Los retos que tenemos que enfrentar frente a esta pandemia, lo sabemos bien, son muchos y complejos, y varían mucho entre países y clases sociales. Las comunidades cristianas, familias, parroquias o asociaciones, también lo sabemos, estamos llamados a llevar a cabo acciones proféticas, que denuncien las injusticias de nuestras sociedades, a la vez que anuncien los caminos de la solidaridad y de la generosidad.
En la comunidad parroquial del Rosario, en la Ciudad de México, antes de empezar la pandemia, ya habíamos iniciado un proyecto de banco de medicinas, con la finalidad de ofrecer medicinas a personas en situación de vulnerabilidad, promoviendo donaciones por parte de la comunidad, y también para canalizar medicinas caducadas a una institución que las destruye bajo control medioambiental y así retirarlas de los hogares, evitando accidentes y que pudieran acabar en la basura, con el consecuente riesgo y contaminación.
La pandemia agravó la carestía de medicamentos entre la población: el desempleo formal masivo hizo que familias enteras perdieran su afiliación al Seguro Social, lo que aquí significa perder el acceso gratuito a los productos farmacéuticos. Millones de enfermos crónicos que dependen de medicamentos para mantener su estado de salud de pronto se vieron ante la necesidad de comprar los mismos, a precios muchas veces inaccesibles. Junto con ellos, las personas sin empleo formal afiliadas a las clínicas de gratuidad vieron cómo fueron desapareciendo las ayudas con medicamento a consecuencia de una grave crisis de desabasto de medicamentos propiciada por el contexto político.
En la oficina parroquial hemos sido testigos del número creciente de personas que se han acercado en estos meses con sus recetas buscando todo tipo de medicinas, especialmente para tratar condiciones crónicas, que muchas veces significan la cruel e imposible disyuntiva de invertir los escasos recursos económicos disponibles en medicinas, o bien en alimentos, pago de renta de vivienda, u otras necesidades básicas. Así hemos visto a pacientes diabéticos que llevan semanas sin insulina, epilépticos con crisis repetidas desde que dejaron de medicarse, y un largo etcétera de situaciones complejas.
Pero a medida que aumentó la demanda, también pudimos ampliar la red de personas y parroquias que se comprometieron a promover las donaciones de medicinas por parte de aquellos que ya no las utilizan. Y así, de forma discreta y anónima, bolsa tras bolsa, el banco de medicinas se ha ido nutriendo para poder en estos momentos surtir un promedio de 400 recetas mensuales, ¡5,000 desde que inició la pandemia!
Las iniciativas solidarias tienen éxito cuando son respaldadas por la generosidad de las personas, que responden frente a necesidades reales de la comunidad. Nuestro pequeño banco de medicinas es testigo de que, caja tras caja, hasta las medicinas se pueden multiplicar en plena pandemia.