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Martes 29 Mayo 2018

Conmemoración del aniversario de la Casa San José en Bolivia

 
 
El 1 de mayo, día de San José Obrero, es una fiesta muy señalada para Casa San José en Cochabamba, Bolivia: marca nuestro aniversario. Hace catorce años que abrimos las puertas para acoger a niños y adolescentes en situación de vulnerabilidad, especialmente en riesgo de calle y en calle, para que vivan dignamente mientras se trabaja con la familia de origen para que la reintegración familiar del joven sea exitosa, y no se repita la desprotección.
 
En Bolivia hay cerca de 2.200 niños y adolescentes que viven en la calle, más de 1.000 viven en cárceles acompañando a sus padres, que cumplen algún tipo de sentencia penal, y otros cientos son víctimas de la violencia sexual comercial, la trata y el tráfico.
 
Para conmemorar el 14º aniversario de la Casa, el pasado día 1 de mayo Monseñor Tito Solari (arzobispo emérito de Cochabamba) nos acompañó y celebramos la eucaristía con los 24 niños y adolescentes que están actualmente en Casa San José. Fue una celebración muy hermosa, cálida y alegre. Monseñor repitió varias veces a los niños acogidos que a Dios lo que más le gusta es que los niños siempre sonrían y estén alegres. «Sean niños sonrientes, transmisores de luz, para que iluminen siempre el mundo, pues Dios los tiene en su corazón y los ama mucho», les dijo.


 

Domingo 20 Mayo 2018

En el relato de Pentecostés que nos ofrece Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 2, 1-11) llama la atención la absoluta liberalidad con que el Espíritu Santo se desparrama sobre los discípulos. Sobre todos los discípulos. El Espíritu es, en efecto, abundante y espléndido. El texto afirma que las lenguas de fuego «se repartían posándose encima de cada uno» (es decir, sin evitar ni esquivar a nadie), y acto seguido insiste: «Todos se llenaron del Espíritu Santo».
 
El Espíritu no es tacaño, no es selectivo, no es elitista. El Espíritu desconoce las jerarquías, enseñándonos, de paso, que estas siempre son una construcción humana.
 
Imaginemos, por un momento, un texto alternativo:
 
«El día de Pentecostés estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que empezaron a revolotear por encima de los discípulos buscando a los más capaces, a los que llevaban la batuta del grupo, a los más listos, a los mejores, y se posaron sobre ellos. Los tres o cuatro agraciados se llenaron del Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, mientras los demás les felicitaban, un poco contrariados y secretamente envidiosos, porque a ellos no les había tocado lengua de fuego».
 
Este texto ficticio, que Lucas no escribió, nos hablaría de un Espíritu que reconfirmaría las jerarquías humanas, que solo se donaría, con mucha cautela, a unos pocos; tal vez a los que habrían dado muestras de que sabrían aprovechar el don recibido.
 
Pero no, no es este el texto que nos dejó Lucas. En el suyo, el auténtico, las lenguas se posan sobre todos y cada uno de los presentes y el Espíritu los inspira a todos sin excepción. Podemos suponer que habría en aquella sala discípulos valientes y discípulos temerosos, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, discípulos avispados y otros menos brillantes, habladores y taciturnos, audaces y dubitativos, vigorosos y cansados… como en cualquier grupo humano. Y a todos se acercó el Espíritu, y todos se llenaron de él.
 
Nuestras categorías humanas (aquellas con las que nos miramos unos a otros, valorando los aciertos de algunos y subrayando los errores de los demás, aplaudiendo éxitos y señalando fracasos, buscando aptitudes y marginando a quienes sospechamos plagados de defectos) nunca deberían opacar el hecho de que, en Pentecostés, el Espíritu no se dejó engañar por ningún elitismo de este tipo, ni por jerarquización alguna, y se dio, con confianza y libertad, a todos los que estaban reunidos.
 
Es asombroso, en verdad, que una Iglesia que nació de esta manera terminase tan preocupada, en su historia posterior, por consolidar un modelo fuertemente jerárquico, imitando así a la inmensa mayoría de las instituciones humanas. Es este un hecho que habla más de nuestras resistencias al soplo del Espíritu que de nuestra dócil adhesión a su impulso. Parecería que, a veces, la Iglesia se ha esforzado más por reflejar algo parecido al texto ficticio que hemos imaginado que por vivir la realidad del texto auténtico.
 
La comunidad querida por el Espíritu, en definitiva, no es aquella en la que unos pocos se otorgan el derecho de hablar en nombre de Dios, y en la que a los demás les toca callar, escuchar y asentir. La Iglesia que nace en Pentecostés es la que celebra que el Espíritu de Dios se ha posado encima de cada uno de sus miembros, sin discriminar a nadie, inspirándolos a todos. Es la comunidad en la que «todos empezaron a hablar, cada uno en la lengua que el Espíritu les sugería». Es la Iglesia que celebra con alegría la audaz generosidad de Dios.


