En la Iglesia Católica es tradición animar a las personas a realizar algún sacrificio especial durante el tiempo de Cuaresma, este tiempo que iniciamos esta semana con la celebración del Miércoles de Ceniza. Hay quien decide que mientras dure la Cuaresma no comerá cosas dulces, o no fumará, o no tomar alcohol… A mí me recuerda a los sacrificios que hacía mi madre cuando era pequeña: se ponía piedras en los zapatos y se ataba una cuerda apretada en la cintura. No sé cuánto tiempo duraría, seguro que no mucho, y que eran cosas de chiquilla, pero yo, cuando me lo contaba, no entendía muy bien la noción de sacrificio que estas prácticas entrañaban. Yo, como adolescente creyente, decidía que eso no iba conmigo, que Dios no me pedía esos sacrificios.
El sacrificio es un ritual, y como tal tiene su contenido y su espiritualidad, y aunque en mi rebeldía adolescente no lo viera, los rituales son parte de la vida, más útiles y valiosos para unos que para otros; pero como decía un amigo, hacer un esfuerzo cuaresmal de autodisciplina, aunque sea en el comer o beber, no es malo, sino que demuestra que puedes ejercitar tu voluntad sobre tu cuerpo.
Otro amigo compartía la reflexión de que los ciclos litúrgicos de la Iglesia no siempre se viven en el año, sino que nuestras vidas tienen etapas de cada ciclo: etapas de sacrificio, de reflexión, de contención, como la Cuaresma, etapas de tristeza y duelo, como el Viernes Santo, y etapas de nueva vida y alegría como el Domingo de Resurrección. Cierto también que, con la pandemia, estamos viviendo una larga etapa de moderación en muchos sentidos, de contención, de tristeza y de dolor. Así que hay sacrificio, ¡queramos o no!
Este año, en los días previos a la Cuaresma, me planteaba llevar a cabo un doble propósito, mi “sacrificio” personal, y se lo comparto.
Por un lado me he propuesto que cuando inicie un diálogo sobre política, o religión, o economía, estar desde el principio dispuesta a aprender lo que otra persona me pueda enseñar; estar dispuesta a que pueda modificar levemente mi opinión, o pueda incluso cambiarla. Eso sería un diálogo verdadero. Porque si llego al diálogo con todas mis ideas firmes e inamovibles, ¿qué diálogo será ese? Recientemente el obispo de Madison (en los EE. UU.), Donald J. Hying, ha enviado una carta a todos los sacerdotes de su diócesis alertando de la desunión y polarización que existe hoy en la Iglesia Católica de su país debido al momento político convulso que allá se está viviendo. Parecería que hay “Católicos de Trump” y “Católicos de Biden”, dice Hying. En su carta constata que cualquier opinión moderada y cualquier intento de llegar a una posición intermedia es visto como traición a la verdad. “La dolorosa experiencia de estos últimos meses me muestra que las personas, pecadoras al fin, podemos ser muy tribales, y crear así mucha división en nuestro entorno. Nos asociamos instintivamente con aquellos que piensan, actúan y viven como yo vivo.” En esa línea, repito el primer propósito: iniciar cualquier diálogo con una actitud sincera de apertura al otro, estando dispuesta a cambiar de opinión, a comprender, a empatizar con otros puntos de vista.
Por otro lado, tengo un propósito parecido, pero más en la línea del juicio de las personas que de las opiniones. En las interacciones diarias con los otros encontramos mil motivos para juzgar negativamente no solo una idea o una postura política, sino una actuación, un sentimiento, una emoción. Mi propuesta para esta Cuaresma es generar empatía buscando una virtud, algo positivo, en todos aquellos con quienes interactúe. Cada vez que me asalte un juicio negativo sobre alguien, buscar (y rebuscar si hace falta) hasta encontrar una virtud, un don, una cualidad, una habilidad que esa persona tenga y sea digna de alabanza o incluso de imitación. Así, mis juicios (aunque sé que, de hecho, no debería juzgar) serán más equilibrados y empáticos con la otra persona.
En conclusión, mi propósito doble para esta Cuaresma consiste en tender puentes de unión con los demás: puentes entre mis opiniones y las del otro, y puentes de empatía con los sentimientos y las actuaciones del otro, equilibrando así los posibles juicios negativos con los positivos. ¡Casi nada! ¡Buena Cuaresma!
La palabra Cuaresma viene de cuarenta, e indica los días que van del miércoles de Ceniza hasta la Pascua. De igual manera que en Adviento nos preparamos para la Navidad, este es un periodo de preparación. La Cuaresma es tiempo de reflexión, tiempo de análisis, tiempo de valorar honestamente nuestras actitudes, nuestras decisiones, nuestro compromiso.
Es tiempo de dialogar con nosotros mismos y con Dios en oración, de forma sincera, honesta, sin engañarnos con excusas, o justificando nuestras acciones. Es tiempo de reconocer quien somos sin miedos; de enfrentarnos al espejo, aunque a veces no nos guste lo que podamos ver.
