El título de este escrito es una pregunta que no solo María Magdalena, que fue a ungir el cuerpo de Jesús el domingo por la mañana, se hizo a sí misma (Jn 20,1-9), sino que también muchos tenemos en mente en este momento. Cuando en las parroquias en muchas diócesis de todo el mundo se suspendió la celebración pública de la misa, muchas personas se preguntaron qué haremos ahora si no podemos recibir la comunión. Y después de celebrar la misa con una iglesia vacía, algunos de mis amigos sacerdotes explicaron cómo fue, realmente, una experiencia indescriptible. La situación actual de la Iglesia en tiempos del COVID-19 está afectando a todos en nuestras parroquias. Sin misas abiertas al público, tanto los sacerdotes como los laicos están batallando por encontrar formas alternativas para continuar alimentando la fe. Sin duda, las medidas tomadas han afectado seriamente las necesidades espirituales de numerosas personas. Pero si durante la pandemia solo te preocupa cómo lidiar con la cuarentena sin la Eucaristía y con las iglesias vacías, considérate afortunado. La cuarentena está haciendo que muchas personas se pregunten no solo cómo satisfacer sus necesidades sacramentales, sino también qué van a hacer sin pan y con el estómago vacío. Familias enteras que dependían de su trabajo diario para sobrevivir ahora viven en gran necesidad porque no pueden salir a trabajar. Mi intención no es crear una dicotomía entre las necesidades sacramentales y físicas. Ambas son esenciales para las personas de fe. Pero la situación actual y las lecturas del domingo de Pascua me han hecho reflexionar sobre cómo la ausencia del cuerpo descrito en la narración de la resurrección puede tener un significado especial, particularmente para aquellos que ahora sufren hambre debido a la pandemia.
Cuando todo comenzó, vi muchas formas creativas en las que los sacerdotes y el personal de las parroquias se comunicaban con los feligreses. Las redes sociales y los servicios “streaming” se volvieron útiles para garantizar que los feligreses se sintieran conectados con las celebraciones y que se estaba cuidando su vida espiritual. También he visto muchos esfuerzos de grupos religiosos y no religiosos para asegurar que las personas no pasen hambre durante la pandemia. Algunos feligreses y sacerdotes que yo conozco personalmente se han organizado para entregar bolsas de comida para aquellos cuyos ingresos diarios se han visto afectados por la pandemia. Pero incluso después de COVID-19 habrá personas que se hacen esta pregunta todos los días: ¿qué voy a hacer sin pan y con el estómago vacío? Creo que esta situación presente ha demostrado que podemos estar listos para actuar y ayudar a proveer. La Iglesia ha demostrado que durante la pandemia puede encontrar nuevas formas de satisfacer tanto las necesidades espirituales como físicas de los desprovistos.
Después de la crucifixión, cuando ella vio que no había cuerpo sino una tumba vacía, María Magdalena corrió hacia Pedro y el otro discípulo pensando lo peor: el cuerpo se ha ido para siempre y nunca lo encontrarán. Una deducción razonable cuando se ha visto la muerte de aquel que tanto amaba y toda la esperanza se ha ido. Se nos invita, durante este tiempo, a mantener la esperanza y seguir creyendo que después de la pandemia recibiremos otra vez el Cuerpo de Cristo. La reacción de María Magdalena es la reacción de alguien que anhela ver a Jesús nuevamente; una reacción que muchos de nosotros también podemos tener ahora, en un momento de hambre espiritual. Mientras algunos de nosotros compartimos con ella nuestra hambre por el Señor, no olvidemos mientras lo esperamos con esperanza, satisfacer el hambre de aquellos que carecen de pan ahora debido a COVID-19. No olvidemos nunca que “las alegrías y las esperanzas, las penas y las ansiedades de las personas de esta edad, especialmente aquellos que son pobres o de alguna manera afligidos, son las alegrías y las esperanzas, las penas y ansiedades de los seguidores de Cristo" (GS1).