 

Martes 8 Mayo 2018
Cada año, al llegar el tiempo pascual nos encontramos en los pasajes bíblicos que se nos presentan con personajes que prácticamente pasan desapercibidos durante el resto del año litúrgico. Uno de ellos es Tomás.
 
Poco sabemos de este discípulo que en los Sinópticos únicamente aparece mencionado en las listas de los Doce, sin información adicional alguna. Es Juan quien nos proporciona datos valiosos: aparece en cuatro escenas -Jn 11,7-16; 14,1-31; 20,24-29; 21,1-14-, y en todas ellas se nos recuerda que se le llamaba “Dídimo” (Mellizo)[1]. Aparece pues como un discípulo sin nombre propio aparente: el vocablo “tomás” –que no parece ser un nombre de persona al uso ni en griego ni hebreo ni latín- sonaría en la lengua helena como “mellizo” en arameo. Sin duda debe encerrar algún significado, al que pensamos dedicar un próximo comentario; contentémonos hoy con empezar por aquello que ha pasado a nuestra memoria colectiva: este apóstol es considerado alguien sin fe, que duda (doubting Thomas, le llaman en inglés). ¿Es eso todo lo que podemos saber de él?
 
Veamos qué podemos sacar en claro acudiendo hoy únicamente al pasaje del II Domingo de Pascua (Jn 20,19-31). En primer lugar, Tomás no es tan distinto de los demás apóstoles que se hallaban reunidos, que sólo se han alegrado al “ver” las manos y el costado de Jesús (v. 20). ¿Qué es lo que objetivamente le diferencia? Dos cosas: que Tomás no está reunido con los demás, y que quiere tocar el cuerpo del Resucitado.
 
Del primer aspecto podemos inducir que se trataba de un personaje valiente y abierto: recordemos que en Jn 11,16 es Tomás quien ha movilizado al grupo para subir a Jerusalén “a morir con” Jesús (si bien, con la cortedad de miras de ver en ese sacrificio el final de todo). Y en el momento que nos ocupa, los otros diez están encerrados por miedo a los judíos. Están “encerrados” en sus miedos, y paralizados para la acción –no ofrecen precisamente un ideal a imitar. En cambio, el valeroso Tomás se halla fuera. Es más, en la segunda ocasión, cuando ya está reunido con los demás (v. 26), éstos siguen con la puerta cerrada, pero el evangelista omite que ello fuera “por miedo a los judíos”. Con Tomás el miedo desaparece del grupo.
 
Su falta de miedo se materializa asimismo en tratarse de un personaje que no se corta a la hora de expresar sus opiniones, aunque sean contrarias al sentir del grupo, ¡o del propio Jesús! Tomás tiene opiniones propias (equivocadas e imprudentes o no).
 
El profesor norteamericano Dennis Sylva –de quien hemos tomado alguna de las consideraciones previas-[2] nos lo presenta como un hombre-frontera u hombre-umbral, es decir, alguien que no se sitúa fuera de la comunidad, pero tampoco en su centro; vive justo en el margen (umbral, linde). Eso es lo que precisamente lo convierte en alguien más abierto con el exterior, que contribuye a que el grupo no caiga en tentaciones sectarias (recordemos la gran tentación del gnosticismo[3] en las primeras generaciones cristianas), para lo cual es necesario poner en práctica, sin duda, una crítica saludable, incluso del punto de vista del líder.
 
Es más, como última nota, el camino para reconocer la Resurrección pasa por tocar a Jesús (el segundo rasgo “tomasino” que hemos señalado hoy): Tomás necesita tener la experiencia del Resucitado, no le basta con el testimonio de los demás (Jesús, por cierto, no le desautoriza por ello, sólo señala otro posible camino mejor; v. 29). En esto Tomás se manifiesta como un personaje muy moderno: en el momento histórico que nos ha tocado vivir, ¿quién de nosotros no quiere pruebas científicas de todo? Tomás representa una determinada tendencia dentro de los discípulos, que, nos atrevemos a decir, nos representa a todos nosotros hoy, y nos da esperanza –especialmente a los necesitados de “pruebas”-, nos indica el camino para conocer a Jesús: la experiencia del Resucitado pasa por la experiencia de su humanidad, y de su humanidad sufriente, hace falta tocar las llagas (de importante significado también en los inicios del cristianismo ante el peligro del docetismo[4]). Se revela en ese momento la gran importancia que el evangelista concede a este discípulo: hecha la experiencia, Tomás es el único que proclama a Jesús “mi Señor y mi Dios” (v. 28).
 
Tomás nos muestra el camino para llegar a tener la experiencia del Resucitado: expresando con valentía las propias convicciones, desde una crítica saludable, al tiempo que necesitando el contacto físico con la humanidad sufriente. Ambas cosas -personalidad crítica y valiente, y contacto profundo con el sufrimiento de la humanidad, la injusticia del mundo- van de la mano, y son una buena receta de madurez cristiana… y humana.
 
