Leía el siguiente verso en el poema de Benjamín González Buelta titulado “Futuro tan presente”: Ya no te preguntaré cuándo seremos numerosos, sino dónde está hoy la cueva de Belén.
Me gustó la idea de centrarnos en dónde está hoy esa cueva para nosotros; no dónde está el éxito, ni siquiera de un mundo evangelizado, ni de una iglesia llena, ni incluso de un mundo mejor y feliz, sino de dónde hay un núcleo de amor a nuestro alrededor. Esa cueva puede estar en nuestra familia, con nuestra pareja, con nuestros mejores amigos: ese lugar íntimo, agradable, protegido, lleno de cariño, ternura y honestidad.
Y una vez hayamos logrado reconocer dónde está hoy la cueva de Belén para nosotros, pensemos qué regalos llevaremos a esa cueva. Se acercan las fechas de la fiebre de los regalos. A la cueva de Belén llegaron los presentes sencillos que los pastores podían ofrecer, y también los necesarios para ese momento.
Un regalo puede ser, sin duda, unos días dedicados a los nuestros, quizá otro sea alguna dosis de cariño, unos kilos de diálogo, o unos galones de “pasarlo bien”. Incluso nuestro propio regalo —¿por qué no autorregalarnos algo, como parte que somos de esa cueva?— puede consistir en un tiempo para no hacer nada, para estar, para meditar, para respirar, para rezar; un regalo vacío, un regalo lleno de nada para desprendernos de todo aquello que importa poco y ocupa mucho espacio y tiempo… ¡Qué regalos mejores que estos para nuestra cueva de Belén en esta Navidad!