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LA RESURRECCIÓN COMO HECHO SOCIAL

Domingo 1 Abril 2018


En todo hay una grieta, así es como entra la luz.
Leonard Cohen (Anthem)

 
Desde siempre nuestra fe como creyentes y cristianos, especialmente dentro de la tradición católica, se define y entiende como un acontecimiento colectivo. La Iglesia, la comunidad, los sacramentos son indicadores de la importancia del carácter colectivo de nuestra fe. En realidad, por muy ermitaño que sea uno, los “Robinson Crusoe de la fe” no existen.     
 
Pero sucede que normalmente por estas fechas, cuando hablamos de la resurrección, solemos despojar a la fe de su contenido social y tendemos a replegarnos a una dimensión más íntima; la resurrección parece circunscribirse a una dimensión personal, un acontecimiento individual inaugurado por Jesus. Más allá de consideraciones teológicas lo que sigue es una reflexión sobre el significado de la resurrección desde la óptica histórica y colectiva. El objetivo es sumamente humilde: ver cómo a nivel sociológico hay una asociación entre muerte y resurrección y qué significado social puede tener esta última.
 
La pasión de Jesús no solo fue la tortura de un hombre, no solo fue el dolor físico y psicológico indescriptible de la muerte en la cruz; el tormento de la cruz también fue un acontecimiento colectivo dramático. El velo del templo partido en dos apunta a que el evento de la cruz fue una premonición también de la destrucción del templo. El Jesús crucificado no fue una mera experiencia personal, fue una tragedia con un profundo alcance social. Y es precisamente a partir de esta debacle colectiva para los discípulos que la naciente, atemorizada y débil comunidad cristiana empieza a vivir la experiencia de la resurrección, a tomar conciencia, valor, fuerza, convicción; es ahí donde la cruz se convierte también en un acto de vida un movimiento reivindicativo. La pasión como fenómeno social es en cierta manera necesaria también para la resurrección de un pueblo o de una comunidad.
 
De la misma manera que en Jesús se dio este paso de la muerte a la vida, analógicamente podemos observar como a menudo actos reprobables e injustificables de dolor y de muerte, de injusticia social, llevan de una manera y otra a dar vida.
 
No tenemos que ir muy lejos para ver algún ejemplo: El día 14 de febrero de este año hubo una matanza (una más) en una escuela en EE. UU., que se sumó a la desgarradora estadística de muertes por armas de fuego en el país. Tamaña tragedia desencadenó un movimiento popular estudiantil para exigir cambios en la regulación de la adquisición y posesión de armas.   
 
También recientemente el papa Francisco anunció la posible canonización del obispo Óscar Romero, asesinado el 24 de marzo de 1980 mientras celebraba la Eucaristía. Su muerte significó la expansión del movimiento de liberación contra las tiranías políticas y militares especialmente en Suramérica, pero también en otros lugares pobres del mundo.
 
Si hacemos un salto para atrás en el tiempo, en 1955 era asesinado en el estado de Mississippi, de forma cruel y macabra, el joven Emmeret Till, de 14 años. A partir de este crimen motivado por el racismo, el colectivo afroamericano se empezó a movilizar en lucha por sus derechos civiles en EE. UU.
 
Solo cinco años después, en la República Dominicana las hermanas Mirabal, tres mujeres especialmente críticas con el gobierno de Trujillo, eran asesinadas por orden del dictador: era el 25 de noviembre de 1960. En honor a ellas se escogió esa fecha para celebra el día internacional de la no violencia contra la mujer y se empezó a fraguar a nivel social una toma de conciencia sobre el maltrato machista que hoy, décadas más tarde, es una reivindicación básica de las mujeres.
 
Podríamos añadir más nombres de personas que han propiciado una resurrección colectiva a través de su propia pasión y sacrificio, como Mahatma Gandhi, o como Harvey Milk (asesinado en 1978 por su activismo político a favor de los derechos de los homosexuales en San Francisco). Y estos son solo algunos de los casos conocidos. Hay muchas pasiones anónimas, solo experimentadas a nivel local, a nivel grupal, o incluso familiar, pero que en todo caso llevan a la movilización de ese grupo en particular.
 
La pasión, al nivel que sea, hace tomar conciencia a una población o una comunidad. Es una sacudida que despierta (resucita) conciencias dormidas y que amenaza a la apatía, que nos saca de nuestra zona de confort, y nos impulsa a la acción ya sea política o social. No es necesariamente una revolución. El ser colectivo se mueve despacio, casi por generaciones, pero la mecha, el acicate, el estímulo inicial es casi siempre traumático (una pasión).
 
Todas las pasiones, como la del propio Jesús, revelan de forma dramática las grietas de una estructura social que a menudo es fuerte con los débiles pero acomodada con los fuertes. A través de estas pasiones nace la posibilidad de despertar a una nueva resurrección, un movimiento de luz, de esperanza y de cambio. La resurrección de Jesús es una invitación permanente a todos, a transformar, la injusticia social y la intolerancia en esperanza vida e integración social.




 

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