Tomás no es, pues, un personaje “plano” (flat) en el evangelio de Juan, sino que tiene mucho relieve. Espero que estas breves pinceladas enciendan en el lector las ganas de hurgar más en este -a veces minusvalorado o poco comprendido- discípulo de Jesús. En próximas ocasiones esperamos poder analizar otras dimensiones del personaje, que sin duda las tiene.


 
[1] Las cuatro veces únicamente en el Códice Beza; en los demás manuscritos, en tres.
[2] SYLVA, Dennis, Thomas – Love as strong as death. Faith and commitment in the Fourth Gospel. Bloomsbury T&T Clark, Library of New Testament Studies 434, London/New York, 2013.
[3] Los gnósticos, en breve, y para lo que nos interesa aquí, debido a creerse poseedores de revelaciones especiales, acababan encerrándose en grupos que se creían superiores (tentación sectaria que no empieza con el cristianismo: siempre ha existido).
[4] Fundamentalmente, se trata de poner énfasis en la divinidad de Jesús, que, en realidad, sólo habría sufrido en la cruz “en apariencia” (podemos imaginar la deriva espiritualista que ello genera).


 

Martes 1 Mayo 2018

Hace algo más de un año el Arzobispo de Milwaukee, Mons. Jerome Listecki, visitó la República Dominicana para celebrar los 35 años de hermanamiento de la Arquidiócesis de Milwaukee con la Parroquia La Sagrada Familia de Sabana Yegua (Azua). Esta hermosa relación de fe y amistad de 35 años ha dado, indudablemente, muchos frutos, tanto en Milwaukee como en la República Dominicana.
 
A lo largo de estos 35 años las vocaciones han florecido: hoy podemos contar con tres sacerdotes ordenados, originarios de la parroquia La Sagrada Familia, que trabajan en la diócesis de San Juan de la Maguana; con tres seminaristas en formación, también en el seminario diocesano; y con cinco miembros de la Comunidad de San Pablo que son, también, originarios de la parroquia. Además de eso, cinco sacerdotes de la Comunidad de San Pablo vivieron una etapa formativa en la parroquia antes de entrar al seminario, y ahora esta experiencia misionera enriquece su servicio en Milwaukee.  
 
Para seguir consolidando este hermanamiento, durante el primer trimestre de 2018 visitaron Sabana Yegua los obispos auxiliares de Milwaukee James Schuerman y Jeffrey Haines, así como los vicarios generales David Reith, Jerry Herda y Javier Bustos. Todos ellos pudieron compartir celebraciones eucarísticas con la comunidad local y conocer varias áreas de la parroquia, donde fueron acogidos con mucho cariño. En especial el obispo Schuerman tuvo un encuentro emotivo con los feligreses, pues él trabajó en la parroquia, como sacerdote misionero, de 1992 a 1996, y pudo compartir con mucha gente recuerdos de aquella época. ¡35 años de fe y amistad compartida son una gran obra de Dios!



 

Martes 24 Abril 2018

El domingo 15 de abril tuvo lugar la inauguración y bendición del nuevo Centro de Desarrollo Comunitario que la Comunidad de San Pablo ha establecido en el barrio El Pesebre de Bogotá (Colombia).
 
Dicho Centro de Desarrollo Comunitario ha sido bautizado como “Casa Garavito”, en recuerdo de Mons. Alfonso Garavito Rodríguez, sacerdote de Bogotá que desde mediados de los años 60 hasta su fallecimiento en 2006 ejerció su ministerio, con dedicación ejemplar, en el sur de Bogotá. Durante un tiempo, él mismo residió en la casa que, ahora, la CSP ha arrendado y arreglado para destinarla a fines pastorales.
 
En los locales del Centro ya funciona desde hace varias semanas el Taller de Capacitación en Corte y Confección establecido por la CSP, en el que actualmente se están formado 30 mujeres. Pronto trasladaremos allá también las clases que ofrecemos a un grupo de adultos mayores del barrio, además de tener allí una pequeña biblioteca, clases de refuerzo escolar y catequesis para niños y jóvenes.

Para la bendición de los locales contamos con la presencia del Vicario Episcopal Mons. Alberto Forero Castro, de la Vicaría San Pablo, en cuyo territorio está el barrio El Pesebre. Un buen número de vecinos y miembros de la comunidad local participaron en la sencilla celebración.
 
Es nuestro deseo que el nuevo Centro de Desarrollo Comunitario “Casa Garavito” contribuya al bienestar del sector de Bogotá donde se ubica, convirtiéndose en un lugar donde muchas personas puedan capacitarse para enfrentar, con las herramientas adecuadas, los muchos retos que la vida les plantea.

 



 

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