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Viernes 21 Marzo 2025
 


La Cuaresma, este tiempo especial que nos prepara para la Semana Santa, es un tiempo que, entre otras cosas, tiene un componente penitencial. Es bueno, de vez en cuando, revisar la propia vida, las propias actitudes y el modo en que tratamos a los demás, y hacerlo en clave de arrepentimiento. ¿En qué me estoy dejando llevar por el egoísmo y la indiferencia? ¿He herido a las personas con las que convivo? ¿Estoy perdiendo el tiempo en actividades que no ayudan a construir el Reino?
 
No se trata de vivir inmersos en un sentimiento de culpa enfermizo, pero tampoco hay nada malo en mirarnos de vez en cuando en el espejo, con absoluta sinceridad, preguntándonos cómo podríamos mejorar aspectos de nuestro vivir diario que no terminan de estar en sintonía con el Evangelio, o que lo contradicen.
 
Jesús no vino a abrumarnos con el peso de nuestro pecado: de hecho, los evangelios dejan muy claro que vino a liberarnos, entre otras cosas, de los sentimientos de culpa, asegurándonos que por mucho que nos equivoquemos, siempre podremos contar con la misericordia del Padre. Y, sin embargo, también es verdad que en muchas ocasiones Jesús habló con severidad acerca de aquellos que, creyéndose perfectos y santos, eran incapaces de hacer autocrítica y no aceptaban la necesidad de reorientar sus vidas hacia Dios.
 
En una ocasión, mirando con dolor a sus contemporáneos, dijo aquello de que «esta generación es perversa. Pide un signo, pero no se le dará más signo que el signo de Jonás» (Lc 11,29). Es un texto que leíamos el miércoles de la primera semana de Cuaresma. Pues bien, lo curioso de esta afirmación es que Jonás, cuando fue a predicar la conversión a Nínive… ¡no hizo ningún signo! En efecto: ante los ninivitas, Jonás no realizó ningún prodigio. El texto bíblico nos cuenta que cuando finalmente llegó a la gran ciudad (después de haber tratado de escabullirse de la misión que Dios le había encomendado), simplemente «caminó un día entero pregonando: —¡Dentro de cuarenta días Nínive será arrasada!». Eso es todo. No apoyó su prédica en ningún gesto llamativo, no acompañó sus palabras con ninguna demostración de poder, o de que Yahvé estaba de su lado. Sencillamente anunció que la paciencia de Dios se estaba agotando… y eso bastó para que los ninivitas hicieran un propósito de enmienda y se convirtieran.
 
Tampoco a nosotros se nos dará más signo que el (no)signo de Jonás. Es decir, que tampoco nosotros deberíamos esperar a que sucediera ningún acontecimiento espectacular e incontestable en nuestras vidas para cambiar aquellas actitudes que nos alejan de Dios. El gran signo que necesitamos para reorientar nuestras vidas hacia el bien ya nos ha sido dado: la predicación de Jesús, el mensaje que nos transmiten los evangelios. ¿Qué más podemos esperar, qué puede ser más definitivo que las palabras del Mesías?
 
Todos podemos caer, a veces, en el autoengaño de decirnos a nosotros mismos que estamos esperando que ocurra algo prodigioso, un signo milagroso, un acontecimiento verdaderamente singular, para iniciar los procesos de cambio que son imprescindibles en nuestras vidas. «Cambiaré», nos decimos, «cuando»… y condicionamos nuestra conversión que sucedan grandes maravillas a nuestro alrededor. En realidad, esperar que se produzcan asombrosos prodigios para entonces empezar a corregir lo que no hacemos bien es una forma de inmovilismo. En esta cuaresma haríamos bien en recordar que no se nos dará más signo que el signo de Jonás: el signo de un hombre anunciando que hay mejores modos de vivir, sin más fuerza que la de su palabra.


 

Jueves 6 Marzo 2025

Nos alegramos con la publicación de un nuevo libro de Pablo Cirujeda, miembro de la Comunidad de San Pablo




 
Desde aquí queremos hacernos eco de la publicación reciente de "Humanos con Cristo", un nuevo libro de Pablo Cirujeda editado por la Editorial San Pablo. En este caso, se trata de una reflexión sobre los siete pecados capitales, y el modo de enfrentarlos, a la luz del Evangelio. 

"Todos nos enfrentamos, irremediablemente, a pruebas que tienen que ver con nuestros impulsos más primitivos. La ira, la envidia o la pereza... los pecados capitales, en definitiva, son tentaciones universales que tratan de dominar a la persona para confundirla y apartarla del camino del bien. Leyendo atentamente los evangelios, podemos ver cómo Jesús de Nazaret vivió toda su vida expuesto a esas mismas tentaciones, las combatió y luchó incansablemente contra el mal. Acompañando a Jesús en esa lucha, que anticipa las nuestras frente al tentador, no evadiremos los pecados capitales, pero, guiados por él, sí aprederemos cómo afrontarlas" (de la contraportada).

Felicidades, Pablo, por este nuevo escrito que nos ayuda a caminar por las sendas del Evangelio!

