Hace unas semanas los miembros de la Comunidad de San Pablo que vivimos y trabajamos en Bogotá nos vimos involucrados en una situación complicada que, afortunadamente, se resolvió de forma satisfactoria, y nos dejó varias enseñanzas.
Un jueves al mediodía, aparecieron en el barrio La Resurrección un centenar de jóvenes pertenecientes al movimiento de protesta antigubernamental Primera Línea, que desde hace varios meses están en las calles de Bogotá y de otras ciudades del país liderando las marchas en contra de varias medidas del gobierno, y exigiendo cambios profundos en el modelo político colombiano.
Un vecino del barrio les había ofrecido un solar de su propiedad (ubicado a una manzana de la parroquia) para que pudieran acampar allá, puesto que estaban siendo desalojados de todos los sitios donde pretendían quedarse, en otras partes de la ciudad. Los muchachos llegaron con varios heridos (causados en sus choques con la policía), alguno de cierta gravedad. Enseguida ocurrió lo previsible: los vecinos de la calle donde los recién llegados pretendían quedarse se opusieron con firmeza a la idea, y empezaron las tensiones, los insultos, los conatos de violencia. Los medios de comunicación han venido narrando el vandalismo que en algunas ocasiones ha acompañado a las protestas, y esto puso al vecindario en contra de la idea de albergar en su barrio a los manifestantes.
Nosotros, al saber lo que estaba ocurriendo, fuimos hasta el lugar y ofrecimos un salón de la parroquia para atender a los heridos. Luego acordamos establecer una mesa de diálogo entre vecinos y manifestantes para apaciguar los ánimos y evitar toda violencia. Pusimos las instalaciones de la parroquia a disposición de dicha mesa, en la que nosotros, como personas neutrales, ejerceríamos de moderadores y de garantes del diálogo. Estuvimos sentados desde las tres de la tarde hasta pasadas las ocho de la noche: los muchachos de Primera Línea, varios miembros de la Junta de Acción Comunal local, personal de la alcaldía, agentes de la policía, representantes de organizaciones de Derechos Humanos…
Fue un ejercicio de paciencia y de escucha, dirigido a alcanzar un acuerdo satisfactorio para todos. Cuando subía la tensión proponíamos hacer un descanso y servíamos un tentempié, y los mismos jóvenes de Primera Línea dijeron que era la primera vez que se tomaban una taza de café (para lo que fue obligatorio que todo el mundo se quitara las capuchas y los tapabocas, mostrando sus caras) con la policía. Hacia las siete de la noche la situación parecía haberse estancado. Llegó la alcaldesa de la localidad Rafael Uribe Uribe (la sección de Bogotá a la que pertenece el barrio La Resurrección), e informó de que no había nada a dialogar: los chicos de la protesta se tenían que ir sin más dilación. De lo contrario, serían desalojados a la fuerza por la policía. Ellos pedían quedarse acampados por una noche en el espacio verde que hay al lado de la parroquia, para descansar y permanecer cerca de sus heridos, y prometían irse al día siguiente. La alcaldesa se oponía: tenía órdenes estrictas de no ofrecerles ningún predio público (y el terreno donde querían pernoctar es espacio público). Ellos, inflexibles: no se pensaban marchar por nada del mundo. Y los policías decían que ellos no eran partidarios de ejercer la violencia, pero que, si recibían órdenes de desalojar la zona, lo harían usando los medios que fuesen necesarios. Mientras el diálogo se enrocaba, de la calle nos iban llegando informes de que allí la situación se estaba tensionando y amenazaba con desbordarse. Alguien estaba recorriendo el barrio con un megáfono, haciendo una llamada a los vecinos a salir de sus casas y organizarse para expulsar a los intrusos. Y empezamos a recibir también informaciones de que corrían por el barrio y por las redes sociales noticias falsas, que nos comprometían: que si habíamos ofrecido el templo parroquial para que los de la protesta pasaran allí la noche, que si estábamos negociando que se quedasen seis meses en el barrio… De repente, la alcaldesa dijo que acaba de recibir en su teléfono una comunicación según la cual el descampado al lado de la iglesia no era espacio público, sino que pertenecía a la Junta de Acción Comunal. A la luz de este nuevo dato, la vicepresidenta de la Junta de Acción Comunal dijo que ellos permitirían a los jóvenes quedarse allí por una noche. Se había llegado a una solución. Nos pidieron que nosotros, como representantes de la Iglesia, saliéramos a la calle para informar a los vecinos y a los jóvenes del acuerdo alcanzado. Inmediatamente instalamos un sistema de sonido en la plazoleta que hay frente a la parroquia, salimos, y bajo la lluvia de la noche, explicamos el acuerdo alcanzado, y los vecinos se fueron dispersando…
La noche fue tranquila, sin altercados. A la mañana siguiente los manifestantes cumplieron su palabra y se marcharon, después de dormir en sus improvisadas tiendas de campaña bajo una lluvia persistente que no paró de caer hasta el amanecer. Dejaron el mirador completamente recogido, sin un solo resto de basura.
