Un año más, emprendemos de nuevo el camino del Adviento, un camino de esperanza, pero sobre todo de alegría contenida por la fiesta que está por llegar. A diferencia de la Cuaresma, el Adviento no es un tiempo de penitencia, sino de preparación para el primer gran evento que celebra la Iglesia en su calendario anual de celebraciones: la fiesta de la cercanía de Dios, quien se abaja para abrazar la condición humana en la historia, ofrecerle su solidaridad, y elevarla a su misma dignidad.
Como haríamos ante cualquier otro gran acontecimiento en nuestras vidas, no podemos sentarnos y simplemente esperar, cruzados de brazos, a ver qué va a ocurrir. El Adviento es un tiempo de preparación activa, que exige nuestro compromiso y requiere de nosotros despejar cualquier obstáculo para que la fiesta pueda celebrarse en las mejores condiciones posibles. Escucharemos estos días a los profetas hablar de la necesidad de “rellenar los valles y abajar las colinas” y así preparar los caminos al Señor.
“El que espera, desespera” es la lógica del mundo, de quien se limita a recibir, resignado, lo que la vida le pueda ofrecer, pero sin implicarse en los acontecimientos que suceden a su alrededor. En cambio, la esperanza cristiana se traduce en salir a transformar el mundo para que el advenimiento de Dios nos encuentre preparados y despiertos, anhelantes de un mundo mejor.
La Comunidad de San Pablo, aun siendo pequeña, se suma a la labor que realiza la Iglesia en todo el mundo, transformando como la levadura en la masa el entorno social e incluso económico, incidiendo en los campos del desarrollo, la educación, la salud, los derechos humanos y la dignidad de las personas, especialmente de los que sufren pobreza y exclusión, para ir despejando, uno a uno, los obstáculos que nos separan del proyecto de Dios para la humanidad.
Con la alegría y la fuerza renovados de quienes sabemos que un futuro mejor está por llegar, nos proponemos seguir trabajando para derribar muros, construir puentes y sanar heridas en un mundo todavía lleno de divisiones, y a invitar a todos nuestros lectores y amigos a sumarse a este proyecto de Adviento, en el que no nos resignarnos a aceptar, sin más, los “valles y las colinas” de la historia que nos rodean.
Como haríamos ante cualquier otro gran acontecimiento en nuestras vidas, no podemos sentarnos y simplemente esperar, cruzados de brazos, a ver qué va a ocurrir. El Adviento es un tiempo de preparación activa, que exige nuestro compromiso y requiere de nosotros despejar cualquier obstáculo para que la fiesta pueda celebrarse en las mejores condiciones posibles. Escucharemos estos días a los profetas hablar de la necesidad de “rellenar los valles y abajar las colinas” y así preparar los caminos al Señor.
“El que espera, desespera” es la lógica del mundo, de quien se limita a recibir, resignado, lo que la vida le pueda ofrecer, pero sin implicarse en los acontecimientos que suceden a su alrededor. En cambio, la esperanza cristiana se traduce en salir a transformar el mundo para que el advenimiento de Dios nos encuentre preparados y despiertos, anhelantes de un mundo mejor.
La Comunidad de San Pablo, aun siendo pequeña, se suma a la labor que realiza la Iglesia en todo el mundo, transformando como la levadura en la masa el entorno social e incluso económico, incidiendo en los campos del desarrollo, la educación, la salud, los derechos humanos y la dignidad de las personas, especialmente de los que sufren pobreza y exclusión, para ir despejando, uno a uno, los obstáculos que nos separan del proyecto de Dios para la humanidad.
Con la alegría y la fuerza renovados de quienes sabemos que un futuro mejor está por llegar, nos proponemos seguir trabajando para derribar muros, construir puentes y sanar heridas en un mundo todavía lleno de divisiones, y a invitar a todos nuestros lectores y amigos a sumarse a este proyecto de Adviento, en el que no nos resignarnos a aceptar, sin más, los “valles y las colinas” de la historia que nos rodean.