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Viernes 18 Octubre 2019
 


Este domingo escucharemos la parábola de la viuda que no desfalleció hasta lograr que un juez indolente le hiciera justicia (Lc 18,1-8). En ella, Jesús alaba la fe de esta mujer tenaz que no se resigna a soportar la injusticia, que no se desanima, ni se detiene, ni cesa de clamar, hasta lograr lo que buscaba.
 
Ciertamente, la lucha por la justicia exige perseverancia. Siempre ha sido así: hicieron falta siglos para que se eliminaran los privilegios de la nobleza, para que se aboliera la esclavitud, está costando siglos conseguir que las mujeres gocen de la misma dignidad que los hombres, y mucho, muchísimo nos falta para conseguir que la riqueza del mundo empiece a repartirse mejor y disminuyan las abismales distancias que hoy existen entre ricos riquísimos y pobres pobrísimos.
 
Seguramente lo más importante de esta lectura está al principio y al final. Lucas comienza diciendo que Jesús contó la parábola “para enseñar a los discípulos que es necesario orar siempre, sin desfallecer”, y al terminar Jesús se pregunta si, a pesar de que Dios quiere que en el mundo se haga justicia, sin tardar, “va a encontrar en el mundo la fe de la viuda”.
 
Es decir, aquí lo que está en duda no es que Dios quiera que se haga justicia. Lo que está en duda es si nosotros somos como la viuda: si las injusticias nos duelen, si tenemos el tesón y la perseverancia que ella tuvo, para lograr que el mundo en el que vivimos sea un lugar más justo.
 
Y no es fácil. La injusticia parece tan arraigada, tan constitutiva del sistema político y económico en que vivimos, tan crónica, tan imposible de extirpar, que a veces levantar la voz en su contra se nos puede antojar como un esfuerzo inútil. En ciertas latitudes nadie ignora que el dinero criminal del narcotráfico quita y pone a presidentes, compra jueces y decide el destino de países enteros. La corrupción de la clase política ha devenido algo tan común que uno llega a pensar que si un político no tiene casos pendientes con la justicia solo es porque todavía no lo han descubierto. Y, mientras tanto, la distancia entre los que viven en un lujo inimaginable y los que padecen la pobreza más angustiosa aumenta, en vez de disminuir…
 
Ante este panorama, cuesta mucho ser como la viuda. Jesús, sin embargo, nos dice con su parábola que nada sería peor que acostumbrarnos a la injusticia, que la llegáramos a normalizar. Que fuéramos como el enfermo que se ha acostumbrado a su dolor y deja de ir al médico, porque se ha convencido de que padecer “es lo normal”. “Es normal que un hombre pegue a su mujer”; “es normal que los políticos roben”; “es normal que los trabajadores sean mal pagados”; “es normal que la sanidad sea un desastre”; “es normal que ningún rico vaya nunca a la cárcel”. Y nos quedamos con ese “es normal”, y nos encogemos de hombros, porque a lo normal no hay que quererlo cambiar.
 
Para combatir esta normalización de la injusticia, valdría la pena que de vez en cuando hiciéramos un ejercicio de imaginación, y nos preguntáramos: Cuando Dios sueña, ¿cómo ve las cosas? ¿Cómo sueña Dios el mundo?
 
Con toda certeza, Dios nos mira y anhela una humanidad sin violencia, sin abusos, con los recursos de la tierra distribuidos más equitativamente, sin privilegiados ni excluidos.
 
Lo que hoy tenemos no es normal. Entenderlo es el primer paso para que en nosotros despierte el espíritu valiente de la viuda tenaz.


 

Jueves 10 Octubre 2019



Este año la asociación barcelonesa Sonríe y Crece ha cumplido su décimo aniversario, y en el marco de esta celebración nos han hecho llegar la siguiente carta. "Es, nos dicen, una carta de agradecimiento de diez generaciones de jóvenes de Sonríe y Crece a la Comunidad de San Pablo, y en especial a todos sus miembros que han pasado por la República Dominicana".
 
Con curiosidad e ilusión por poner lo aprendido al servicio de una sociedad necesitada, y en especial a sus niños y niñas, un pequeño grupo de jóvenes universitarios barceloneses se trasladó hasta Sabana Yegua en el verano de 2009. Acudían en respuesta a la invitación de la Comunidad de San Pablo, establecida en el pueblo desde hacía varios años.
 
Empezaron por jugar, y utilizaron los juegos como herramienta imprescindible para comunicarse con los niños y niñas. A través de actividades lúdicas promovían aspectos simples del día a día a cientos de niños y niñas: compartir, esforzarse, trabajar unidos, respetar.
 
Conscientes de la energía que requería esta labor, y decididos a convertirla en un proyecto sostenible que los chicos y chicas locales pudieran liderar, crearon una asociación de jóvenes, Sonríe y Crece.
 
Año tras año, nuevos jóvenes universitarios se unen a la tarea de Sonríe y Crece. Hoy ya son diez generaciones, y más de tres proyectos base en los que se promueve la educación, la salud y el medio ambiente en varios pueblos de la región de Azua, al sureste de la República Dominicana.
 
