Las carencias educativas, afectivas, sociales y económicas que se experimentan en muchos núcleos familiares son como uno de esos ovillos tan enredados que no hay quien sepa por dónde empezar a estirar del hilo para, entonces, poderlos deshacer. A veces se empieza a estirar y encontramos un gran nudo imposible de desenredar, y hay que buscar la otra punta del hilo e intentar por ahí.
Ricardo es un muchacho de sonrisa agradable y actitud tranquila a quien conocemos desde hace muchos años. Cuando era pequeñito acudía a la parroquia de La Sagrada Familia, en Sabana Yegua, que está a cargo de la Comunidad de San Pablo desde el 2003. Allí, con sus amigos, ayudaba en lo que hiciera falta: participando de grupos juveniles, colaborando en el huerto, barriendo, lavando el coche, cualquier cosa con tal de estar con los amigos haciendo algo, y, por qué no, si había algún plato de comida sobrante, aceptarlo de buena gana.
De una familia numerosa, en la que falta el trabajo y abundan los problemas, él se alejaba cada día de su barrio y de posibles amistades conflictivas, ocupando su tiempo sobrante después de la escuela en actividades variadas, también acompañando los curas a sus celebraciones por todo el territorio parroquial. Los sacerdotes, viendo su inteligencia, obtuvieron los recursos para que iniciara la secundaria en un buen colegio de Azua, la capital de provincia. Pero no funcionó. Quizás la distancia vital entre los demás compañeros, procedentes de familias acomodadas, y él era demasiado grande para lograr un buen encaje. Se desanimó y dejó el colegio. Sintió que le había fallado a “los padres”, por lo que se alejó durante un tiempo.
Tras reencontrarlo, lo animamos a proseguir los estudios en la escuela secundaria del pueblo. Todos sabíamos que el nivel no era el mismo, pero no había que insistir en algo que no había funcionado una vez.
Hace casi dos años nos visitó una voluntaria de España durante unas semanas, y quedó “tocada” por las muchas necesidades, decidiendo colaborar con varias becas educativas. En su estancia dio clases de inglés a los muchachos, y allí conoció a Ricardo. Era un estudiante sobresaliente y nos dijo que le gustaría continuar con el inglés, por lo que, junto a nuestra amiga, que pagaría la beca, propusimos que los fines de semana fuera a una academia a seguir un curso de inglés.
Actualmente está en el último nivel del curso intensivo de inglés y le va muy bien. En el mes de enero pasó una semana traduciendo durante la campaña oftalmológica que realiza un equipo de médicos que viene cada año de los EE.UU. Posteriormente tuvimos a una voluntaria de ese mismo país dando clases de inglés durante un par de meses y Ricardo estuvo de asistente. Cuando la voluntaria se marchó los estudiantes le pidieron a Ricardo continuar las clases y nosotros lo animamos a que lo hiciera. Duró unos meses impartiendo el curso de inglés a niños y adultos de la comunidad, que no dejaban de sorprenderse del cambio de este muchacho que no hace tanto rondaba por la parroquia ayudando en el huerto y jugando con sus amigos. Sus conocimientos de inglés y su seguridad dando clases son un aliciente para cualquiera que quiera superarse.
Y más recientemente, Ricardo ha dado el paso siguiente: el salto a la universidad. Es siempre un paso tremendamente difícil, pues incluye cambiar de ciudad, irse lejos, buscar alojamiento, estudios, y sobre todo el reto económico que supone. Muchos jóvenes sueñan con la universidad y cuando acaban la secundaria se topan con la realidad de lo prácticamente imposible que es ese paso. En el caso de Ricardo, nuestra amiga le está apoyando. Ojalá sigamos encontrando a muchas personas que nos ayuden en el programa de becas, pues de alguna manera es como ir desenredando ovillos y el hilo que estiramos es el estudiante becado: cuando mejore su vida, mejorará la de su familia. ¡Muchos jóvenes esperan esta oportunidad!