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Martes 21 Agosto 2018

Desde Meki (Etiopía), queremos compartir con todos los lectores de Ágora XXI la alegría del acontecimiento político más importante de los últimos años en este país, que muchos ya habrán visto en la prensa. Hablamos de la declaración de paz entre Etiopía y Eritrea.
  
Después de dos décadas de hostilidades y relaciones diplomáticas rotas entre los dos países, ahora se ha firmado el «fin del estado de guerra» y una declaración «de paz y amistad». Etiopía y Eritrea estaban enfrentadas desde que, después de que Eritrea se independizara de Etiopía en 1993, tensiones fronterizas acabaran en una guerra abierta que se libró entre 1998 y el 2000. En el año 2000 se firmó un acuerdo (el acuerdo de Argel), en el que ambas partes se comprometieron a aceptar las líneas fronterizas establecidas por la Comisión de Fronteras de Etiopía y Eritrea. Sin embargo, Etiopía cambió pronto su posición cuando la comisión decidió conceder a Eritrea la ciudad de Badme, epicentro de la guerra.
 
Las relaciones entre ambos países africanos no avanzaron hasta que el pasado abril fue nombrado primer ministro etíope Abiy Ahmed. Aplaudimos una noticia tan relevante para el bienestar y desarrollo económico de los dos países y de todas sus gentes, incluidos todos los habitantes de nuestra región, y esperamos que el nuevo liderazgo del país traiga muchas buenas noticias para su pueblo.


 

Martes 31 Julio 2018

Ha llegado el fin de curso en el Centro San José, otro año más dedicándonos al desarrollo integral de los niños y niñas en edad preescolar de la comunidad de Jardines de San Juan, Ajusco (México).
 
La fiesta que conmemora este final del año académico siempre es un momento lleno de alegría, al que acuden los niños, elegantes, acompañados de sus familiares. Al mismo tiempo, es un momento de tristeza por las despedidas: los alumnos se despiden de sus profesoras hasta el curso que viene, mientras que para los alumnos de preescolar 3, la despedida es definitiva, porque se termina su tiempo de formación con nosotros.
 
Para la educadora de preescolar 3 concluye un largo camino de acompañamiento con los 38 niños y sus familiares que han recibido una formación integral en el centro San José durante 3 años consecutivos, y que el próximo curso se integrarán a la primaria para seguir su formación.
 
Inicia la fiesta del fin de curso con una misa de acción de gracias, una bonita celebración y un buen momento para compartir y mostrar el agradecimiento de las familias hacia el centro por la formación y el cuidado de sus hijos recibido en el centro, y del centro hacia las familias por el trabajo conjunto que se ha llevado: su implicación, dedicación y colaboración con el centro en la formación de sus hijos a lo largo del curso escolar.
 
La labor de los padres en la formación de sus pequeños es muy importante y de gran ayuda para la formación integral de sus hijos en nuestro centro, al que los niños acuden diariamente para jugar, aprender y divertirse, pues es la continuidad de sus casas, donde se completa el desarrollo de las primeras etapas de sus vidas: valores, virtudes, habilidades y conocimientos.
 
¡Terminamos este ciclo escolar con otro logro más! 38 niños graduados que se incorporarán a la primaria el próximo curso para seguir su formación. Los otros 70 (niños de maternal, preescolar 1 y preescolar 2) avanzarán al siguiente nivel para seguir formándose en el centro, a la vez que recibiremos a un buen número de alumnos nuevos, para poder seguir brindando este apoyo a la comunidad.


 

Martes 24 Julio 2018

La posverdad, Mark Twain y nuestros miedos

 
En teoría vivimos en un mundo que valora positivamente la verdad, y si nos preguntaran qué virtudes esperamos encontrar en nuestros líderes políticos (y también en intelectuales y académicos, en la gente del mundo de la cultura, en los profesionales del periodismo…) seguramente muchos mencionaríamos la integridad y la honradez, sin tenerlo que pensar demasiado. Queremos creer que nuestra sociedad aplaude a aquellos que dicen la verdad y repudia a los que mienten.
 
Ahora bien, ¿es así? ¿Hasta qué punto nos importa realmente que los políticos a quien votamos, los analistas a quien escuchamos y los autores a quien leemos sean veraces?
 