La Comunidad de San Pablo ha estado presente durante todo este proceso. Su espíritu de acogida y dedicación han sido nuestras raíces en Sabana Yegua. Con su conocimiento nos han guiado, y también nos han dado el espacio para crear y madurar nuestros proyectos. El ejemplo de amor de la Comunidad de San Pablo nos ha ayudado a crecer, tanto a los miembros de Sonríe y Crece como a los cientos de niños y niñas dominicanos que han pasado y continúan pasando por nuestros juegos.
 
Esta es una carta de compromiso y amistad. Aunque las generaciones de jóvenes que se unen a Sonríe y Crece vayan sucediéndose año tras año, seguimos unidos por un objetivo común.


 

Sábado 28 Septiembre 2019
 
 
Este fin de semana, en que celebramos el Vigesimosexto Domingo del Tiempo Ordinario, siguiendo el ciclo C de las lecturas, en la misa oiremos la conocida parábola del pobre Lázaro y del rico que lo ignoró (Lc 16,19-31), una narración hermosa e inquietante que, como otras parábolas memorables de Jesús (la del buen samaritano, la del hijo pródigo, la del administrador astuto, y otras) solo encontramos en el evangelio de Lucas.

Hay un detalle en el que vale la pena que nos detengamos: Jesús, al narrar la historia, da nombre al pobre (“un mendigo llamado Lázaro”), pero no al rico. La tradición ha querido corregir esta supuesta deficiencia del texto, llamando Epulón al potentado, pero se trata de una práctica tardía (parece que se origina con Pedro Crisólogo en el siglo V), ajena a la Escritura.
 
Varias cosas llaman aquí la atención: en primer lugar, no es nada común que el protagonista de una parábola tenga nombre. De hecho, Lázaro es ni más ni menos que el único personaje de una historia contada por Jesús que lo tiene. ¿Cómo se llamaban el padre del hijo pródigo y sus dos hijos, o la mujer que perdió la moneda, o el hombre que cayó en manos de unos bandidos camino a Jericó, o el samaritano que lo socorrió, o el sacerdote que pasó de largo, o…? No se nos dice, nunca se nos dice: al contar sus historias, Jesús presenta a sus protagonistas como prototipos representativos, ejemplos de actitudes y de formas de ser que no deberían convertirse en personajes demasiado concretos: sus héroes y villanos son “un hombre”, “una mujer”, “un padre”, “un hijo”, “un rico”, “el dueño de una viña”… de entre todos ellos, solo Lázaro tiene nombre.
 
En segundo lugar, sorprende el hecho de que, en la misma parábola, uno de los dos protagonistas tenga nombre y el otro no. Y, en todo caso, tal vez más de uno hubiese esperado que, si así iban a ser las cosas en esta ocasión, Jesús diese nombre al rico, a la persona importante, exitosa y conocida, y no al miserable mendigo. «A las puertas de la mansión del rico Epulón había un mendigo», hubiese podido empezar Jesús, y a todos nos hubiese parecido muy bien. Pero hace justo lo contrario: «Había un rico que banqueteaba a diario, y a las puertas de su casa solía pedir limosna un mendigo que se llamaba Lázaro».
 
Nada de eso es casual (como nada es casual en los evangelios), ni mucho menos una deficiencia del texto. Todo lo contrario: se trata, sin duda, de un recurso narrativo muy pensado, con su propio significado y función.
 
Dando nombre al pobre, Jesús realza su humanidad: y así, en vez de cosificarlo, en vez de convertirlo en una cosa (“un mendigo”), hace que los que escuchamos la historia lo veamos como a una persona, como a alguien que una vez tuvo una familia, unos padres que, cuando él nació, le dieron ese nombre. Lázaro tiene una historia, como todo el mundo.
 
Y, al dar nombre a Lázaro y así humanizarlo, Jesús está señalando que el problema del rico era precisamente este: que no sabía ver al mendigo que agonizaba a la puerta de su casa como al ser humano que era. Ciertamente, no lo veía como a su igual. Ni en vida (pues de haberlo hecho lo hubiese atendido, conmovido ante la abyecta pobreza del indigente), ni tampoco lo vio como a su igual después de muertos los dos, cuando lo trató, en todo caso, como a su inferior, alguien a quien no quiso dirigir la palabra ni una sola vez, y en quien descubrió, de hecho, a un esclavo: «Padre Abrahán», dirá el rico, «manda a Lázaro a que me traiga agua, envíalo a mi casa a advertir a mis hermanos»…
 
La parábola, así, revela en toda su crudeza una de las peores consecuencias a la que puede llevarnos la idolatría del dinero: a pensar que solo quien lo tiene (y lo tiene en abundancia) es persona; que quien no tiene nada, o tiene poco, queda privado, por sus carencias, de la humanidad.
 
