Recuerdo que hace ya algunos años se hizo famosa una canción de un anuncio de lotería, decía así: “Es la ilusión de todos los días, es compartir el cupón de la ONCE”. La ONCE, Organización Nacional de Ciegos de España, es una entidad muy conocida por sus cupones de lotería, y de su recaudación se ven favorecidas múltiples actividades en favor de este colectivo. Me vino a la memoria esta canción pensando en nuestra realidad de República Dominicana. Por todo el país, un país en el que el 6% de la población vive en una pobreza extrema y el 29% en pobreza moderada,[1] llama la atención la cantidad desproporcionada de bancas de lotería, que podemos encontrar en cualquier rincón, incluso en los pueblos más aislados y desfavorecidos. Se calcula que hay 154 bancas de lotería por cada escuela pública en la República Dominicana[2].
Es tan difícil alcanzar los grandes sueños con el trabajo y el esfuerzo del día a día que muchas personas optan por disfrutar del presente, y lo hacen instalando en su casa una antena parabólica para poder ver telenovelas, o entregándose al alcohol durante el fin de semana, o celebrando fiestas en momentos especiales, tirando la casa por la ventana. Un recurso más es la lotería: con un poquito de dinero se puede soñar en alcanzar un enorme premio. Lo lamentable, por supuesto, es que este poco dinero, si se va gastando todos los días, termina representando un gasto muy importante (y convirtiéndose a menudo una adicción).
Uno podría desesperarse intentando comprender cómo se despilfarra en un juego de azar el poco dinero que se obtiene del trabajo, en lugar de emplearlo mejor, cubriendo las necesidades básicas de la familia. Sin embargo, siempre hay que ponerse en la situación de los demás para intentar comprender. Abhijit V. Banerjee y Esther Duflo, en su libro «Poor economics»[3], observan que precisamente las cosas que hacen la vida menos aburrida son una prioridad para los más pobres, quienes muchas veces toleran su destino en lugar de enfurecerse contra él. Así, en vez de reducir caprichos y concentrase en necesidades, a menudo actúan al revés. Son indulgentes con ellos mismos porque quizás son escépticos sobre sus oportunidades reales y sobre la posibilidad de un cambio radical en sus vidas (¡y es obvio tienen motivos sobrados para este escepticismo!). Se preguntan si vale la pena sacrificarse por un improbable cambio que, además, puede tardar demasiado en llegar.
En todo caso, a propósito de las loterías, la realidad es que en República Dominicana su gran proliferación perjudica de forma muy especial a los estratos socioeconómicos más bajos. El Obispo de San Juan de la Maguana, Monseñor José Grullón, promueve desde el púlpito el ahorro y la organización económica familiar como manera de luchar contra la pobreza. En sus homilías ha subrayado muchas veces que el único que se hace rico con las bancas de lotería es su dueño. ¡Cuánta razón tiene!
Ojalá que la verdadera “ilusión de todos los días” no sea la de un premio más que improbable, que mientras no llega daña las economías familiares, sino la ilusión de capacitarse, de que los hijos estudien, de conseguir un trabajo e ir construyendo un cambio real para un futuro mejor.
[1] Encuesta Nacional de Hogares de Propósitos Múltiples (ENHOGAR 2016)
[2] https://www.eldinero.com.do/42177/hay-154-bancas-de-loteria-por-cada-escuela-publica
[3] Poor Economics, Abhijit V. Banerjee and Esther Duflo, Public Affairs, New York, 2011, p. 37-38