Fue una experiencia que, a pesar de su carácter inesperado y a ratos angustiante, nos permitió experimentar de primera mano el papel de mediación que la Iglesia puede ejercer en situaciones de conflicto social, trabajando para que partes enfrentadas se escuchen, dialoguen, traten de comprender la posición contraria y, dejando de lado las emociones y los prejuicios, se logre lo más importante: evitar la violencia.
El centro de desarrollo de la Comunidad de San Pablo en el barrio El Pesebre de Bogotá ha dado inicio a sus actividades de 2021 a pesar de la situación de pandemia
En Colombia el calendario escolar anual empieza en febrero y termina a finales de noviembre, y los programas educativos que la CSP desarrolla en “Casa Garavito” siguen este mismo calendario. Después de un 2020 marcado por las restricciones impuestas por la pandemia, en 2021 el curso ha empezado con ánimo y buen ritmo, a pesar de que la situación continúa siendo delicada.
En este nuevo año escolar le planteamos a la profesora de los cursos de Corte y Confección que trabajara veinte horas semanales (ocho más que en el pasado), para así poder acomodar las estudiantes en grupos más pequeños, en los cuales se pueda conservar el distanciamiento social. Ella aceptó la propuesta, y el 1 de febrero empezó con ocho grupos de a seis alumnas cada uno, por un total de 48 estudiantes (y tenemos lista de espera). Cinco grupos están formados por mujeres que ya habían iniciado su formación en años anteriores, y hay tres grupos nuevos, de estudiantes que apenas empiezan su instrucción en el manejo de las máquinas de coser.
Por otro lado, el profesor que ofrece clases de refuerzo escolar a niños y niñas de primaria inició también la primera semana de febrero con un total de 20 alumnos (la capacidad del aula que usamos para este programa, con las medidas de bioseguridad, no permite aumentar este número), divididos en cuatro grupos, a los que atiende todas las tardes, de martes a viernes.
En 2021 también hemos ampliado las horas de servicio de las dos terapeutas que ofrecen acompañamiento psicológico a personas del barrio: ahora entre las dos trabajan 25 horas semanales, y están viendo a un promedio de cincuenta pacientes.
Asimismo, la enfermera que la CSP contrató en 2020 para que realizara visitas domiciliarias a personas enfermas de los barrios en los que trabajamos sigue animada con este proyecto, viendo a un promedio de 10 a 15 enfermos por semana.
A finales de febrero también reiniciamos las clases de guitarra para niños en Casa Garavito, que quedaron interrumpidas hace un año a causa de la pandemia. Por razones obvias, todavía no hemos podido reiniciar las clases de formación para adulto mayor… para eso estamos esperando que la situación mejore, ¡aunque varios abuelos del barrio ya nos han manifestado su deseo de que no demoremos mucho, pues echan de menos sus clases!
Después del periodo de vacaciones escolares (que en Colombia tiene lugar durante los meses de diciembre y enero), a principios del mes de febrero dieron inicio las diversas actividades que tienen lugar en el Centro de Desarrollo Comunitario Casa Garavito de la Comunidad de San Pablo en el barrio El Pesebre, del sur de Bogotá.