Pero hay más: si el texto subraya la humanidad del pobre al darle un nombre, ¿qué consigue dejando sin nombre al rico? También ahí hay un mensaje. Un mensaje doble, de hecho. Por un lado, Jesús nos invita, como siempre que los personajes de sus parábolas son anónimos, a que nos identifiquemos con ellos y nos preguntemos, en este caso: ¿Seré yo el rico? ¿Seré yo de los que desprecian, ignoran y se olvidan de todo aquel que no tiene dinero?

 
Pero en esta ocasión, además, al dejar sin nombre al rico, en marcado contraste con el pobre Lázaro, Jesús nos quiere hacer ver que, mediante su desprecio del mendigo, ese rico se estaba negando la humanidad a sí mismo. Su falta de empatía y de solidaridad lo convertían en aquello que despreciaba. Porque ser humanos es ser misericordiosos y solidarios: «Fulano es muy humano», decimos, para indicar que alguien muestra mucha compasión con quienes sufren, y se solidariza con ellos. La honda indiferencia que mostraba el rico dañó a Lázaro, sin duda, a quien hubiese podido ayudar; pero también dañó profundamente al mismo rico: ignorando a Lázaro, el potentado se negó la oportunidad de ejercer de ser humano. Se deshumanizó.
 
La lección del juego narrativo de Jesús, en definitiva, nos invita a no negarle el nombre a nadie. Reconocer que todo el mundo tiene uno, y que nadie debería ser cosificado es el primer paso, básico y fundamental, para empezar a ver a todos los que se cruzan por nuestra vida (sea cual sea su condición) como a las persona que son. Es decir, para verlos tal y como Dios los ve. Y es el primer paso, también, para no perder nosotros la humanidad que nos dignifica y nos hace ser quien somos.

 

Jueves 26 Septiembre 2019
Desde hace varias semanas, medios de todo el mundo han informado ampliamente de los grandes incendios que están asolando el Amazonas. El equipo de la Comunidad de San Pablo en Cochabamba nos cuenta cómo esta desgracia está afectando particularmente a Bolivia.
 
Desde hace dos meses, varios incendios invaden uno de los pulmones más verdes de Bolivia. Los noticieros hablan de más de dos millones de hectáreas quemadas en la zona de la Amazonía, la Chiquitanía y el Chaco boliviano. Se trata de un verdadero desastre ambiental para la fauna y la flora, así como humanitario, para los indígenas que habitan esas tierras, que lo están perdiendo todo.
 
Cada año, en esta época del año, se realizan los “chaqueos”, o quemas controladas, para preparar el terreno para la siembra o para la crianza de ganado. Normalmente no escapan del control humano, pero este año el gobierno boliviano ha aprobado un polémico decreto que promueve la ampliación de la frontera agrícola en zonas de bosques permitiendo la “quema controlada” y el asentamiento de nuevos colonos de otras zonas del país. Esto ha provocado que las quemas tradicionales se hayan descontrolado, causando la presente situación.
 
Varias instancias del país, entre ellas la Conferencia Episcopal Boliviana, están pidiendo a gritos que el gobierno declare una emergencia nacional en las zonas afectadas, y que se abra a la ayuda internacional de expertos para controlar los incendios. Además, para poner freno a esta catástrofe medioambiental muchas voces también solicitan la prohibición inmediata de los chaqueos así como de la instalación descontrolada de los nuevos campesinos en tierras de la zona no aptas para la agricultura. Esperamos que de manera inmediata y urgente se tomen las medidas para frenar esta tragedia que está afectando al país.


 

Martes 17 Septiembre 2019
 

La CSP está presente en la Ciudad de México mediante dos proyectos pastorales distintos: por un lado, en el sur de la ciudad coordinamos el Centro Comunitario de Desarrollo Infantil “San José”, en el que 122 niños y niñas menores de 6 años de un asentamiento irregular reciben a diario una atención integral en la etapa crucial de la primera infancia, y, por otro lado, en el poniente de la gran urbe apoyamos el trabajo pastoral y social en un barrio popular de población trabajadora.
 
Después de haber trabajado durante cinco años como vicario parroquial en esta segunda zona pastoral de la arquidiócesis, Pablo Cirujeda fue recientemente nombrado rector de la Rectoría Nuestra Señora del Rosario. Como responsable de esta parroquia atenderá una población de unas seis mil personas, en su mayoría familias humildes y de escasos recursos. Junto con la coordinación de los diferentes programas pastorales (catequesis infantil, pastoral de los enfermos, pastoral sacramental, etc.) también está abriendo espacios para el desarrollo comunitario, como talleres de artesanías para niños y jóvenes, activación física para adultos mayores, y un centro de escucha terapéutica, y se está integrando con otras instituciones y agentes sociales de la zona para iniciar un programa de capacitación laboral para jóvenes.
 
Este nuevo reto pastoral se suma a los esfuerzos que la CSP realiza para que sus compromisos aborden una evangelización integral de la persona, entendiendo la pastoral como un camino que abarca todas las dimensiones personales, familiares, y sociales del ser humano.


 

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