a las calles para hacer malabares y pedir dinero para poder comprar comida para ellos y sus hermanas más pequeñas.
 
Ese primer encuentro fue seguido de otros más, con lo que tuve bastantes oportunidades de compartir un poco de merienda con ellos y hablar de nuestras cosas. Pero un día, ya no los encontré más. Era como si hubieran desaparecido.

No obstante, mi suerte también cambió. Una tarde después de estar rondando por la calle sin rumbo, la policía me atrapó y me llevó a un hogar llamado Casa San José. Yo no quería entrar a vivir en esa casa, pues me gustaba la vida en la calle y ese lugar era extraño y desconocido para mí. Mi gran sorpresa al entrar fue ver en el patio a varios niños jugando, pero lo que me llamó la atención fueron dos en concreto que no eran desconocidos para mí. ¡Allí estaban Lionel y su hermano Daniel! Me imagino que tuvieron la misma suerte que yo y la policía los encontró solos en la calle. Después de bañarme y ponerme ropas limpias corrí a darles un fuerte abrazo. Y nos pasamos la tarde hablando y contándonos nuestras aventuras.
 
Lionel me contó que sus hermanas estaban viviendo en otro centro, aunque la más pequeña, de cinco años, se puso muy enferma y murió de leucemia.
 
Después de unos meses viviendo en Casa San José con varios niños, divirtiéndome y estando contento y feliz, Lionel me contó que su papá iba a venir con sus hermanas para irse todos juntos a vivir a su casa, los cuatro. Me puse triste, pero me alegré por ellos cuando vi cómo el papá abrazaba a sus hijos. Un abrazo esperado por Lionel y Daniel. Aquel día salieron muchas emociones después de meses separados así que acabaron todos llorando.
 
A mí me entró mucha nostalgia por mi familia, los extrañaba también mucho. Espero que pronto haya un reencuentro con ellos, así como el de Lionel y Daniel. Ustedes me preguntarán por qué me escapé si quiero a mi familia, pero esto ya es parte de otra historia, la mía, que tal vez algún día les contaré».



 

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