Nos alegra mucho constatar que, este año, la inscripción para los diversos cursos y programas que se ofrecen en nuestro centro comunitario ha sido mayor que en años anteriores. El número de personas interesadas en el taller de corte y confección para mujeres, en especial, ha aumentado significativamente. Si en 2019 teníamos un total de 50 mujeres en los distintos cursos de este programa, en 2020 están participando en él 85 mujeres (repartidas en cuatro grupos distintos). Es una satisfacción ver el interés que este proyecto ha generado en la comunidad.
Por otro lado, los demás programas de Casa Garavito también han empezado el curso con buen pie: 30 niños participan de las clases de inglés, 30 jóvenes en las clases de guitarra, 20 abuelos y abuelas en las clases de educación general para el adulto mayor, y 15 niños en las clases de refuerzo escolar. La psicóloga que ofrece sus servicios de acompañamiento a personas que lo soliciten va a la Casa todos los miércoles durante seis horas y, por otra parte, este año Casa Garavito acoge un nuevo curso de manualidades, al que asisten 12 personas, que se reúne los sábados en la mañana.
Desde aquí damos las gracias a tantos voluntarios y colaboradores que hacen posible que Casa Garavito siga siendo un lugar de encuentro, aprendizaje y esperanza en el barrio El Pesebre de Bogotá.
La Comunidad de San Pablo amplía los programas que desarrolla en Bogotá con los servicios de una psicóloga
Desde principios del pasado mes de julio, el Centro de Desarrollo Comunitario Casa Garavito de la Comunidad de San Pablo del barrio El Pesebre de Bogotá (Colombia), cuenta con la ayuda de una psicóloga que una vez por semana, los martes, atiende de forma voluntaria a personas que lo desean.
Este nuevo programa ha sido muy bien acogido por los vecinos de El Pesebre y de Granjas de San Pablo (el barrio colindante con El Pesebre). De hecho, a los pocos días de anunciar a la comunidad que la psicóloga empezaría su labor ya se le había llenado la agenda de citas con adultos, jóvenes, niños y familias que enseguida mostraron interés en verla.
Para mucha gente de estos barrios populares no es nada fácil obtener acompañamiento psicológico, debido a los elevados costes del mismo y al deficiente sistema de salud del país. Consecuentemente, tener ahora en el mismo barrio una profesional que de forma gratuita atiende a los que se lo piden para ofrecerles su tiempo de escucha y orientación es, aparte de una novedad, una muy buena noticia para todos.
Con el comienzo del curso escolar han arrancado los diversos programas educativos de la Comunidad de San Pablo en el centro de desarrollo comunitario Casa Garavito de Bogotá
En Colombia el calendario escolar va de febrero a noviembre, de modo que las vacaciones más largas de los estudiantes, que en otros países son en julio y agosto, aquí tienen lugar en diciembre y enero. Con el inicio del curso académico en los colegios y universidades de todo el país, también hemos dado inicio a los diversos programas educativos que funcionan en el Centro de Desarrollo Comunitario Casa Garavito, que la Comunidad de San Pablo tiene en el barrio El Pesebre del sur de Bogotá.
Este año hemos abierto dos grupos de estudiantes nuevos en el taller de Corte y Confección. Sumando las personas que se han inscrito para empezar de cero y las que siguen su formación del año anterior, ya son 50 (en su gran mayoría mujeres, aunque también las acompañan algunos hombres) las que participan de estos cursos.
El primer sábado de febrero ya dio inicio, también, la educación para el grupo de adultos mayores del barrio que han venido recibiendo clases de cultura general desde el 2017. Nos alegra mucho poder informar que este año se han añadido varios estudiantes nuevos a este programa, siendo hoy casi veinte los abuelos y abuelas que se reúnen, bolígrafo y papel en mano, todos los sábados en casa Garavito.
También las clases de guitarra para niños y jóvenes han comenzado a buen ritmo (nunca mejor dicho). Por otro lado, estamos inscribiendo niños de 6 a 15 años para un nuevo programa, en este caso de clases de Inglés Básico, que empezará en abril. Este será, sin duda, un buen complemento al resto de programas, y mucha gente ha mostrado interés en él.
