Abiy Ahmed Ali, presidente de Etiopía, premio nobel de la Paz 2019
El conflicto (con toda clase de luchas, batallas y miles de desplazados) duró hasta el 1991, año en el que se celebró un referéndum en Eritrea, cuyo resultado fue, en 1993, la proclamación de su independencia. No obstante, quedaban por aclarar los límites territoriales entre ambos estados, y los desacuerdos por el control fronterizo desembocaron en un conflicto bélico en 1998.
El año 2000 Etiopía consiguió ocupar una cuarta parte de los territorios disputados, cosa que provocó la rendición del ejército eritreo y la firma de un tratado de paz en Argel, mediado por la ONU. En este acuerdo se establecía la soberanía de los territorios disputados. Etiopía, aunque en unos inicios estuvo de acuerdo con el tratado, no estaba dispuesta a ceder la zona de Badme y consecuentemente los conflictos continuaron en esta zona después del acuerdo de paz.
Los dos países se mantenían aislados uno del otro, con las fronteras cerradas y la imposibilidad de que nadie se desplazara ambos países. Familias con miembros a ambos lados de la frontera no tenían forma de visitarse, y ni siquiera de comunicarse. La conferencia episcopal etíope, que abarca Etiopía y Eritrea, ¡tenía que reunirse en Roma!
Esta penosa situación terminó el año pasado, 2018, por iniciativa del presidente etíope Dr. Abiy Ahmed Ali, que decidió reunirse con su homólogo eritreo para firmar un documento que declara el fin de estado de guerra, y hacer efectivo el acuerdo de paz del año 2000 en Argel.
Esta actuación, entre otras, ha hecho merecedor a Abiy Ahmed Ali del Premio Nobel de la Paz de este año, anunciado el 11 de este mes de octubre. El premio fue recibido con orgullo por millones de etíopes, que así vieron como su presidente daba una nueva voz al mundo, una voz de pueblo orgulloso pero también pacífico, que “cansado” de luchar con sus vecinos optó decididamente por la paz.
Queda mucho por hacer, desde luego, pero es evidente que el Dr. Abiy Ahmed Ali ha abierto puertas, y lo que es más importante, ha despertado la esperanza entre los etíopes de que las cosas realmente pueden cambiar y que podrán disfrutar, en un futuro quizás no muy lejano, de un mundo más unido en el que las fronteras sean puentes abiertos y no muros de separación.