Sabemos que Dios no castiga, sino que es compasivo con nosotros. No tengamos miedo, pues, de reconocer qué tipo de persona somos, recordando que estamos todos en la misma barca. Aquí no hay “buenos” y “malos”, puros e impuros, ciudadanos de primera y de segunda. Todos compartimos la misma condición humana, y por ella todos somos capaces y todos obramos actos de generosidad que hacen el mundo un poco mejor.
Asimismo, todos tenemos nuestras miserias, nuestros egoísmos. Cada uno de nosotros tenemos que descubrir estas dos dimensiones. Si solo veo las cosas negativas, pero nada positivo, tendré que mirar más profundamente en mi corazón y ser amable y comprensivo conmigo. Y si solo veo lo positivo pero me cuesta ver mis propias miserias, también me estoy engañando y no me estoy examinando honestamente. A veces necesitamos de otras personas que con amor, comprensión y respeto nos digan aquello que deberíamos mejorar en nuestras vidas, especialmente aquellas personas que viven con nosotros y nos conocen.
Desde estas líneas, pues, les invitamos a que vivamos la Cuaresma como ese tiempo de reflexión, no para hundirnos, no para deprimirnos o desesperarnos ante nuestros propios egoísmos o los de los demás, sino para que cuando llegue la Pascua, cuando celebremos que La Vida ha vencido a la muerte a través de la Resurrección de Jesús, podamos hacerlo de forma saludable, aceptando nuestras virtudes para así poder potenciarlas, pero también nuestras debilidades para que nos sea más fácil poder afrontarlas.
¡Feliz Cuaresma!
Hoy, Miércoles de Ceniza, empezamos la Cuaresma, y empezamos escuchando una llamada que describe de forma clara y contundente el ideal de Jesús en lo referente a la solidaridad con los necesitados: “cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.” (Mateo 6,4)
La cercanía a los pobres y el compromiso ante el sufrimiento humano para poderlo aliviar forma parte de la esencia del pensamiento cristiano, como el papa Francisco está volviendo a subrayar con sus palabras y con sus gestos de cercanía a los últimos, los descartados por la sociedad del éxito en la que vivimos. Este compromiso necesita concretarse en acciones tangibles y reales en favor de nuestro prójimo, de las personas que sufren de carencias materiales o espirituales en nuestro entorno y en el mundo entero, para ir más allá de un discurso teórico de buenas intenciones.
Desde hace años, en la Comunidad de San Pablo promovemos tanto obras de voluntariado como las necesarias donaciones en dinero y en especie, para poder llevar a cabo los proyectos de ayuda al desarrollo con los que estamos comprometidos, en países como Bolivia, Colombia, México, República Dominicana y Etiopía. Recibimos constantemente donativos y donaciones, así como a grupos de voluntarios que vienen a colaborar con nosotros de diversas formas: unos, con sus capacidades profesionales, como médicos, oftalmólogos y educadores; otros, aportando bienes materiales que comparten con quienes menos tienen en este mundo en el que la brecha social entre pobres y ricos sigue ensanchándose año tras año.
Sin embargo, es necesario recordarnos a todos una y otra vez la máxima de Jesús: “que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha”. En un mundo tan mediático, tan pendiente de las redes de comunicación social, y de la medición de resultados, tanto personas como instituciones benefactoras caen con frecuencia bajo la presión de poder exhibir los logros alcanzados mediante su colaboración o su donativo. La exhibición de fotos, testimonios y datos relacionados con una acción solidaria genera la satisfacción de haber podido contribuir al cambio, a veces de forma irreal, y logra calmar las conciencias heridas ante las flagrantes injusticias sociales de las que somos testigos.
Empezando la Cuaresma, Jesús nos reta a hacer el bien –pero en silencio, de forma discreta, incluso anónima, sin la necesidad de mostrarle a nadie los resultados obtenidos–. La ayuda gratuita, desinteresada, no solo beneficia a las personas a quienes asistimos en la medida de nuestras posibilidades. También nos enseña a vivir los valores de la humildad y de la discreción, y a alejarnos de todo protagonismo frente a un mundo acostumbrado a mostrar y a reconocer cada acción emprendida, incluyendo las iniciativas solidarias. Pensemos en el desafío que Jesús nos plantea hoy: ¿es capaz de vivir mi mano derecha sin saber lo que hace la izquierda?
Iniciamos hoy el camino de la Cuaresma: cuarenta días enfocados en la tarea de prepararnos para la fiesta anual de la Pascua cristiana. En el día de hoy, conocido como “miércoles de ceniza”, recibimos además un símbolo sobre nuestra frente: un poco de ceniza que nos recuerda, según el antiquísimo relato del Génesis, que “eres polvo y al polvo volverás” (Génesis 3, 19).
Esta frase puede sonar algo triste o derrotista, e incluso anticuada. Recuerda el castigo bíblico al que fueron condenados Adán y Eva tras atreverse a comer del fruto del árbol del Bien y del Mal. Reconozcámoslo: a nadie nos gusta que nos recuerden que, tarde o temprano, regresaremos a la tierra de la que nacimos, y que ese es un destino inevitable para todo ser humano.