Desde Casa Garavito (que también acoge programas pastorales de la parroquia La Resurrección, como un taller bíblico semanal y un grupo juvenil) seguimos coordinando nuestro programa de becas universitarias. En 2019 estaremos colaborando a 22 estudiantes del barrio, para que con nuestra asistencia puedan continuar sus estudios universitarios.
Finalmente, una iniciativa nueva de la Comunidad de San Pablo en Bogotá para este 2019 es que hemos dado inicio a una colaboración con una fundación local (“Solidaridad, Fuerza de lo Pequeño”) que desde hace años atiende a personas con discapacidad del barrio La Resurrección. La ayuda de la Comunidad de San Pablo permite que estos jóvenes y adultos discapacitados cuenten con actividades organizadas para ellos tres días por semana. Nos alegra sobremanera poder poner nuestro granito de arena también para su bienestar y desarrollo personal.
La CSP se hace presente en La Picota, la mayor cárcel de Bogotá (Colombia)
El último jueves de cada mes, los miembros de la Comunidad de San Pablo que vivimos en Colombia sabemos que tendremos un día distinto: dejamos nuestros proyectos en la parroquia La Resurrección, donde trabajamos, y nos desplazamos a La Picota, la cárcel más grande de Bogotá, para acompañar durante unas horas a los reclusos que allí se encuentran. Hablamos con los presos, celebramos la Eucaristía y tratamos de confortarlos con nuestra visita.
La Picota alberga a un promedio de 9.000 hombres, y constituye un mundo complejo (como todas las cárceles), a veces difícil de entender, e indudablemente muy necesitado. Es obvio que nuestra labor, allí, es mínima, testimonial: sencillamente nos unimos a muchos otros voluntarios procedentes de diversas parroquias de la capital que cada jueves, sin excepción, llegan a La Picota para dar respuesta a las palabras de Jesús: «Estaba en la cárcel y fuisteis a verme». Es una gran satisfacción poder formar parte de este grupo entregado y alegre.
Con la pastoral penitenciaria pasa algo muy curioso: aquellos que no la conocen se la miran con recelo; en cambio, aquellos que han tenido la oportunidad de conocerla, se han enamorado de ella. Es cierto que abundan las suspicacias y hasta los miedos, y que para la persona que jamás ha entrado en un penal, el primer día conlleva una lógica intranquilidad. Sin embargo, la experiencia común de la inmensa mayoría de los que se deciden a ir a visitar los presos es extraordinariamente positiva. El contacto humano con los reclusos ayuda a que se desvanezcan prejuicios, y a descubrir, muy viva, la presencia de Dios en un lugar donde tal vez no pensábamos que íbamos a hallarle. Los miembros de la CSP que tenemos el privilegio de ir a La Picota no dudaríamos en afirmar que algunas de las experiencias humanas y espirituales más hondas que hemos vivido estando aquí en Colombia han sucedido precisamente detrás de las rejas de esta cárcel. Y estamos seguros de que lo mismo podrían afirmar todos los voluntarios que, con una generosidad admirable, se plantan a las puertas de La Picota todos los jueves del año. Es un ministerio diferente, que vale mucho la pena: es un ministerio que nunca decepciona.
Alumnas del curso de costura promovido por la Comunidad de San Pablo en Bogotá organizan una exposición con prendas de vestir confeccionadas por ellas
El pasado 5 de agosto tuvo lugar en la parroquia La Resurrección, del sur de Bogotá (Colombia), la primera exposición de prendas de vestir confeccionadas por las mujeres del taller de Corte y Confección que la Comunidad de San Pablo estableció hace un año en el barrio El Pesebre. La exposición fue una experiencia muy positiva, tanto para las mujeres que forman parte del proyecto, que pudieron dar a conocer su trabajo, como para la comunidad parroquial, que tuvo la oportunidad de apreciar los frutos del taller. Varias personas, al ver la buena calidad de las prendas expuestas, les encargaron vestidos, blusas y chaquetas.
