La cercanía a los pobres y el compromiso ante el sufrimiento humano para poderlo aliviar forma parte de la esencia del pensamiento cristiano, como el papa Francisco está volviendo a subrayar con sus palabras y con sus gestos de cercanía a los últimos, los descartados por la sociedad del éxito en la que vivimos. Este compromiso necesita concretarse en acciones tangibles y reales en favor de nuestro prójimo, de las personas que sufren de carencias materiales o espirituales en nuestro entorno y en el mundo entero, para ir más allá de un discurso teórico de buenas intenciones.
Desde hace años, en la Comunidad de San Pablo promovemos tanto obras de voluntariado como las necesarias donaciones en dinero y en especie, para poder llevar a cabo los proyectos de ayuda al desarrollo con los que estamos comprometidos, en países como Bolivia, Colombia, México, República Dominicana y Etiopía. Recibimos constantemente donativos y donaciones, así como a grupos de voluntarios que vienen a colaborar con nosotros de diversas formas: unos, con sus capacidades profesionales, como médicos, oftalmólogos y educadores; otros, aportando bienes materiales que comparten con quienes menos tienen en este mundo en el que la brecha social entre pobres y ricos sigue ensanchándose año tras año.
Sin embargo, es necesario recordarnos a todos una y otra vez la máxima de Jesús: “que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha”. En un mundo tan mediático, tan pendiente de las redes de comunicación social, y de la medición de resultados, tanto personas como instituciones benefactoras caen con frecuencia bajo la presión de poder exhibir los logros alcanzados mediante su colaboración o su donativo. La exhibición de fotos, testimonios y datos relacionados con una acción solidaria genera la satisfacción de haber podido contribuir al cambio, a veces de forma irreal, y logra calmar las conciencias heridas ante las flagrantes injusticias sociales de las que somos testigos.
Empezando la Cuaresma, Jesús nos reta a hacer el bien –pero en silencio, de forma discreta, incluso anónima, sin la necesidad de mostrarle a nadie los resultados obtenidos–. La ayuda gratuita, desinteresada, no solo beneficia a las personas a quienes asistimos en la medida de nuestras posibilidades. También nos enseña a vivir los valores de la humildad y de la discreción, y a alejarnos de todo protagonismo frente a un mundo acostumbrado a mostrar y a reconocer cada acción emprendida, incluyendo las iniciativas solidarias. Pensemos en el desafío que Jesús nos plantea hoy: ¿es capaz de vivir mi mano derecha sin saber lo que hace la izquierda?