Hoy es de todos bien sabido que la infancia es una época decisiva en el desarrollo de nuestra personalidad, un tiempo en el que se configuran en gran medida las capacidades que desarrollaremos cuando seamos adultos. Los expertos afirman que en el crecimiento y educación de los niños intervienen de forma definitiva dos ámbitos: la familia y la escuela.
Me gustaría destacar la importancia de la escuela y, sobre todo, examinar cómo podemos aprovechar el ámbito escolar para conseguir una mejora real en las condiciones de vida de los niños.
En Meki (Etiopía) estamos llevando a cabo un programa de educación sobre prevención de enfermedades en tres escuelas rurales de la zona. Damos clases semanales a cada curso, desde el primer nivel hasta el octavo. Los profesores nos han hecho un hueco en sus apretados programas porque consideran muy importante que los niños y las niñas aprendan hábitos saludables como son lavarse las manos con jabón, cuidado de la higiene personal, y también lecciones sobre salud medioambiental: uso de papeleras, reciclaje…
Algunas de las cosas que enseñamos tienen una aplicación inmediata: desatascar aguas encharcadas para evitar que los mosquitos transmisores de la malaria pongan sus huevos en ellas, lavarse las manos con jabón, purificar de forma sencilla el agua para beber y almacenarla en recipientes limpios y tapados, para que no se contamine de polvo o bacterias que luego causarán diarrea… Son acciones que, en su sencillez, pueden tener efectos muy importantes.
Otras veces parece que les enseñamos demasiado, como cuando hablamos de la limpieza del medio ambiente y el uso de papeleras, realidades que quedan muy lejos del contexto cotidiano de estos niños. En Meki no existen sistemas de alcantarillado, ni lugares de desguace, menos de reciclaje. Allí lo inservible solo tiene dos destinos posibles: o se quema, o se tira en el suelo.
Sin embargo, insistimos en todos estos contenidos con la convicción de que el conocimiento no ocupa lugar, y que, aunque ahora nuestros estudiantes no dispongan de muchos medios, quizás sí los tendrán en el futuro, y entonces se acordarán de lo que hoy están aprendiendo en la escuela. ¡Qué gran logro sería que, poco a poco, los niños y jóvenes de Meki fueran adquiriendo una fuerte conciencia medioambiental! Los frutos de una buena educación práctica son verdaderamente impredecibles.