Esta exposición se ha podido llevar a cabo gracias a la constancia y el empeño del grupo de mujeres que después de un año entero de formación llegan ahora al final de la primera etapa. Y ya están muy ilusionadas con la siguiente: establecer una cooperativa productiva mediante la cual el aprendizaje recibido pueda redundar en beneficios directos para sus familias. A todas las participantes en nuestro centro de costura, les queremos decir: ¡muchas felicidades, y mucho ánimo para seguir adelante!
Treinta niños y adolescentes se inscriben a las clases de música que la CSP inicia en el barrio El Pesebre de Bogotá
El Centro de Desarrollo Comunitario “Casa Garavito”, que inauguramos el pasado mes de abril en el barrio El Pesebre de Bogotá, ya funciona a buen ritmo. La última iniciativa a la que hemos dado inicio en las instalaciones de dicho centro (además de los cursos de costura para mujeres, clases de formación para el adulto mayor, biblioteca, reuniones de un grupo juvenil y un taller semanal de Biblia) ha sido un curso de guitarra para niños y jóvenes del barrio.
Anunciamos esta nueva actividad por el barrio y en pocos días se inscribieron treinta niños (de 10 años para arriba, aunque se nos “coló” alguno de 8 y de 9) y adolescentes. Los dividimos en dos grupos, y las clases se han venido desarrollando sin problemas desde mediados de junio, todos los sábados. Por el momento, los futuros guitarristas están entusiasmados con lo que van aprendiendo, y Manuel, el instructor, nos asegura que los alumnos van progresando con ilusión.
No cabe duda de que la música ejerce un atractivo muy especial en nosotros, tal vez especialmente en los jóvenes. En este sentido, nos alegra poder ofrecer un servicio como este en un barrio donde las oportunidades para aprender a tocar un instrumento son, hoy por hoy, muy escasas.
El domingo 15 de abril tuvo lugar la inauguración y bendición del nuevo Centro de Desarrollo Comunitario que la Comunidad de San Pablo ha establecido en el barrio El Pesebre de Bogotá (Colombia).
Dicho Centro de Desarrollo Comunitario ha sido bautizado como “Casa Garavito”, en recuerdo de Mons. Alfonso Garavito Rodríguez, sacerdote de Bogotá que desde mediados de los años 60 hasta su fallecimiento en 2006 ejerció su ministerio, con dedicación ejemplar, en el sur de Bogotá. Durante un tiempo, él mismo residió en la casa que, ahora, la CSP ha arrendado y arreglado para destinarla a fines pastorales.
En los locales del Centro ya funciona desde hace varias semanas el Taller de Capacitación en Corte y Confección establecido por la CSP, en el que actualmente se están formado 30 mujeres. Pronto trasladaremos allá también las clases que ofrecemos a un grupo de adultos mayores del barrio, además de tener allí una pequeña biblioteca, clases de refuerzo escolar y catequesis para niños y jóvenes.
Para la bendición de los locales contamos con la presencia del Vicario Episcopal Mons. Alberto Forero Castro, de la Vicaría San Pablo, en cuyo territorio está el barrio El Pesebre. Un buen número de vecinos y miembros de la comunidad local participaron en la sencilla celebración.
Es nuestro deseo que el nuevo Centro de Desarrollo Comunitario “Casa Garavito” contribuya al bienestar del sector de Bogotá donde se ubica, convirtiéndose en un lugar donde muchas personas puedan capacitarse para enfrentar, con las herramientas adecuadas, los muchos retos que la vida les plantea.
La Comunidad de San Pablo ha establecido un taller de corte y confección en el barrio Granjas de San Pablo de Bogotá, Colombia
Como ampliación del trabajo pastoral y de promoción humana que la CSP está desarrollando en el sur de Bogotá, hemos dado inicio a un nuevo proyecto: el establecimiento de un taller de capacitación para mujeres en el que se les ofrecen clases de corte y confección.
Después de varias reuniones con mujeres del barrio interesadas en poderse formar en algún campo que en el futuro les diera la posibilidad de obtener ingresos para sus familias, decidimos que la mejor opción era la costura. Una vez tomada esta decisión nos pusimos a buscar la persona que pudiese dar el curso, y tuvimos la fortuna de encontrar a una profesora que lleva más de veinte años impartiendo cursos de corte y confección en distintas instituciones de Bogotá y que estaba dispuesta a ofrecer sus servicios. Seguidamente pudimos adquirir nueve máquinas industriales de coser (cuatro máquinas planas, tres fileteadoras y dos de collarín) y procedimos a instalar el taller en los locales de una asociación vecinal del barrio Granjas de San Pablo.
