«Qué duda cabe que uno de los aspectos más importantes que contribuyen a dignificar a la persona y a la familia es tener un espacio propio que pueda llamar hogar.
Dios nos bendice hoy porque dignificando las familias con un hogar propio, recordamos la dignidad que Dios da a cada uno de sus hijos e hijas. Una dignidad que no se amerita, ni se gana, una dignidad que no se merece, sino que cada uno tiene por el mero hecho de ser persona, de existir.
Y es ante Dios que tenemos un reto, el reto de ser personas dignas y sobretodo, dignificantes, personas que demos dignidad a los demás. El mismo Jesús restableció la dignidad de la mujer adúltera, cuando en una sociedad machista un grupo de hombres estaban dispuestos a acabar con su vida a pedradas de forma injusta e humillante. Es Jesús mismo, que nos pide como líderes religiosos, comunitarios o políticos, y como esposos y esposas, como madres o padres, que seamos herramientas para que nuestra misión sea la de dignificar a los demás.
Dignificar es dar legalmente la propiedad de una casa a una familia. Dignificar es construir carreteras para una mejor y más segura comunicación.
Dios nos ama a todos y nos da a todos la misma dignidad, pero nosotros nos encargamos demasiado a menudo de arrebatársela a los demás. La dignidad se destruye con dádivas, fomentando la dependencia y el paternalismo, la ignorancia, priorizando el amiguismo y practicando el hermetismo y la falta de transparencia. En cambio, se construye dignidad creando oportunidades, dando herramientas, pero sin obligar a nadie, sin chantajes y sin miedos, dejando que cada uno elija.
Dios nos mira directamente al corazón, no al color de piel, ni a la cartera, ni a la belleza externa, sino a nuestra capacidad de amar y de ser generosos y hoy está aquí presente entre nosotros, y está contento. Porque hoy estamos construyendo dignidad, trabajando por la dignidad y el respeto a los demás, sean del color que sean, del partido o de la orientación que sean.
Ninguna persona tiene más valor que otra. Jesús nos dice que el primero tiene que ser el servidor de todos, porque es solo en el servicio de los demás que nos dignificamos. Y ya sea en política, en la Iglesia, en una junta de vecinos o en cualquier organización humana, el cargo que una persona ejerce no es para disfrutar de privilegios o para su beneficio personal sino para asumir mayor responsabilidad en el servicio a los demás.
Para Dios, y ojalá que para todos, los más importantes no son las autoridades políticas, ni lo líderes religiosos, ni la jerarquía eclesiástica, los más importantes son los niños indefensos, los padres de familia que trabajan duro para que su familia no vaya a dormir con hambre, las mujeres maltratadas, las madres solteras, muchas de ellas adolescentes, los ancianos abandonados por sus propios hijos y familiares, o los encarcelados que viven no sólo privados de libertad sino también de los más fundamentales derechos humanos. Los más importantes son, en definitiva, todos aquellos que, por razones económicas, culturales, sociales, religiosas o políticas son discriminados y apartados de la sociedad.
Te pedimos, Señor, que cada uno de nosotros sepamos multiplicar esta bendición como líderes políticos o como ciudadanos, y que no midamos nuestro éxito en dinero, ni en estatus social, ni en votos sino en nuestra capacidad de dignificar a los demás.»