Es pertinente formularnos estas preguntas porque, de hecho, la evidencia sugiere que el debate público actual está infestado de mentiras y mentirosos: líderes políticos de todo signo se plantan a diario ante los micrófonos y sin que les tiemble la voz nos dicen medias verdades, tergiversan los hechos, omiten información, aseguran cosas que no saben… tanto es así, que hasta hemos acuñado un término, el eufemístico “posverdad”, para hablar de esta vitalidad de la mentira.
 
Pero seguramente este no es el principal asunto: siempre han existido personajes que han pensado que el engaño era la vía más rápida hacia el poder. La cuestión que nos interesa explorar es otra: nos queremos preguntar hasta qué punto vivimos en la era de la posverdad porque nosotros (los ciudadanos de a pie) lo permitimos. ¿Por qué permitimos que nos mientan?
 
En esta breve reflexión quisiéramos sugerir, en efecto, que el problema no está tanto en el líder que ofrece un discurso en el que falsea la realidad, sino en la población que lo aplaude a pesar de sus mentiras. Tal vez lo que ocurre es que (en contra de lo que nos decimos a nosotros mismos) no buscamos por encima de todo líderes cuyo compromiso con la verdad sea incuestionable. Quizá lo que buscamos en nuestros líderes son otras cosas, y estamos más que dispuestos a renunciar a la verdad si este es el precio que toca pagar para conseguirlas.
 
La normalización de la mentira
Sin que la siguiente afirmación pretenda ser un dictamen absoluto (no quisiéramos negar la existencia de líderes actuales comprometidos con la verdad), digamos, como punto de partida, que la falsedad no es extraña, ni siquiera excepcional, en la boca de las figuras públicas que a diario se asoman a nuestras pantallas, noticieros y periódicos. Se trata de un fenómeno global: en el norte y en el sur, en países grandes y en naciones pequeñas, en democracias y en dictaduras, hay autoridades que mienten, y que mienten descaradamente. Se trata de un hecho tan común que ya no escandaliza a nadie. No faltan, afortunadamente, medios de comunicación más o menos independientes que se empeñan en poner de relieve la falta de integridad de las figuras públicas: ya va siendo frecuente, por ejemplo, que la prensa analice la veracidad de las afirmaciones de los participantes en un debate electoral, una vez el debate ha concluido. Nos informan: «El candidato 1 tergiversó la realidad en tal afirmación; el candidato 2 no tiene pruebas factuales que apoyen lo que dijo en respuesta al candidato 3; las cifras económicas que ofreció el candidato 3 son cuestionables». Nos informan… y después no pasa nada. Y eso es lo grave.
 
Lo preocupante, insistimos, no es que haya políticos que mientan: lo grave es que los ejercicios de desenmascaramiento a través de los cuales se ponen de manifiesto sus mentiras no afecten negativamente sus carreras; lo grave es que ellos mientan, nosotros lo sepamos y, sin embargo, los sigamos votando. Como si no nos importara mucho que unos personajes que están pidiendo nuestro voto, o que ya dirigen nuestros gobiernos, dejen caer, aquí y allá, inexactitudes, mentirijillas y calumnias. Parece, como apuntábamos, que hayamos aceptado que en el juego político la mentira es inevitable.
 
Que los hechos no estropeen una buena historia
Tal vez haya algo de cierto en la idea de que la mentira no se puede evitar, porque la falsedad en la que caen con tanta facilidad nuestros líderes es, en parte, consecuencia del momento que vivimos: en nuestro mundo digitalizado, acelerado e hiperconectado, donde nadie parece tener tiempo para detenerse a examinar la complejidad de las cosas, solo funcionan bien los mensajes simples. Nuestros líderes han entendido que sus discursos deben ser directos, despojados de matices, y por lo tanto se ven empujados a simplificar realidades muy complejas. Es decir, que muchas veces la mentira no empieza como tal: empieza como un intento de reducir problemáticas complicadas a esquemas fáciles de explicar. Para lograrlo, un día se ignora un elemento del problema («hoy no hay tiempo de entrar en eso»); otro día se magnifica el aspecto del asunto que nos conviene resaltar («todo lo demás es secundario»); otro día se sacan de contexto las declaraciones de un rival; y muy pronto, después de dar varios pasos en este sentido (simplificar, simplificar, simplificar…) lo que se está comunicando ya es una falsedad pura y dura.
 