El primer grupo de alumnas es de 16 mujeres, de edades diversas, que se inscribieron para poder realizar dos semestres completos de formación. Las clases tienen lugar tres días por semana en horas de la tarde. Cuando terminen el segundo semestre, la CSP ayudará a las participantes que lo deseen a organizarse como micro-empresa productora de prendas de vestir (blusas, faldas, ropa interior, ropa deportiva…). Entonces, utilizando las mismas máquinas del proyecto, podrán empezar a comercializar sus productos y así ayudar a sus familias.
Es hermoso ver el entusiasmo con que las alumnas han acogido este proyecto, y también el ambiente de camaradería y solidaridad que se ha ido creando entre ellas. En febrero de 2018, cuando el curso escolar empiece en Colombia, iniciaremos con un nuevo grupo de alumnas, mientras las primeras siguen con su segundo semestre formativo.
Desde aquí queremos agradecer a todas las instituciones y personas que con su aporte nos han ayudado a establecer este centro de capacitación, y nos ayudan a mantenerlo.
Tal y como informaron los medios de comunicación del mundo entero, del día 6 al 10 de este mes de septiembre el papa realizó su esperada visita apostólica a Colombia. Fueron cinco días muy intensos. Intensos y agotadores, en primer lugar, sin duda, para el propio Francisco, que estuvo en Bogotá, Villavicencio, Medellín y Cartagena celebrando eucaristías multitudinarias (en cada una de estas ciudades los asistentes a los actos superaron todas las previsiones de los organizadores) así como un sinfín de encuentros: con representantes del gobierno colombiano, con los jóvenes, con víctimas del conflicto armado, con religiosos, con obispos, con la gente que abarrotaba las calles por las que él pasaba y con los que se concentraban, espontáneamente, alrededor de la nunciatura apostólica de Bogotá, donde se hospedaba. Ha sido también una visita intensa para todos los que la hemos seguido de cerca: días muy ricos en gestos, en momentos conmovedores, en mensajes que han interpelado hondamente al país, en cercanía…
Francisco había dicho que iría a Colombia cuando el gobierno y la guerrilla hubiesen firmado el acuerdo de paz que pone fin a más de 50 años de conflicto armado. Ha cumplido su palabra, haciendo de su viaje una invitación a la reconciliación de todos aquellos a los que la guerra y la violencia han enfrentado durante tanto tiempo.
Tratando de hacer un poco de balance de esta visita del papa, uno se da cuenta de que nos ha dejado un mensaje universal: es decir, un mensaje que va más allá de la situación colombiana, que la trasciende, y que nos podemos aplicar todos los que, en Colombia o fuera de ella, vivimos preocupados por los conflictos y la violencia, y que buscamos sendas de paz y reconciliación. Francisco, con su lenguaje claro y transparente, nos ha invitado a no ser espectadores en la edificación de la paz: «Cuando las víctimas vencen la comprensible tentación de la venganza se convierten en los protagonistas más creíbles de los procesos de construcción de la paz. Es necesario que algunos se animen a dar el primer paso en tal dirección» (Homilía en Villavicencio, día 8 de septiembre). Una y otra vez, el papa ha insistido en que no nos resistamos a la reconciliación, que no tengamos miedo «a pedir y ofrecer perdón»: «Es la hora de desactivar los odios» (Encuentro de oración por la reconciliación nacional, Villavicencio, 8 de septiembre).
En un mundo donde tantos se apuntan, y tan rápido, al resentimiento y a la venganza, donde los conflictos, reales o imaginados, tienden a enquistarse, esta recomendación («es hora de desactivar los odios») nos parece esencial. Esencial, a pesar de su exigencia. Francisco sabe hacer que suene como realizable (¡porque en verdad lo es!) lo que, en boca de otro, parecería una quimera o una llamada vacía. Desactivemos el odio. Perdonémonos. ¿Acaso no es posible? La simpatía que emana del papa, con su sencillez y sonrisa pródiga, lo capacita para comunicar, sin ofender a nadie, un mensaje que en boca de otro parecería severo y sería, con toda certeza, rechazado.