Sin embargo, la ceremonia de hoy contiene también un mensaje positivo. Al reconocer que no somos eternos, que no podemos evitar el destino final de nuestras vidas, reconocemos nuestra contingencia ante Dios, el único absoluto. A pesar de nuestros logros, conocimientos o ambiciones, tomamos conciencia de nuestra finitud. Y eso nos hace libres, pues no estamos sujetos a un tiempo infinito, sino llamados a afrontar la vida como una oportunidad irrepetible en la que establecer vínculos positivos y comunicar lo mejor que hay en nosotros.
Todo ser humano tiende a “absolutizar” algo o a alguien: a veces nos absolutizamos a nosotros mismos, otras veces a otras personas, absolutizamos nuestro rol social, nuestras actividades…hoy recordamos que somos criaturas finitas, creadas por un Dios infinito. La ceniza sobre nuestras cabezas nos ayuda a evitar caer en el pensamiento narcisista de que nada ni nadie me puede limitar, que voy a ser eterno.
“Eres polvo, y al polvo volverás”: Dios le recuerda a Adán y Eva que ellos – nosotros – somos criaturas finitas, que no somos Dioses. No es una mala noticia, pues el reconocimiento de nuestra finitud nos libera para vivir con alegría el presente, el ahora, en vez de hipotecarnos en un futuro tantas veces imaginario, para el cual a veces estamos dispuestos a sacrificar el presente, en vez de valorar el hoy y aquí como un regalo irrepetible que merece ser vivido intensamente, con plena alegría y libertad.
Esteve Redolad
“Darle prioridad al tiempo es ocuparse de iniciar procesos más que de poseer espacios. El tiempo rige los espacios, los ilumina y los transforma en eslabones de una cadena en constante crecimiento, sin caminos de retorno. Se trata de privilegiar las acciones que generan dinamismos nuevos en la sociedad e involucran a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos...” (EG 223)
El Papa Francisco ha hablado en varias ocasiones de la primacía del tiempo sobre el espacio. El tiempo es dinámico, es cambio. El espacio, en cambio, es estático, estancado y permanente. El tiempo denota siempre un proceso optimista, mientras que el espacio simboliza inmovilismo, y puede adquirir un tono más pesimista.
Para los que hemos crecido en la tradición clásica de la física euclidea-newtoniana no deja de ser interesante y a la vez difícil asumir esta asimetría que expone el santo padre entre el tiempo y el espacio, pero la vamos a aprovechar para esta reflexión cuaresmal.
Con el miércoles de ceniza se inaugura el tiempo de cuaresma, cuarenta días de preparación que nos llevarán a la Semana Santa, culminando en la fiesta de la Resurrección. La cuaresma es un tiempo relacionado con la abstinencia, el ayuno, la conversión, el sacrificio y la penitencia. Un tiempo sobrio, casi sombrío. Cuarenta días de preparación para cincuenta días de celebración pascual.
La cuaresma, como tiempo litúrgico y como tiempo vital, apunta al cambio, a la superación: del ayuno a la solidaridad, de la penitencia a la generosidad, del sacrificio al beneficio, de la Pasión a la Resurrección. Es la cuaresma de quien se sacrifica por un bien mayor, es la cuaresma de la superación, de la lucha por el desarrollo. El tiempo de cuaresma se reconoce como mera preposición, no como la última palabra.
Pero no solo hay un tiempo de cuaresma, también hay el espacio de cuaresma, un espacio donde se vive, y donde existe la cuaresma, la geografía de la cuaresma.
La cuaresma del espacio es mucho más cruel, más pesada que el tiempo de cuaresma. Es la cuaresma que podemos señalar en un mapa, el espacio geográfico de los países pobres, o resiguiendo las calles que delimitan los barrios más pobres de una ciudad. Es el ayuno involuntario, cruel e ignorado de los refugiados, el sufrimiento de millones de niños, de ancianos, mujeres e inmigrantes causado por el egoísmo, la insolidaridad y la injusticia que no solo tolera, sino que acepta y aún le conviene, que la necesidad conviva al lado del despilfarro y la miseria al lado de la ostentación. Dos espacios separados por finas pero muy bien definidas fronteras que separan dos mundos. Es una cuaresma que no va a ninguna parte. No se mueve, y solo de muy lejos ve la resurrección. Es la cuaresma de la pobreza sistemática, necesaria para el sistema del bienestar, porque éste se aguanta gracias a aquella.
Pero la primacía del tiempo no es solo filosófica sino también práctica. A pesar de lo pesadas que son las cuaresmas del espacio, tampoco ellas tienen la última palabra. Porque las cuaresmas del tiempo son las que invaden el corazón y el ánimo, y éstas siempre pueden cargar a aquellas.
Sabemos que la cuaresma del tiempo, esta cuaresma que empezamos a celebrar, irá conquistando despacio pero decididamente, la cuaresma del espacio que tiene atrapada a tantas personas. Depende de cada uno de nosotros.