Daría la impresión, en definitiva, de que nuestros líderes han decidido seguir al pie de la letra aquella irónica máxima que se atribuye a Mark Twain: «No dejes que los hechos estropeen una buena historia». Los hechos son un fastidio para quien busca el aplauso de una sociedad que nunca tiene tiempo para examinar a fondo ninguna cuestión. Eso es lo que han comprendido los líderes de hoy, y se diría que más de uno ha convertido el “consejo” del autor de Tom Sawyer en su divisa más sagrada. Con un tweet es más fácil explicar una buena historia en blanco y negro que describir los tonos grises y las ambigüedades que la vida nos presenta. Eso sí, para lograr que nuestra historia sea buena, a menudo tendremos que obviar hechos incómodos y contradictorios. Muchos políticos, instalados en esta lógica, dejan de ser cuidadosos analistas de la realidad para convertirse en excelentes fabuladores: lo que importa ya no es examinar con rigor la totalidad de los datos disponibles, sus paradojas y sus ambivalencias; lo que interesa es elaborar una narrativa coherente y atractiva que todo el mundo pueda entender, aunque para lograrlo haya que descartar algunos hechos (los que echarían a perder la nitidez del relato).
 
 Mark Twain describió irónicamente los mecanismos de lo que hoy llamamos “posverdad”.
 
Vivimos inmersos en un gigantesco mercado global de información: en este mercado, donde la oferta de mensajes es vastísima, los emisores (aquellos que creen tener algo que decir) compiten entre ellos con uñas y dientes por conseguir la atención de un número significativo de receptores; se desata la lucha para lograr que mi mensaje sea escuchado por más personas que el tuyo, el combate para asegurar que mi opinión no desaparezca en pocos segundos arrollada por la catarata constante de opiniones de otra gente. En esta lucha sin cuartel por conseguir ni que sean unos pocos instantes de relevancia, los mensajes simples (las «buenas historias» que, para serlo, deben ignorar los hechos que las estropearían) tienen muchas más posibilidades de sobrevivir que los mensajes complejos, matizados, necesariamente extensos y farragosos, que exponen la ambigüedad de los asuntos tratados. Dicho crudamente: si quieres que te escuchen, miente.
 
¿Por qué permitimos que nos mientan?
Lo dicho hasta aquí tal vez explique por qué el compromiso de tantas figuras públicas con la verdad es, en el mejor de los casos, tenue. Nuestros líderes buscan la relevancia, les aterra quedar fuera de los focos, y piensan que si simplifican su discurso (y tarde o temprano eso los lleva a mentir) podrán mantenerse en la cresta de la ola y seguirán siendo relevantes. Pero ¿por qué les funciona la táctica? En otras palabras, la pregunta que queda pendiente es la que nos hacíamos al iniciar esta reflexión: ¿Por qué seguimos votando, escuchando y aplaudiendo a gente que falsea la verdad? ¿Por qué no reprobamos al mentiroso? ¿Por qué permitimos que nos mientan?
 
Aunque es probable que no exista una respuesta universal a esta cuestión, sí nos parece interesante apuntar en la siguiente dirección: quizá a menudo toleramos que nos mientan (y a veces hasta lo exigimos) porque deseamos una casa; anhelamos con todo el corazón tener una casa ideológica, una comunidad de pensamiento y sensibilidades que podamos llamar “hogar”, en la cual nos sintamos cómodos y seguros. Queremos mapas bien definidos del territorio moral en el que nos movemos, y queremos estar muy seguros de quién está de nuestra parte. Necesitamos saber con quién sentirnos en familia. Este anhelo tiene un miedo correlativo: el terror a la intemperie, a vivir sin hogar, a no pertenecer a ningún bando, a ser lo que podríamos llamar unos “sintecho ideológicos”. Es este miedo, combinado con aquel anhelo, el que nos lleva a tolerar las tergiversaciones de nuestros líderes: porque en realidad lo que esperamos de ellos no es un discurso verídico y factualmente irreprochable sino un discurso que confirme nuestras posturas, que certifique que estamos en el bando correcto, que ratifique nuestras sensibilidades, que corrobore lo que ya sabíamos. No queremos cuestionar a los líderes, cuando dicen medias verdades o cuando mienten sin rubor, porque cuestionarlos nos empujaría a la periferia del grupo y, de allí, quizá, a la indigencia, a la intemperie, a convertirnos en aquellos sintecho ideológicos que nos aterra llegar a ser.
 