Expresaba eso mismo, con franqueza y un cierto asombro, un taxista de Bogotá la tarde del mismo domingo en que el papa había terminado su visita y acababa de embarcarse en su vuelo para regresar a Roma. «Si otro me dijera las cosas que él dice, no me gustaría oírle. Pero ese señor tiene una forma de corregirte que hace que le pongas atención. Cuando vi por el televisor que se metía en el avión, me eché a llorar». No se puede resumir mejor la visita de Francisco a Colombia.
En la Comunidad de San Pablo creemos firmemente que el acceso a la educación de calidad, desde la primera infancia hasta los estudios superiores, es la clave indispensable para el desarrollo auténtico y a largo plazo de personas y colectividades. Sin una buena formación, será muy difícil que los sectores más vulnerables de la sociedad salgan de su situación de pobreza. Solo ella proporcionará a estos mismos sectores las herramientas que necesitan para orientar positivamente su propio desarrollo. Es por eso por lo que, desde hace ya mucho tiempo, en la mayoría de lugares donde trabajamos, nos planteamos qué podemos hacer para garantizar el acceso de personas de bajos recursos a una educación académica de calidad.
En esta línea, recientemente hemos iniciado un programa de becas para universitarios en Bogotá. Como ya hemos informado en repetidas ocasiones en este blog, desde enero de 2016 miembros de la CSP estamos trabajando en los barrios La Resurrección, Granjas de San Pablo y El Pesebre, del sur de la capital colombiana. Desde entonces, nos hemos ido encontrando con muchos jóvenes de estos barrios que, una vez terminado el bachillerato, quieren ir a la universidad, pero por falta de recursos no pueden realizar su anhelo. Para responder a esta necesidad hemos establecido un programa de becas, mediante el cual en el semestre que está iniciando (que va de agosto a diciembre de 2017) ya estamos colaborando con una docena de jóvenes, facilitando, con pequeñas becas de apoyo, que vayan a la universidad. La mayoría se han inscrito en alguna de las universidades públicas colombianas con sede en Bogotá, cuyos costes son, naturalmente, menores que en las universidades privadas. La beca de la CSP consiste una costear su matrícula semestral y gastos mensuales para transporte y materiales.
De momento se trata de una iniciativa muy modesta que podrá ir creciendo con el paso del tiempo. Nos alegra la ilusión con la que cada uno de los estudiantes que se nos ha acercado ha asumido el reto de ir a la universidad, muy conscientes de que este el mejor camino para su desarrollo personal, y el de su comunidad.
La CSP inicia un nuevo programa de atención a la tercera edad en el barrio El Pesebre de la capital colombiana
Como ya informamos en este blog en su día, el pasado mes de julio de 2016 la Comunidad de San Pablo puso en marcha un programa de refuerzo escolar para niños del barrio El Pesebre de Bogotá. Dicho programa (cuyo doble objetivo es fortalecer académicamente a niños de 8 a 12 años que necesitan ayuda con sus estudios, y a la vez ofrecer un espacio seguro donde puedan ir por las tardes, y evitar así que por estar en la calle caigan en el consumo de estupefacientes) se está desarrollando con toda normalidad desde entonces. Lo que no esperábamos es que tal actividad tuviese un “efecto llamada” que nos llevase a comenzar otro programa: al ver que los locales de la parroquia La Resurrección del barrio se abrían varias tardes por semana para las clases de los niños, algunos ancianos se nos acercaron con una petición muy simple: «–¿Y a nosotros, no nos pueden dar clases también?»
Resulta que varios abuelos y abuelas del sector, que nacieron en departamentos rurales del país y se trasladaron hace muchas décadas a la capital, han tenido una larga vida de duro trabajo que nunca les ha dejado tiempo para su formación intelectual. Algunos son completamente analfabetos, otros saben leer y escribir, pero de manera deficiente, y no tienen demasiados conocimientos de matemática, cultura general, etc.
