Yo comencé a descubrir la importancia de la Iglesia como lugar de encuentro, en mis años de formación con la Comunidad de San Pablo en la República Dominicana. Y fue a través de involucrarme en el trabajo con las comunidades de inmigrantes haitianos que viven en el territorio de la parroquia de La Sagrada Familia. Muchos de los que leen estas líneas saben que la relación entre los dos países no es nada cordial. Nosotros, con el tiempo, desarrollamos una acción de Pastoral Haitiana, siendo una de las pocas parroquias de la región con un programa de esta naturaleza. Después empezamos a realizar más actividades para unir a los dos grupos (dominicanos y haitianos) en momentos de oración común, en la construcción de una sola comunidad. Y estoy muy orgulloso de que la Comunidad de San Pablo continúe hoy con esta labor.
Ahora, en mi primer nombramiento como sacerdote, trabajo en la Parroquia de San Juan Pablo II, en el sur de Milwaukee, en los EE. UU. Allí tenemos una nutrida comunidad de angloparlantes, así como una creciente comunidad de hispanohablantes. La diversidad va más allá del idioma, pues la población hispana proviene de varios países de América Latina; además, nuestra parroquia es una mezcla de lo que antes fueron tres parroquias distintas, en una zona de la ciudad donde la diversidad cultural de cada vecindario era muy marcada. Inspirado, en parte por mis experiencias en la República Dominicana, ahora participo en un grupo que se dedica a construir unidad en la parroquia, en medio de esta amplia diversidad de culturas.
La parroquia (¡cualquier parroquia!) debería ser siempre un lugar de encuentro y unidad, entre todos y con Dios. Esto es esencial para lograr ser quien queremos ser, y lo profesamos cada domingo en misa. La unidad es el primer rasgo de la Iglesia de los cuatro que comprende el credo: una, santa, católica y apostólica. Y hay, por supuesto, una relación directa entre “una” y “católica”, que significa “universal”. Es en este sentido que el Concilio Vaticano II enseñó que la iglesia existe en Cristo como “luz de la humanidad”, como una “señal e instrumento” de comunión con Dios y de unidad entre toda la humanidad[1].
La conexión entre la unidad de personas y la unidad de la humanidad con Dios no es algo nuevo sino que está profundamente enraizada en la teología judeo-cristiana. Por ejemplo, una de las principales tradiciones orales del judaísmo antiguo con respecto a la culminación de la Historia de la Salvación usa la imagen de todas las naciones reunidas en la montaña de Dios y reconociéndolo como Dios. Podemos ver esto, por ejemplo en Isaías[2]. De esta manera, la unidad de las personas toma una importancia escatológica, apuntando hacia el final de los tiempos.
Así, no es de sorprender que las primeras comunidades cristianas, enraizadas en esta tradición, vieran a Jesús como el comienzo de la unidad entre todas las naciones, la plenitud de la salvación de Dios. Tenemos un ejemplo de esto en la lectura del domingo pasado, del Evangelio de Lucas en la Fiesta de la Sagrada Familia. El anciano Simeón descubre en el niño Jesús que “sus ojos han visto la salvación de Dios, que Él ha preparado a la vista de toda la gente, una revelación para los gentiles.”[3] Parte del cumplimiento de la promesa de Dios es la conexión mencionada entre la unidad de todas las naciones y el cumplimiento de la salvación.
En el Evangelio de hoy, en la Fiesta de la Epifanía, vemos algo parecido. Mateo tiene un “fuerte conocimiento y una conexión singular con las Escrituras, la tradición y las creencias judías.”[4] La mayoría de los teólogos afirman que Mateo escribía para una comunidad Judeo-cristiana, que afrontaba el reto de su creciente diversidad, a medida que más cristianos no hebreos se unían a ellas. Aceptando esta tesis, tiene sentido que Mateo se esfuerce especialmente por mostrar cómo Jesús es el cumplimiento de lo que prometió Dios en “las escrituras”, en la Torá y en los profetas.[5] Esta es la “Epifanía” que celebramos hoy. Viniendo del oriente, los Reyes Magos representan a las naciones gentiles que vienen a Jesús a rendir homenaje al Rey de los Judíos.
Esta idea se refleja a lo largo del Evangelio de Mateo, desde el principio, con la visita de los Reyes Magos, hasta el fin, cuando Jesús, resucitado, encomienda a sus discípulos que vayan por todo el mundo a “bautizar a todas las naciones.”[6] Para Mateo, la conexión entre la unidad de las personas y el cumplimiento del plan de Dios no es un discurso teórico, sino que apunta la importancia de la realidad por la que su comunidad estaba pasando. Los Reyes Magos “prefiguran a esos gentiles que son parte de la comunidad.”[7] Mateo, que escribe con fines catequéticos, recuerda a su comunidad, y a nosotros, que luchar por la unidad es de suma importancia, también por su significado escatológico: la unidad de los pueblos está vinculada a la plenitud del Reino de los Cielos.[8]
Puede haber ocasiones en que hayamos dado por sentada la importancia de la unidad en de la diversidad, ya que el concepto mismo se ha convertido en una frase común en nuestras escuelas, universidades, lugares de trabajo y programas de alcance social. Es quizás en parte por esa razón que parece que hoy varias sociedades se están alejando, tristemente de ella. Esto no debería suceder jamás en la Iglesia. No podemos perder de vista este mensaje de profundidad espiritual como principio de la unidad entre las naciones unido a la promesa del Reino de Dios. Crear unidad no es solo algo “bonito” sino que es parte de nuestra identidad como gente de fe, como discípulos de Jesús.
Al celebrar los Reyes Magos, renovemos nuestro fervor evangélico para alcanzar la unidad entre todas las personas. Tiempos de compartir con “el otro”, como pueden ser comidas festivas, liturgias bilingües o clases de cocina, no siempre son fáciles. Sin embargo, son esenciales para fortalecer nuestra identidad como Iglesia, llamada a ser una, santa, universal y apostólica.
[2] Ver por ejemplo Is 28:6, 43:9, 56:6
[3] Lc 2:30-32.
[4] Gale, Aaron M. 2011. “Introduction to the Gospel According to Matthew” en Jewish Annotated New Testament. Oxford University Press. p. 1.
[5] Ibid
[6] Mt 28,19.
[7] Harrington, Daniel J. 1991. The Gospel of Matthew. En comentarios Sacra Pagina. Liturgical Press. p.49.
[8] John Nolland argumenta que el Evangelio puede haber sido escrito como un manual de catequesis para el discipulado, y que la autocomprensión del autor se refleja en Mt 13,53, en ser “hecho discípulo para ser un escriba para el reino de los cielos”. Mateo vio que su papel era preparar a la comunidad para el Reino de los Cielos a través de este manual catequético que enfatiza la unidad de la comunidad en conexión con el Reino. Nolland, John. 2005. The Gospel of Matthew en The New International Greek Testament Commentary. Wm. B. Eerdmans Publishing Co. p. 20.