En definitiva, a nuestros líderes les toleramos las falsedades precisamente porque son los nuestros, los que nos ofrecen aquella casa ideológica que anhelamos, los que nos dicen que tenemos la razón.
 
¿Es posible corregir esta lógica y recuperar la centralidad de la verdad, para que ella nos ayude a entender mejor el mundo y a buscar soluciones duraderas a nuestros conflictos y retos? Creemos que sí: para lograrlo, lo principal es perder el miedo a la intemperie, y comprender, por decirlo de alguna manera, que las estrellas se ven mejor desde un descampado que desde el centro de la ciudad. Liberados del miedo a quedarnos sin casa ideológica podremos atrevernos a ser un poco más críticos con nuestros líderes; a reconocer lo que haya de razonable en la postura de nuestros rivales; podremos arriesgarnos a examinar las paradojas, complejidades y contradicciones de cada situación. Y podremos dejar de sacrificar los hechos en aras de lograr una buena historia. Mejor aún: por fin entenderemos que la mejor historia es aquella que no excluye ningún hecho. Mark Twain, en el fondo, lo sabía muy bien.


 

Miércoles 18 Julio 2018

Treinta niños y adolescentes se inscriben a las clases de música que la CSP inicia en el barrio El Pesebre de Bogotá

 

El Centro de Desarrollo Comunitario “Casa Garavito”, que inauguramos el pasado mes de abril en el barrio El Pesebre de Bogotá, ya funciona a buen ritmo. La última iniciativa a la que hemos dado inicio en las instalaciones de dicho centro (además de los cursos de costura para mujeres, clases de formación para el adulto mayor, biblioteca, reuniones de un grupo juvenil y un taller semanal de Biblia) ha sido un curso de guitarra para niños y jóvenes del barrio.
 
Anunciamos esta nueva actividad por el barrio y en pocos días se inscribieron treinta niños (de 10 años para arriba, aunque se nos “coló” alguno de 8 y de 9) y adolescentes. Los dividimos en dos grupos, y las clases se han venido desarrollando sin problemas desde mediados de junio, todos los sábados. Por el momento, los futuros guitarristas están entusiasmados con lo que van aprendiendo, y Manuel, el instructor, nos asegura que los alumnos van progresando con ilusión.
 
No cabe duda de que la música ejerce un atractivo muy especial en nosotros, tal vez especialmente en los jóvenes. En este sentido, nos alegra poder ofrecer un servicio como este en un barrio donde las oportunidades para aprender a tocar un instrumento son, hoy por hoy, muy escasas.


 

Martes 3 Julio 2018

La Comunidad de San Pablo inicia un proyecto de suministro de agua para agricultura como alternativa a la quema de carbón en República Dominicana

 
 
Antonio tiene 70 años y ha vivido siempre del monte: toda la vida talando árboles para la construcción de viviendas y para vender leña o carbón. En el pueblo de Barrera, junto a la Sierra de Martín García, un hermoso parque nacional protegido en el suroeste de la República Dominicana, ese era el sustento básico de casi la mitad de los habitantes de este pueblo de 2.500 personas. Hace dos años el Ministerio de Medio Ambiente prohibió la comercialización del carbón vegetal para proteger la vegetación de la zona, aunque sin proponer alternativas. Desde entonces, los pobladores insisten en cultivar la tierra para salir adelante, pero el agua es escasa.
 
En diversas reuniones mantenidas con la comunidad surgió la idea de canalizar el agua de un manantial que ahora apenas se usa. El agua, que corre por una acequia natural, se pierde en gran parte por la evaporación, la filtración y también porque durante la noche nadie la usa. Con la ayuda de un ingeniero, hace ya casi un año se diseñó un proyecto completo, con el plan de construir una protección del manantial, un depósito de agua y la canalización con tuberías hasta las zonas de cultivo, y explotar cultivos alternativos de alta rentabilidad con sistemas de riego por goteo.
 
En estos momentos se está iniciando la primera fase del proyecto, con la construcción de la protección del manantial, gracias a la visita y ayuda del grupo “Project Agua” de Milwaukee (EE. UU.), liderados por Mr. Patrick Harrington. Nuestro amigo Antonio nos decía hace unos días: “¡Es muy duro vivir del carbón! Si pudiéramos no nos dedicaríamos a esto”. Ojalá este proyecto se convierta en una alternativa válida para el sustento de los pobladores de la zona.

 


 

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