Buscamos una maestra del mismo barrio que estuviese dispuesta a llevar a cabo esta labor, y a principios de marzo abrimos nuestro nuevo Programa Educativo para el Adulto Mayor. Funciona los sábados por la mañana, y se han apuntado ya una docena de abuelas (¡ellas parecen más interesadas en el asunto!) y un abuelo. No dejan de asistir ni un sábado y son aplicadísimos (de hecho, se toman las tareas y el estudio con mucha seriedad). Es una verdadera alegría verlos semana tras semana, sentados en sus pupitres y estudiando todo lo que, cuando eran niños y jóvenes, no tuvieron la oportunidad de aprender.
La Comunidad de San Pablo abre una sala de refuerzo escolar en el barrio Pesebre de Bogotá
Desde el pasado mes de enero, miembros de la Comunidad de San Pablo trabajamos en la parroquia La Resurrección, ubicada en el sur de Bogotá. El territorio parroquial comprende los barrios La Resurrección, Granjas de San Pablo y Pesebre: se trata de sectores populares de la capital colombiana, de clase trabajadora, mayoritariamente de estrato 2 en la clasificación socioeconómica de la ciudad de Bogotá (que cataloga los barrios de la ciudad de 1 a 6, siendo 1 el de menos recursos y 6 el más acomodado).
Estos sectores enfrentan una notable variedad de retos, desde el hacinamiento de personas en viviendas de poca calidad a las dificultades de las familias por obtener buenos servicios de salud, desde las pocas oportunidades laborales para los jóvenes a la situación de abandono de muchos ancianos… sin embargo, escuchando en diversos encuentros y reuniones a la población de estos barrios, pronto hemos comprobado que un problema preocupa a sus habitantes más que ningún otro: la inseguridad que se vive en sus calles, directamente relacionada con el consumo de substancias estupefacientes por parte de muchos jóvenes, que delinquen para obtener recursos para luego poder consumir drogas. La drogodependencia (a su vez vinculada, obviamente, a la falta de oportunidades que enfrentan aquí muchos jóvenes) es una auténtica epidemia en estos barrios, en los que todo el mundo reconoce la presencia de varias “ollas” (puntos de venta de droga a través de los cuales las redes del narcotráfico distribuyen su producto en las calles de la capital).
Muchas personas nos han hablado de un nuevo y dramático motivo de preocupación: el aumento del consumo de droga entre niños de edades cada vez más tempranas. Si hace unos años los que caían en la drogodependencia eran generalmente jóvenes de dieciséis años para arriba, la necesidad por parte del narcotráfico de ir expandiendo la venta de estas substancias ha hecho que ahora sea común que niños y niñas de nueve, diez y once años ya empiecen a consumirlas.
Sin dejar de reconocer la magnitud del problema y que todos nuestros esfuerzos serán tan sólo una gota de agua en medio de un océano de tremendas proporciones, nos planteamos qué hacer para ayudar, ni que sea de forma muy modesta, a frenar esta tendencia. Y nos propusimos ofrecer clases de refuerzo escolar, por las tardes, en los locales de la parroquia del barrio Pesebre. Empezamos a finales de julio: quince niños de entre 8 y 12 años se inscribieron el primer día, y esperamos que esta labor vaya creciendo. Parte del problema es que muchos niños que van al colegio por la mañana, cuando llegan a sus hogares a las dos o tres de la tarde se encuentran que sus padres no están, pues trabajan —muchos hasta tarde en la noche. Esos niños, entonces, no tienen a nadie que les ayude a hacer sus tareas escolares ni que les impida salir y deambular por las calles hasta el anochecer, lo cual, obviamente, facilita que acaben cayendo en las redes del consumo. Nuestra propuesta es muy simple: ofrecer un espacio en el que estos niños puedan llegar al salir del colegio, y donde se les ayude a avanzar en sus estudios, con refuerzo escolar y sala de tareas, y de ese modo, quizá, evitar que la drogodependencia se adueñe de sus vidas. Acabamos de empezar. ¡Ojalá sea un proyecto de larga duración que dé sus frutos!