Viernes 31 Enero 2025
 


En lugar del 4º domingo en el Tiempo Ordinario, este fin de semana estaremos celebrando la Fiesta de la Presentación del Señor—también conocida como la Fiesta de la Candelaria. Este hecho hace que nos perdamos lo que hubiésemos leído en el domingo ordinario, la respuesta de la sinagoga al discurso programático de Jesús. Después de leer la cita de Isaías, después de omitir un verso de la cita donde se anunciaba el día de la venganza de Dios contra los enemigos de Israel y después de un diálogo con la asamblea en la que Jesús dice que no le sorprende no ser profeta en su tierra, Jesús sufrirá el primer conato de violencia contra él: “Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo” (Lucas 4:29-29.)
 
El evangelio de la Presentación del Señor rebobina la historia y nos vuelve a situar en la infancia temprana de Jesús. Suena como una historia de las que leemos en Navidad. No en vano, tradicionalmente esta fiesta solía marcar el final de la Navidad. María y José, observantes de la Ley, llevan a Jesús como primer hijo para ser presentado en el Templo. Afloran muchos de los temas de los evangelios navideños: Jesús es llevado al Templo, la institución que lo terminará ejecutando; observamos la reacción de aquellos que encuentran a Jesús—durante la Navidad vimos la reacción de los pastores, de Herodes, de los Magos de Oriente—ahora vemos la reacción de los ancianos Simeón y Ana. Es muy posible que el encuentro de estos ancianos cumpla la misma función que el episodio de la Epifanía cumple en el evangelio de Mateo.
 
Es curioso que esta Ana carga con el mismo nombre que la madre de Samuel. Sin duda, Lucas quiere que sus lectores hagan esta conexión, que los judíos del primer siglo, los primeros que recibieron este evangelio, hubiesen hecho casi automáticamente. Las dos mujeres, ven cómo Dios colma sus esperanzas: recibir un hijo—Samuel—y el Hijo: Jesús.
 
En las palabras de Simeón detectamos una conexión con la reacción de la gente de la sinagoga de Nazaret. Simeón proclama que este niño será “gloria de Israel” pero también “luz para todas las naciones.” La universalidad de Jesús y su mensaje siempre será un problema para los fanáticos nacionalistas—tanto en Nazareth como en lugares que nos caen más cerca. Y a María le dice, “Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma.” En la sinagoga Jesús ha empezado a ser “signo de contradicción.”
 
Entender a Jesús como piedra de tropiezo, como signo de contradicción, puede ser un tema fructífero. Y es fácil caer en la tentación de solo entender a Jesús como signo de contradicción contra el “mundo” o “la cultura” de la sociedad. Pero, ¿qué nos diría Jesús a nosotros que nos provocaría una reacción de profundo rechazo? ¿Qué cosas que creemos de forma absoluta pondría en duda Jesús? ¿Qué tipo de retos nos presentaría si se presentara en medio de nuestra asamblea cualquier domingo cómo hizo en el Sabbath en la sinagoga de la tierra que lo vio crecer?
 
En el espíritu de esta fiesta en la que se bendicen velas le pedimos al Señor que siga iluminando nuestras vidas, nuestras contradicciones, y que siga dando luz a todas nuestras oscuridades.


 

Miércoles 25 Diciembre 2024

Sábado 7 Diciembre 2024


Uno de los «lemas» del Adviento, una de las frases que captura el sentido de este tiempo que iniciamos el pasado domingo, es «Ven, Señor Jesús», sacada del final del libro del Apocalipsis (Ap 22, 20). Es, podríamos decir, una de las oraciones más propias del Adviento.
 
Y, sin embargo, es importante asegurarnos de que entendemos correctamente estas palabras. Porque no son un ruego, ni un reclamo que nosotros le hacemos a Jesús para que venga, como si él, por algún motivo, se resistiera y nosotros tuviésemos que convencerlo de que quisiera venir.
 
«Ven, Señor Jesús» es, en realidad, un ruego dirigido a nosotros mismos: una oración en la que pedimos que de verdad nosotros queramos abrirle las puertas de nuestras vidas y quitar todos los obstáculos que a veces ponemos en medio el camino, barrándole el paso. Obstáculos que ponemos porque, en realidad, nos asusta su venida.
 
¿Y por qué, deberíamos preguntarnos entonces, nos asusta que Jesús realmente llegue? ¿Por qué ponemos resistencias a la venida de Jesús (por mucho que de palabra vayamos repitiendo «Ven, ven…»)?
 
Una posible respuesta es que sabemos, o intuimos, que de un modo u otro Jesús siempre viene a desinstalarnos. Llega a darnos un empujoncito, a instarnos a ir más allá en nuestra generosidad, a salir de las rutinas que nos adormecen la conciencia, a realizar un éxodo, fuera de los territorios que ya conocemos y de nuestras comodidades, hacia la vida más arriesgada del Evangelio. Por eso en el fondo, tal vez inconscientemente, tememos la venida de Jesús.
 
Sería bueno identificar las actitudes que tienden a instalarnos. Revisarlas, comprender que nos empobrecen y rechazarlas. Para, entonces, poder decir a pleno pulmón y con toda sinceridad, en este Adviento y siempre: «¡VEN, SEÑOR JESÚS!»



 

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